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La herencia de Néstor Kirchner nos condena al fracaso

A 10 años de su desaparición física, la Argentina sigue condicionada por las decisiones y desequilibrios adoptados o incubados durante el gobierno de Néstor Kirchner, aunque no fueran aún visibles al dejar la Presidencia

OPINIÓN 31/10/2020 Juan Curutchet
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Quedará siempre la duda si, de no haber mediado su temprana muerte, este hábil político, claramente más pragmático que su viuda y sucesora, hubiera rectificado algunos desbalances y con ello evitado la crisis y el estancamiento que carcome al país desde hace una década. 

Aupado en términos de intercambio muy favorables (la soja a USD 600/ton) la gestión kirchnerista llevó el gasto público en tan solo 12 años de 27,2 % a 46,3 % medido sobre el PBI. Para ello, fue necesario subir la presión tributaria del 22,8 % al 34,8 %. Cuando vino la época de vacas flacas, el tamaño del Estado resultó impagable. Ante la falta de recursos y al no haber voluntad de reducir el costo del Estado, hubo que recurrir a cepos, precios máximos y emisión monetaria para estirar el desenlace de la crisis hasta el cambio de gobierno en el 2015. Así, la distorsión de precios y las múltiples prohibiciones desplomaron las exportaciones y liquidaron la creación de empleo del sector privado. En el seno de la UIA se bautizó el programa final del tercer gobierno kirchnerista como “Plan Bomba”, aludiendo al estallido que imaginaban en un futuro mediato, ganase Daniel Scioli o Mauricio Macri.

Los vientos de cambio del 2015 y una corrección del norte al que se dirigía la Argentina entusiasmaron al gobierno de Cambiemos y a la sociedad en la idea de que era posible, de la mano del crédito que se restablecía, salir adelante con crecimiento, eludiendo medidas drásticas de recorte de gastos. Queda para el debate si fracasó el gradualismo o si el problema fue su ritmo cansino en los primeros 2 años de gestión. En cualquiera de las dos interpretaciones, un día los acreedores no quisieron seguir prestándonos y, pese a que se redujeron en 2018 y 2019 erogaciones del Estado Central, resultó ineludible caer nuevamente en el cortoplacismo de la emisión de moneda espuria y de los precios atrasados y, cuando ya fue obvio que el kirchnerismo recuperaba el poder, en el cepo cambiario y postergaciones de pagos.

Podrá gustarnos un Estado más presente o menos presente, pero, a esta altura, el tema dejó de ser ideológico. Ya no se puede gastar lo que no hay. Argentina no puede pagar el Estado que construyó. No hay quién lo financie. Se agotó el mecanismo de subir impuestos, aumentar el gasto y volver a subir impuestos, porque el sector privado se está reduciendo y ya no tiene el músculo para soportar la desmesura del Estado. Se retiran del país importantes empresas, rentistas y accionistas de compañías importantes cambian su residencia fiscal y en la nueva generación de profesionales cunde el desánimo y la idea de emigrar. Necesitamos romper este círculo nefasto de expulsión del talento, la riqueza y la inversión.

El legado de Néstor Kirchner nos condena al achicamiento, a la caída del salario real y a la pauperización acelerada. Urge alcanzar el equilibrio fiscal para recuperar credibilidad y confianza. No se trata de cambio de ministros sino de cambio estructural de rumbo. El desafío del binomio Fernández - Fernández es desandar sus pasos y ordenar finalmente al sector público, si no quieren ser devorados por la crisis que ellos mismos construyeron. Como no hay sector del país que no sienta que recibe menos de lo que le corresponde, alcanzar consensos sobre cómo adecuarnos a la realidad resulta harto difícil. El reto es enorme y sólo podrá hacerse con una amplia base de apoyo político que el Gobierno, hasta ahora, parece empecinado en dinamitar.

Juan Curutchet para El Cronista

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