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Conductas que se repiten llamativamente

¿Cómo es posible que no seamos capaces de sostener una sanción disciplinaria y que tengamos que retroceder de esta manera?

OPINIÓN 06/12/2020 Sergio BERNI
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La UAR (Unión Argentina de Rugby) levantó en apenas 48 hs. la sanción que había impuesto a los tres rugbiers autores de vergonzantes tuits antidiscriminatorios. Con la velocidad del rayo, la máxima autoridad del rugby argentino se desdijo a sí misma, pareciendo convalidar de un modo tácito una conducta que sin duda mereció un reproche concreto.

¿Cómo es posible que no seamos capaces de sostener una sanción disciplinaria y que tengamos que retroceder de esta manera? ¿Alcanza con una mera disculpa para que la sanción se revoque? ¿Cuál es el valor del arrepentimiento y cómo debe merituarse a la hora de aplicar una medida disciplinaria?


Jamás me sentí identificado con la cultura de la cancelación ni con la indagación obsesiva de la historia digital de nadie. Creo que las personas nos forjamos a nosotros mismos incesantemente, y que de algún modo cambiamos día a día. Aspiramos a ser mejores y ponemos nuestros esfuerzos en esa dirección. Por eso es que siempre miré de soslayo los escraches en las redes sociales y nunca me cayó en gracia que nadie pretenda erigirse en juez de la moral ajena. El peligro siempre latente es que se canonice una forma de pensar y que se transforme en una suerte de pensamiento único que sofoque e inhiba otras miradas, otros intentos de problematizar los mismos asuntos desde perspectivas diferentes. Nunca me gustó la policía del pensamiento. Pensar es lo que nos distingue como especie, y cualquier intento de encorsetar al pensamiento dentro de los límites estrechos de lo políticamente correcto es nada menos que un ejercicio autoritario de doblegación del otro, del distinto, del diferente. Las sociedades que andan con el dedo índice acusando al prójimo por pensar distinto terminan fracasando.

Pero lo cierto es que el recorrido individual de las personas públicas suele estar bajo la mirada atenta de millones de personas. No se puede minimizar entonces el impacto social de declaraciones tan vergonzantes. Por eso llama la atención el comportamiento condescendiente, para no utilizar otro calificativo, que cuerpo técnico y autoridades del rugby tuvieron en este caso. En mayo de 2019 el jugador Israel Folau fue expulsado de la selección australiana de rugby por haber dicho a homosexuales, alcohólicos y ateos que “el infierno los espera.” Folau no era un jugador más. Fue postulado en dos oportunidades como mejor jugador del mundo. Su homofobia fue razón suficiente para que la mayor autoridad del rugby australiano decidiera prescindir de un jugador verdaderamente notable en términos estrictamente técnicos pero sin idoneidad suficiente para representar a su país.


Si cotejamos la conducta de la UAR con la de su par australiano, no podemos menos que sonrojarnos. La UAR actuó legitimando conductas que merecen algún tipo de sanción disciplinaria. No es posible que jugadores que visten la casaca argentina sean voceros de las peores prácticas discriminatorias, xenófobas y aporofóbicas. Insisto en que no se trata de dar rienda suelta a una pesquisa minuciosa de cada palabra dicha diez o veinte años atrás.

Pero sí se trata de actuar con firmeza, para no reproducir silentemente un modelo de complicidad corporativa amparado en un pretendido concepto de solidaridad grupal.

Si el capitán de una selección nacional se vio envuelto en un hecho tan vergonzante, lo mínimo que podemos esperar es una reflexión autocrítica más profunda y un paso al costado como modo de asumir la gravedad de lo sucedido. Y que quede claro que nadie está pidiendo una lapidación pública de nadie. Yo creo en los procesos de cambio de las personas. Hay infinitos ejemplos en la historia de personas que dieron un vuelco a sus vidas redimiendo actos atroces. Pero no basta con una declaración burocrática para dar por concluido el asunto.

En verdad ya veníamos sorprendidos por la conducta de displicencia y desdén a la hora de homenajear a Diego Maradona, nuestro máximo ídolo popular. Los jugadores de los All Blacks mostraron más respeto que nuestros propios compatriotas. Fue vergonzoso que el técnico justificara la situación diciendo que deberían haberse informado mejor respecto de lo que pasaba en la Argentina. Tanto elitismo, tanto distanciamiento del sentir popular y tanta enajenación sólo pueden ser la resultante de algo más profundo que las autoridades de la UAR se niegan a asumir.

Comenzamos el año llorando el asesinato de un joven en manos de un grupo de rugbiers que actuaron salvajemente. Y lo terminamos lamentando declaraciones de tres rugbiers cargadas de una descomedida dosis de odio y desprecio. Es evidente que algo está pasando ahí. Que hay prácticas elitistas que están generando conductas sociales decididamente reprochables. Y que mirar para otro lado o esconder la basura bajo la alfombra sólo sirven para reproducir y amplificar conductas injustificables.

Muchas veces nos quejamos de la política. Y está bien que así sea cuando el reclamo es justo. Pero no hay que olvidar que las sociedades se construyen desde la política pero también desde otros estamentos. En este caso desde instituciones deportivas que operan en la subjetividad de miles de jóvenes que buscan en sus ídolos deportivos un modelo de conducta.

El problema no es el rugby, juego hermoso y noble que muchos amamos por haberlo racticado en la juventud. El problema es el elitismo decadente de quienes se creen superiores al prójimo y reproducen discursos de odio que se manifiestan no sólo en la virtualidad de las redes sino en prácticas concretas de la vida cotidiana. El paradigma del odio genera conductas de odio. Y es allí donde debemos intervenir, para no andar luego lamentando grietas, abismos y estigmatizaciones intolerables entre quienes debiéramos sentirnos simplemente hermanos.

Ojalá que de este desaguisado quede el compromiso de revisar códigos de conducta que evidentemente están en crisis: algo está pasando y ha llegado la hora de intervenir reflexivamente, con espíritu crítico, para que nunca más tengamos que tolerar tanta ignominia.

Fuente: Infobae

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