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“Todavía me quedan algunos cartuchos por quemar”

En esta entrevista habla sobre los problemas de su país y del mundo con un mesurado optimismo

INTERNACIONALES 06/12/2020 ÁLEX RODRÍGUEZ Y FÈLIX BADIA
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Cuando era presidente, Barack Obama (Honolulu, 1961) tenía por costumbre leer cada noche una decena de cartas de ciudadanos de a pie que le transmitían sus inquietudes, quejas o sugerencias. Para él, era una forma de mantener los pies en la tierra tras ganar las elecciones para su primer mandato, las de 2008. Había decidido presentarse a aquellos comicios siguiendo el consejo del líder demócrata del Senado Harry Reid, quien le recomendó hacerlo porque “la gente está buscando otra cosa”.

Hoy, cuatro años después de abandonar la presidencia, Obama cree que el apoyo de los ciudadanos estadounidenses, su participación y también su presión serán decisivos en los próximos años para reforzar la democracia y ayudar a Joe Biden y Kamala Harris a recoser un país polarizado y dividido.

 
El expresidente estadounidense acaba de publicar el primer volumen de sus memorias tituladas Una tierra prometida (Debate), del que hace unas semanas La Vanguardia ya ofreció este avance editorial. En ellas relata los entresijos de la política doméstica y la internacional, y rememora su vida familiar hasta el final de su primer mandato.

En esta entrevista, respondida por correo electrónico, habla sobre los problemas de su país y del mundo con un mesurado optimismo. Descarta que su esposa Michelle opte algún día a la presidencia, y sobre su futuro asegura que todavía le quedan “algunos cartuchos por quemar”.

PERIODISTA. Afirma en su libro que no es supersticioso, pero que llevaba con usted los amuletos que la gente le había regalado durante la campaña electoral del 2008. ¿Aún los lleva consigo? ¿Recuerda a las personas que se los daban?

 
Aún conservo muchos de los amuletos, pero ya no los llevo en los bolsillos… ¡porque no quiero que se me pierdan! Los guardo en un cuenco en mi despacho, así me acuerdo de ellos todo el tiempo. Y sí, recuerdo cada una de las personas que me los dieron de forma que cada amuleto es como una ventana que me permite rememorar momentos maravillosos de esa primera campaña.

PERIODISTA. El título de su libro es Una tierra prometida. Estados Unidos es un país cuya historia se ha forjado a través de la trayectoria de muchas personas —pioneros, abolicionistas, sufragistas, inmigrantes, activistas pro derechos civiles— que se aferraron a su fe pese a que sabían que tenían pocas probabilidades de éxito. ¿Estados Unidos aún es una “tierra prometida”?

Mire, cuando buscaba un título para el libro, una de las cosas que me vinieron a la mente es que Moisés nunca llegó a la Tierra Prometida. Éste fue un tema muy importante en los sermones de Martin Luther King, que se refería con frecuencia a los 40 años que nos pasamos vagando por el desierto. Creo que lo que nos enseña esto es que cada generación debe iniciar su andadura donde lo dejó la anterior, en nuestro camino hacia una unión aún más perfecta.

 
Ahora bien, a lo largo de la historia, se ha visto que el progreso no siempre avanza en una única dirección. A veces va en un sentido y luego en otro. Hay ocasiones en que damos dos pasos adelante antes de dar uno hacia atrás. Pero tampoco podemos olvidar los enormes avances que hemos conseguido como país. Nadie duda que la vida en Estados Unidos hoy es mejor de lo que era hace 50 o 100 años.

Aunque es cierto que nos enfrentamos a retos reales, aún tengo fe en que, aunque no lo consigamos durante nuestras vidas, si nos esforzamos, podremos hacer realidad la promesa de unos Estados Unidos que por fin estén alineados con todo lo bueno que llevamos dentro de nosotros mismos. No siempre será fácil, pero es posible.

P. En una parte del libro recuerda como, durante una visita a Egipto, se puso a reflexionar sobre las decisiones que había tomado como presidente y se preguntó si quizás pasarían rápidamente al olvido. ¿Cuál piensa que ha sido su legado ahora que han pasado cuatro años desde que dejó de ser presidente?

Para quienes no han leído el libro, lo que trajo esos pensamientos a mi cabeza fue una imagen que vi tallada en la superficie de una de las pirámides en Egipto. En ella se representaba a un hombre de rostro alargado, cuyas orejas se proyectaban hacia fuera como asas. Me pareció que era una caricatura de mí mismo, forjada en la Antigüedad.

“¿Quién sería este tío?”, me pregunté. ¿Un miembro de la corte del faraón? ¿Un esclavo? ¿Un capataz? Ahora todo se ha perdido, se ha convertido en polvo. Entonces me di cuenta de que cada discurso que pronunciaba, cada ley que sancionaba, cada decisión que adoptaba más tarde o más temprano seguiría el mismo camino.

 
Quizás suene deprimente, pero yo no lo veo así ya que, aunque los detalles de lo que hacemos durante nuestras vidas puedan caer en el olvido, el progreso que conseguimos dentro del tiempo que tenemos a nuestro alcance permanece. Es parecido a lo que le decía cuando hablábamos del título del libro: cuando, en lugar de medir las cosas en función de lo que es o no es de actualidad, comienzas a hacerlo en términos de décadas, siglos, o incluso milenios te das cuenta de lo mucho que hemos avanzado los seres humanos, aunque luego no vivamos lo suficiente como para ver todos sus sueños hechos realidad.

Todo este preámbulo para decirle que, cuando me preguntan por mi legado, desde luego me vienen a la mente los logros de nuestro gobierno. La sanidad, haber rescatado la economía del riesgo de una nueva Gran Depresión, la lucha contra el cambio climático de la mano de otros países, y todas esas cosas. Pero también pienso mucho en el activismo y en los progresos que hoy por hoy encarna la nueva generación. Como he dicho antes, es como una carrera de relevos, corremos con todas nuestras fuerzas durante el tiempo que se nos concede y, a continuación, le pasamos el testigo al que sigue. No puedo por menos que sentirme tremendamente inspirado por lo que estamos viendo en todo el mundo: gente joven, no mayor que mis hijas, que lidera la lucha contra el cambio climático, la desigualdad, las injusticias raciales y todo lo demás.

Esto quiere decir que, aunque todavía me quedan algunos cartuchos por quemar, cualquier legado que pueda dejar será sin duda perfeccionado por quienes me acompañan y por aquellos que sigan mi camino mucho tiempo después de que yo haya desaparecido.

 
P. Usted fue el primer presidente negro de Estados Unidos, lo que llenó de orgullo a muchos estadounidenses por el progreso que significaba. Pero en el libro dice que su “sola presencia en la Casa Blanca generó un sentimiento de que el orden natural de las cosas se había alterado”. En la cuestión racial ¿qué legado deja su presidencia?

Bien, en primer lugar, nunca creí que la lacra del racismo fuera a acabarse con mi elección. Eso lo tuve claro desde el principio. Nunca me creí que viviésemos en una era postracial.

No obstante, pienso que lo que sí hubo durante mi presidencia fue una reacción de ciertas personas que pensaron que yo encarnaba de algún modo la posibilidad de que ellos, o el grupo al que pertenecían, perdieran el nivel de vida que habían alcanzado, y lo que les había llevado a este convencimiento no era algo que yo hubiese dicho sino el hecho de que mi aspecto no era igual al de los anteriores presidentes. Mi sola presencia en la Casa Blanca preocupó a mucha gente, en algunos casos de forma explícita y en otros de forma subconsciente.

También hubo quien se dedicó a manipular esos miedos. Si recuerda el fervor que generaban los mítines de Sarah Palin y lo compara con el ánimo de quienes asistían a los mítines de John McCain notará una gran diferencia. El recurso a políticas identitarias, al discurso xenófobo y a las teorías de la conspiración ya entonces empezaba a generar rédito político. De ahí pasamos a las teorías alentadas por Donald Trump, que cuestionaban mi lugar de nacimiento y, poco después, a su propia victoria electoral.

Incluso durante mi presidencia, una generación entera de niños creció con la idea de que era raro o excepcional que la persona que ocupaba el cargo más importante del país fuese negro.

Creo que todas estas cuestiones, no sólo las raciales sino las relacionadas con la clase social, con el género, con la idea de que algunas personas son más estadounidenses que otras o más merecedoras de la ciudadanía del país -y de que la frase “Nosotros, el pueblo” sólo hace a algunos ciudadanos y no a otros- llevan muchísimo tiempo en el centro del debate en EE.UU. y no han estado exentas de críticas. Se trata de hecho de cuestiones que siguen atrayendo mucha atención en la actualidad, aun cuando ya no hay un presidente negro en la Casa Blanca.

Sin embargo, cuando hablas con mis hijas y con jóvenes de esa edad, ves que sus actitudes son instintivamente más abiertas, y no sólo en materia racial sino también en cuestiones de género y orientación sexual. Aunque escucharlas me da esperanza, me tomo este asunto con mucha seriedad porque la historia no avanza en línea recta. Las actitudes pueden retroceder en lugar de avanzar. Todos tenemos que estar atentos y esforzarnos cuanto podamos para sacar los ángeles que llevamos dentro y hacer que vayan desapareciendo esas actitudes que tanto daño han hecho a la cultura estadounidense.

 
Los Estados Unidos, considerados como un experimento, son importantes para el mundo, no por las eventualidades de la historia que han hecho que nuestro país sea la nación más poderosa de la Tierra, sino porque nuestro país ha sido el primer experimento real de construcción de una democracia amplia, multiétnica y multicultural. Aún no sabemos si va a perdurar. De eso se tienen que ocupar todas y cada una de las generaciones venideras.

P. Como presidente, de buen principio tuvo que gestionar crisis que requirieron su atención inmediata, incluidas varias cuestiones de política internacional: las guerras de Iraq y Afganistán, el cambio climático, la amenaza terrorista y las consecuencias de la crisis financiera. ¿Cuáles fueron los principios que le guiaron en estas cuestiones? ¿Cuál debe ser en su opinión el papel de Estados Unidos en la escena internacional?

Al comienzo de mi presidencia, tuve claro que no podíamos actuar solos para hacer frente a los más grandes retos que amenazaban al mundo, desde la crisis financiera hasta los estragos provocados por el cambio climático. En un mundo interconectado (que, por cierto, en mis ocho años de mandato no hizo más que aumentar su interconectividad), teníamos que ofrecer a los estadounidenses el liderazgo necesario para alinear al resto del mundo en torno a los problemas que todos compartimos. No obstante, las mismas fuerzas integradoras que nos han hecho tan interdependientes también han sacado a la luz profundas grietas en el orden internacional.

Todos los países del mundo están lidiando con una pandemia que coexiste con otros desafíos a los que llevamos mucho tiempo haciendo frente: los refugiados, las perturbaciones económicas, el tribalismo, entre otros. Transcurrido más de un cuarto de siglo después del final de la Guerra Fría, el mundo es hoy, en muchos sentidos, más próspero que nunca. Sin embargo, a pesar del enorme progreso económico conseguido, nuestras sociedades están colmadas de incertidumbre e inquietudes. Si los ciudadanos pierden confianza en sus instituciones, se hace más difícil gobernar y es más probable que surjan tensiones entre las naciones.

Nos enfrentamos a una elección. Podemos optar por seguir adelante, perfeccionando el actual modelo de cooperación e integración, o podemos retirarnos a un mundo inexorablemente polarizado y en conflicto permanente, atravesado por líneas divisorias ancestrales que separan a las personas según su nacionalidad, tribu, raza o religión.

 
Creo que la respuesta no puede ser un simple rechazo a la integración mundial. Tenemos que trabajar juntos para asegurarnos de que los beneficios de esa integración sean ampliamente compartidos y que las perturbaciones –económicas, políticas y culturales— causadas por dicha integración se aborden sin titubeos.

Creo asimismo que, aunque tenemos nuestros propios desafíos, Estados Unidos tienen la obligación moral y política de promover un orden internacional basado en valores universales y en reglas y normas claramente establecidas. Nuestro poder no se deriva solo de nuestra fuerza militar y nuestra pujanza económica; procede sobre todo de la historia de nuestro país. Así como hemos trabajado sin descanso a nivel interno para perfeccionar nuestra unión, también debemos esforzarnos constantemente en el plano internacional para hacer posible un mundo mejor.

P. Después de la operación a cargo de los SEAL en la que murió Osama Bin Laden, según escribe, esa fue la primera vez durante su primer mandato que se sintió totalmente respaldado por su país. ¿Podría explicarlo?

En realidad, no dije que era la primera vez que me sentía respaldado. No podía estar más agradecido por las enormes muestras de apoyo que recibí de los estadounidenses durante la campaña electoral y mi presidencia. Desde el primer día, aunque nos enfrentábamos a profundas divisiones, me emocionó recibir multitud de cartas desde todos los rincones del país de ciudadanos, algunos de ellos republicanos, transmitiéndome sus mejores deseos. La gente me decía que rezaba por mi familia y por mí. Esa conciencia de que gente de toda condición deseaba que mi presidencia fuera un éxito fue una de las cosas que me motivaba a seguir adelante.

Lo que sí sentí después del ataque, y que no había sentido nunca antes, fue una tremenda unidad de propósito. Todas las personas que formaron parte de la misión, expertos y especialistas de las fuerzas armadas y del gobierno, trabajaron como un verdadero equipo en pos de un objetivo común. Los estadounidenses en su conjunto estaban orgullosos del esfuerzo realizado. Y todo eso me hizo preguntarme: ¿Qué sucedería si pudiésemos aprovechar toda esa energía y unidad para educar a nuestros hijos o solucionar el problema de las personas sin hogar? ¿Cómo sería nuestro país si de pronto pudiésemos despertar el entusiasmo suficiente como para eliminar los gases de efecto invernadero o reducir la pobreza?

Ahora bien, todo eso puede parecer demasiado idealista y lo es. Pero el hecho de que la sola mención de esas ideas se perciba como algo irrisoriamente optimista me hizo ver la enorme cantidad de trabajo que me quedaba por hacer para conseguir que mi presidencia fuera como yo esperaba.

P. En el libro reflexiona sobre algunos de los primeros conflictos que afrontó en su vida, es decir, “entre trabajar por el cambio dentro del sistema e intentar derribar el sistema; entre querer ser el líder y empoderar a otras personas para que consigan los cambios por ellas mismas; entre querer estar en política y no ser un político”. ¿Qué aconsejaría a la siguiente generación que se debate entre estas mismas cuestiones y que muchas veces se siente atrapada entre el deseo de cambio y la inercia de las viejas ideas?

Mire, como tantas cosas en la vida, no es posible elegir una cosa o la otra, tienes que aceptar ambas a la vez. Cuando intentas conseguir la clase de cambios transformacionales de los que hemos hablado, así se trate de la desigualdad salarial, de la injusticia racial o de la crisis del clima, no hay duda de que el activismo y la protesta son necesarios para abrirle los ojos a la gente y obligarles a despojarse de su conformismo, infundiéndoles la energía que necesitan para convencerse de que pueden decidir su propio destino. Al mismo tiempo, necesitamos accionar las palancas del poder político —incluidas la organización política, las elecciones y la participación política— para generar los cambios duraderos y a gran escala necesarios para el progreso verdadero.

Yo soy optimista. Lo que hemos visto en los últimos cuatro años es una explosión enorme de energía y entusiasmo –y claridad de miras– en un gran número de estadounidenses de toda condición. Como la gente decidió participar, acudieron a votar e hicieron posible la llegada de Joe Biden y Kamala Harris a la Casa Blanca quienes, sin lugar a dudas, harán lo que esté en su mano para unificar a nuestro país. La tarea no será fácil, por lo que todos tenemos que involucrarnos y darles el apoyo que necesiten.

La verdad es que no es responsable elegir a un presidente y luego cerrar los ojos y esperar que por sí solo haga todo lo que se espera de él. Es nuestra obligación estar informados y participar todo lo posible, y votar siempre que tengamos oportunidad de hacerlo.

Como vimos durante mis dos mandatos, aunque empieces con grandes mayorías en la Cámara de Representantes y el Senado, siempre está la posibilidad de que las pierdas, y si de pronto te enfrentas a un Senado que prefiere bloquearlo todo antes que trabajar codo a codo contigo, no te queda más remedio que intentar desbancar a los senadores que obstruyen el camino. La única forma de conseguirlo es a través de la participación e intentando sumar apoyos hasta que resulte un gobierno que piense como tú y comparta tus intereses. Esto es así a nivel federal, pero también a nivel estatal y local.

P. Ha dicho que la democracia no es simplemente una cosa que se nos concede, sino que es algo que debemos crear activamente entre todos. En un mundo cada vez más polarizado, ¿cómo pueden los ciudadanos defender los ideales de la democracia?

Mire, no hay duda de que, ahora mismo, el país está profundamente dividido. Cuando recuerdo la primera vez que fue elegido presidente, en 2008 el país no parecía estar tan dividido ni fracturado. Actualmente, hay una combinación de diferencias políticas, culturales, ideológicas y, en algunos casos, religiosas y geográficas que parecen más insalvables que las diferencias de opinión en cuanto a las políticas que más contribuirían al crecimiento del país.

Creo que mucho de esto tiene que ver con los cambios que se han producido en la manera en que la gente se informa. He hablado de esto anteriormente y lo menciono en mi libro. La percepción de la realidad de quienes siguen a Fox News será diferente de la de aquellos que leen el New York Times. En el pasado, las diferencias no eran tan acentuadas porque mucha gente leía periódicos locales y no había tantas fuentes de información como ahora.

Sin embargo, en parte por el auge de las redes sociales y por la tendencia de la gente a informarse sólo en medios ideológicamente afines, muchas de las personas que votaron por Donald Trump no creen –en clara contradicción con lo que demuestran los hechos- que la crisis de la Covid se haya gestionado erróneamente. Mientras no nos pongamos de acuerdo en que existe una serie de hechos incontestables, y no seamos capaces de distinguir lo verdadero de lo falso, será imposible que pueda existir un genuino intercambio de ideas y, en consecuencia, nuestra democracia no podrá funcionar correctamente. Es esencial que, como ciudadanos, nos movilicemos para que nuestras instituciones hagan frente a estos desafíos.

Al mismo tiempo, nuestro compromiso no puede limitarse a alzar nuestra voz cuando ocurre una tragedia que pone de manifiesto las injusticias de nuestro país, o a depositar nuestro voto cada cuatro años en las elecciones presidenciales. Si no se produce el progreso que esperamos, es nuestra obligación descubrir los impedimentos que puedan existir. Sé que suena agotador, pero es que la supervivencia de nuestra democracia depende de que ejercitemos nuestra ciudadanía de manera activa y mantengamos nuestra atención centrada en los temas que nos preocupan, no sólo en época de elecciones sino de forma permanente.

Por último, tengo plena fe en mis conciudadanos, especialmente los más jóvenes que, por instinto, están convencidos de que todas las personas tienen igual valía y no cejan en su empeño de llevar a la práctica los principios que sus padres y sus profesores les transmitieron pero que no siempre se aplican en la realidad.

P. Elogia a su esposa Michelle por su sacrificio y su dedicación, y menciona que como pareja atravesaron algunos momentos muy duros debido a su carrera política. ¿Cree que Michelle podría ser candidata a la presidencia en algún momento del futuro? Si decidiera presentarse, ¿podría usted hacer esos mismos sacrificios por ella?

Michelle no se presentará a la presidencia. Se lo puedo garantizar. Como cuento en el libro, a ella no le gusta la política. También lo puso de manifiesto en su propio libro, y sin demasiadas sutilezas.

Dicho esto, yo estaré siempre encantado de apoyarla en lo que necesite, independientemente de cuál sea su próxima meta, tal y como ella hizo conmigo. De más está decir que ponerme a su altura exigirá no pocos sacrificios por mi parte.

ÁLEX RODRÍGUEZ Y FÈLIX BADIA para La Vanguardia

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