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Las guerras ocultas por el Covid

La gestión del primer año, casi sin excepciones, fue una repetición de decisiones que vienen fracasando en la Argentina hace más o menos seis décadas

POLÍTICA 31/01/2021 Eduardo van der Kooy
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Alberto Fernández reiteró en su visita a Chile una de sus frases dilectas. Sostuvo que, si ante los mismos problemas se ensayan siempre las mismas respuestas, también los resultados serán los mismos. Aludió, de esa forma, a la vuelta de campana que produce en el mundo la irrupción de la pandemia. Sobre todo, a la fragilidad económica del capitalismo que habría desnudado el Covid-19. 

El Presidente remarcó que la pandemia dejó al descubierto la ineficiencia del sistema. Se amparó en citas del papa Francisco, cuyo valor religioso y generalidad terrenal difícilmente puedan resultar rebatidos. “Nadie se salva solo”, advirtió. Reconoció que, a esta altura de la historia, parece inconcebible estar hablando de asistencialismo en lugar de solidaridad.

Alberto suele reflejar en sus pensamientos una dificultad. Sus respuestas a lo que define como problemas de siempre las rastrea en el pasado. No imagina otro horizonte. Ni siquiera en abstracto. Condición que no debe sorprender: atañe tanto al peronismo como al progresismo kirchnerista.

El Presidente llegó al poder prometiendo que retomaría la obra de Néstor Kirchner, de quien fue jefe de Gabinete. Esa obra fue enterrada a partir del 2007, al asumir Cristina Fernández. Los contextos internos y externos hacen imposible regresar a aquel escenario. Al hablar del impacto que la pandemia produce en el mundo insistió con la necesidad de revisar el capitalismo. Una propuesta atendible que parece desvanecerse detrás de otra formulación: “Debe volver a sus orígenes. A la época de Ford (Henry)”, sostuvo en la conferencia que brindó en la sede de la Comisión Económica para América Latina y el Caribe (Cepal).

Ese salto hacia atrás resulta inimaginable. De ficción. Alberto formuló una respuesta a la crisis de la segunda década del siglo XXI con una apelación referida a los comienzos del siglo XX. Aquella mención al fundador de Ford Motor Company se vincula con una innovación productiva, factible en esa época, que significó el primer paso de lo que ahora se conoce como sociedad de consumo masivo.

Tampoco Alberto parece guardar fidelidad al apotegma que predica nuevas respuestas ante los problemas se siempre. Con el atenuante que representa la irrupción de la pandemia, su gestión del primer año, casi sin excepciones, fue una repetición de decisiones que vienen fracasando en la Argentina hace más o menos seis décadas. Con dictaduras incluidas. Los antecedentes frescos son los mandatos de Cristina, hoy vicepresidenta.

Marcos regulatorios para la mayoría de las actividades esenciales. Engorde del Estado obeso para convertirlo en eje de la producción. Vigilancia celosa de la actividad privada. Precios cuidados, atribuciones a funcionarios de la política (intendentes) para vigilarlos. Cepos temporarios con el objeto de controlar la inflación. Que se pavonea como una de las tres más elevadas del mundo. La solidaridad, entendida como virtud imprescindible para quienes ejercen el poder, apenas como parte de un relato.

También un asistencialismo que carece de freno y estaría orientado al clientelismo político y electoral que ningún dirigente, con seriedad, asoma dispuesto a erradicar. Las cifras son, en ese aspecto, lapidarias. Cuando concluyó la dictadura, con una herencia de pobreza del 12%, Raúl Alfonsín lanzó el Plan Alimentario Nacional (PAN) consistente en 1.200.000 cajas de comida. Con el derrumbe del 2001, Eduardo Duhalde impuso el Plan de Jefes y Jefas de Hogares. Llegó a 2 millones de personas. Los programas de asistencia se fueron multiplicando y alcanzaron en 2015 al 40,3% de la población. Mauricio Macri elevó ese número casi al 44%. Alberto, con la pandemia, subió la prestación al 55%. En suma, más de la mitad de los 45 millones de habitantes de la Argentina reciben algún solvento estatal.

Tampoco el Presidente se ha esforzado por producir novedades en el plano político. ¿No lo hubiera merecido la situación social? La grieta continúa. La promesa de una administración abierta quedó anclada en la campaña. Por la heterogeneidad del Frente de Todos y el liderazgo de Cristina, cualquier apertura se torna imposible.

Veamos un caso de estos días. Los gobernadores peronistas (también algunos de la oposición) pidieron al Presidente la suspensión de las PASO. La solicitud quedó empantanada por la oposición kirchnerista. En especial, La Cámpora. Alberto, para cumplir con los mandatarios provinciales, acaba de enviar el proyecto al Congreso. Pero Máximo Kirchner le anticipó de modo cortante a Mario Negri, jefe del interbloque de Cambiemos: “No cuenten con nosotros”.

El empeño que Alberto coloca en cada exposición pública para describir la crisis mundial por la pandemia quizás obedezca a la necesidad de disimular que, en el conjunto, la Argentina está bastante peor. Hay asuntos que, de verdad, son comunes. Las campañas de vacunación, salvo excepciones, afrontan muchas dificultades. Auguran una solución mucho más lejana que la imaginada en el 2020.

La segunda o tercera ola en Europa está forzando a los gobiernos a adoptar de nuevo restricciones. Producen decepción e incuban ambientes sociales muy crispados. Alcanza con una imagen: los disturbios que hace días se vienen repitiendo en Holanda por la resistencia de la gente que enfrenta la acción policial.

¿Qué sucederá en nuestro país cuando se extinga el verano? El Gobierno está atado al acuerdo con Rusia por la Sputnik V. Ni por asomo podrá cumplir con la campaña de vacunación anunciada para enero y febrero. Debieron ser cinco millones de dosis el mes que acaba de pasar. ¿Cómo vendrán las 15 millones prometidas para febrero? Con el último envío desde Moscú la Argentina dispone apenas de 820 mil dosis. Difícil conocer cuántas son de la primera y cuántas de la segunda, para completar la inmunidad.

La falta de transparencia en el proceso con Rusia ─sin poner en tela de juicio la calidad de la vacuna─ aumenta el problema. Desata intrigas políticas inconcebibles (Axel Kicillof en Buenos Aires con los intendentes) y hace menos eficaz la logística muy compleja de por sí. El Gobierno licitó el transporte para hacer la distribución en el interior. Llamativamente se adjudicó a una empresa cuya oferta fue el doble de cara que otra dejada de lado.

Rusia oficializó que tendrá demoras en la entrega. El mayor problema es la producción de la segunda dosis. Por esa razón se contempló la aplicación de dos primeras dosis, que blanqueó y luego retractó la viceministra de Salud, Carla Vizzotti. La inmunidad total se alcanza con las dosis diferentes. Pero dos de la primera prolongaría el tiempo de protección que solo llega así al 30% o 35%.

Tampoco Rusia es una excepción. La distribución de la vacuna de AstraZeneca sufre un freno en la Unión Europea. Varias de esas naciones sospechan que los laboratorios podrían haber revendido las dosis comprometidas a otras naciones que pagarían más. Los ojos estarían puestos en Estados Unidos.

El Gobierno confía en el acuerdo con la farmacéutica AstraZeneca, de origen británico-sueco. Esas vacunas estarían al alcance recién en el otoño. Cuando, a lo mejor, nuestro país y la región estarían envueltos por la segunda o tercera ola. Nadie en el Gobierno termina de explicar los motivos del desacuerdo con Pfizer-Biontech, estadounidense-alemán. Parte de la experimentación se hizo en nuestro país.

Un grupo de diputados de la oposición Juntos por el Cambio tuvo un intercambio con el laboratorio. Quiso indagar en los motivos del por ahora fracaso. La respuesta tuvo aspectos interesantes. Pfizer ratificó hacer todos los esfuerzos “para poder llegar a un acuerdo lo antes posible”. Aunque aclaró que “es prerrogativa de los gobiernos y de sus ministerios de Salud decidir qué vacunas incorporar a sus planes de inmunización”.

También hizo un subrayado. “Las condiciones solicitadas a la República Argentina para avanzar en la contratación no difieren de las solicitadas al resto de los países de Latinoamérica y del mundo con los que Pfizer y BioNtech llegaron a acuerdos y han empezado a recibir vacunas”. Los portavoces oficiales que aludieron al tema siempre mencionaron supuestas exigencias incumplibles. Nunca dijeron con precisión cuáles eran.

La complicación del paisaje de la pandemia encierra un par de problemas graves para el Presidente. No existe ahora garantía que la campaña de vacunación pueda convertirse en una eficaz arma electoral. El Gobierno la tenía articulada de esa forma. Se habían anotado los movimientos sociales. Las unidades básicas del PJ. Pero la batuta estaría en poder de La Cámpora. Adiestra a becarios para la vacunación. Reemplazaría con locales propios los centros sanitarios existentes en muchos lugares del interior de Buenos Aires. Pergamino no es el único.

Aquella complicación también diezma la esperanza oficial sobre la recuperación de la economía. En especial, si el Gobierno debiera en los próximos meses endurecer de nuevo la cuarentena. Podrían suceder dos cosas. Un estrés del sistema sanitario que durante el año pasado aguantó. Una rebeldía social producto de la gravísima situación económica y del hartazgo por las largas limitaciones.

Una situación, como ejemplo, no puede ser pasada por alto. Hasta Gildo Insfrán ha debido comenzar a rendir cuentas en Formosa por el modo autoritario en que manejó desde el año pasado la pandemia. El hermetismo de esa provincia se empezó a perforar. Alcanzó resonancia nacional.

El Frente de Todos miró para otro lado. El PJ firmó un texto bochornoso de apoyo. Alberto calló. Hizo bien: una vez tildó a Insfrán de “gobernador ejemplar”. 

Eduardo van der Kooy para Diario Clarín

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