google.com, pub-4701688879962596, DIRECT, f08c47fec0942fa0






 

Las patologías enquistadas del kirchnerismo

El estallido de la crisis del ‘vacunagate’ ha escalado un poco más alto porque el privilegio concedido por el Gobierno a un grupo de amigos ya no es solo una cuestión de dinero sino otra donde se pone en juego la vida de la personas

POLÍTICA 24/02/2021 Ernesto TENEMBAUM
6MOLPSLQZNG6RDF6BP4LFGMMZQ

“Hemos encontrado que estaba sucediendo que de parte de los compañeros no había el suficiente control y había esta especie de permisividad basada en que son compañeros nuestros, lo requieren, es poquito dinero, no hago el informe. Pero en ese descuido se pone en riesgo tu propia moral. Y si tu no actúas de manera dura, pegándote a ti mismo, porque es tu gente, pierdes la fuerza moral que te mantiene en pie. El aprendizaje es que, por más doloroso que sea, debes tener la valentía y la fuerza de poder cortarte tú el dedo infectado o la mano infectada. Si otros te cortan te van a meter el cuchillo al corazón y de eso no te vas a poder reponer ni en una generación. Si por cuidar parte de tu cuerpo, eres permisivo con lo que se está pudriendo en tu cuerpo, otros van a venir a acabarte o se va a pudrir todo tu cuerpo. Y ahí estás perdido… Así como en la gestión estatal la economía es lo fundamental, en la preservación de tu liderazgo lo fundamental es tu fuerza moral. Nunca permitas que debiliten tu fuerza moral porque de eso no te recuperas”.

A principios de la semana pasada, un grupo de legisladores bolivianos, propuso al presidente Alberto Fernández para el premio Nobel de la Paz por su criteriosa gestión en defensa de Evo Morales durante los meses en que los militares habían tomado el poder en Bolivia. El párrafo con que arranca esta nota pertenece a un dirigente muy cercano a Morales, su ex vicepresidente Álvaro García Linera, y expresa con bastante claridad un dilema que tiene todo presidente ante la aparición de un fenómeno de corrupción dentro de su Gobierno. Para García Linera se trata de un tema innegociable porque si se convive con la corrupción se termina la autoridad moral de un Presidente y con ello su liderazgo. Eso ocurrió con casi todos los presidentes argentinos desde 1989. Los escándalos han sido tantos, y tan desgastantes, que resulta cansador enumerarlos.


Pero el estallido de la crisis del ‘vacunagate’ ha escalado un poco más alto porque el privilegio concedido por el Gobierno a un grupo de amigos ya no es solo una cuestión de dinero sino otra donde se pone en juego la vida de la personas. Después de un año terrible, donde toda la sociedad enfrentó con angustia desafíos tremendos, y enterró en soledad a más de 50 mil compatriotas, de repente, se encuentra con que aparecen enjuagues incomprensibles con el reparto de las vacunas. La conducta es tan ofensiva, tan miserable, tan vergonzosa que no alcanzan las palabras para describirlo. Los primeros reflejos del presidente parecieron consistentes con la recomendación de García Linera: le pidió la renuncia al ministro del área, bajó del viaje a México a dos legisladores beneficiados y publicó la lista de quienes habían recibido la vacuna gracias a sus vínculos con el poder político. ¿Alcanzará? ¿O la patología -la putrefacción, en palabras de García Linera- es mucho más profunda que eso y está condenada e expandirse?

Para responder esta pregunta conviene afinar el diagnóstico. ¿Por qué pasó lo que pasó? Uno de los elementos que, evidentemente, contribuyeron a generar la crisis fue la falta de claridad desde la cúspide del poder sobre cuales son los límites en esta cuestión tan sensible. La categoría “personal estratégico”, en este caso, es una genialidad del pensamiento burocrático. Quiere decir todo, y quiere decir nada. Cuando se aplica, aun después del estallido, a la mujer del Procurador General del Tesoro, ¿se está procediendo como recomendaba García Linera o se está actuando de manera contraria, protegiendo a alguien que, como tiene el respaldo de sectores poderosos del Frente de Todos, es intocable? ¿Y si hay uno intocable, no se expande esa sensación hacia todo el cuerpo político: sindicalistas, militantes, funcionarios? ¿No se fortalece la cultura política que llevó a este desastre?


Quien fue muy claro sobre este punto, en estos mismos días, fue otro aliado regional del presidente Alberto Fernández, su actual anfitrión, el mexicano Andrés Manuel López Obrador. “Van a haber vacunas para todos, y no hay preferencia para nadie”, dijo. “Y es evidente. Nos ha dado COVID-10 a los servidores públicos del gobierno del más alto nivel, al presidente, al secretario de marina, al secretario de la defensa, al subsecretario responsable de la campaña contra el COVID-19. Y a muchos otros. Y no se ha abusado. Toda esta situación que se ha presentado en varios países de que hay vacunación secreta para los de arriba. Es muy importante esto, porque antes todo era el influyentismo, las agarraderas, yo tengo una buena palanca. Y como no predicaban con el ejemplo los de arriba, pues todos, todos sentíamos que esa era la única manera de poder obtener las cosas. La mordida, la palanca, el influyentismo. Todo eso lo queremos desterrar del país”.

Cuando el Gobierno actúa rápido ante el estallido de la crisis, parece coincidir con esos puntos de vista. Pero, ¿qué pasa cuando empieza a defender casos puntuales que son incomprensibles, o a despotricar contra el periodismo, la Justicia, la oposición, luego de haberse producido hechos tan vergonzosos? ¿Qué leen los militantes, los otros funcionarios? ¿Qué ve la sociedad? ¿Gana o pierde autoridad? ¿Previene o incuba nuevas crisis de este tipo? De esa clase de dilemas está hecha la función pública. Fernández pertenece a una clase política que ha dado demasiadas muestras de comodidad -o al menos tolerancia- con “la mordida, la palanca, el influyentismo”. Pero si gobierna con esos valores, tendrá que enfrentar una y otra vez estallidos desgastantes y vergonzosos. ¿Hasta dónde ir, si es que desea ir hacia algún lado?


El asunto es dificilísimo porque se trata de conductas muy naturalizadas incluso en personajes que presumen de ser exactamente lo contrario a eso. El caso de Horacio Verbitsky es ejemplar en ese sentido. Verbitsky tuvo el privilegio de recibir la vacuna cuando millones de personas en su misma condición, pero sin sus contactos, aún la esperan. Pero como él mismo lo dijo, no percibió la gravedad del hecho. No se trató de un vivillo que quería aprovechar una ventaja pero escondía la maniobra para evitar el reproche social. Al contrario, la expuso porque, como bien dijo, “no advertí que fuera algo incorrecto, el ejercicio de un privilegio”.

Eso lo diferencia de millones de trabajadores de la salud, o docentes, o jubilados, que lo advertirían en un segundo, de tan obvio que resulta. Una persona llama a un ministro para recibir una vacuna que proteja su vida antes que otras personas más necesitadas. ¿Qué parte de esa enormidad podría no verse?


Ese tipo de conductas se repiten en ámbitos diversos. En estos mismos días, un grupo de dirigentes del kirchnerismo le reclamó a Fernández que indultara a Milagro Sala porque creen que las causas en las que está condenada son fraudulentas. Si fuera así, hay muchísimas otras personas que podrían pedir un indulto ¿Por qué sería Milagro Sala una de las pocas que podría recibir el beneficio del indulto? ¿O por qué lo sería Amado Boudou? Es muy sencillo: porque son especiales, son distintos al resto. Y lo tienen tan naturalizado que no advierten que sea “algo incorrecto, el ejercicio de un privilegio”.

Demasiadas personas han estado acostumbradas, durante mucho tiempo, a recibir beneficios similares, aunque no tan graves, con naturalidad. Cuando se descubrían, desde el poder pataleaban contra la prensa o contra sectores del poder judicial o contra la oposición, o se recordaba a las víctimas de la dictadura. Un íntimo amigo del Presidente, Esteban Righi, fue víctima de ese tipo de maniobras. Todo terminó muy mal: además de los escándalos, la sociedad percibía -porque las personas no son tontas- las evidentes maniobras de encubrimiento.

El dilema lo enfrenta ahora el propio Fernández. ¿Defender la parte podrida del cuerpo o actuar con decisión? ¿Proteger amigotes para preservar, hasta donde se pueda, el poder, o defender su autoridad ante una sociedad tan golpeada, a la que le cuesta tanto encontrar un gobierno que se respete a sí mismo?

No son dilemas sencillos.

Pero un camino lleva a la derrota moral.

El otro, al menos, ofrece una chance. Pequeña. Al fin y al cabo esto es la Argentina. Pero chance al fin.

Fuente: Infobae

Últimas noticias
Te puede interesar
Lo más visto
google.com, pub-4701688879962596, DIRECT, f08c47fec0942fa0