google.com, pub-4701688879962596, DIRECT, f08c47fec0942fa0






 

Branko Milanović: “El capitalismo es el único sistema de producción que existe hoy”

El economista serbio estadounidense habló con Infobae sobre las ideas centrales de su libro “Capitalismo, nada más”, en donde sostiene que el capitalismo quedó en pie en dos versiones: la liberal, u occidental, y la política, o autoritaria

ECONOMÍA 21/03/2021 Gabriela ESQUIVADA
B4HNIYQWLBHTBDWWQEKTMJ47KA

Con 67 años, Branko Milanović ha sido testigo de tanto, pero tanto, que vidas más plácidas necesitarían acaso el doble de tiempo para competirle.
El país donde nació, Yugoslavia, se disolvió en las identidades nacionales que había tenido antes de su creación a comienzos del siglo XX, lo cual condujo a una guerra espantosa. El sistema socialista en el que creció —y que conocía muy bien: se graduó en la Universidad de Belgrado cuando gobernaba el mariscal Tito— se esfumó de la Tierra a la que había prometido una prosperidad inédita.

Mientras tanto el capitalismo, que había resistido a los embates de la Guerra Fría, se autocoronó en la década de 1990. Llegó incluso a China, un país predominantemente rural y pobre, con diferencias abismales entre sus territorios que una revolución comunista había ligado con el pegamento del autoritarismo. Gracias a un sistema que gradualmente abrazó el modo de producción de las potencias occidentales, logró superarlas con tasas de crecimiento inverosímiles y sostenidas.


Sobre todo eso parece haber pensado el experto serbio en desigualdad económica: su último libro es el destilado de una época. Su época.

Capitalismo, nada más, teje datos —obsesivamente: Milanović parece no gustar de las afirmaciones sin sustento— con historia, economía con política y hasta un humor sutil al hablar de filántropos y políticos. Así se convierte en un libro que se puede leer sin ser economista, porque se ocupa de “dos cambios históricos que el mundo vive hoy”.

Uno: el capitalismo se convirtió no sólo en el sistema socioeconómico dominante, sino en el único.

Dos: el desequilibrio de poder económico entre Europa y América del Norte, por un lado, y la pobre Asia por el otro, se terminó.


—El capitalismo es el único sistema de producción que existe hoy —dijo Milanović a Infobae—. Primero y obviamente, luego del fin del comunismo en los países del Este y la caída de la Unión Soviética, no hay modo de producción socialista: no hay planificación central, no hay propiedad estatal, etc. Eso deja, claro, a China. Que, dado el modo en que está organizada su producción, es un país capitalista: en términos de inversiones fijas, más de la mitad está hecha por entidades privadas; más del 80% del valor agregado lo producen empresas privadas; exactamente el 92%, del empleo se halla fuera del sector estatal. Eso significa que prácticamente el mundo entero es capitalista, porque no hay dudas de que los países africanos o los países latinoamericanos lo son.

—¿Por qué cree que el comunismo, en lugar de haber fracasado, simplemente cumplió un papel y dejó de tener razón de ser?

—Mi argumento sobre el papel histórico del comunismo se aplica a las sociedades colonizadas: la izquierda y los partidos comunistas cumplieron el rol de transformarlas. De dos maneras: una, luchar por la independencia nacional y liberarse de los poderes imperiales; dos, cambiar internamente las relaciones de producción. Todo según la ideología comunista, claramente en China y Vietnam. Pero hoy sabemos que, al final, lo que hicieron fue crear capitalismo autóctono en los dos países. Por eso el papel de los partidos comunistas en los países colonizados fue muy similar al papel de la burguesía en los países no colonizados de Europa.

Por qué Karl Marx admiraba a Abraham Lincoln

Milanović recordó que uno de los lamentos nostálgicos de la izquierda es que las revoluciones socialistas sucedieron en países atrasados, precisamente, como Rusia, y no en aquellos industrializados. “El argumento es que, si hubieran triunfado —como esperaba [Karl] Marx— en Inglaterra o Alemania, habríamos tenido un socialismo mejor, más eficiente y acaso más democrático”, evocó. Y refutó:
—El comunismo fue particularmente ineficiente en los países más desarrollados, como Alemania del Este (que desde luego no estaba muy atrás de la Alemania Occidental en 1945, pero sí se fue quedando mucho más atrás hacia 1989) o Checoslovaquia, que era uno de los centros de la industria europea. Y fue mucho menos ineficiente en los países más pobres, como Bulgaria, Yugoslavia o Rumania. Lo mismo podemos decir de China, Vietnam, etc. Así que la narrativa de que el comunismo se implementó en los países “equivocados” y que si se hubiera implementado en los “correctos” hubiera sido mucho mejor, en realidad no encaja muy bien.

—Además de ese fin de la misión de los socialismos, ¿tuvo el capitalismo virtudes propias que lo hicieran exitoso?

—Que el capitalismo sea hoy el único modo de producción indica, desde luego, que fue más eficiente. Fue más eficiente para organizar los recursos, o para usarlos efectivamente y aumentar el nivel de vida de la gente. No solo triunfó sobre el comunismo: no debemos olvidar que el capitalismo no era el único modo de producción en el siglo XIX y debió triunfar sobre otros, incluida la esclavitud y la servidumbre. Una de las razones por las cuales Marx estimaba y valoraba tanto a [Abraham] Lincoln fue precisamente porque Lincoln mostró que mediante la fuerza militar se puede destruir un sistema de producción inferior.

—¿Marx era admirador de Lincoln?


—Sí: esto no se menciona a menudo, pero era muy admirador de Lincoln. Lo veía en la lucha entre dos modos de producción. Con frecuencia Marx era —y tomo esta frase de él— un gran impulsor del capitalismo, porque el desarrollo del capitalismo era necesario para crear una clase obrera que luego derrocaría al capitalismo. A Marx le gustaba Lincoln porque impuso el capitalismo a un sistema que trató de defenderse, y usó la fuerza militar para destrozarlo. De manera similar, el leninismo utilizó este argumento: que el capitalismo era un modo de producción inferior así que el comunismo podía utilizar la fuerza legítimamente a fin de liberarse de él. Pero resultó que el comunismo no era un modo de producción eficiente, y perdió en la competencia con el capitalismo.

Capitalismo y democracia no son inseparables

En 1970 la producción mundial se concentraba en las potencias occidentales: un 56% contra el 19% de Asia, que incluía entonces al Japón del milagro de posguerra.

Hoy las cosas han cambiado tanto que Occidente es responsable del 37% de la producción mundial, mientras que el 43% sale de Asia.

Y eso tiene consecuencias mucho más allá del “Made in China” o “Made in Vietnam” de tantos bienes del mundo. “El nuevo equilibrio económico del mundo no es sólo geográfico: también es político”, escribió Milanović, hoy profesor de posgrado en City University of New York (CUNY) y también académico de la London School of Economics (LSE), el Institut Barcelona d’Estudis Internacionals (IBEI) y la Universidad de Groninga.
“El éxito económico de China socava la pretensión occidental de que existe un vínculo necesario entre el capitalismo y la democracia liberal. De hecho, esta afirmación está siendo socavada en el propio Occidente por los desafíos populistas y plutocráticos a la democracia liberal”, explicó en Capitalismo, nada más. Allí distingue dos formas de capitalismo: el “liberal meritocrático”, occidental, y el “político” o autoritario, o sea Beijing.

La ganancia, y no las garantías democráticas, es el idioma universal del sistema: se entiende en el Reino Unido con la misma claridad diáfana que en Birmania, en Rusia y en Estados Unidos, en Vietnam y en Alemania, en Ruanda y en Brasil, en China y en Etiopía. Con un poquito más o menos de libertad, el “dominio incontestable del modo de producción capitalista”, como escribió Milanović, suena como un eco del argentinismo “billetera mata galán”.

—¿Por qué en los países occidentales se tiende a creer que el capitalismo y la democracia van de la mano, si China lleva décadas de crecimiento sin ella?

—La perspectiva propagada por [Francis] Fukuyama —quien de hecho luego la cambió, creo— era el sentimiento dominante en la década de 1990. Fue una perspectiva que, como muchas en la historia, se volvió dominante porque en un momento determinado parecía muy razonable. Y el momento determinado de los noventa fue la victoria de los Estados Unidos y el capitalismo liberal sobre la Unión Soviética y el socialismo. Entonces parecía que el mundo había hallado un sistema político y económico definitivo: el capitalismo liberal. Y como muchas veces en la historia nos pareció que habíamos encontrado la solución a todos nuestros problemas.

—Pero no fue así.


—Han pasado 30 años y, si acaso, lo que vemos es que el capitalismo político de China es, en términos económicos, el sistema más exitoso (en este nivel de desarrollo que tiene China) que se ha inventado en la historia. Nunca hubo un país que tuviera crecimiento durante más de 40 años a una tasa del 8% e incorporara a 1.400 millones de personas. No existe una comparación siquiera similar.

¿Y si China quisiera exportar su modelo?

De la religión a la economía, las sociedades humanas han tendido a la bifurcación: la Iglesia católica y la ortodoxa, los islámicos sunitas y los chiítas; el comunismo y el capitalismo, y ahora que el capitalismo ha dominado por completo al mundo, también se presenta en dos formas. El liberal meritocrático, que se desarrolló a lo largo de dos siglos en Occidente, ha sido siempre evangelizador y en su prédica incluía, como en combo, producción privada y descentralizada más democracia.

“Cuando Inglaterra se convirtió en la potencia preeminente, lo hizo porque se volvió poderosa económicamente y luego militarmente y porque tenía algo que ‘vender’ a los demás”, resumió Milanović. “Otros países comenzaron a industrializarse: Francia, Bélgica, Holanda, luego Alemania y los Estados Unidos. Luego de la Primera Guerra Mundial Estados Unidos se convirtió en el país más poderoso del mundo, y también empezó a exportar su propia manera de hacer las cosas, que hoy conocemos como el Consenso de Washington, pero básicamente es la misma historia que se remonta a Woodrow Wilson”.

El combo del capitalismo político sería muy distinto: crecimiento a tasas chinas y ausencia de estado de derecho.

—No es una locura pensar que semejante sistema pudiera ser emulado en otro lugar, que la gente diga “A China le va tan bien, ¿qué puedo hacer para que me vaya así de bien?”. O que China también tratara de “venderlo” a otros países.

—¿Cómo podría suceder, dado que su libro menciona que acaso no sea muy exportable?


—Es una cuestión difícil. Creo que China tiene un problema de exportabilidad de su sistema por las dificultades que sufrió al desarrollarlo. No fue parte de un gran plan sino por lo que los franceses llaman tâte de la main, que es básicamente tantear. Fue experimentación. Muchas de las cosas que hoy se asocian al modelo de China se hicieron en pequeña escala: el famoso sistema de responsabilidad que condujo a la privatización de facto de la tierra comenzó en una aldea, y se extendió a una comuna, luego a un condado, y cuando tuvo éxito allí se decidió su implementación. Veamos el caso del precio dual, por el cual durante mucho tiempo los bienes esenciales (hierro, acero, cemento, etc.) tenían dos precios: el que ordenaba el estado y el precio del mercado. Eso funcionó para China, pero ¿realmente se puede incluir en un paquete para sugerir a Tanzania o Hungría?

En las antípodas de esa especificidad, el capitalismo meritocrático liberal tiene un sistema de talla única. “El Consenso de Washington, es mucho más fácil”, siguió Milanović. “Hay diez mandamientos. Por ejemplo, si un país como Venezuela cambia el gobierno, ¿qué podría hacer? Simplemente, seguir el Consenso de Washington: uno, privatizar; dos, desregular; tres, relajar el control de precios; cuatro, deshacerse de los sindicatos, etc. Es muy simple. China no tiene un modelo similarmente simple que vender”.

La homoplutia versus el sueño americano

Entre los expertos en desigualdad, Milanović se destaca: no solo por sus libros (La era de las desigualdades, Los que tienen y los que no tienen y Desigualdad mundial, entre los traducidos al castellano) sino también por su más de 40 trabajos para el Banco Mundial, donde fue economista principal del Departamento de Investigación. Mantiene un blog sobre el tema e ideó la curva del elefante para mostrar la evolución de la renta de las personas más pobres (cola cerca del suelo) y las más ricas (trompa alzada) del mundo entre 1988 y 2008, entre otros elementos que mide.


Su hallazgo más reciente —que describe en detalle en Capitalismo, nada más— es la homoplutia. Es un rasgo único del capitalismo meritocrático liberal, que nunca se dio en el capitalismo clásico: “La presencia de personas con altos ingresos laborales entre el percentil de ingresos más rico”, y sobre todo “la creciente proporción de la población que tiene tanto altos ingresos laborales como de capital”, escribió.

Por ejemplo, un abogado: trabaja y recibe pagas altas por su tarea, pero también gana dinero por las inversiones que sus ingresos le permitieron hacer.

—Como a todo nuevo fenómeno había que inventarle un neologismo griego —ironizó—. “Homo”, igual; “plutos”, riqueza. Esto significa que tenemos una proporción cada vez mayor de gente en la cima de la distribución del ingreso en los Estados Unidos, que son ricos tanto en términos de su ingreso por empleo (por ejemplo, salarios altos) y en términos del ingreso que reciben por capital, que es rentas, intereses, ganancia por acciones, etc. Este es un fenómeno nuevo: en el pasado las personas extremadamente ricas en términos de capital no trabajaban al mismo tiempo por un salario.

—¿Por qué cree que este grupo representa el peligro de una “clase alta que se autoperpetúe”, como escribió?

—Este grupo de homoplutia se casa entre ellos y trabaja muy duro —un gran porcentaje trabaja más de 70 horas por semana— por lo cual sienten que se merecen lo que tienen. Y les transmiten todas estas ventajas a sus hijos por medio del sistema educativo. Tenemos entonces una hermosa combinación: gente que es rica tanto por capital como por empleo, que se casan entre ellos y son lo suficientemente inteligentes como para impulsar a sus hijos a que entren en las mejores universidades que, a la vez, les darán la oportunidad de tener empleos de pagas altas. Para los demás, los que están fuera de ese grupo, resulta muy difícil que sus hijos lleguen allí.

—Su libro subraya el problema de la educación.


—Una de las formas principales de la transmisión de ventajas es el sistema privado de educación, y el costo de ese sistema es algo que interesa a los ricos. Porque básicamente limita la competencia contra sus hijos. Ellos pueden pagar USD 50.000 [de matrícula por año], ellos pueden pagar USD 100.000. Y eso puede reducir efectivamente la cantidad de gente que podría competir con sus hijos.

—Además, financian el sistema político mediante donaciones: ¿es siquiera posible regular su influencia?

—Es una cuestión muy difícil. En los hechos, básicamente, es una nueva clase muy difícil de desanidar. No estamos hablando de gente como Jeff Bezos sino de personas de ingresos altos que creen que merecen lo que tienen. Y no sólo invierten todo por medio de sus hijos sino que también pueden controlar el proceso político, porque son grandes donantes. En el libro hablo de cerrar el círculo, porque básicamente no han dejado nada al azar. ¿Cómo cambiar ese sistema? ¿Por qué irían contra sus propios intereses, sobre todo dado que piensan que merecen lo que tienen?

China: el río de la corrupción endémica

Casi como en un espejo, el capitalismo político también desarrolló un problema específico: la corrupción. Si en los años del socialismo y el deslizamiento hacia el capitalismo político se vio una mejora en la desigualdad global, al interior de los países la situación varía.

En su libro Milanović recordó fantásticos episodios de la corrupción en China, como el hallazgo de dinero físico, sobre todo euros y dólares, en la casa del vicepresidente de la Comisión Central Militar, Xu Caihou, en 2014: era tanto que para calcular su valor se decidió pesarlo, y superó una tonelada. Pero aun a ese arresto de 2014 lo superó otro, en 2016, de oficiales de la Administración general de Energía, y de las 16 máquinas para contar billetes que se llevaron a su escondite cuatro se quemaron en el cumplimiento de sus deberes.

—La corrupción endémica surge de la contradicción entre dos características del capitalismo político: debe tener una administración burocrática eficiente (es indispensable para el crecimiento económico) pero no existe el estado de derecho.


—¿Es decir que los funcionarios que tendrían que cumplir las reglas carecen de reglas que cumplir?

—Para que una burocracia que sea capaz y eficiente tiene que seguir las reglas, pero si así fuera no se contaría con la capacidad de torcer la ley, algo necesario cuando se cree que hace falta castigar a algún capitalista, como sucedió hace poco con Jack Ma, por ejemplo, o se quiere premiar a alguien. Por eso defino la corrupción del capitalismo político como endémica.

Capitalismo, nada más alude a la actual ofensiva anticorrupción de Xi Jinping con una imagen: el control de un río que se desborda. “Si se deja que la crecida siga, es muy difícil volverlo a los niveles normales”, explicó el economista a Infobae. “Entonces, cada veinte años hay que hacer una suerte de operación para evitar la crecida, que es la campaña anticorrupción, por la cual se encaja esta corrupción dentro del lecho del río. Y eso creo que es lo que está sucediendo en China. No significa que la corrupción dejará de existir, por eso es endémica, sino que estará limitada por un tiempo, y acaso en 20 años haya que volver a hacerlo”.

El porvenir es raro

Hacia el final de su libro Milanović analizó cuestiones claves del presente capitalista, como la creación de clases marginales (gente sin empleo estable, sin educación, sin posibilidades de mejorar la situación de sus hijos) que llevan a una política del resentimiento y el ascenso de los populismos, la inviabilidad de reducir las emisiones de carbono mediante el decrecimiento y la necesidad de una cantidad virtuosa de desigualdad para que una sociedad progrese.

Acaso el punto más polémico, aun para el mismo economista, sea su propuesta sobre las migraciones: una suerte de “ciudadanía light”, la posibilidad de emigrar de un país pobre y trabajar legalmente en un país rico por un tiempo limitado, sin posibilidad de quedarse definitivamente allí.


—De manera ideal, desde un punto de vista económico, hay que tener migraciones completamente libres: eso reduciría la desigualdad y la pobreza globales. Pero —en Europa, en particular— hay mucha resistencia por muchas razones: económicas, culturales, étnicas, religiosas. Mi temor fue que eventualmente íbamos a tener partidos xenófobos —y ya varios en Europa— que dirían “Bueno, no queremos a nadie más, ya no más”. He escuchado que “Holanda está llena”, como si fuera un hotel: se ocuparon todas las habitaciones y no cabe nadie más.

—¿En qué consiste su propuesta de un camino intermedio?

—A la gente se le permite ir a un país si hay empleo y mantenerse allí por una cantidad de años, cuatro o cinco, de manera completamente legal: con los mismos derechos, los mismos salarios, las mismas protecciones, pero sin la posibilidad de acceder a la ciudadanía y con la obligación de regresar a sus países. No digo que sea una idea feliz, no soy muy entusiasta. La veo como una negociación, una manera de evitar que el resultado final pueda ser que se suspenda del todo la inmigración y se pierda una gran herramienta contra la pobreza y la desigualdad en el mundo.

—Un tema que se ha sumado desde la salida de su libro es el impacto de la pandemia en la pobreza y la desigualdad. ¿Y en estas dos formas de capitalismo, el liberal meritocrático y el político?

—China es la única de las grandes economías que tuvo crecimiento positivo en 2020. Pero creo que sobre todo la pandemia exacerbó el conflicto entre los Estados Unidos y China. Si ese conflicto provino de razones geopolíticas, o no, hoy se ha desplazado al área de los valores: los del capitalismo liberal y los del capitalismo político. Y eso, en mi opinión, es extremadamente peligroso. Si no estamos de acuerdo en una cuestión técnica, siempre podremos hallar una solución: una parte cedería un poco, la otra también. Pero cuando se trata de valores, ¿cómo vamos a negociarlos? En el futuro, cuando miremos al año 2020, lo veremos como un punto de inflexión.

Fuente: Infobae

Últimas noticias
Te puede interesar
Lo más visto
google.com, pub-4701688879962596, DIRECT, f08c47fec0942fa0