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Con Argentina entre los tres países que peor manejaron la crisis del COVID-19: ¿queremos volver a la normalidad?

SALUD - CORONAVIRUS 16/05/2021 Jorge GRISPO
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La forma en que se está llevando adelante la pandemia nos ubica entre los tres peores países que manejaron la crisis. Solo nos superan Polonia y Brasil. Se trata del Ranking de resiliencia de Covid elaborado por Bloomberg. Quedará para la historia juzgar a quienes se sienten “elegidos”, por encima del resto de la sociedad y accedieron a la vacuna en forma cuestionable al mismo tiempo que presumen en público de su perversión, mientras nuestros parientes, familiares y amigos siguen engrosando las estadísticas de fallecidos.

Quienes gobiernan nuestros destinos son los encargados de fijar las políticas públicas y ejecutarlas en tiempo y forma. Ni los medios de comunicación, ni los periodistas, ni los jueces pueden hacerlo. Tampoco lo hace el ciudadano de a pie. Los vacunatorios VIP, la falta en cantidad suficiente de vacunas, la manera en que se lleva adelante el proceso de vacunación, son tan solo artistas de un plan que fracasó antes de empezar, propio de una nación perdida en la amoralidad de lo público.

Antes del 20 de marzo de 2020, nuestra normalidad era ir de crisis en crisis, en un tobogán que solo baja, hasta alcanzar niveles de pobreza que también nos ubican en otro ranking internacional, entre los 10 países con mayor miseria del mundo. Si nuestra normalidad anterior a la pandemia era ir de fracaso en fracaso, a la vez que las instituciones se iban degradando cada día un poco más, ¿realmente queremos volver a esa normalidad?

Todos sabemos, aunque no se diga, que lo que está por venir, es mucho peor que lo que ya pasó.

Mientras la agenda electoral se aproxima a paso firme, con una economía devastada por la pandemia estamos en modo “supervivencia”, en una nación donde la pobreza triplica el riesgo de contraer Covid, dada la precariedad del día a día de un sector mayoritario de la población que no cuenta con los servicios básicos y los elementos mínimos para el cuidado de su salud a consecuencia de los recurrentes desatinos de quienes han gobernado nuestra nación por largas décadas, ejerciendo el oficio del Tero: ponen los huevos en un sitio, pero gritan en otro.

Sin ir más lejos el viernes pasado un grupo de inadaptados no tuvo mejor ocurrencia que cortar las vías del Ferrocarril Roca. Si, un viernes al medio día a pocas horas de que todos los trabajadores vuelvan a sus hogares. Las autoridades debieron sin excusa alguna solucionar el tema antes de la hora pico del regreso. Pero no pasó, se aglomeró una enorme cantidad de gente en plena crisis pandémica. Hacer que la ley se cumpla no es reprimir, es vivir en forma civilizada, algo que los argentinos hemos perdido hace tiempo. El fiel cumplimiento de las normas debiera ser una prioridad de las autoridades, y no los controles de tránsito para “escarmentar” como sucedió semanas atrás demorando por largas horas a los ciudadanos que pretendían movilizarse por el corredor norte de la ciudad, típico tratamiento a ciudadanos descartables.


Desde la recuperación de la democracia, pasando por la crisis de 2001, no se registra en nuestro país una época donde la incertidumbre, el temor y la angustia por lo que nos deparará el futuro esté tan presente en la población. Es claro a esta altura que nadie se salva solo. Ni siquiera la tribu dirigente, que deberá renovar sus credenciales electorales durante el año en curso. La pandemia nos acostumbró a convivir con una montaña rusa de emociones, donde la incertidumbre se sostiene en el tiempo sin darnos respiro. Las certezas son hoy un bien escaso en una nación tan tóxica como impredecible, donde la única verdad es que por delante tenemos una crisis de magnitud. No sabemos cuándo, pero sí que sucederá tarde o temprano, a consecuencia de que no se gobierna para sanar la nación rota, sino para ganar la próxima elección.

Nuestro presente viene mal de fábrica, con fallas de origen, que se agrava con la mala praxis evidenciada por los famélicos resultados que han obtenido nuestros gobernantes, al situarnos en el Top 10 del ranking mundial de miseria. Todo esto que nos pasa es terreno fértil para que los oportunistas electorales hagan su juego, donde se trata al votante como “esencial” en los años impares, pero luego, de un día para el otro como “descartable” (lo sucedido con el corte del Roca es un ejemplo entre muchos otros).

El formato actual con el que se gobierna nuestra nación no resistirá el test del “tiempo”, donde se conjuga tanto la acumulación de errores garrafales en la gestión de lo público, con un Estado inflamado por gastar más que lo que recauda. La pésima gestión y administración del Estado, en muchos casos por impericia y en otros en beneficio propio, es el denominador común de una nación que ha fracasado. El populismo sin dinero es como un auto sin nafta, no funciona.

La convulsionada forma de vivir en Argentina es una demostración de nuestra decadencia como sociedad, donde estamos como estamos porque votamos como votamos. La dirigencia política, de la cual gran parte no han tenido a lo largo de su carrera otro trabajo que no sea “lo público”, son una parte importante de nuestra sociedad. Y precisamente ellos son quienes deberían dar el ejemplo de austeridad y prudencia. Bajar el tono de los relatos infames que nos intoxican a todos, y poner las prioridades sobre la mesa del diálogo en pos de un objetivo común: mejorar la vida de todas y todos los argentinos. Hoy, el solo pensarlo, parece una utopía.


El sector más pobre y carenciado de nuestra población entrega su voto, y con ello su libertad y destino, en la búsqueda de ayuda social que le de un plato de comida y agua para pasar el día. Pero, al mismo tiempo, ese sistema servil, es el que lo mantiene pobre y sin perspectiva de cambiar su propio destino. Un círculo vicioso y disruptivo muy difícil de romper, ya que en esa parte de la población, donde las prioridades son la propia supervivencia, resulta imposible pensar libremente, porque precisamente la pobreza los termina esclavizando del poder político de turno.

No solo se debe cuidar la vida de la población, sino que se debe dar una vida digna a la ciudadanía en su totalidad. La sumisión de los sectores carenciados termina siendo el combustible de una nación atrapada por las llamas de la decadencia. El votante pase a ser “descartable”. Situación que explica el auge del populismo servil en los países pobres como el nuestro, y su fracaso en las naciones avanzadas, donde la democracia, el diálogo y el respeto por las instituciones son las bases sobre las que se cimientan su presente, su futuro, y por cierto su prosperidad.

Lamentablemente la pobreza extrema termina domesticando a ese sector de la población y haciéndolo rehén de sus propias necesidades bajo el látigo de quien lo gobierna. Es un “juego” perverso, donde nadie gana, todos perdemos. Que no se vacune en un hospital o en una farmacia, sino en la casa de un puntero del conurbano bonaerense, donde (de paso) se exhibe propaganda partidaria, es una demostración grosera de la domesticación ciudadana, de la misma manera que exhibir en la TV adultos mayores agradeciendo la vacuna bajo el sello de la presidencia de la nación. Esa forma de comunicar a las masas tiene un claro objetivo electoralista, que se paga con el dinero de los impuestos de todos y todas.

Nos hemos convertido en una sociedad donde el ejemplo, la austeridad y la honestidad, no paga electoralmente hablando. El voto popular no castiga a los corruptos, ni a los vacunados VIP, ni a los que le ofrecen empleo público a sus trabajadoras domésticas o a las legisladores que pretenden quedarse con parte de lo que cobran sus asesores. Se termina imponiendo la cultura del “no me importa”, del “todo vale”, por sobre las normas de una vida ordenada y con reglas de juego claras.

Una de las tantas consecuencias de esos desmanejos, además de estar en el Top 10 de los países con mayor miseria del mundo, es que no tenemos inversiones que empujen nuestra economía hacia adelante, solo contamos con unas pocas máquinas para imprimir billetes sin más valor que el futuro incierto de nuestra propia economía. A la par que toleramos como sociedad que un sindicato tenga como modus operandi “el bloqueo” para conseguir sus desproporcionadas peticiones. Maltratamos al que da trabajo. No se lo cuida. Todo lo anterior confluye en el concepto de votantes descartables. Nos usan cada dos años y luego pasamos a ser material de descarte hasta que nos vuelven a convocar para sostenerse en el poder. De allí la importancia de entender en su real dimensión que la pobreza en la argentina no es casualidad, ni producto de la mala suerte, es una consecuencia directa de la política impotente en la búsqueda de la prosperidad nacional, donde solo prevalece ganar la próxima elección.

La sumisión en el voto trata de evitar la angustia de la propia imposibilidad de subsistir, donde la asistencia del estado es todo a lo que se puede aspirar. Esa concepción es la que convierte al votante en descartable, en el mismo instante en que puso su voto en la urna, pero que al hacerlo favorece el mismo sistema que lo somete, en un círculo vicioso que lo hace cada año más y más pobre. Termina siendo el voto del miedo, del temor por la propia subsistencia. No se trata, de ninguna manera en estos casos, de un voto libre y pensado. Es la “aporofobia” a la criolla, donde no se trata del rechazo del pobre, sino de su falta de inclusión en un futuro mejor.

El modelo de pobreza subsidiada es un fracaso del Estado incapaz de generar las condiciones necesarias para que todas y todos los argentinos tengan un trabajo digno. Como sociedad tenemos el inmenso desafío democrático de superar el modelo “puerta giratoria” (da muchas vueltas pero nunca avanza), para dar un paso adelante y poner de una buena vez por todas, primera y arrancar hacia un destino mejor. Hoy es más esencial que nunca dejar de ser descartables para “no” volver a nuestra normalidad previa a la pandemia, donde a una crisis le sucedía otra más grande.

En una sociedad pobre, el aprovechamiento político de la catástrofe humanitaria que estamos viviendo donde se usa al votante para luego descartarlo a cambio de la dádiva estatal, es una muestra de que nuestro futuro inmediato está signado por el fracaso más rotundo. La ruta del fracaso que venimos siguiente termina en el abismo. Debemos usar el freno de manos, parar, barajar y dar de nuevo, así como estamos no se puede seguir más. Vivimos en una sociedad que nos intoxica cada día un poco más.

Nota del autor: A la memoria de Flavio Ivanovic (1965-2021), amigo, padre y esposo que pasó a engrosar la lista de muertos por Covid que no pudieron ser vacunados a tiempo. QEPD.

Fuente: Infobae

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