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Alcaldesa comunista de Santiago: “Chile tiene un modelo de abusos y debe poner la dignidad en el centro”

INTERNACIONALES 22/05/2021 Rocío MONTES
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La economista chilena Irací Hassler Jacob (Santiago de Chile, de 30 años), militante comunista, le arrebató el domingo pasado a la derecha el municipio de Santiago, el de mayor importancia política y simbolismo de Chile. Su victoria fue una de las grandes sorpresas de la jornada: es la primera vez que su partido liderará esta comuna, que por décadas fue un bastión conservador y moderado. Admiradora de la diputada estadounidense Alexandria Ocasio-Cortez, de la gestión de la alcaldesa de Barcelona, Ada Colau, y de la fallecida líder del comunismo chileno, Gladys Marín, no era un rostro conocido para buena parte de Chile. La alcaldesa electa pertenece a una generación joven de mujeres que ha irrumpido en la escena política chilena en las elecciones municipales, de constituyentes y de gobernadores regionales del fin de semana.


“Es tremendamente significativo en este momento histórico que la izquierda y la unidad social y política de los barrios hayamos logrado conquistar el municipio de Santiago”, analiza Hassler. Sobre la participación electoral, que apenas llegó al 43% a nivel nacional, asegura: “La gente tiene ganas de creer, pero la política, que no ha dado respuestas en muchos ámbitos, decepciona”.

Cuando asuma el 28 de junio próximo, su oficina en la lcaldía quedará a un costado de la plaza de Armas y a pocas cuadras del palacio de Gobierno, La Moneda, donde un compañero suyo de partido ―Daniel Jadue, reelecto alcalde del municipio de Recoleta― pretende llegar en marzo de 2022, cuando Sebastián Piñera deje el poder. El triunfo de Hassler y los resultados de la lista del Partido Comunista en la elección de convencionales, que superó a la centroizquierda, representan un empujón para la candidatura presidencial del candidato comunista, que se encuentra ahora en una situación expectante.


Hassler tiene ascendencia suiza por el padre (de derechas) y judío-francesa y brasileña por la madre (de centroizquierda). “Ambos son lejanos a la política”, cuenta ella, la menor de los tres hijos de la pareja. Su familia materna proviene de Piauí, en el nordeste de Brasil. “Harta mezcla”, dice, riendo de su origen diverso. Su nombre, de hecho, proviene de esas tierras: “Irací es un nombre indígena brasilero –tupí-guaraní– que significa reina de las abejas”, cuenta la alcaldesa electa, amable, risueña y de un tono de voz dulce que tampoco cambia cuando se pone seria con preguntas que parecen incomodarle, como cuando se le consulta por la opinión de regímenes como el de Venezuela, Cuba o Nicaragua.

Su abuelo paterno “fue un empresario importante que vivió la crisis de 1970-1973 y perdió sus activos” en el Gobierno de Salvador Allende, según contó esta semana el líder empresarial, Juan Sutil. Su padre y parte de su familia paterna son socios de Frutícola Olmué, según Sutil, que informó que la futura alcaldesa integra la sociedad en un 5%.

Hoy, el padre y el abuelo de Hassler son accionistas de Hortifrut, una compañía frutícola. Su madre, en tanto, se dedica al comercio de tejidos en el rubro de vestuario. Hassler, no tiene entre sus familiares a víctimas directas de la represión de la dictadura de Augusto Pinochet (1973-1990). “He leído sobre la época y conversado mucho con compañeros y compañeras de un partido especialmente marcado por la dictadura cívico-militar”, dice la economista, que utiliza lenguaje inclusivo.

Una infancia en democracia

La nueva alcaldesa nació en Santiago de Chile en noviembre de 1990. Es decir, ocho meses después de terminada la dictadura. Su niñez y adolescencia, por lo tanto, transcurrieron en los primeros gobiernos democráticos, que ella mira con distancia, como buena parte de su generación que se define de izquierda.

”Fue una transición muy lenta”, asegura. “Fue una transición en buena medida pactada, excluyente de sectores que posibilitaron terminar con la dictadura y, lo más importante, con muy poca transformación del modelo neoliberal a ultranza que mercantilizó todas las esferas de la vida”.

Hassler dice que su generación “no esperaba vivir de forma generalizada la violación a los derechos humanos, como lo hemos visto en Chile desde el 18 de octubre de 2019 [con las revueltas]”. “Tampoco vivir el toque de queda con militares en las calles, como lo vivimos desde el estallido social, donde detenían a personas solo por estar en la calle”. La economista habla de las personas con heridas oculares en el marco de las protestas sociales (343 personas, de acuerdo a cifras del Gobierno). Concluye: “Lo que ha sucedido en Chile habla de la transición que no pudo completarse. Hubo un nunca más que no fue arraigado ni institucional ni culturalmente”.

Hassler compara a Piñera con Pinochet, aunque el primero fue elegido democráticamente con el 54% y el segundo llegó al poder luego de un feroz golpe de Estado: “Hay similitudes importantes a propósito de las violaciones de los derechos humanos”.

Pregunta. Pero en dictadura lo que hubo fueron violaciones sistemáticas de los derechos humanos desde el Estado…

Respuesta. La violación a los derechos humanos en este Gobierno ha sido al menos generalizada y los organismos tienen una discusión jurídica respecto de lo sistemático. Pero lo que hemos visto es que, de manera reiterada, con impunidad, se han violado los derechos humanos en nuestro país desde el 18 de octubre de 2019.

P. Hoy en día en Chile rige el Estado de derecho y los tribunales funcionan…

R. Desde mi perspectiva, un Estado de derecho no es un Estado que viola de manera generalizada los derechos humanos.

De pequeña vivía en la zona de Peñalolén, en el oriente de Santiago, en la precordillera de Los Andes, y estudió siempre en el Colegio Suizo (privado), dada su ascendencia. Desde este lugar observó con interés las movilizaciones de los secundarios de los establecimientos públicos de 2006, la primera gran crisis del Gobierno de Michelle Bachelet, conocida como revolución de los pingüinos. En 2009 ingresó a la Universidad de Chile y, desde este lugar, se hizo dirigente en espacios amplios de izquierda. Fue el mismo año en que votó por primera vez en la presidencial, por Jorge Arrate, candidato de la izquierda extraparlamentaria. Hassler recuerda que el postulante tenía un eslogan: “Si es tu primera vez, hazlo por amor”. Y ella le dio el voto.

Luego fue parte del movimiento estudiantil de 2011, que puso contra las cuerdas al primer Gobierno de Sebastián Piñera. A fines de ese año, Hassler ingresó junto a otros estudiantes a las filas de las Juventudes Comunistas, donde militaban dos de las principales figuras mujeres de ese movimiento: las actuales diputadas Camila Vallejo y Karol Cariola: “Ambas han abierto espacios para las mujeres en participación política y han sido muy pioneras”, cuenta Hassler sobre sus compañeras.


P. ¿Por qué se sumó un partido doctrinario como el PC y no al Frente Amplio, que aglutinó a muchos de su generación?

R. Principalmente, a propósito del papel del PC en el movimiento social. Vi en las Juventudes Comunistas una posibilidad de incidencia en todos los planos y la capacidad de transformar la sociedad en su conjunto. Porque la mercantilización que se da en la educación, se observa también en la salud, en las pensiones y en muchos otros espacios. Chile tiene arraigada la injusticia y la desigualdad. Además, me interesaron los planteamientos del comunismo en la discusión económica-política. Comprendí lo que es la plusvalía y cómo los dueños del capital y de tierras se apropian del trabajo ajeno.

En la universidad, Hassler hizo su tesis con el economista Oscar Landerretche, militante socialista y expresidente del directorio de la cuprífera estatal Codelco (2014-2018). “Pero un referente dentro de la facultad fue Ricardo French-Davis, que, incluso siendo democristiano, ha tenido una apertura importante”, dice sobre el académico que se educó en Chicago y ha sido uno de los principales críticos de las reformas económicas impulsadas por la dictadura por sus mismos compañeros de universidad, los Chicago boys.

Fue en la universidad donde Hassler leyó El capital y desarrolló una mirada crítica “sobre la forma en que se enseña la economía”. Participó de cursos alternativos sobre los llamados economistas prohibidos y de talleres con expertos comunistas, como Manuel Riesco o Andrés Varela, ya fallecido. Actualmente, cuenta, le interesa Thomas Piketty y Mariana Mazzucato, aunque sobre todo lee sobre teorías feministas. Judith Butler, Virginie Despentes o Aleksándra Kolontái son algunas de las autoras que ha estudiado en el máster en Estudios de Género y Cultura que casi termina en la Universidad de Chile. En narrativa, se declara fan de la argentina Mariana Enríquez.

Desde 2016 ha sido concejal en el municipio de Santiago bajo la administración de Felipe Alessandri, el actual alcalde de derecha al que derrotó y critica por “avalar una política represiva y violenta”.

P. Y usted, ¿cómo controlará el orden público?

R. La alcaldía no tiene la labor del control del orden público, pero el actual alcalde confundió su papel respecto de la relación con la movilización social y con carabineros. La democratización que está cursando nuestro país representa una esperanza para terminar con estos problemas en nuestros barrios. Pero para terminarlo no con represión, porque no sirve.

P. ¿Devolvería a su lugar el monumento del general Baquedano, que tuvo que ser sacado del epicentro de las protestas?

R. Hay que preguntar a las personas, aunque mi opinión personal es que no.

¿Cómo se explica que Santiago, con un alcalde de derecha, se haya vuelto comunista en cuatro años? Hassler responde: “No es que Santiago se haya vuelto comunista, sino que tenemos una alcaldesa electa comunista”, dice la militante del PC, a la que en medio de la conversación le entregan papeles y le entran WhatsApp, en señal de que le espera un día con una agenda apretada. “La ciudadanía tiene una conciencia respecto del daño que ha hecho la derecha en nuestro país. Chile tiene un modelo de abusos y debe poner la dignidad en el centro”, dice Hassler, que gobernará Santiago arropada por un grupo de mujeres concejalas, en una muestra del poder del feminismo en los movimientos sociales en Chile.

Fuente: El País

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