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La estupidez “não tem fim” en el país donde el futuro mejor nunca termina de llegar

OPINIÓN 23/05/2021 Jorge GRISPO
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Antonio Carlos Jobim y Vinicius de Moraes escribieron esa mágica canción “A felicidade”, cuya estrofa más célebre es: “Tristeza não tem fim. Felicidade sim”. Compara la felicidad con una gota de rocío, una pluma flotando en el viento y los pobres escapando de su realidad en las fantasías del Carnaval.

El problema no son los nueve días de confinamiento que dispuso el titular del Poder Ejecutivo Nacional, sino entender por qué llegamos hasta este punto, qué no se hizo o qué se pudo hacer mejor. El confinamiento vigente resulta coherente con la situación de contagios actual, ya que los números reales son cuatro o cinco veces superiores si los comparamos con lo que indican las estadísticas mundiales. Dicho de otra manera, estamos por encima de los cien mil contagios diarios, pero reconocer eso es tanto como admitir el fracaso de la gestión pandémica. Es de suponer que ese dilema explica en parte la escueta cantidad de testeos que se realizan, a pesar de los “gritos” de los asesores sanitarios en su gran mayoría.


Peor aún es que en plena explosión de la pandemia, a 14 meses del primer día de confinamiento de nuestras vidas, lo que pareciera no tener fin es la estupidez que ha convertido a nuestra nación en una vertiginosa puerta giratoria que, no solo no avanza, sino que por la propia inercia, se terminan cavando su propia fosa. No deja de sorprenderme día a día, que, en pleno estallido de contagios, internados y fallecidos, la agenda prioritaria de la clase dirigente (cada vez con menos clase) no sea exclusivamente la salud, conseguir más y más vacunas a como dé lugar, y buscar los consensos necesarios para arreglar una nación rota, a punto de colapsar. Gobernar para ganar una elección no es una opción viable, es jugar a la ruleta rusa con un revólver cargado con tres balas.

Mientras las cifras de fallecidos se incrementan día a día, la dirigencia, en lugar de trabajar para resolver los problemas que acucian a la nación, discute la Justicia, los fallos de la Corte, el Ministerio Público Fiscal, se crean más impuestos, vuelven las acometidas contra el campo con el “cepo” a la carne -que por cierto es el sector con mayores posibilidades para generar los dólares que tanta falta nos hacen-, la inflación no para de hacer estragos, el dólar empieza a asomar la cabeza nuevamente, más un inagotable etcétera de problemas para resolver que se amontonan día tras día.

Al mismo tiempo se da media sanción a un proyecto de reforma a la ley del Impuesto a las Ganancias, donde una vez más se vuelve a cargar las tintas sobre la ya pesada carga fiscal que soporta el sector empresario y productivo sobre sus espaldas, con un dato tan preocupante como relevante: somos el segundo país del mundo con mayor presión fiscal a la producción, detrás de las Islas Comoras en África. Otro logro nacional y popular. Resulta inviable seguir construyendo un modelo de país que financia al Estado con más y más impuestos en lugar de generar las condiciones necesarias para que las empresas (de todo tamaño y tipo), que son las verdaderas dadoras de trabajo genuino, puedan invertir crecer y desarrollarse por estas tierras. No podemos sostener un modelo de país que cierre empresas, en lugar de ocuparse por abrirlas.

Dentro de la explosión pandémica y los errores que no se dicen un párrafo aparte merece el crecimiento del narcotráfico y las consecuencias, graves, casi irreparables, que está teniendo en varios sectores de nuestra población y que se ha convertido, lamentablemente, en un formato para que los pobres escapen de su realidad. De una realidad que nuestros gobernantes no sólo no han podido cambiar, sino que la han agravado por largas décadas. Los informes actuales sobre los niveles de pobreza no solo son escandalosos, son pornográficos. El incremento exponencial del narcotráfico es un flagelo que no puede ser dejado de lado y merece mucha más atención que los problemas judiciales que enfrenta la coalición gobernante. Vemos una vez más como el interés por lo propio somete al interés de los gobernados.

En este dramático presente que nos toca enfrentar, como el Titanic rumbo al iceberg, es una verdad sabida que la prioridad debe ser la vacunación de toda la población en una nación donde claramente el programa de inoculación ha fracasado (el confinamiento actual es una prueba evidente de ello), al mismo tiempo que se atiende la feroz pandemia económica donde más de dos mil argentinos son tragados por la pobreza diariamente. En ese contexto, ¿qué sentido tiene prohibir las exportaciones de carne? No hay una explicación racional -sin entrar en la discusión agrietada- que exprese la razonabilidad de este tipo de medidas que solo atentan contra nosotros mismo.

Uno de los pocos negocios que sigue próspero en la Argentina de las cinco pandemias (salud, economía, seguridad, instituciones y educación), es el de la política, donde no es un problema enfrentar mes a mes el pago de la luz, el gas, el colegio, la medicina prepega, las expensas y todo aquello de lo que goza la ya hoy diminuta clase media argentina, donde muchos fueron expulsados por la dura situación actual, y otros logran mantenerse gracias a las jubilaciones de privilegio, y los sueldos que el propio estado nunca dejo de pagarles puntualmente mes a mes. No de todos, pero sí una gran mayoría, se comportan como si las conductas éticas no fueran aplicables a la clase dirigente. Tan vergonzoso como inmoral.


En el país del mañana mejor que nunca llega, la inflación, que es una consecuencia directa de las decisiones que tomaron y siguen tomando nuestros dirigentes políticos, es una calamidad que no para de azotar, con particular crueldad, a los sectores más carenciados de la población. El poder decisorio es de los políticos, junto con sus consecuencias. En eso nada tienen que ver la prensa o los periodistas más críticos de la actual coalición gobernante.

Y, precisamente, esas decisiones de la clase dirigente son las que nos han colocado en el lugar donde estamos, entre el abismo y el filo de la espada, con una economía devastada, y la pandemia que no cesa de hacer estragos en nuestra aldea pobre del sur del mundo. Si luego de tener la cuarentena más extensa, con la economía absolutamente destrozada, con más y más pobres, tenemos que hacer, porque no queda otra opción para frenar los contagios, una nueva cuarentena, es claro que se gestionó mal la situación anterior al 22 de mayo de 2021.

No por nada estamos entre los tres países del mundo que peor manejaron la pandemia -para el que descrea de este dato no tiene más que chequear el ranking de Bloomberg y verificar, tanto la información, como la seriedad de su realización-. En este contexto de estupidez colectiva, la agenda de la política, que pasa por la reforma de la justicia, del Ministerio Público Fiscal, por una mayor carga impositiva, por la postergación del calendario electoral (cuando en una democracia honesta debería ser intocable) nos deja en el lugar que estamos hoy con mucho más millones de infectados que los que dan cuenta las estadísticas, y un cantidad lamentable de vidas que se perdieron en el camino desastroso que venimos recorriendo desde el 20 de marzo de 2020.

Siempre se puede estar peor, pero la situación actual no tiene parangón con ninguna que hayamos vivido en nuestra historia moderna. Por eso somos el país del mañana mejor que nunca termina de llegar, como si practicáramos la procrastinación social colectiva posponiendo “ad eternum” las reformas necesarias que nos aseguren un futuro mejor.

Nuestra dirigencia por largas décadas no quiso o no supo entender las leyes del mercado, donde la oferta y la demanda determinan los precios, y en esto la inflación es un factor o una consecuencia, dependiendo desde donde se analice, de las políticas de gobierno que pretenden controlar todo y terminan controlando la nada misma. En una conducta propia del burro con orejeras seguimos insistiendo por un camino que solo nos lleva a un lugar peor.
Utilizar las mismas recetas de los fracasos del pasado termina siendo una “estupidez que não tem fim”, a pesar de que ya se sabe de antemano que su resultado refuerza las bases del nuevo fracaso que se encuentra, hoy, a la vuelta de la esquina.

Hay una negación colectiva en el aprendizaje de nuestros errores, que atraviesa a toda la sociedad, tanto al que gobierna, como al gobernado que se convierte en un ciudadano esencial al momento de votar, para volver a ser un ciudadano descartable, el día después de los comicios. Somos una sociedad que olvida las conductas amorales, y la falta de cumplimiento de las promesas electorales, sin importar quién las hizo.

Estamos viviendo un momento histórico y a la vez crítico, donde todos terminamos siendo funcionales al negocio de la grieta infame de la política. La historia de lo que pasó, junto con el presente de lo que nos está pasando no son dos cosas distintas. Son la cara y el anverso de la misma moneda. Se debe analizar mirando pasado, presente y futuro. Tenemos pendiente como sociedad poder superar la grieta que tanto mal nos hace, para debatir ideas y llegar a puntos de consensos básicos que se sustenten en el pacto social de todas y todos los argentinos: la Constitución Nacional.

El futuro como nación, ya lo tenemos hipotecado, no solo por la deuda monetaria, sino por la deuda social que genera en nuestra nación un equilibrio muy inestable, ni siquiera atado con alambre. La paz social se encuentra en su límite máximo antes de la ebullición. Por eso, es necesario insistir en que se debe gobernar para sanar a una nación rota y no para ganar la próxima elección. Porque al hacer lo primero, se termina forzando a la sociedad al límite máximo de tolerancia -por caso el nuevo encierro obligatorio-. Hay un punto donde el contrato social se termina de romper, y es una obligación de la actual dirigencia no llevarnos a ese extremo. La diferente agenda del gobernante con la del gobernado, lo que le interesa a uno, no le importa al otro, es una muestra palpable de que la brújula del sentir social, se rompió. Es preciso que no se rompa la paciencia de la sociedad.

Una evidencia de que la “estupidez nao tem fim” fue el reto al aire, en una emisora de radio afín al gobierno, que el ex presidente de Uruguay Pepe Mujica le propinó a nuestro Presidente el jueves pasado. Más allá de la situación incómoda que le tocó vivir, demuestra el descrédito que tenemos como nación cara al mundo. Llama la atención el bajo nivel de autocrítica que tiene nuestra dirigencia respecto de sus propios yerros. La pandemia termina sirviendo de justificativo para ocultar la montaña de problemas que tiene nuestra nación pendientes por resolver. Es la alfombra bajo la cual se esconde la mugre.

Se atribuye a Winston Churchill la siguiente frase: “La principal diferencia entre los humanos y los animales es que los animales nunca permiten que los lidere el más estúpido de la manda”.

“Tristeza não tem fim. Felicidade sim”.

Fuente: Infobae

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