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La imprevista resurrección del “comunismo” en América Latina

ECONOMÍA 13/06/2021 Ernesto TENEMBAUM
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A lo largo de las últimas décadas, el genial escritor Mario Vargas Llosa acusó a la familia Fujimori de haber cometido terribles violaciones a los derechos humanos además de haber participado de graves hechos de corrupción. Sin embargo, durante el último mes, Vargas Llosa expresó su deseo de que Keiko Fujimori, la hija del dictador denunciado por él, llegara a la presidencia del Perú. ¿Qué es lo que explica que se uniera a personas tan espantosas? El miedo al comunismo que, según ellos, se instalaría en su país si triunfaba, como finalmente parece haberlo hecho, el sindicalista Pedro Castillo. “En el Perú tenemos dos amenazas terribles -explicó Fujimori al agradecerle el apoyo a Vargas Llosa-. Una es la pandemia. La otra es el comunismo”.

En esos días de campaña, Rafael López Aliaga, un empresario que milita en el Opus Dei, es el dueño del tren que lleva turistas a Machu Picchu y fue candidato presidencial en la primera vuelta, recorría el país en actos donde gritaba: “¡Muerte a Castillo! Muerte al comunismo”. “¡Muerte!”, respondían las muchedumbres que lo acompañaban. Distintos diarios y portales limeños calificaban de comunistas a Castillo. “Comunistas se roban 500 mil votos”, tituló el viernes el diario La Razón, por ejemplo.


Ese tipo de terminología parecía enterrada desde que, en 1989, cayó el muro de Berlín y terminó la Guerra Fría. Sin embargo, la palabra “comunista” ha reaparecido en el léxico político latinoamericano. En Perú, esto se debe a la reacción de la dirigencia tradicional ante la irrupción inesperada de un candidato de izquierda que ha dicho: “Esta es una competencia entre los ricos y los pobres, entre la opulencia y el mendigo lázaro, entre el patrón y el peón, entre el amo y el esclavo”.

En Chile, el fenómeno es más novedoso aún, porque en este caso, efectivamente, el Partido Comunista está en condiciones de ubicar a uno de sus dirigentes en la Moneda. En las últimas elecciones para constituyentes y alcaldes, la alianza cuya principal fuerza es el Partido Comunista fue la más votada. La joven comunista Iraci Hassler fue elegida alcaldesa de Santiago de Chile. El dirigente comunista Daniel Jadue aparece primero en las encuestas de candidatos a la presidencia.

A primera vista, sin embargo, los comunistas de hoy, o aquellos que son acusados de comunistas, no se parecen demasiado a los comunistas de otras épocas. Los comunistas chilenos se han cansado de explicar que no está en sus planes expropiar a nadie, ni siquiera estatizar empresas. “No habrá una ola estatizadora”, proclamó Jadue. Su programa parece más bien apoyarse en una ambiciosa reforma impositiva que permita distribuir mejor la riqueza de un país muy desigual: nada que no se haya explorado en distintas experiencias capitalistas, como la que hoy, por ejemplo, se ha puesto en marcha en los Estados Unidos.

Los planes del castillismo en Perú, son aún más moderados. Luego de muchas idas y vueltas, Castillo designó como vocero económico a Pedro Francke, un economista que trabajó en el Banco Mundial y que, al mismo tiempo, se define como “de izquierda”. Hay que escucharlo unos minutos para despejar cualquier fantasma. “Sería absurdo, inconveniente y tremendo expulsar a la inversión extranjera”. “Se respetará la autonomía del Banco Central, así como la propiedad privada, los ahorros y no habrá control cambiario ni de precios”. “¿Cuál sería el sentido de tener una política que suba los precios y espante las inversiones? Sería tonto”. “No está considerado en nuestro plan un impuesto a la riqueza”. Francke no es el único que opina sobre el asunto. Es evidente que en el entorno del casi presidente electo hay múltiples debates. Pero, al mismo tiempo, es difícil unir estas aseveraciones con la calificación de “comunista”.

En principio, lo que insinúa el equipo de Castillo es que sus primeras medidas económicas intentarán incrementar la participación del Estado en las ganancias derivadas de la actividad minera, en momentos en que el precio del cobre se duplicó, y conseguir de allí recursos para mejorar el ingreso de los sectores más humildes, construir carreteras y colocar al presupuesto educativo al nivel de otros países de la región.


Así las cosas, la reacción de Fujimori, Vargas Llosa y muchos otros dirigentes en América Latina parece un tanto exagerada. Sin embargo, hay algo que, de verdad, está ocurriendo. No es el regreso del comunismo sino un cambio fuerte de clima político en el continente. Si se pudiera trazar una raya que dividiera a los países según donde se vota más a la izquierda o más a la derecha, el primer conjunto aparecería muy nutrido. En la Argentina, el Frente de Todos de Alberto Fernández y Cristina Kirchner derrotó a Mauricio Macri. En Bolivia, el Movimiento al Socialismo arrasó en las elecciones. En Perú, el próximo presidente muy probablemente será Pedro Castillo. En Brasil, Luiz Inácio Lula da Silva encabeza cómodamente las encuestas para las elecciones del año que viene. En Colombia, las lidera Gustavo Petro, el ex alcalde de Bogotá que, hace ya muchos años, fue miembro de las FARC. Y en Chile, el comunista Daniel Jadué. Todo eso enmarcado por protestas sociales que conmovieron al continente: la última de ellas es la que se produjo en Colombia.

Ese proceso admite interpretaciones variadas. En un reportaje radial concedido esta semana, el ex presidente uruguayo José Pepe Mujica explicó que son todos fenómenos muy distintos, que no conviene simplificar el análisis, que la falta de equidad juega un rol central en todo esto. Pero relativizó el avance de las izquierdas. “Las sociedades que van mejorando, masifican una clase media humilde que queda estancada con este proceso y expresa su inconformismo. Tienden más a votar en contra de lo que hay que a votar con claridad a favor de lo que vota”.

En abril, Mauricio Macri estuvo en Miami, en una reunión de ex presidentes latinoamericanos, organizada por el Interamerican Institute of Democracy. Allí se escucharon otras cosas. Uno de los organizadores, el ex ministro de Defensa boliviano Carlos Sanchez Berzain, advirtió: “Estamos frente a un grupo dictatorial que no es política, que es delincuencia organizada transnacional, y que está liderado por Cuba, con todos sus aliados extracontinentales, China, Irán, Rusia, con su plataforma principal que es Venezuela, con Nicaragua, con Bolivia, y con sus soportes en países que son todavía democracias, pero que tienen unos autoritarismos crecientes y esos son Argentina y México”. Los ex presidentes que lo escuchaban fueron los mismos que esta semana reclamaron que no se reconozca la victoria de Castillo hasta que la Justicia revise las impugnaciones presentadas por Fujimori.

En el medio de todos estos procesos, y de las discusiones y análisis que generan, hay historias muy interesantes. Mariela Campos es una columnista destacada de El Comercio, el influyente diario de Lima que hizo campaña fuerte contra Castillo. El sábado publicó allí su última columna: “Entre la estela de escombros que dejó esta campaña, se encuentra buena parte de la reputación de los medios de comunicación. Desafortunadamente, los principales medios del país quebraron sus principios rectores e impulsaron una narrativa que promovía la polarización, sin preocuparse por la difusión de la verdad. En ese devenir de sesgo editorial, numerosos periodistas a quienes respeto y admiro, que no estaban dispuestos a aceptar esa distorsión de su labor, fueron separados de sus cargos (…) Es por ello que esta será mi última columna”.

El artículo se titulaba Presidente Castillo. “Castillo representa a un sector enorme de la población que ha sido históricamente relegado –escribió Campos--, que no tiene acceso a los círculos de poder de la capital y que no ha sido atendido de manera adecuada por el Estado. No es casualidad que su voto haya estado concentrado en los niveles socioeconómicos con menor poder adquisitivo, y en el centro y sur del país. La gran oportunidad de Pedro Castillo es ayudar a reconciliar, un poco al menos, a este país quebrado por las diferencias étnico raciales, económicas y de representación política. Aunque no voté por él, sinceramente espero que, de confirmarse su llegada al poder, tenga un gobierno exitoso, que tenga la lucidez para anteponer los intereses del país y sus ciudadanos al despliegue ciego de políticas ideologizadas sin sustento en la evidencia y que logre estar a la altura de los enormes retos que enfrenta el Perú”.

Cualquier parecido con la Argentina, es pura coincidencia.

Fuente: Infobae

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