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El nazismo en la Argentina: diputados pagos, cuadros de Hitler en escuelas y un acto en el Luna Park

NACIONALES 02/07/2021 Marcelo LARRAQUY
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El nazismo fue incorporándose a la vida política argentina en la década de 1930. El Grupo Argentino del Partido de los Trabajadores Nacional Socialista Alemán fue fundado en 1931. En su planta de adherentes había marinos mercantes, artesanos y empleados de ingresos modestos de la comunidad germana, que iniciaron sus reuniones en los barcos del puerto de Buenos Aires. Fueron bien recibidos por el poder estatal. El 25 de Mayo de 1931, la Legión Cívica les hizo un lugar en el desfile de la Revolución de Mayo y el pequeño grupo nazi marchó frente a (el presidente de facto, José Felix) Uriburu con las camisas pardas y la cruz gamada. Los nazis y la Legión también participaron en otro acto conjunto en marzo de 1933: atacaron a manifestantes de organizaciones judías que se habían reunido en el Luna Park para denunciar la liquidación del Parlamento y la oposición política en Alemania.

Para entonces, la experiencia socialdemócrata de la República de Weimar había terminado y Hitler estaba al frente de la Cancillería, designado por el presidente Paul von Hindenburg. Su irrupción en el poder fue festejada en Buenos Aires con un acto en el Teatro Colón. El representante diplomático alemán pronto fue reemplazado por sus antecedentes judíos. Los nazis locales ya estaban marcando su presencia en las calles porteñas: intentaron tomar por asalto el Colegio Pestalozzi, una de las pocas instituciones antifascistas de la comunidad alemana que criticaba a Hitler. Una obra que satirizaba al Fürher también fue sometida a las prácticas incendiarias de los nazis locales: quemaron las butacas del teatro Cómico.


En diciembre de 1933, la representación alemana en la Argentina fue confiada al barón Edmund von Thermann. Fue acompañado en el barco por el coronel (Juan Bautista) Molina, agregado en Berlín, y una de las amistades políticas locales mejor valoradas de la Alemania nazi. La Legión Cívica recibió a ambos en el puerto. En las primeras recepciones con su comunidad, von Thermann se presentaba con el uniforme de las SS, la formación paramilitar del Tercer Reich.

A la llegada del nuevo representante alemán -quien sería ascendido a rango de embajador tres años después-, las doctrinas de Hitler eran minoritarias en la comunidad germana. Alejados de la militancia nazi local, sus líderes empresarios las recibieron con indiferencia. Von Thermann se ocupó de propagar la cosmovisión del Tercer Reich entre las asociaciones alemanas y el empresariado.


El punto de apoyo del nacionalsocialismo fue la Asociación Alemana de Empleadores -transformada en el Frente Nacional del Trabajo en 1936-, que reunió afiliados de distintos gremios de empresas de capital germano. En el plano recreativo y cultural, los nazis se congregaban en actividades similares a las del Dopolavoro del fascismo italiano. Organizaban picnics en la playa de Quilmes, expediciones de boy scouts o colonias de vacaciones en el hotel Eden, en La Falda, Córdoba.

Pronto formaron la juventud hitleriana, con campamentos a orillas del río Paraná o en el Tigre.

En pocos años, el nacionalsocialismo se fue infiltrando en las instituciones deportivas y culturales de la comunidad. El club Teutonia de Tigre, el Club Alemán y el Club Hípico Alemán, entre otros, se convirtieron en bases de propagación del ideario nazi.

La Cámara de Comercio Alemana también fue subordinada a las directivas hitlerianas. La embajada promovió argentinos de influencia social y política que simpatizaran con la causa nazi para cederles un lugar en los directorios de las corporaciones alemanas. De este modo, el general Basilio Pertiné fue director de Siemens-Scheckert en forma simultánea a su gestión como intendente de la Capital Federal. (…)

Algunos años después de la llegada del barón von Thermann, el nazismo estaba más desarrollado en el país. En cumplimiento de la determinación del Tercer Reich de excluir a los judíos de la vida económica en Alemania, la embajada había instruido a las empresas germanas locales en la iniciación de una campaña de “desjudaización” de sus plantas de empleados. El proceso fue dificultoso porque los judíos estaban bien integrados en la comunidad empresaria alemana y, además, como el hecho de ser judío no era -per se- una causal de despido en la Argentina -como sí lo era para las leyes alemanas-, las empresas debían indemnizar a los empleados “extraños a la idiosincrasia alemana”.


Hacia 1938, la política de cesantías por motivaciones raciales se aplicó en industrias e instituciones germanas. Los médicos judíos del Hospital Aleman, por ejemplo, fueron despedidos. Pero la orden de “desjudaización” no pudo ser instrumentada en forma irrestricta: hubo casos de gerentes de origen judío que fueron recontratados tras una temporaria cesantía porque los consideraban imprescindibles.

También la embajada intentó que los capitales alemanes compraran la buena voluntad de los diarios argentinos con posiciones críticas a Hitler. Como estas operaciones fueron imposibles de concretar de manera efectiva, ordenaron retirar la publicidad de sus páginas. Esto complicó a muchas empresas que no pudieron promocionar sus productos en los diarios de mayor tirada y, con cierto desagrado, debieron publicar avisos en periódicos nacionalistas y antisemitas de circulación discreta, como Clarinada, Bandera Argentina o El Pampero o en el ultracatólico El Pueblo.

El peor obstáculo para la propaganda del ideario nazi fue el diario Argentinisches Tageblatt, de lectura masiva entre la comunidad alemana. Estaba en guerra con la embajada: fue crítico del nazismo desde el fallido golpe de Estado de Hitler en Munich en 1923. Allí no hubo negociación posible. Von Thermann caraterizó al Taglebatt como “judeo-comunista” -al servicio de Londres, de Washington y de Moscú-, y varias veces elevó su queja a la Cancillería argentina por artículos en que se calificaba a los dirigentes nazis de “mentirosos”, de “pornógrafos” o de “asesinos”.

La embajada alemana inició cinco procesos penales por “injurias” contra el Tageblatt -y uno contra el diario Crítica- que al cabo de unos años fueron desestimados por la Justicia argentina. Los nazis locales, que se consideraban ofendidos, intentaron reprenderlos y arrojaron bombas incendiarias a la redacción y atacaron a directores y periodistas en la calle. El Tageblatt fue prohibido en Alemania.
La infiltración nazi en las escuelas

Otra de las claves de la política expansiva del nazismo en la Argentina fue la educación. De 13.200 alumnos inscriptos en las escuelas alemanas -alrededor de doscientas-, tres de cada cuatro eran argentinos, el once por ciento era alemán y el resto, de otras nacionalidades. Sólo siete escuelas pudieron librarse de la cosmovisión del mundo hitleriano que exigía la sección “Alemanes en el extranjero”, que dependía del Ministerio de Relaciones Exteriores y regulaba las conductas de los nativos que vivían en el exterior.

Uno de los boletines de instrucción decía: “Todo alemán en el extranjero está obligado a adherirse a la organización nacionalsocialista; debe cumplir, con un espíritu de disciplina sin reservas, todas las órdenes que aquella le imparta; todo afiliado presentará a la organización por lo menos dos adherentes. Debe comprar productos exclusivamente alemanes, aconsejar su adquisición y boicotear las mercaderías judías. Debe enviar sus hijos a las escuelas alemanas”.

La Asociación Gremial de Maestros operó como vínculo entre el Führer y los lineamientos pedagógicos de la comunidad germana en el país. Algunos docentes fueron contratados en Alemania para dictar clases con una bibliografía, impresa en ese país, que rendía culto al Führer. En las escuelas, la transmisión de los valores cívicos argentinos se reemplazó por la lectura de Mi Lucha y la glorificación del racismo y el nacionalsocialismo, y el Himno Nacional era cantado por los escolares con el brazo en alto en lealtad a Hitler. Los judíos fueron excluidos del aula y quienes no simpatizaban con el nazismo eran objeto de maltratos.

La embajada continuó promoviendo la propaganda de la conquista nazi en Europa. En marzo de 1938 festejaron en el Club Alemán la anexión de Austria al Tercer Reich con un acto de 3500 personas. Para darle un matiz democrático, quisieron ratificar la anexión con un plebiscito interno en la comunidad que se desarrollaría en naves de bandera alemana ancladas en aguas internacionales, para no violar la soberanía argentina.


La iniciativa fue rechazada por el presidente (Roberto) Ortíz. Los nazis doblaron la apuesta: firmaron listas “simbólicas” en sus asociaciones a favor de la anexión y llenaron el Luna Park. La convocatoria fue repudiada por organizaciones estudiantiles y juventudes políticas que atacaron instituciones sociales y bancarias de ese país, incluyendo quemas de bandera. Hubo desórdenes: dos ancianos fueron muertos por los caballos de la policía.

Meses después, el 9 y 10 de noviembre de 1938, el Tercer Reich, en forma paraoficial, promovió la primera agresión física colectiva a los judíos: durante dos días provocaron incendios y saqueos a sinagogas, comercios y viviendas. Causaron cien muertos. Veintiseis mil personas fueron detenidas sin orden judicial.

La comunidad judía local -que representaba el dos por ciento de la población argentina- declaró una semana de duelo por “La Noche de los Cristales” y boicoteó a empresas y productos alemanes. Pero no hubo manifestaciones de repudio popular ni la Iglesia envió un mensaje solidario por el ataque nazi.

Después de “La Noche de los Cristales”, sólo pudieron irse de Alemania los judíos que fuesen asistidos por alguna institución en el exterior. La ley confiscó sus bienes. El gobierno argentino, que había endurecido las leyes de acceso al país después de la Guerra Civil Española, impidió la inmigración de judíos que no respondieran a la agricultura como perfil productivo. Los judíos que escapaban del nazismo ingresaron en forma clandestina como turistas de primer clase. Se calcula que de ese modo lograron arribar alrededor de treinta mil.

Posteriormente, un decreto oficial autorizó el ingreso de niños judíos huérfanos que tuviesen parientes en el país, pero la resolución fue obstaculizada en los consulados en el extranjero. Un contingente de un millar de niños judíos quedó varado en Londres por no cumplir con los reglamentos de visado.
El banquete nazi en el Jockey Club

El 1º de mayo de 1939, los alemanes en la Argentina celebraron el Día del Trabajo y, pese a la prohibición oficial, colocaron banderas con esvásticas en las empresas e instituciones germanas. Organizaciones estudiantiles y políticas las arrancaron. El gobierno, que se había disculpado con la embajada por los destrozos del año anterior, esta vez no lo hizo.

La infiltración ideológica de Hitler en el país, ahora dirigida en forma directa desde el Tercer Reich, intentó ser detenida en mayo de 1939. Ortíz prohibió las actividades nazis por decreto, luego de que el diputado socialista Enrique Dickmann denunciara en el Congreso la propaganda nacional-socialista. También las asociaciones fascistas fueron incluidas en el decreto. Seis escuelas alemanas en localidades rurales de La Pampa fueron cerradas y el Ministerio de Educación prometió desterrar las prácticas racistas en las escuelas germanas y reforzar los símbolos nacionales. Incluso trascendió que los directores de las escuelas, cuando eran visitados por inspectores escolares, colocaban en sus oficinas un retrato de Sarmiento que en el reverso tenía la imagen de Hitler.

La Iglesia argentina condenó la resolución del gobierno de Ortiz. La consideró discriminatoria. No se actuaba del mismo modo con las escuelas judías, donde se impartían doctrinas sectoriales “exóticas y destructivas” que amenazaban el ser nacional, se oponían a la concepción espiritual del catolicismo e incluso eran mucho mas peligrosas que las ideas nazis, como explicó (el sacerdote y director de la revista católica Criterio, Gustavo) Franceschi.

Lo mismo sucedía con otros estamentos de la sociedad. En el Congreso no había diputados nazis pero sí judíos (como Dickmann); en la administración pública no había nazis, pero sí había judíos (es más, se multiplicaban), y en el país había más “vasallos soviéticos” que extranjeros nazis. En conclusión, para el director de Criterio, si se restringía a los hitlerianos correspondía hacerlo también con judíos y comunistas.

Los nazis burlaron el decreto gubernamental. El nazismo siguió operando en la Unión Alemana de Gremios y otras federaciones benéficas y culturales que continuaban vinculadas a la embajada.


Dos años después, en septiembre de 1941, cuando se votó la formación de una comisión parlamentaria para investigar las “actividades antiargentinas” de los nazis, se reveló que miles de ellos pagaban cuotas mensuales para la organización partidaria y juraban valor y lealtad a Hitler. También se supo que la embajada promovía colectas para costear actividades de propaganda. La Justicia ordenó un proceso por “defraudación y estafas” a varios dirigentes de asociaciones alemanas por propagar “acciones antiargentinas”.

Los nazis locales tenían una estructura de inteligencia con equipos transmisores de radio. Un aparato que provenía del Brasil -supuestamente en tránsito hacia el Perú- fue incautado en el aeropuerto de Córdoba en una valija diplomática de la embajada, y el servicio de prensa exportaba impresos del nacional-socialismo hacia otros países sudamericanos.

Los Estados Unidos, que seguían con atención la penetración ideológica nazi, se molestaron con el Consejo Supremo del Nacionalismo Argentino -entidad dirigida por Juan Bautista Molina, por entonces general retirado, Matías Sánchez Sorondo y David Uriburu, además de legionarios y nazis locales-, por un agasajo que le brindara a Von Thermann en los salones del Jockey Club el 6 de noviembre de 1940, al séptimo aniversario de su llegada al país. En ese momento, la victoria de Hitler en la guerra no parecía lejana. Ya habían habilitado el campo de concentración de Auschwitz, en Polonia, para las masacres con gas; habían invadido los Países Bajos y Francia, y bombardeaban Londres. El banquete era la representación de ese clima de algarabía: Von Thermann había reunido a los generales Arturo Rawson, Francisco Reynolds, Pedro Ramírez, Juan Pistarini, Basilio Pertiné, Juan Jones y Juan Sanguinetti: además de (el gobernador Manuel) Fresco, (el radical antipersonalista) Leopoldo Melo y el pensador nacionalista Carlos Ibarguren, adscripto a la presidencia de una compañía germana, entre otros senadores, jueces y empresarios.

Seis meses después, la policía allanó un departamento donde estaban reunidos nazis locales y militares en actividad del Consejo Supremo, que había sido prohibido en el decreto gubernamental. Molina -dado de baja por Ortiz- presentó una nota de queja en la Casa Rosada. (…)

Pocos meses después, afectado por una afección renal y una ceguera progresiva, y en coincidencia con une escándalo por estafas en la compra de tierras para el Colegio Militar en El Palomar que involucró a militares y radicales, Ortiz debió relegar la Presidencia en julio de 1940; moriría dos años más tarde.

La asunción provisional de su vicepresidente, el conservador Ramón Castillo, fue condicionada por la posibilidad de un golpe de Estado nacionalista que presagiaba el retorno de la dupla Molina-Sánchez Sorondo, valorados como “amigos de confianza” por la embajada alemana. (…)

Frente a la guerra, Castillo se comprometió a mantener la posición neutral no beligerante de su antecesor. Sin embargo, su gobierno fue más flexible con los nazis locales. No creía que existiese un peligro real en la propagación de sus doctrinas. La comisión investigadora que el Congreso había constituido para vigilar las “actividades antiargentinas” de los nazis le recriminó que no autorizara el uso de la fuerza policial para sus actuaciones y lo acusó de ser ideológicamente permeable al Tercer Reich. Incluso la embajada alemana reportaba a Berlín que Castillo “era lo mejor que podía esperarse entre los políticos argentinos”.

Aunque seguían con atención la ofensiva económica y de propaganda en la Argentina, los nazis tampoco eran una obsesión para los servicios de inteligencia británicos. La preocupación central de la proyección hitleriana estaba en la Embajada de los Estados Unidos, que alentaba a la comisión parlamentaria y le proveía información. Temía que el país se convirtiera en una “cabecera de playa” nazi, que, en un proyección estratégica, comenzara a disputarle el continente, en reemplazo de la deteriorada hegemonía del poder británico.


El 7 de diciembre de 1941, el Japón bombardeó la base naval de Pearl Harbor, en Hawai; los Estados Unidos entraron en guerra y propusieron que los países de América Latina rompieran relaciones con el Eje. En la Conferencia de Río de Janeiro en enero de 1942, la cancillería argentina propuso que la ruptura fuese solo una recomendación que cada país pudiera efectivizar o no. La moción fue aprobada. A diferencia del resto de los países latinoamericanos, solo la Argentina y Chile se mantuvieron neutrales. (…)

La postura del gobierno —que irritaba a los Estados Unidos— era festejada por los militares nacionalistas, en quienes Castillo había decidido apoyarse para alcanzar estabilidad y enfrentar las apetencias del (ex presidente, general Agustín Pedro) Justo.

El embajador alemán von Thermann se fue del país el 20 febrero de 1942 y delegó en un encargado de negocios sus tareas en la Argentina. Tres años después, entre septiembre y noviembre de 1945, cuando Berlín había caído y von Thermann era prisionero de las fuerzas aliadas, fue interrogado por el Departamento de Estado de los Estados Unidos sobre su experiencia diplomática en la Argentina.

Von Thermann recordaría que la embajada le daba fondos al gobernador Manuel Fresco para proyectos que favorecían la causa alemana, aunque estaba algo decepcionado con él porque creía que “se había metido dinero en el bolsillo”; que Alberto Uriburu, director de La Fronda, “un oportunista que especulaba con el apellido de su tío”, estaba al servicio de la embajada; que tenía cuatro diputados a sueldo en el Congreso, cuyos nombres no recordaba, y que había comprado artículos favorables a la embajada en los diarios La Gaceta de Tucumán y La Capital de Rosario. Además haría descripciones del personal militar argentino que simpatizaba con el Eje, con los que se había vinculado. Algunos de ellos, a partir de junio de 1943, habían usurpado el poder con un golpe de Estado (…)

Marcelo Larraquy es periodista e historiador (UBA). Su último libro es “La Guerra Invisible. El último secreto de Malvinas” Editorial Sudamericana. www.marcelolarraquy.com

Fuente: Infobae

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