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Ineficacia y autoritarismo, la peor combinación

OPINIÓN 02/07/2021 Fernando González*
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El coronavirus no es la única tragedia de la Argentina. Claudio Kahn es el mejor amigo de Pablo Langesfeld, el padre de Nicole, una de los nueve argentinos desaparecidos bajo los escombros del edificio Champlain Towers en Miami. Desde esa madrugada, Claudio busca desesperadamente un pasaje para poder viajar y darle una mano a su compañero de la escuela secundaria y a su familia, necesitada en este momento tremendo. Habló con agentes de viaje, con gerentes de las líneas aéreas. Lo intentó todo. No pudo, no puede y le han dicho que no podrá hacerlo durante varias semanas. La restricción de vuelos al exterior dispuesta por el Gobierno ha postergado su viaje sin fecha concreta. Cuando el despotismo burocrático le permita salir del país, probablemente, seguramente, será tarde.

Es una historia más de argentinos perjudicados por una decisión tomada en la soledad del poder. Y, como en tantas otras situaciones que se van conociendo en estas horas, son determinaciones teñidas de prejuicios e ideologismo que se definen muy lejos de las necesidades de personas a las que no conocen. En las antípodas de esa distancia sin remedio, el presidente de EE.UU., Joe Biden, se acercó a Miami y saludó a los padres de Nicole en medio de su angustia inmensa.

“No es tan grave, se van a quedar unos días más de vacaciones”, fue en cambio la sorprendente reflexión de la directora de Migraciones, Florencia Carignano, sobre la suspensión de los vuelos al exterior para miles de sus compatriotas. Pocas combinaciones ensombrecen más a una gestión de gobierno que cuando se dan, al mismo tiempo y en magnitudes parecidas, cuotas de ineficacia y de autoritarismo.

La lista es tan extensa como estremecedora. Los millones de vacunas de AstraZeneca que iban a llegar en el último verano. Las segundas dosis de Sputnik, que se convirtieron en un misterio soviético. El acuerdo fallido con Pfizer, que puso al descubierto la negligencia oficial para sumar los medicamentos estadounidenses a los que iban a venir de Rusia, de China y del laboratorio de Oxford. La única verdad, diría Juan Domingo Perón, es que las muertes continúan y las vacunas no alcanzan.

Mientras la donación de vacunas estadounidenses beneficia a varios países de América Latina, el Frente de Todos rechaza un proyecto de la oposición para cambiarle una palabra a la ley y poder recibir o comprar las dosis de Pfizer, Moderna o Johnson & Johnson. Tan insólito resulta todo que ahora el Gobierno prepara un decreto que pueda reparar el propio daño auto infligido.

En un meticuloso artículo del periodista Pablo Sigal, Clarín señaló esta semana que hay más de cuatro millones de vacunas sin aplicarse en la Argentina. Y que esa cantidad de dosis congeladas en algún lugar del país se duplicó en el mes de junio. Un sacrilegio para una sociedad que va en camino acelerado a superar la cifra escalofriante de cien mil muertos.

Dos millones de esas vacunas, se sabe, esperan para ser utilizadas en la provincia de Buenos Aires. Pero el gobernador Axel Kicillof está demasiado ocupado en castigar a los bonaerenses que viajaron al exterior, y encerrarlos en un hotel para hacer una cuarentena, aunque estén libres de contagio. A la calamidad sanitaria y económica de la Argentina, hay que sumarle también la inversión de las prioridades para poder ocultar el hilo del fracaso.

En las últimas horas y advertidos del enorme costo político del desatino bonaerense, en la Casa Rosada buscaban el modo de transferirle la responsabilidad a la Ciudad. Un recurso que, de tantas veces repetido, empieza a parecerse a un extraño favor que en silencio agradece Horacio Rodríguez Larreta.

“Estamos ante la más profunda crisis moral, que es haber subestimado el valor del sufrimiento y de la muerte”, acaba de decir el agudo filósofo Santiago Kovadloff. Fue después de observar el atolondrado homenaje a los muertos del Covid que lideró el presidente Alberto Fernández. País acostumbrado a transitar la oscuridad de los abismos, la Argentina se dirige hacia las próximas elecciones como esos kamikazes que volaban hacia la destrucción convencidos siempre de su destino sin escapatoria.

* Para Clarín

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