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La furia que sucede al papelón

OPINIÓN 18/08/2021 Joaquín Morales Solá*
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Algo que no se ve está sucediendo cuando el Gobierno se convierte en un elenco de personas enfurecidas. Ayer fue Cristina Kirchner la que en un ardiente discurso en el conurbano volvió a ser ella. La que nunca se fue. Esto es: primero, ella. En un país con la mitad de la sociedad hundida en la pobreza y con un porcentaje importante de la clase media aspirando solo a irse del país, la vicepresidenta se enardeció hablando de las causas judiciales que le abrieron por delitos de corrupción durante sus dos gobiernos. Su único problema son sus problemas. El lunes fue Alberto Fernández el que se erizó de furia para pedir disculpas por la foto que mostró a él, a su pareja y a un grupo de invitados celebrando en la residencia de Olivos el cumpleaños de Fabiola Yáñez en julio de 2020, en plena cuarentena por la pandemia. Sin tapabocas y sin distanciamientos. Raro: en una presentación pública anterior, cuando se lamentó y no pidió disculpas, habló como un hombre sereno, que analizaba tranquilamente lo que había sucedido esa noche ingrata en la casa de los presidentes. Solo tenía que pararse ante un micrófono y pedir disculpas. Sin enojos, sin reproches y sin euforia. Nunca hizo eso.

¿En qué consiste lo que no se ve? Los dos, el Presidente y su vicepresidenta, saben que hay cosas que calan hondo en la sociedad. Es lo que sucedió con esa foto. No hay nada más irrefutable que una foto. Las palabras admiten un réplica. Una foto es la mejor prueba de que algo, bueno o malo, existió. Alberto Fernández había sido indultado por la sociedad por los muchos errores que cometió. No lo sometió al escrutinio por lo que decía de Cristina y por lo que dice ahora; no le reclamó por el vacunatorio vip ni por las negociaciones intencionadamente frustradas con el laboratorio Pfizer; tampoco lo condenó por haber dispuesto inútilmente la cuarentena más larga del mundo. La Argentina es ahora uno de los países con más contagiados y con más muertos por coronavirus en el mundo, a pesar del encierro interminable y de las restricciones insoportables. Sin embargo, esa misma sociedad dijo basta cuando vio la foto que mostraba a personas alegres y sonrientes en el peor momento de la cuarentena.

Lo que no ve es la furia contenida de Cristina Kirchner (y de gran parte del repertorio oficialista) con el propio Presidente. Ninguno le perdona que lo haya puesto en la necesidad de explicar lo inexplicable. Todos simularon ayer que rodeaban y protegían a Alberto Fernández. Las elecciones están demasiado cerca. La incineración política del Presidente podría significar quemaduras colectivas en el oficialismo. Todos los fuegos el fuego, según Cortázar. Pero Cristina no pudo con su genio. Algo deslizó en público. “Poné orden donde tengas que poner”, lo mandó. ¿Dónde está la crisis del desorden? ¿Quién apareció desordenado en los últimos días? El desorden está en Olivos y el desordenado es el propio Presidente. Esto es, digan lo que digan, lo que piensa y siente la vicepresidenta. La debilidad del Presidente quedó expuesta en esa orden explícita, dura y pública de quien es formalmente su subordinada política. Ya la debilidad había sido obscenamente exhibida por el ministro de Seguridad bonaerense, Sergio Berni, en una carta pública a Alberto Fernández escrita por él. No fue una declaración al paso ni la respuesta a una incisiva pregunta periodística. La escribió el propio Berni sin que nadie se lo pidiera. Nadie, claro está, que haya aparecido pidiéndoselo. “Si entregamos a nuestra compañera, es difícil que nos crean”, redactó en alusión a la primera declaración de Alberto Fernández. La carta de Berni tiene un párrafo más insolente aún: le pide al Presidente que “ponga fin a la práctica de justificar dialécticamente cualquier cosa con cualquier argumento”. Macri no lo hubiera dicho mejor. Berni es el jefe de la fuerza armada más importante del país. La policía bonaerense es la organización uniformada con más personal y más capacidad de tiro que tiene la Argentina. Es amigo de Cristina, no de Alberto. Correría un riesgo demasiado importante si esas palabras no las hubiera conversado, al menos, con la vicepresidenta. Nunca ningún funcionario se le insubordinó de esa manera a un Presidente. Los que escribieron cartas de esa calaña sabían que la renuncia era lo siguiente que debían escribir. Berni sigue en su puesto.

El Presidente conoce el vasto alcance del malestar de los oficialistas. Se lo dijeron amigos y no tan amigos. “Metiste la pata. De ahora en adelante, tenés que ser el mejor alumno”, le advirtió uno de sus ministros más cercanos. Consejo vano. Después, Alberto Fernández se enfureció con los críticos en lugar de aceptar que el error (¿el delito?) lo cometió él mismo. Trató de “hipócritas y miserables” a los que lo criticaron el fin de semana. Los periodistas estamos incluidos, pero no somos los únicos. Berni escribió el fin de semana. Muchos funcionarios hablaron en off the record con periodistas para contarles el efervescente clima interno. En su discurso desquiciado, el jefe del Ejecutivo dijo que le habían atribuido falsamente que culpara a su pareja de la fiesta en Olivos. Había dicho textualmente: “Fue una iniciativa (la fiesta en la residencia presidencial) de mi querida Fabiola”. ¿Qué es lo que se interpretó mal? ¿Dónde está el miserable que le atribuyó palabras que no había dicho? Berni tiene razón: no puede seguir justificando dialécticamente cualquier cosa con cualquier argumento.

Todos (Alberto, Cristina, Kicillof y Massa) se ocuparon de Macri más que del escándalo que sucedía al mismo tiempo que la marcha de las piedras, que tuvo un importante componente emocional. Las discordias del pasado importan más que las tragedias del presente. Macri debería agradecerles. Lo están convirtiendo en el referente de la oposición y en la otra cara de lo que ocurre ahora, cuando prevalece un estado de ánimo desencantado y desesperanzado de la sociedad. Están señalando a Macri como la opción de todo lo contrario. No es poco. Los funcionarios se refirieron sobre todo a la deuda que tomó Macri durante su gobierno. El expresidente acababa de denunciar públicamente que Cristina Kirchner y Alberto Fernández endeudaron al país más que él. Subrayó, para marcar la gravedad del endeudamiento de la expresidenta, que Cristina recibió de su marido muerto un Estado con un superávit del 4 por ciento y lo entregó con un déficit del 6. Las estadísticas oficiales señalan, según consignó LA NACION en su edición de ayer, que la administración de Alberto Fernández se endeudó en 20 meses en 40.000 millones de dólares. Unos 20.000 millones se los pidió al Banco Central y otros 20.000 millones son deuda que tomó el Tesoro Nacional. El crédito del Fondo Monetario que le reprochan a Macri fue de 45.000 millones de dólares. El kirchnerismo no habló hasta ahora de cómo piensa sacar al país de la profunda crisis económica y social que se abatió. El único discurso es, por lo que aparece, hablar mal de Macri.

Pedir un juicio político al Presidente, como lo hicieron varios diputados de Juntos por el Cambio, es un brindis al sol, como dicen los españoles. Es nada. Es un pedido testimonial, que quedará solo en el archivo de los diarios y en el del Congreso. ¿Por qué no reclamarle a la Justicia que lo sancione con las penas que están vigentes? Solo eso ya sería mucho más. Que la Justicia haga lo mismo que hizo con muchas personas que violaron las leyes de la cuarentena. Un juicio político necesita para progresar de los dos tercios de cada cámara del Congreso. Número imposible sin la adhesión del kirchnerismo. Después del Presidente está la vicepresidenta. ¿Quieren a Cristina en lugar de Alberto en la residencia de Olivos? Si no es ese el propósito, entonces el planteo es puramente simbólico.

El feminismo es una bandera del cristinismo que se usa cuando al cristinismo le conviene. Nadie salió a defender a Fabiola Yáñez (salvo Berni y Luís D’Elía) cuando al principio de todo el Presidente le endilgó la culpa de la fiesta en Olivos. Esa fue una decisión compartida por los dos. La foto muestra que la comida se hizo en el comedor principal de la residencia, no en el familiar ni en el de la casa de huéspedes. Ninguna primera dama ocuparía ese comedor sin consultar con su pareja si lo usaría o no para reuniones políticas. El mundo occidental está preocupado por la situación de las mujeres en Afganistán después del triunfo de los talibanes. En los años en que ellos gobernaron ese pobre país, las mujeres se convirtieron en seres fantasmas. La cancillería argentina emitió un comunicado pidiendo un “diálogo entre las partes” y el respeto a los derechos humanos. El diálogo con el fanatismo talibán es una ingenuidad. No dijo nada de las mujeres. La situación de las mujeres en Afganistán había progresado mucho con el gobierno que cayó. Participaban de la administración pública, integraban el Parlamento y no estaban condenadas a ocultarse en público. ¿Cómo será en adelante?

Peor: un asesor de Kicillof, Jorge Rachid, dijo que los ciudadanos que huyen del Afganistán de los talibanes son como los colaboracionistas del nazismo cuando las tropas de Hitler perdieron la guerra en Europa. ¿Estados Unidos es lo mismo que la Alemania de Hitler? Rachid es un médico que ya hizo otros papelones. Aseguró, por ejemplo, que Pfizer pedía los glaciares para vender aquí su vacuna contra el coronavirus. Rachid hizo las declaraciones sobre Afganistán en la televisión pública. Hay confusiones intelectuales y conceptuales tan graves como la fiesta de Olivos. Los talibanes son fuerzas de liberación, según Rachid. No hizo ninguna alusión a las mujeres. Como dice el periodista Jorge Fernández Díaz, el feminismo y el nacionalismo son incompatibles, porque el feminismo es hijo del liberalismo político. Puede agregarse que la democracia es igualmente hija del liberalismo. El populismo es su enemigo. También esto es parte de lo que no ve.

* Para La Nación

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