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El Partido Comunista busca capitalizar en las urnas el descontento popular en Rusia

INTERNACIONALES 19/09/2021 María R. SAHUQUILLO
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Un vistoso neón rojo con el símbolo de la hoz y el martillo sobre una pulida pared de ladrillo visto domina la sala de juntas de la sede del Partido Comunista de Kursk. El símbolo, colocado sobre el eslogan “la mente, el honor y la conciencia del siglo XXI”, que evoca una cita de Vladímir Lenin, destaca como un decorado en las intervenciones por videoconferencia y en los cada vez más habituales videodiscursos de los camaradas del partido de la ciudad agrícola del centro-sur de Rusia, punto clave en la batalla del Ejército rojo contra los nazis en la Segunda Guerra Mundial. En otra pared, un cuadro representa a Lenin escuchando a Félix Dzerzhinski, fundador de los órganos de seguridad y represión política bolcheviques. Lo moderno y lo histórico. Un poco como la campaña electoral del Partido Comunista (PCR) para estas elecciones parlamentarias, marcadas por la represión política y la apatía, en las que la veterana formación espera arrebatarle unos cuantos escaños nacionales y regionales a Rusia Unida, el partido al que el presidente Vladimir Putin, pese a que no es miembro, da un sólido apoyo.


Heredero de la organización que dominó la vida soviética, el Partido Comunista es la segunda formación política de Rusia y la primera de la oposición parlamentaria, la que se conoce como oposición dentro del sistema. Defiende las causas regionales y locales y hacen campaña contra el partido gobernante, pero en los temas sustanciales no desafía al Kremlin, que además los utiliza, señalan los analistas, para absorber el voto de protesta a la vez que da una pátina de legitimidad al régimen híbrido de ‘democracia controlada’ que impera en una Rusia con un sistema de poder cada vez más autoritario.

Nikolai Ivanov, histórico diputado comunista en la Duma estatal (cámara baja del parlamento ruso) y jefe del partido en Kursk, ni siquiera pestañea cuando se le menciona esa crítica. “Nuestro partido se guía por las premisas del sentido común, no perjudicar los intereses del trabajador y por servir al desarrollo y progreso del Estado”, apunta en su despacho, decorado con una gran bandera roja y un busto blanco de Lenin sobre la mesa. “Somos una oposición razonable y apoyaremos lo que sea bueno para las personas” dice Ivanov, que en estos comicios a la Duma se presenta por esta ciudad de 460.000 habitantes. “Entendemos que es necesario cambiar la política, pero pacíficamente”, remarca el político. Como el histórico líder del partido desde hace 28 años, Guennadi Ziuganov, que en ocasiones se percibe como demasiado cercano al Kremlin, Ivanov define al opositor Alexéi Navalni, como un “traidor”.

Con traje y corbata y arreglado como un pincel, Ivanov, de 64 años, que ha sido diputado en la Duma en tres legislaturas y se define como “revolucionario profesional”, representa el engranaje histórico y más tradicional del Partido Comunista, una formación, remarca, “que se basa en los pilares claros de las enseñanzas de Karl Marx en ‘El capital”, y que es mucho más conservadora en temas sociales de vanguardia que algunos de sus ‘primos’ europeos.


Pero el PCR, que tradicionalmente se había visto como un partido de jubilados y nostálgicos de la Unión Soviética e incluso de estalinismo, y también como una formación dócil y desdentada frente a Kremlin (e incluso como parte de su estáblishment, pese a que votó, por ejemplo, contra reforma constitucional el año pasado que permite a Putin ampliar sus mandatos y perpetuarse en el poder hasta 2036), ha endurecido el tono en los últimos tiempos y se ha reformado. Ha impulsado sus programas para jóvenes y las organizaciones de pioneros, como el Komsomol. Y también se afana por captar el voto de las personas de menos de 50 años, hastiadas con el sistema actual y la crisis económica. Y a la vez que el liderazgo del partido sabe que se arriesga si incumple las reglas del juego del Kremlin, despuntan en la base de la formación políticos con ansias de una oposición más “real” y “de confrontación” con las autoridades, sostiene la analista Tatiana Stanovaya, de la consultora R. Politik.

Políticos de nueva generación y un nuevo tono, como el político youtuber de Saratov, Nikolái Bondarenko, que participó en las protestas por la detención de Navalni, a principios de año; o como Mijaíl Lobanov, un profesor universitario de 37 años, que se postula en estos comicios en Moscú por el PCR, aunque no es militante y que critica abiertamente a la cúpula del partido que, dice, debería ser “más radical y decisivo, y no ceder a la presión del Kremlin”.

Con Rusia Unida en mínimos históricos de intención de voto (29%, según la encuestadora estatal VTsIOM) para estos comicios, y el descontento social por la caída del nivel de vida y por la pandemia, las encuestas dan una importante subida a los comunistas: un 20%, cuando en los últimos años su porcentaje de votos en las legislativas rondaba el 13%. Sin embargo, hay pocas posibilidades de que Rusia Unida pierda su mayoría (ahora tiene 334 de los 450 escaños).

Los buenos datos en los sondeos de los comunistas, analiza Abbas Galliamov, comentarista político y antiguo escritor de discursos para el Kremlin, están asociados con el crecimiento general de sentimientos de protesta y con el hecho de que no hay otra opción ahora que las autoridades han borrado del mapa a las principales figuras de la oposición no parlamentaria, la de fuera del sistema. “El partido está demostrando cada vez más oposición, eso atrae votantes, y cuanto más apoyo reciba, más oposición se volverá”, opina el analista.

El PCR reúne, además, el mayor número de nombres de la lista de ‘voto inteligente’ de Navalni, prohibida por las autoridades —que han designado a las organizaciones del opositor como “extremistas”— y bloqueada ahora por los gigantes de Internet; una aplicación digital que recomienda al candidato opositor con más posibilidades contra Rusia Unida.

En la lista, Alexey Bobovnikov, candidato por el PCR a la Duma por Kursk en uno de sus distritos. El político, de 50 años, que estuvo en el ejército y fue constructor antes de dedicarse a la política - y que tiene un tono de voz que envidiaría cualquier actor de teatro-, también critica con dureza a Navalni, pero no le hace ascos a la recomendación “siempre dentro de la ley”, remarca. “El partido gobernante ha tenido dos décadas para hacer cambios y solo ha dejado el aumento de la edad de jubilación, crecimiento de impuestos y aranceles, el incremento desenfrenado de os precios y la venta de propiedad estatal y municipal. Somos nosotros, realmente, quienes ofrecemos a Rusia un sistema diferente y espero que incluso aquellas personas ideológicamente contrarias, como los simpatizantes de Navalni, nos sigan”, dice.

Sin embargo, el endurecimiento del tono del Partido Comunista y la pérdida de fuelle de Rusia Unida ha desatado una oleada de maniobras de presión administrativa por parte de las autoridades. Como la que ha derivado en el veto de una de sus principales figuras, Pável Grudinin, empresario agrícola y candidato por los comunistas a las presidenciales de 2018 y a quien se le ha impedido concurrir alegando que posee propiedades en el extranjero, se lamenta Svetlana Kanúnnikova, también candidata por Kursk y actual concejala en la ciudad. Licenciada en Relaciones Públicas de 35 años, la política de cabello rubio corto, critica la falta de responsabilidad y acciones de la formación del Gobierno. “Es un partido que solo tiene palabras”, dice Kanunnikova.


El PCR ha criticado duramente la decisión de vetar a Grudinin y la transparencia de las elecciones, que concluyen este domingo después de tres días de votación, sin transmisión de vídeo en directo, critica el veterano Nikolai Ivanov; tampoco habrá observadores internacionales de la OSCE. El partido ha asegurado este sábado, segundo día de votación, que ha detectado numerosas irregularidades y ha anunciado protestas después de los comicios. “Si las elecciones fueran justas y limpias hace tiempo que habríamos superado a Rusia Unida”, reclama el político de Kursk.

Con un descontento social cada vez más tangible pese al inmovilismo, las últimas medidas del Gobierno para atraer el voto incluyen una paga extra de unos 170 euros para jubilados y trabajadores del sector público y familias con niños en edad escolar. “Dádivas estatales”, las define el comunista Ivanov. “Hay gente que odia al partido gobernante, pero tiene miedo. Sobre todo quienes cobran del Estado: maestros, médicos, funcionarios, jubilados; personas a las que se entregó esa ‘paga’. Siervos que están dispuestos a vender su patria por un trozo de pan y que conforman el sostén del régimen actual aunque en el fondo están descontentos”, añade.

No obstante, con el panorama actual, el principal desafío de los partidos en Rusia es contrarrestar la creciente apatía de los votantes que, además, puede terminar por beneficiar al partido del Gobierno. Personas desencantadas, cansadas o simplemente que ya no creen que puedan cambiar las cosas. Como la maestra Anna Volkonskaya. Mientras supervisa cómo sus dos hijos juegan en el parquecito de un centro comercial de Kursk, remarca que no le interesa la política. La ciudad está limpia y arreglada, señala la mujer, de 42 años, que dice que “como todos” quiere que las cosas “mejoren” pero que “a grandes rasgos” no tiene queja. No planea acudir a votar. En los anteriores comicios lo hizo por Rusia Unida.


Cuando la ciudad de Kursk apenas despierta y se pone en marcha, Gleb Smirnov termina su turno de vigilante privado muy cerca de la Plaza Roja de la cuidad. Casi todos los días toma un bocado rápido en el McDonalds del centro, que bulle de gente a primera hora de la mañana. El corpulento joven de 25 años se siente “desmoralizado” por la situación actual de Rusia, por el aumento del precio de los alimentos básicos un 6,7 de media el año pasado inflación y la caída de un 11% de los ingresos reales desde 2013. No es su “estilo”, apunta el vigilante, pero dará su voto al Partido Comunista. “Realmente tampoco tenemos mucha más opción y las cosas tienen que cambiar”, dice. “Los precios están disparados y los trabajadores nos las vemos crudas mientras que los funcionarios corruptos y los oligarcas se llenan los bolsillos”, abunda Smirnov. Acaba de casarse y antes de la pandemia había planeado abrir, junto a su hoy esposa, una tienda de productos ecológicos. “Ahora todas esas ideas son cenizas, las personas normales, sin padrinos importantes, solo nos podemos permitir soñar”, se lamenta.

Fuente: El País

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