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El mensaje del Burro

OPINIÓN 11/12/2021 Gonzalo Tanoira*
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“Me voy de San Miguel”, me dijo un día sin rodeos, “quería que fueras el primero en saberlo”, remató. Con estas palabras en el año 2002 dejaba la actividad privada para dedicarse a la política Esteban Bullrich, el Burro para sus amigos del colegio. Por aquel entonces él era director comercial de la división de fruta fresca de la mayor exportadora de cítricos del hemisferio sur, una compañía de la cual yo era miembro del directorio. “Vos estás loco, Burro”, fue lo primero que atiné a decir cuando escuché sus planes de largarse al ruedo político sin un puesto fijo, de hacer campaña sin una estructura de financiamiento armada para el partido en el que pensaba militar, el Recrear de Ricardo López Murphy.

Muchas veces, viendo a lo largo de su carrera los sinsabores que tuvo que afrontar, como las huelgas de los sectores docentes siendo el ministro de Educación, o las zancadillas de rivales o supuestos aliados en las campañas, me arrepentí de no haberle insistido más en aquel almuerzo en el Microcentro para que recapacitara, que pensara en su familia. “Sabés qué pasa Talo –me dijo ese día–, si a este país no lo reconstruimos desde adentro, no va a salir nunca a flote. Estamos en medio de una terrible crisis, tenemos que meternos dentro del sistema político para poder tener un país viable. Nunca lo vamos a lograr desde afuera. Acabo de ser padre (Luz en ese entonces tenía 1 año) y le quiero dejar a ella un país mejor”. Para mi tranquilidad de conciencia, eran pocas las posibilidades de que pudiera haberle hecho cambiar de opinión, ya que al Burro cuando se le metía algo en la cabeza, como buen descendiente de vascos, nadie se lo podía sacar.

Lo conocí en segundo grado, cuando ambos entramos a un colegio de corta trayectoria en Belgrano R. Nos hicimos amigos de inmediato, descubriendo al poco tiempo que éramos primos muy lejanos. Quizás porque éramos los últimos de la fila, cuando a los alumnos se los ordenaba por estatura, pasamos muchas horas de charla durante toda la primaria y la secundaria. Siempre franco y directo, generoso con su tiempo y sus consejos, el Burro era de los más queridos de aquella clase del San Leonardo. Defendía siempre al más débil, representando a toda la clase ante lo que considerábamos circunstanciales injusticias de los profesores o directivos. Así se ganó por mano propia el cariño de todo el colegio. Cuando en 5to año se tenía que elegir el Head Boy (presidente de los alumnos), ganó al galope. No había posibilidad de que alguien le disputara el título a alguien que estaba en cada detalle de lo que necesitaban tanto alumnos como profesores.

Siempre exigente consigo mismo, se esforzaba por ser el mejor de la clase. No solo en las notas, también en los hechos. Poseedor de una inteligencia superior y un sentido común natos, siempre lograba distinguir lo posible de lo imposible, lo importante de lo accesorio. Su cabezadurismo lo llevaba a entregarse horas a un problema hasta que lograba dominarlo. Al terminar su carrera de analista de sistemas, ingresó en Kellog, una de las mejores universidades de EE.UU., para hacer un Master en Administración. Quizás haber estudiado allí sembró el germen de lo que fue su convencimiento de lo que la educación puede hacer por el futuro de las personas y de los países. En su trayectoria pública no dejó dudas del interés que tenía en construir los cimientos del país, dedicándose por completo a mejorar la educación, primero en la Ciudad de Buenos Aires y después a nivel país, como ministro del entonces presidente Macri.

Enfrentó muchas batallas, en su vida pública y también en su vida privada. Batalló contra viento y marea cuando a su hija Luz le detectaron un cáncer, o cuando tuvo que soportar luchas contra sindicatos de maestros haciendo paros irresponsables. Siempre lo hizo con una entereza de espíritu y una fe en Dios admirables.

Esa misma fe que no tuvo miedo de manifestar cada vez que tuvo que votar en el Congreso de la Nación. En momentos en que resulta más cómodo dejarse guiar por el relativismo, por el todo da igual, mantener públicamente los valores cristianos y practicar el mensaje de Jesús es difícil. Fue uno de los fundadores del Movimiento de Dirigentes Cristianos, como una manera de acercar a otros referentes políticos a Jesús. Él y toda su familia son servidores hoy de la Inmaculada Madre del Sacratisimo Corazón Eucarístico de Jesús, en Salta.

Después de veinte años de batallar, esta semana colgó los botines de la política para enfrentar su batalla más difícil, contra la ELA. Si bien no llegó a ser presidente, lo que yo creo fue su anhelo nunca confesado, consciente o inconsciente, su paso por la política deja innumerables ejemplos de lo que un político debería ser: un servidor incansable, incorruptible y generoso, de las personas (los votantes) que lo llevaron a ese lugar.

¿Su misión está cumplida? Aún no; todavía puede dar mil batallas desde su lugar de ciudadano. ¿El país es hoy todo lo que Esteban esperaba dejarles a sus hijos? No. Pero sin dudas sembró una semilla en todos los argentinos acerca de lo que un político debe ser. Quizás con el tiempo el pueblo pueda elegir a alguien que se le parezca y termine la obra para dejarles a María Eugenia, su mujer, y Luz, Marga, Agustín, Lucas y Paz, sus hijos, el país que el Burro soñó para ellos.

* Para www.perfil.com

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