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Un pueblo inquieto y un juez obstinado: el supuesto rastro del "Ángel de la muerte" nazi por Santiago del Estero

JUDICIALES 16/12/2021 Milton DEL MORAL
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Habían pasado cuatro minutos de las ocho de la noche cuando el colectivo 203 se detuvo en la parada. Era el último interno que los agentes iban a esperar. Estaban distribuidos en dos autos negros, distanciados por algunos metros. Uno de ellos tenía el capot levantado. Simulaban un desperfecto técnico. No querían despertar sospechas. Llevaban casi media hora aguardándolo y estaban por abortar la misión. A las 19:40 se detuvo en la parada el primer colectivo, puntual. El objetivo nunca se había demorado en regresar a su casa hasta ese miércoles 11 de mayo de 1960. Pasaron otras dos unidades y el hombre que vigilaban no llegaba. El cuarto 203 frenó a las 20:04 en una esquina de la ruta 202, en la localidad de San Fernando, provincia de Buenos Aires. Él descendió por la puerta trasera, prendió la linterna y caminó por la calle Garibaldi en dirección a su hogar.

Peter Malkin, el agente del Mossad, lo había practicado cientos de veces. Corrió hacia él y desde atrás lo embistió. Lo redujo, lo inmovilizó. Resultó una caza fácil. Le costó creer que ese anciano decrépito, avejentado, que caminaba lento esquivando la oscuridad en la intemperie del tercer cordón del conurbano bonaerense y que ahora temblaba temeroso suplicando clemencia había sido un criminal de masas, el artífice de la “solución final”, el arquitecto del Holocausto. La presa: Ricardo Klement, la identidad argentina que encubrió a Adolf Eichmann, culpable de seis millones de muertes.

La captura del funcionario nazi por agentes israelíes fue tapa de diarios. Días después, en La Banda, una ciudad anexada a la capital de Santiago del Estero, anclada a 920 kilómetros de distancia de la calle donde Eichmann perdió el anonimato, un tal Rodolfo Walterio Ascher escapaba sin decir a dónde. Mientras Eichmann viajaba en condición ilegal y de manera clandestina a Israel, infiltrado en una delegación que habían arribado al país con la excusa de acompañar las celebraciones por los 150 años de la Revolución de Mayo, la comunidad de La Banda se preguntaba qué había sido de aquel alemán rengo, recio, autoritario, que no se dejaba fotografiar, que andaba con una fusta golpeando sus botas, que se ponía nervioso cuando pasaba el tren y que antes de desaparecer mató a sus perros, le regaló un escritorio a un vecino y una Luger -la pistola de los soldados alemanes en las dos grandes guerras del siglo XX- a un amigo.

A Jesús García Martínez le decían Chito en La Banda. Era un hombre curioso y afín a las inquietudes populares. Trabajaba en el correo y le gustaba la fotografía. Tenía veinte años y la voracidad de un reportero gráfico. Sacaba fotos de sucesos policiales y las enviaba al diario local El Liberal. Su vocación brotó del interés por saber qué había sido de esas historias que documentaba. A las fotos les adjuntaba una crónica. Se convirtió en periodista y se abocó a un subgénero de época: el nazismo en Argentina. Se obsesionó con un personaje misterioso: Ascher.

La gente le hablaba con asombro y pavor de ese recto ciudadano alemán que desapareció de La Banda el mismo primer mayo de la década del sesenta en que Adolf Eichmann fue capturado en Buenos Aires. Un buen vecino, instruido, socio de una cooperativa algodonera, aunque incierto, ajeno y reservado: oscuro. Martínez empezó a parir una duda: ¿podría ser Rodolfo Walterio Ascher la máscara de Josef Mengele, el criminal de guerra nazi más buscado del mundo, después de que Eichmann haya sido arrestado, juzgado y ejecutado en Israel?

No hay duda de algo: Mengele fue “el ángel de la muerte”. Nacido el 16 de marzo de 1911 -hace 110 años- en Gunzburg, Baviera, Alemania, la historia lo define como el más sanguinario criminal de guerra del nazismo. Elie Wiesel, primero escritor y después sobreviviente de Auschwitz, lo recuerda eligiendo humanos con una varilla: a la izquierda iban los útiles; a la derecha, los desechables. Mató niños en presencia de sus madres, inyectó el virus de la fiebre tifoidea a prisioneros, inoculó en humanos fenoles, cloroformo, insecticidas o nafta, infundió líquidos en los ojos de miles de niños para cambiarles el color y transformarlos en arios, estudió con sadismo la resistencia a los traumas y al dolor, castró y esterilizó a cientos de hombres y mujeres a expensas de sus experimentos, laceraba cuerpos y les insertaba vidrios, trapos sucios, tierra y excrementos para recrear las condiciones del frente de guerra, vació a mujeres jóvenes con extracciones de sangre diarias con supuestos fines científicos.

Fue médico y capitán SS. Se maravillaba cada vez que encontraba gemelos. Su estudio fue la eugenesia, el perfeccionamiento genético de la especie humana. Construyó las fábricas de la muerte del Tercer Reich. Desechó a los judíos y gitanos que no calificaban para motorizar la eficiencia productiva de la raza aria. En la industria del exterminio que concibió, usó a los hombres y mujeres como cobayos. El verdugo murió impune la tarde del 7 de febrero de 1979 en el mar de Bertioga, en las costas paulistas de Brasil. Un infarto cerebral lo asaltó mientras nadaba. Ni siquiera se ahogó. El final fue piadoso con él. Era la segunda muerte de Wolfgang Gerhard, un simpatizante nazi que le había regalado sus documentos antes de ser asesinado a golpes en Alemania; la primera de Mengele.

Josef Mengele se ganó el apodo del "ángel de la muerte" porque tenía el poder de decidir quien vivía y quien moría en Auswitchz y por sus horrendos experimentos con prisioneros

Ascher, por su parte, vivió en La Banda entre 1946, el año posterior al fin de la Segunda Guerra Mundial, y 1960, el año de la captura de Eichmann. El período alimenta las suspicacias. Su pasado oculto y su futuro impreciso acreditan las conjeturas. Cuando en 1985 la autopsia confirmó que el cuerpo de ese austríaco de 54 años de apellido Gerhard era en verdad los restos de un alemán de 68 años de apellido Mengele, las asociaciones empezaron a regar La Banda. Chito Martínez escuchó la inquietud del pueblo que quería saber si había tenido la cruel gratitud de haber convivido con el “ángel de la muerte”. Lo primero que ideó el periodista fue el cotejo de las semejanzas físicas. Consiguió un libro de la Segunda Guerra Mundial, le sacó una foto a la foto de Mengele, la imprimió y la contrastó con los culpables de haberle inoculado la duda. Los vecinos analizaron la fisonomía de la imagen y respondieron en coincidencia: “Es el doctor Ascher”.

Ascher vivía en la finca San Fernando, algo retirada del casco urbano, ubicada en la calle San Martín, cerca de las vías del ferrocarril, acompañado por dos mujeres: María Mercedes Klein, quien sería su esposa, y Sara Leguizamón, la encargada de los quehaceres domésticos. Martínez recogió el testimonio de quienes habían sido sus vecinos, sus socios, sus empleados. Publicó el sentir de la comunidad en El Liberal. Los títulos de las notas no presentaban incógnitas: “Más testigos afirman que Ascher o Mengele vivió en La Banda”; “Un vecino de Ascher no duda de que se trata de Josef Mengele”; “Testimonio de quien trabajó para Ascher durante 9 años”.

El testimonio de quien trabajó para Ascher durante nueve años es el de Rafael Carabajal, quien había sido el capataz de la granja San Fernando, donde se cultivaban frutas. “Era una persona seria, de carácter fuerte y autoritario, poco comunicativo y rengueaba permanentemente, por lo que se sostenía en un bastón. Las pocas salidas que hacía eran hasta la Cooperativa Agrícola Algodonera La Banda Limitada”, reconstruyó. Ascher era socio mayoritario de esa empresa. El vínculo contractual de Rafael fue de solo nueve años por un conflicto judicial: le hizo juicio por la comercialización de mil kilos de algodón y se lo ganó. No olvidó la respuesta que le dio: “El día que marchaba a los Tribunales me salió al paso el doctor Ascher, quien me extendió cordialmente la mano y me dijo ‘mira Rafael, me has ganado el juicio, no somos enemigos, pero vos no sabés a quién le has ganado’”.

Rafael Carabajal contó trece perros viviendo en sus jardines, “feroces, de raza alemana”. Pero la única persona autorizada por Ascher para entrar y salir de la vivienda era Faustino Carabajal. Sus revelaciones renovaron las presunciones: “Una vez fuimos hasta Los Quiroga donde se iba a inaugurar el dique que fue construido por una empresa alemana. Cuando se acercó un fotógrafo para retratarlo, Ascher se agachó y salió corriendo, haciéndome señas con la mano para que lo acompañara. Cuando llegamos a su casa me dijo ‘eso no, Faustino, eso no me gusta’. De allí en más, nunca se le pudo hacer alguna foto”.

El pasaporte falso de Mengele con el que pudo huir de Italia con destino a Sudamérica. Obtuvo la ciudadanía italiano gracias a miembros de la Iglesia y la Cruz Roja

“En un pequeño cofre guardaba dos o tres uniformes -relató-: uno color blanco, otro color verde, similar al que usaron los nazis. Los tenía muy bien guardados y yo era la única persona que tenía acceso al lugar”. Dijo, en la misma nota publicada el 11 de febrero de 1992, que Ascher cuando se alejaba rengueando silbaba bajito “unos valses de Strauss”, que siempre andaba con una fusta golpeándose las botas y que cuando escuchaba pasar el tren se empezaba a impacientar.

José Domínguez y Juana Villalba eran pareja. Y eran sus vecinos. El hombre contó que “Don Ascher detestaba el folclore, pero amaba la música clásica” y que “era ágil para maniobrar caballos, solía dar órdenes de estilo militar y renguear permanentemente”. Él le confió que había ingresado a la Argentina por Entre Ríos y que se había ido de su país natal por miedo a las represalias de la juventud alemana, “una agrupación que culpaba a todo funcionario o militar que había intervenido en la guerra con Hitler”. Ascher, según consignan los testimonios de la comunidad bandeña, solía rehusarse a hablar de la Segunda Guerra Mundial, la que calificaba con desprecio como una “guerra sucia”.

Ascher cruzaba seguido a Uruguay. A Salvador Domínguez, hermano de José, le había pedido que le consiguiera un comprador de su finca. No planeaba quedarse mucho tiempo en el país. Cuando viajaba, las dos mujeres que vivían con él se quedaban solas. El temor a la noche de dos mujeres grandes impulsaron las sospechas. Declaró José Domínguez: “En cada ausencia de Don Ascher, las mujeres vivían tensionadas por temor a que les pasara algo. En varias oportunidades, por pedido de Ascher, durmieron en su casa cuidándolas varios de los integrantes de mi familia”.

Noel Botvinik era propietario de una farmacia. Mitre Milovich era agricultor. Ambos graficaron el perfil ambiguo de Ascher, quien se presentaba en sociedad como doctor en química. “Vino varias veces a mi farmacia. Cierta vez me manifestó que fue químico e investigador de hormonas, y a la vez afirmó ser el inventor de las hormonas seriadas, habiendo incluso trabajado en el Instituto de Investigaciones de la Química Schering en Alemania”, rememoró Noel. Una vez le regaló una perra en estado de preñez y le instruyó cómo debía criarla. Pero a los pocos días, se presentó su mujer María Mercedes Klein -o como es nombrada en algunos documentos María Guillermina- y le quitó la mascota. En un baldío, el doctor mató a la perra de un balazo.

Marta y Rolf: la ex cuñada que se convirtió en su esposa y su hijo. Después de que Mengele huyera hacia Paraguay, ellos regresaron a Alemania

Milovich fue socio de Ascher en la Cooperativa Agrícola Algodonera La Banda Limitada. Lo describió como “un hombre de mediana estatura, más o menos delgado, cutis blanco, cabello algo ondulado y con un defecto físico en la pierna izquierda”. Aportó que era afecto al cine, agregó que usaba bigotes cortos y precisó que “vestía de forma elegante y siempre con botas coloradas largas, portando en su mano derecha una fusta de cuero y pantalón estilo militar”.

Se habían hecho amigos. Ascher le anticipó, en la década del cincuenta, que “llegaría el momento en que se podría cambiar un corazón y los órganos humanos, cosa que nunca había escuchado de nadie”. El primer trasplante cardíaco se efectuó el 3 de diciembre de 1967 en Ciudad del Cabo, Sudáfrica, por el doctor sudafricano Christian Barnard. A Milovich le entregó un obsequio preciado: “Sacó debajo del asiento de su sulky una pistola y me la entregó como recuerdo de su amistad. Luego de esa circunstancia lo volví a ver dos veces”. A los pocos años, cambió la Luger por un tractor.

Ascher vivió más de una década en La Banda. Se fue de manera presurosa. Malvendió sus muebles y su distinguida y elegante casa. Huyó sin dejar rastros ni referencias. Días después, su esposa envió un telegrama a la municipalidad informando el fallecimiento de ese hombre rengo, autoritario y misterioso. Lo que pretendió ser el final imperceptible de un viejo habitante de la ciudad fue abono para el compendio de reticencias y confabulaciones.

Andrés Francisco Miotti investigó el paradero de Josef Mengele en La Banda, Santiago del Estero. "Era mucho endilgarle a una persona que era el mismísimo Mengele", explica

Andrés Francisco Miotti lo recuerda como si fuese hoy. Tenía 16 años y estaba en la estación de micros de Rosario cuando leyó el título con letras catástrofe en el diario: “Fue detenido Eichmann”. Estaba estudiando en la ciudad santafesina, pero, hijo de Clara Martín y Ángel Juan Miotti, había nacido el 12 de marzo de 1944 en Marcos Juárez, Córdoba. En San Miguel de Tucumán, donde finalmente se recibió, obtuvo tres títulos universitarios: procurador, escribano y abogado. En ese orden. Se egresó en 1973: ya estaba en pareja con Mirtha Elisa Jozami, también procuradora, escribana y abogada.

Ella era oriunda de La Banda, Santiago del Estero. Dos años después, a él le propusieron el cargo de secretario del juzgado de instrucción de esa ciudad. El 12 de octubre de 1975 se radicaron en La Banda; al cuarto día le tomaron juramento. Un año después -exactamente el 29 de octubre de 1976- se casaron. Mirtha Elisa Jozami falleció hace seis años. Andrés Francisco Miotti tiene hoy 77 años, una memoria de roble y una declarada obstinación por la búsqueda de la verdad.

“La ley siempre me interesó, pero la verdadera y auténtica ley, no esta ley tan permisiva, sino la ley que estudié en profundidad”, dice. Automáticamente siente la necesidad de graficar con un caso ejemplar, como si hubiese sido un paradigma que concentre su vocación, su don, su misión: “No hay mentalidad más dolosa que esa, no hay persona más dolosa que esa. Ese hombre es dolo puro”. Habla de Josef Mengele.

El 8 de julio de 1985 el juez en lo criminal y correccional de La Banda inauguró el expediente 2085. Lo hizo 17 días después de que Romao Tuma, director de la Policía Federal de Brasil, confirmara que Mengele había sido enterrado en el cementerio de Embu bajo una falsa identidad. Las sospechas de la comunidad bandeña alentaron a Miotti a emprender una investigación. El enigma Ascher justificaba una información sumaria: “Era mucho endilgarle a una persona que era el mismísimo Mengele. Ameritaba que se escribiera si realmente hubo indicios o elementos valederos para hacer una instrucción judicial que determinara si eran las mismas e idénticas personas”.

El expediente tiene fecha del 8 de julio de 1985, 25 años después de que el vecino Ascher desapareciera de La Banda misteriosamente, justo cuando Eichmann era detenido en Buenos Aires

El expediente tiene la rúbrica del juzgado del crimen de la provincia de Santiago del Estero y lleva por título “Información sumaria sobre Rodolfo Gualterio Ascher y/o Josef Mengele: si son una misma e idéntica persona”. Son 229 fojas de artículos periodísticos, consideraciones, documentos membretados y fotografías. La ley provincial 7.112 prevé la preservación de expedientes relacionados con los delitos de lesa humanidad comenzó el proceso de digitalización en 2017. Dos años después, el expediente se hizo libro bajo el nombre de “El caso Mengele ¿Rodolfo Gualterio Ascher y Josef Mengele fueron la misma persona?”.

“Está profusamente ilustrado -cuenta Miotti-. Hay un montón de argumentaciones, de escrituras, de juicios de cuando Ascher tuvo problemas con familias de acá. Hay de todo. El objetivo está en que no se puede endilgar una personalidad a un animal como Mengele. Hay una situación de duda que está aclarada desde el inicio. Después están las declaraciones, las publicaciones de El Liberal y las averiguaciones. Porque no nos quedamos en el tintero: mandamos a preguntarle a la universidad donde le hicieron la autopsia a Mengele y le enviamos fotos ampliadas a efectos de saber si eran las mismas facies, y nunca nos contestaron. Mandamos a preguntar al ejército alemán, que se caracteriza por una minuciosidad, si la famosa pistola que tenía acá Ascher perteneció en la época de función a Josef Mengele. Y no nos contestaron nada. En una oportunidad mandé al diario Clarín preguntas después de una publicación que juntaba a seis o siete mujeres que estuvieron a metros de este personaje para ver si las en las fotos que teníamos aquí lo reconocían o no. Tampoco tuvimos suerte”.

El expediente incluye, en efecto, una nota enviada al director de la Universidad Braz Cubas en Mogi Das Cruzes, Brasil, en la que se solicita un estudio antropológico-forense a través de superposición de imágenes fotografiadas en monitores de televisión con el presunto cráneo del “ángel de la muerte”; y una carta enviada a la embajada alemana en la que, además de transmitirles las sospechas del caso, le piden verificar si la pistola Luger modelo 1906, número 17284, con seguro en la empuñadura y las iniciales “JM” en el mango había pertenecido a Mengele. No obtuvo respuesta.

La pistola Luger modelo 1906, número 17284, que llevaba las iniciales “JM” en el mango y habría pertenecido a Rodolfo Walterio Ascher está incluida en la información sumaria del juez

Los testimonios recogidos por el juez sostienen, a su vez, que Ascher incrementó la frecuencia de viajes a Buenos Aires, Paraguay y Uruguay tras el derrocamiento del general Juan Domingo Perón en 1955, aportan que él mismo había reconocido que la renguera que lo aquejaba era consecuencia de una herida sufrida en 1939 -año del desencadenamiento de la Segunda Guerra-, apuntan que cada 12 de octubre celebraba el día en que había sido herido en batalla y convocaba a los peones de su finca a sentarse alrededor de una mesa decorada con una gorra, un sable, una pistola y un uniforme para llorar la distancia que lo separaba de su hijo, aún en Alemania.

“Hay un montón de indicios -insiste Miotti-. La firma que tenía Ascher en la firma algodonera y la firma de Mengele, pese a que no tiene nada que ver un apellido con el otro, tienen trazos parecidos. Y está el famoso bastón que podía disparar una bala y que usaban los oficiales para defenderse. Si eran atacados, agarraban el bastón y por los menos tiraban un balazo. Ascher tenía uno”. El expediente documenta también que una caja con las esvásticas fue encontrada enterrada en los jardines de su finca por un campesino que araba la tierra.

La casa donde vivió Ascher en La Banda sigue en pie, aunque desolada. El juez la recuerda como una residencia “alta y hermosa”, ubicada a la vera de las vías del tren y alejada de los confines del pueblo por entonces. Ya no está por fuera del perímetro urbano. Ya no es alta ni hermosa: sus propios propietarios la destrozaron o permitieron que la comunidad la destroce. Luce como una casa caída, perversa, como si le endilgaran una maldición. Miotti supone que entre la vivienda y el río se construyó un túnel. “Es una ojeriza -advierte-, pero sospecho que donde está ubicada esa residencia y la dársena hay elementos subterráneos que ayudaron a que escapara”.

Algunas de las fotos que integran el expediente judicial en las que aparece Rodolfo Walterio Ascher. Cuando los vecinos vieron una foto de Mengele, expresaron su consternación

La investigación se frustró por la nula cooperación de organismos internacionales y entidades nacionales que le negaron respuestas al juez. La posición que inclinó la pulsión escéptica de Miotti la brindó el doctor David Waisman, una celebridad en La Banda y por quien el funcionario guardaba absoluto respeto. La definición se la confió el periodista Martínez: “Querido amigo -le dijo Waisman-, pensar que este crápula y asesino vivió entre nosotros…”. Suficiente para condicionar la mirada del magistrado: “Una frase contundente de esta reconocida personalidad bandeña, que en cierta medida avala la investigación periodística y judicial, la que por diversos motivos y/o intereses encontrados, no llegó a un resultado definitivo debido a la falta de colaboración de entidades internacionales”, escribió Miotti.

La historia oficial -la documentada por biógrafos, periodistas, historiadores- dice que el verdadero Mengele arribó al país el 20 de junio de 1949 proveniente de Génova, Italia, en el buque inglés North King. Su pasaporte -legal y falso- lo identificaba como Helmut Gregor, una ciudadanía que consiguió con ayuda de la jerarquía eclesiástica del norte de Italia, entre ellos el obispo Alois Hudal y el cardenal Giovanni Montini, que en 1963 sería el papa Paulo VI. La carta de identidad de Mengele era la 114. La de Eichmann -convertido en Ricardo Klement- era la 131.

Uki Goñi, autor de los libros La auténtica Odessa: fuga nazi a Argentina y Perón y los alemanes: el espionaje nazi en Argentina, consignó que las muestras médicas que Mengele llevaba en su equipaje alertaron a las autoridades: él las definió como “notas biológicas”. Llegó solo. Su hijo Rolf se quedó en Alemania. Se infiltró en una sociedad dócil. La comunidad alemana era abundante y el nazismo tenía en Buenos Aires sus expresiones de respaldo. Le resultó sencillo acomodarse: el verdugo de Auschwitz se transformó en un frío inversor y en un avezado médico.

"Me comentaba que en Alemania le cortaban tan bien el pelo como lo hacía yo", dijo su peluquero, con quien también solía jugar al ajedrez. Es uno de los testimonios del libro de Miotti

Vivió en una pensión de la calle Paraguay, en Palermo, antes de mudarse a una casa de Arenales al 2600 en Florida, provincia de Buenos Aires. Abrió un consultorio ginecológico en Villa Devoto y otro en los altos de la confitería La Ópera, en Corrientes y Callao. Lo descubrieron practicando abortos clandestinos sin acreditar licencia para ejercer medicina en el país, pero un soborno lo salvó de la cárcel.

Fabricó juguetes didácticos a través de Tameba, una pyme con sede en Avenida de los Constituyentes y San Martín, invirtió parte de su capital en fundar Laboratorios Wander y aportó un millón de pesos para fundar otro laboratorio: Fadro Farm (Fábrica de Drogas Farmacéuticas). Fue a Alemania a visitar a su familia a su pueblo natal en una maniobra arriesgada y volvió. En Argentina estaba seguro, tanto que en 1956, la embajada alemana le devolvió su identidad con un documento castellanizado: José Mengele obtuvo su cédula de identidad número 3.940.484.

Dos años después, se casó con Marta María Will, viuda de su hermano Karl Tadeo, en Nueva Helvecia, Uruguay. Vivieron juntos en Virrey Vertiz 970, Olivos, cerca de la quinta presidencial, la que alguna vez visitó para entrevistarse con Juan Domingo Perón, de acuerdo al relato de Tomás Eloy Martínez citado por Uki Goñi en La auténtica Odessa. En uno de esos encuentros, el doctor Gregor le confió al presidente que lo había contratado un ganadero en Paraguay para aumentar su productividad y optimizar las ganancias: le pagaban una fortuna para que las vacas parieran terneros mellizos.

El certificado de muerte de Josef Mengele, con su nombre falso, Wolfgang Gerhard, fechado en 1979 en una playa del estado de San Paulo

Vivió también en Sarmiento 1875, en Vicente López; Sarmiento 1911, en Olivos; Tacuarí 431, Paraná 140, Azcuénaga 1551 y Crámer 860, en Buenos Aires. Sus últimos días los pasó en 5 de Julio 1074, en Vicente López. En 1959, huyó del país. Se anticipó a las maniobras de inteligencia del Mossad, que anhelaban cazar en Argentina a los dos jerarcas nazis más buscados en el mundo. Desde Alemania llegó un pedido de extradición que lo puso en alerta: los nueve meses que las autoridades demoraron para estudiar el trámite le permitió a Mengele recuperar su capital, despedirse de su esposa y planificar su segundo exilio. Escapó rumbo norte. Se instaló en Hohenau, una pequeña localidad del departamento de Itapúa, en Paraguay. Pasó a llamarse Fritz Fischer. Dos años después, continuó su periplo por Brasil con el nombre de Peter Hochbicheler.

El raid por Argentina documentado por los biógrafos de Josef Mengele no incluye a Santiago del Estero. Nadie podrá, sin embargo, descalificar el mito popular de un pueblo. “¿Quién era Ascher? -se cuestiona Miotti en su libro-. De ahí que la determinación precisa y contundente, de lo que siempre buscó la información sumaria, con total buena fe procesal, fue llegar a determinar su verdadera personalidad y funcionalidad dentro del nazismo”. Aún hoy se cruza con gente porfiada en las calles de La Banda que le recuerda el talante oscuro y los experimentos con animales que Ascher -que su Mengele- hacía.

Miotti no se anima a confirmar el paso del criminal nazi por tierras santiagueñas. “Yo no sé si era o no era. Solo quería saber la verdad”, contempla. Judicializó una incertidumbre que no pudo despejar: la información sumaria oficializó una pregunta que ningún organismo internacional recabó y que solo estimuló el mar de suspicacias. “¿Cómo no voy a tener el beneficio de la duda con todos los indicios que hay?”, sostiene. La investigación arrojó una única sentencia que el juez apunta en las primeras líneas de su libro: “Le queda al lector analizar y profundizar los elementos que se le dan a fin de que en su conciencia arribe a una conclusión. ¿Era Ascher y/o Menguele? Lo que no cabe duda que un jerarca nazi sí lo era”.

Fuente: Infobae

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