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La insoportable levedad de un gobierno que no aprendió a dialogar

OPINIÓN 19/12/2021 Jorge Grispo*
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La insoportable levedad del ser, magnífica novela del escritor checo Milan Kundera, publicada en 1984, trata sobre un hombre y sus dudas existenciales en torno a la vida misma. La obra relata escenas de la vida cotidiana trazadas con un profundo sentido trascendental: la inutilidad de la existencia y la necesidad del eterno retorno de Nietzsche por el que todo lo vivido ha de repetirse eternamente, sólo que al volver lo hace de un modo diferente, ya no fugaz como ocurrió en el principio. Cualquier similitud con la actualidad nacional no es casualidad. Somos el país del eterno retorno a los mismos problemas.

Alberto y Cristina, divorciados en la intimidad pero unidos puertas afuera, deberán replantearse seriamente cómo transitar el camino que les queda hasta el 10 de diciembre de 2023, ya que ahora las mayorías en el Congreso son bien distintas a lo que fueron en los desperdiciados dos primeros años de mandato. Si por un instante Alberto se permitió soñar con una posible reelección luego de “ganar perdiendo”, ese sueño fue enterrado seis metros bajo tierra por Máximo.

La complicación del dúo Pimpinela es el recurrente retorno de los problemas que no solucionan y nos cobran en el presente los costos que se pospusieron en el pasado. ¿Habrá más cartas o más plazas? ¿Se producirá otro piquete de ministros y funcionarios? ¿Tendremos nuevas presentaciones del dueto sonriente solo para la foto de la política? Quizás, la reflexión y el silencio sean los mejores consejeros frente a la seguidilla de derrotas (elecciones, fallo de la Corte y rechazo del Presupuesto).

La continuidad del ministro Martín Guzmán, a quien le mandaron a decir que la la oposición “decidió dejar a la Argentina sin presupuesto para el año 2022″, pese a ser él el responsable intelectual del malogrado intento, cumpliendo la tarea sin mucha convicción, está hoy en dudas dependiendo más de la voluntad de Cristina que de las intenciones de Alberto. Máximo, el heredero, jugará en esto un papel importante. Queda claro que haber estirado la negociación con el FMI resultó desastroso por donde se lo mire. El mejor momento ya pasó. Ahora, sin reservas, con un poder de fuego político distinto al que tuvieron el 10 de diciembre de 2019 y con el mundo en una realidad diferente a la del 2020 las exigencias son distintas. Una torpeza más de la que nos tienen acostumbrados.

La ciudadanía rechazó mayoritariamente en las urnas una forma de gobernar. La Cámara de Diputados hizo lo propio. No entender que los tiempos cambiaron importaría llevar a la Nación a un estallido social sin antecedentes. Los discursos delirantes, que buscan imponer posiciones más que intercambiar ideas, ya no tienen el lugar que antes tenían, entre otras cosas, porque el oficialismo ya no tiene los votos que antes tenía.

El bloque oficialista saldrá a la cancha con la orquesta desafinada de los relatores del relato gritando a viva voz -de manera tan previsible como hipócrita- que se trata de un intento desestabilizador en contra del gobierno de los Fernández, escapando a la discusión de fondo en torno a si los fundamentos del presupuesto nacional eran viables o no. No trataron el presupuesto antes porque había elecciones, lo hacen luego de perderlas intentando imponer algo sin sentido. No se hacen cargo de sus culpas, ya que para el populismo siempre son ajenas, nunca propias.

Alberto Fernández, con toda su impericia como sello personal, ha logrado ser el presidente de la Nación al cual la Cámara de Diputados le votó en contra el presupuesto nacional. Su demora en la toma de decisiones es llamativa, pero resulta más grave aún la falta de definiciones concretas en los problemas más graves que enfrenta el país, como el combate contra el narcotráfico que se está a apoderando de territorios enteros sin que el gobierno nacional mueva un solo dedo.

En cuanto a la responsabilidad institucional, desde el 2003 al 2015 se sucedieron un gobierno de Néstor y dos de Cristina (2007 a 2015). De 2015 a 2019 fue el de Cambiemos. De 2019 a la fecha gobiernan los que volvieron para ser mejores, pero se convirtieron en el peor gobierno de la historia argentina. O sea, de los últimos 19 años gobernaron 15. Para la orquesta de los relatores del relato el “ah pero Macri” recobra inusitada actualidad con el rechazo del presupuesto, por más de haberlos llevado a la derrota en las urnas, en un recurrente retorno de la estupidez.

El tratamiento que el Gobierno impuso en torno al presupuesto lo expuso, en un sempiterno regreso a los mismos dislates, frente a una derrota de proporciones épicas, no por el rechazo del proyecto en sí mismo, sino por lo que significa la permanente lucha entre la prepotencia política (el discurso de Máximo Kirchner es un claro ejemplo) frente a la necesidad de encontrar los consensos necesarios para gobernar una nación rota, empobrecida y carente de una dirigencia política a la altura de las circunstancias.

Debemos hacer un punto en la actitud de Máximo, quien asumió ayer la presidencia del PJ bonaerense: ¿se trató de un acto de estupidez supina, un arrebato, o una movida calculada para evitar que siga avanzando un tratamiento del presupuesto al cual la dueña del poder y de los votos no se quería enfrentar? Me inclino por no subestimar a nadie y en una jugada estilo bonzo el heredero se prendió fuego incendiando junto con él a un gobierno ya debilitado, pero con el logro de evitar que el problema llegara al Senado de la Nación, preservando con ello el poder familiar por sobre el del propio Presidente, ya debilitado y sin credibilidad alguna.

El resultado final de la votación en la Cámara de Diputados del pasado viernes marcó 132 votos negativos, contra 121 votos positivos, con una abstención, una diferencia de 11 votos indicándole claramente al Gobierno que el camino del atropello ha caducado. Ahora les toca recorrer el sendero de los consensos, una ruta a la cual el ADN kirchnerista no parece estar acostumbrado. Pero son las nuevas reglas que imponen el resultado de los últimos comicios donde la coalición gobernante perdió 5,2 millones de votos de su caudal electoral.

El bloque oficialista, en el tratamiento del presupuesto nacional parecía más encaminado a buscar problemas que a encontrar soluciones. Resulta bochornoso ver, en una cantidad importante, los discursos de muchos de nuestros diputados. Tanto la desconexión de sus afirmaciones con el tema objeto de tratamiento, como de la realidad misma, genera un nivel de extrema preocupación. No nos olvidemos que el primer acto de corrupción de un funcionario es aceptar un cargo para el cual sabe que no está preparado. Algunos rayaron el ridículo por no decir que se bañaron directamente en él.

El ministro de Economía que presenta un presupuesto alejado de la realidad incumple con sus funciones y tiene responsabilidad en las consecuencias. El político que solo trabaja para acumular poder es un mal político. Los intendentes que solo buscan su reelección sine die son un claro ejemplo de aquellos hechos que degradan la política nacional, y esto lo digo con independencia de banderías políticas. Lo que está mal es malo para todos, como el “dibujo” de presupuesto que se intentó aprobar.

Un presupuesto que se sustenta en el realismo mágico -solo con ver el 33% de inflación que contemplaba alcanza para entender que no se podía aceptar lo inaceptable- nos vuelve a colocar en el frustrante retorno a los caminos equivocados por los cuáles ya hemos transitado y fracasado. Como nación pobre al menos nos debemos un presupuesto que sincere nuestra situación. Encubrirla para no tener que reconocer el fracaso de una pésima gestión de gobierno es el camino equivocado, máxime luego de perder las últimas elecciones donde la ciudadanía habló alto y claro. Dicen que la escucharon, pero en los hechos demuestra que no lo entendieron.

En los momentos de crisis económica extrema es cuando las tentaciones del utilitarismo populista y del más siniestro egoísmo parecen ser la única estrella. Es necesario entender que debemos transitar por nuevos caminos. Los anteriores ya nos llevaron al fracaso más rotundo. Pero más grave aún es que las naciones no quiebran, empobrecen a sus habitantes y deterioran la calidad de vida. Argentina es hoy una exitosa fábrica de pobres. Y esto en algún momento debemos pararlo. Hay que hacer un stop y barajar de nuevo, arrancar con reglas claras donde el diálogo sea el puente que genera la confianza necesaria para construir consensos. Todo un desafío para la dirigencia política de nuestra agrietada nación. La UCR ya dio un primer paso en esta línea, esperemos que no sea el único.

El ajuste de la economía nacional es una realidad que no podremos evitar, el problema es si lo hará el gobierno populista de la manera más ordenada posible asumiendo con ello el costo político que lleva implícito, o si lo hará la inflación donde el desorden y el caos serán la regla. En el primer caso la gobernabilidad no correría peligro, en el segundo sí. En el primero ganar las elecciones de 2023 se alejan como una posibilidad cierta. En el segundo directamente son nulas.

En ambos casos los próximos meses serán decisivos para un gobierno debilitado, sin credibilidad y carente de los votos para acompañar en el Congreso sus políticas de gobierno. Alberto Fernández, que como presidente es un mediocre jefe de gabinete, tiene por delante un desafío tremendo. Las actitudes dentro de su propio frente, como las de Máximo, no hacen más que exponer en público las grietas que crujen en privado. El panorama nacional luce cuanto menos dramático, asegurándonos un verano muy caliente.

Una de las frases de Milan Kundera, escrita en La insoportable levedad del ser, dice: “Si cada uno de los instantes de nuestra vida se va a repetir infinitas veces, estamos clavados a la eternidad como Jesucristo a la cruz. La imagen es terrible. En el mundo del eterno retorno descansa sobre cada gesto el peso de una insoportable responsabilidad. Ese es el motivo por el cual Nietzsche llamó a la idea del eterno retorno la carga más pesada”.

* Para www.infobae.com

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