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Solo el eje electoral ordena a la política argentina

OPINIÓN 04/01/2022 Sergio Berensztein*
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El año que acaba de iniciar está plagado de conflictos políticos, tanto en el oficialismo como en la oposición. Tal como enfatizamos en nuestra columna del sábado, la coalición de Juntos por el Cambio se encuentra fragmentada en múltiples subsectores que poseen intereses y objetivos propios y las pujas internas, lejos de aminorar tras el triunfo contundente en las elecciones, recrudecieron. 

Sumemos, además, que la credibilidad de la oposición quedó severamente dañada luego del video donde el exministro de María Eugenia Vidal, Marcelo Villegas, confiesa su fantasía de armar una Gestapo para perseguir a gremialistas.

La situación en la vereda opuesta: el Frente de Todos

Por el lado del oficialismo, el dilema que desde un inicio quedo planteado por la heterogeneidad que caracteriza al Frente de Todos sumada a la contradicción de que Cristina Kirchner (la dirigente de mayor peso político del espacio y la única con capacidad de veto real) ocupe la vicepresidencia, en ningún momento logró resolverse.

Los conflictos internos entre los distintos sectores afloraron a la superficie en incontables situaciones a lo largo de estos dos años: subsidios en las tarifas de servicios públicos; negociación con el FMI; cambios en el gabinete (tiempos y nombres); cambios en la justicia; ejecución presupuestaria y ajuste fiscal; dimensión del asistencialismo frente al Covid-19; política exterior, en especial la postura frente al gobierno de Nicolas Maduro, pero no solamente (de hecho, la próxima reunión de la CELAC y la decisión del gobierno de pagar los pasajes de ocho diplomáticos caribeños también podrían despertar nuevas controversias).

En ninguno de estos temas y en tantos otros, el oficialismo pudo mostrar nunca una posición unificada; o peor aún, mostró visiones diametralmente opuestas.

El eje ordenador de las elecciones

Vislumbrando este clima embravecido, y analizando en perspectiva los últimos años de la Argentina, queda bastante claro que el único factor que brinda cierto orden a la política son las elecciones. Cuando llega el momento concreto de concurrir a las urnas para competir por cargos electivos, las fuerzas centrifugas se enflaquecen y hay incentivos en sentido contrario: aumenta la coordinación entre los distintos sectores y las fuerzas centrípetas terminan ordenando lo que en principio parecían intereses irreconciliables.

En este sentido, las elecciones y las expectativas de acceder al poder funcionan como un eje ordenador.

Es cierto que en las semanas previas a una elección siempre aparecen las discusiones y las polémicas por ver quiénes serán los candidatos. Pero una vez que esto se define, los distintos espacios se alinean detrás de ellos y predominan los incentivos para la coordinación.

Cuando terminan las elecciones, todo se iguala nuevamente hacia abajo. Cuando llega el momento de gestionar, ya sea desde el gobierno o desde la oposición (entendiendo que la tarea legislativa y la responsabilidad de actuar como contralor también hacen a la gestión), la política muestra su falta de pericia y su escasa o nula capacidad de diálogo constructivo. El ejercicio del poder es lo que muestra las falencias de la política.

En este intervalo entre elección y elección, muchas veces lo que sucede es que se adelanta la carrera por la sucesión. De hecho, esto fue lo que hizo el propio Presidente en el acto por el Día de la Militancia el 17 de noviembre, al plantear cuales serían las supuestas reglas.

“Mi mayor aspiración es que en el año 2023 desde el último concejal hasta el Presidente de la República los elijan primero los compañeros del Frente de Todos”, aseguró esa tarde Alberto Fernández.

Con sus palabras paradójicamente intentó desechar la posibilidad de que el próximo candidato presidencial sea elegido de la misma manera que resultó ser él: seleccionado a dedo por Cristina. Además, el propio Alberto Fernández se anotó para su eventual reelección, pero también dejó la puerta abierta para que otros puedan competir.

¿Intentaba precisamente el presidente que las expectativas de acceder al poder en 2023 comenzaran a funcionar desde ahora como un eje ordenador dentro de la coalición y generasen un incentivo para la cooperación?

Esto esconde, en todo caso, que no hay planes estratégicos que marquen el rumbo de la gestión y que se improvisa al calor de los acontecimientos. Puede que con la carrera abierta por la sucesión se pretenda mantener preventivamente la cohesión dentro del Frente de Todos.

A sabiendas de que los próximos pasos (en especial en virtud de las negociaciones con el FMI) podrían generar descontento y cuestionamientos, tanto en los sectores moderados como en los más radicalizados (en este marco de improvisación e incertidumbre es imposible saber quiénes terminaran desilusionados, podrían ser ambos). El objetivo electoral prematuro podría servir como aglutinante a pesar de los sabores amargos que puedan tener que tragar unos y otros.

Sin embargo, el gobierno y la oposición corren el riesgo de que adelantar demasiado el clima electoral de 2023 dispare las pujas personales por las candidaturas y esto, lejos de generar incentivos para la coordinación, crispe aún más el escenario.

Si estas discusiones escalan, los eventuales candidatos podrían llegar a la contienda del próximo año muy debilitados por el propio fuego amigo. En una entrevista publicada este domingo, al ministro Wado de Pedro le consultaron sobre las afirmaciones del presidente de realizar primarias para dirimir candidaturas en 2023: “Es un buen método, pero no es tiempo de hablar de elecciones. Estamos terminando un año en el que ya hubo una elección”, respondió el ministro del Interior.

Algunos en su espacio no piensan igual, y de a poco y por lo bajo empiezan a ver si ya se pueden ir anotando.

* Para TN

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