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Crisis entre Rusia y EE.UU. amenaza a la Argentina: más dólares por soja, menos por gas

ECONOMÍA 25/02/2022 Fernando Gutiérrez*
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La crisis que se desató entre Estados Unidos, la UE y Rusia, a raíz de Ucrania, genera una fuerte incertidumbre en el Gobierno: ¿entrarán más dólares por la revalorización de la soja y los commodities agrícolas o habrá más efectos negativos por el impacto en el precio de la energía (principalmente gas) que debe importar la Argentina?

Como saben los economistas, hay pocas cosas más "keynesianas" que una guerra a gran escala: en contraste con la muerte y destrucción de las zonas de batalla, en las otras regiones se suele producir un impulso a la actividad. Ejemplo típico de esta situación fueron la recuperación de la economía estadounidense en los años 40, tras una penosa década de depresión: a falta de una demanda interna fuerte, lo que terminó por reactivar la industria fue el esfuerzo bélico.

Pero también Argentina sabe de esas situaciones: fue también durante la segunda guerra mundial que se produjo un doble impacto beneficioso: el aumento de los precios de alimentos que el país exportaba, al tiempo de un proceso de industrialización interna por la falta de competencia del mundo desarrollado.

Es con estos antecedentes a la vista que algunos se entusiasman con la posibilidad de que la tensión geopolítica generada por  el conflicto entre Rusia y Ucrania pueda traer, indirectamente, un beneficio para la economía argentina. Y por cierto que no faltan fundamentos para esa postura, como lo demuestra la aceleración del precio de la soja.

Ya en torno de u$s600, todo indica que la soja superará los ya de por sí excelentes precios del año pasado, un escenario que ni el más optimista de los productores agropecuarios había imaginado. El complejo sojero representó el año pasado el 30% del ingreso de dólares al país, por lo que, en principio, el "efecto keynesiano" ya está en marcha.

Por otra parte, el hecho de que se pueda afectar la exportación rusa de trigo -la segunda más alta del mundo después de la Unión Europea- también está teniendo un fuerte efecto. Rusia vendió el año pasado 35 millones de toneladas, un 17% del mercado mundial, una cifra demasiado significativa como para que su afectación por un bloqueo comercial no provoque un shock en el mercado.

Sin olvidar, además, que también Ucrania es una potencia triguera mundial, al ocupar el cuarto puesto global con ventas por 24 millones de toneladas.

Y Argentina, que rankea en el puesto 7 de los exportadores mundiales con unas 13,5 millones de toneladas de trigo, puede ser uno de los países llamados a llenar los huecos de oferta que se produzcan en el mercado global. De hecho, fue gracias a este cultivo que el Gobierno está logrando atravesar el verano con relativa estabilidad cambiaria: en enero, gracias al trigo entraron u$s2.400 millones a las castigadas arcas del Banco Central.

Sequía, la contracara de la guerra en Ucrania

Sin embargo, no todo es tan sencillo como parece a primera vista. Lo cierto es que el campo argentino está muy lejos de vivir una situación de euforia. Más bien al contrario, el tono predominante es de preocupación por la sequía del verano, así como por la inestabilidad financiera, que han llevado a una reducción de los márgenes de rentabilidad.

Lo cierto es que no es solamente la demanda china ni el nerviosismo por un conflicto a gran escala lo que está empujando al alza el precio de los alimentos: también está jugando con fuerza el factor climático, que llevó a un recorte en las previsiones de producción en varias zonas del mundo, principalmente América del sur.

Las señales de alarma ya se están viendo en los números de la balanza comercial, que refleja una seguidilla de tres meses con superávit en niveles mínimos y cayendo. Esto hace que muchos duden sobre los planes oficiales que Martín Guzmán le mostró al Fondo Monetario Internacional.

El Gobierno se planteó un ambicioso objetivo de superar el nivel de exportaciones del 2021 y alcanzar la marca de u$s80.000 millones, gracias a lo cual se obtendría un flujo de dólares lo suficientemente alto como para financiar la importación de insumos para la industria y, al mismo tiempo, contribuir a las reservas del BCRA.

Pero, en contraste con ese optimismo, los voceros del campo están revisando sus números a la baja: según la Bolsa de Comercio de Rosario, la campaña de soja dejaría 39 millones de toneladas -originalmente se esperaban 44 millones- mientras que en maíz se proyecta una cosecha de 48 millones -se preveía inicialmente llegar a 55 millones-.

Y traducido a plata, esto implicaría que se perderían exportaciones por al menos u$s2.600 millones, un 10% menos respecto de lo que se esperaba. Y estima que el impacto total sobre la economía argentina sería de u$s4.800 millones. En otras palabras, se perdería un punto de crecimiento potencial del PBI.

Sin embargo, hay economistas que proyectan que el costo podría ser mayor aun y creen que los costos totales por la sequía se ubicarán en u$s6.000 millones.

¿Más o menos dólares por la soja?

En definitiva, los cálculos que se están haciendo en este momento apuntan a responder la gran pregunta: si, con el efecto del conflicto en Ucrania, los precios de los alimentos subirán en suficiente medida como para compensar el recorte de producción.

El panorama todavía no está claro en la medida en que se desconoce qué tan grave pueda ser el enfrentamiento entre Rusia y Estados Unidos, pero en principio no hay pronósticos en el sentido de que los alimentos tengan un recorrido alcista muy por encima del que ya han tenido hasta ahora.

Lo cierto es que los precios altos están presentes desde el año pasado, y hay expertos que apuntan a que es la demanda asiática, más allá de las tensiones geopolíticas, lo que está sosteniendo esos niveles.

"Estos picos históricos no son el resultado del agravamiento de la crisis ucraniana. Más de dos tercios de este fenómeno excepcional es obra directa del alza sistemática de la demanda mundial, sobre todo de origen asiático y, primordialmente, chino", observa el analista internacional Jorge Castro.

"Hay un nuevo ‘súper ciclo’ de los commodities, el segundo del siglo XXI, que se desató en el último trimestre de 2020, debido a la aparición en gran escala de la demanda de la República Popular", agrega.

Es en ese marco que el mercado ve pocas probabilidades de un cambio respecto de los precios actuales de los alimentos. Por cierto que Argentina estaría en una posición mucho peor si no se hubiese producido la ola de aumentos en el mercado global, porque en ese caso su caída de producción tendría un impacto pleno sobre la balanza comercial. De todas formas, el margen para el optimismo es acotado: mientras el Gobierno quiere aproximarse al superávit comercial del año pasado -u$s14.750 millones- el promedio del mercado cree que la cifra estará en torno de u$s11.000 millones, aunque los más pesimistas ya hablan de u$s8.000 millones.

Una guerra con inflación adosada

Y si la soja por sí sola no será suficiente como para impulsar el crecimiento, en el caso del trigo hay un "lado B": el riesgo de que la suba internacional del precio traiga un efecto de contagio para la inflación doméstica.

Lo que por un lado puede ser una buena noticia -el ingreso de dólars ante el incremento de la demanda por el trigo argentino- implica también un efecto negativo, dado que se puede encarecer un cultivo que es utilizado como materia prima para la harina, el pan, los fideos y una larga lista de alimentos.

Ya antes de que la escalada conflictiva rusa llegara a su punto de tensión actual, los funcionarios argentinos dejaban entrever su preocupación por lo que en los despachos oficiales se denomina "el desacople de los precios internos".

El secretario de Comercio, Roberto Feletti, es probablemente el que menos festeja cuando lee las noticias sobre la suba de commodities como trigo y maíz. Luego de la inflación de enero, en la cual el rubro alimentos subió un 5% y superó en un punto el promedio general, está enfrascado en buscar una solución sobre la que los productores expresan un manifiesto escepticismo.

Feletti quiere replicar en esos rubros la experiencia aplicada al aceite, por la cual se produce un subsidio cruzado entre los exportadores y los industrializadores del mercado doméstico. El instrumento para ello es un fideicomiso formado por el aporte de exportadores, de manera de compensar la venta de 700.000 toneladas de trigo.

Es algo que las gremiales de productores han rechazado de plano: aseguran que esa solución no es más que una "retención encubierta" y que, lejos de resolver los problemas de precios, implicará un mayor grado de intervencionismo, con riesgo de mayor informalidad y problemas de costos para la producción.

Su argumento es que países exportadores como Uruguay y Paraguay no han reprimido su nivel exportador en un contexto de alza de precios globales.

El gas, clave de la crisis internacional

Pero el peor de los efectos negativos por una eventual guerra en Ucrania está en el renglón de las importaciones argentinas. Particularmente, en el rubro de combustibles y en el encarecimiento de los fletes.

De hecho, el temor que expresan los analistas es que ese encarecimiento termine superando en costo a los beneficios de la suba en los alimentos que Argentina vende.

"El precio de los combustibles se va ir por las nubes", advirtió Claudio Loser, ex director del Departamento del Hemisferio Occidental del Fondo Monetario Internacional, quien pronostica "un impacto muy negativo sobre las reservas internacionales y sobre la economía argentina". Menciona, incluso, que ese escenario conflictivo tendrá su efecto en las negociaciones con el FMI, dado que introducirán un elemento de volatilidad adicional en las finanzas del país.

El petróleo ya está en u$s100 el barril, un precio impensable hace dos años, cuando por efecto de la pandemia se había desplomado a u$s10. Y en medio de la tensión geopolítica creciente, hay quienes se animan a pronosticar una suba hasta u$s150 si estallara un enfrentamiento armado de gran escala.

En ese marco, se considera inevitable un fenómeno inflacionario a nivel mundial en el rubro combustibles. "Rusia distribuye uno de cada 10 barriles de petróleo consumidos a nivel mundial. Realmente puede perjudicar a los consumidores en las gasolineras", argumentó Maike Currie, directora de inversiones de Fidelity International.

Para Argentina, que está tratando de ralentizar lo más posible el "sinceramiento" del precio de las naftas, es una noticia pésima. Además de agravar el empuje inflacionario, también implica un encarecimiento en los insumos del campo, como combustibles y fertilizantes, lo cual acota el efecto positivo de los precios altos en alimentos.

Pero el efecto más nocivo de todos viene por el lado del gas, un rubro en el cual Argentina es cada vez más dependiente de las importaciones.

Por lo pronto, ya en 2021 el rubro de combustibles representó un 9,3% del total de importaciones, y fue por lejos el de mayor crecimiento interanual, con una impactante suba de 121%. Y circulan proyecciones sobre una duplicación en la importación de combustibles durante este año.

El pesimismo para una suba drástica en el gas está más que fundamentado: Rusia es responsable por el 15% de la producción mundial.

Con semejante marco, el Gobierno argentino está jugando una carrera contra reloj para tratar de sacar el mayor provecho del gas de Vaca Muerta, que necesita la concreción del nuevo gasoducto "Néstor Kirchner", recién en su fase inicial. Los funcionarios afirman que esa obra permitirá al país ahorrar u$s2.500 millones al año por importación de gas.

Pero ese es un proyecto de mediano plazo. Y las distorsiones del mercado energético argentino, combinadas con un mercado mundial en máxima tensión, hacen prever un invierno con un alto costo: se estima que la compra de gas costará no menos de u$s4.000 millones.

* Para www.iprofesional.com

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