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Un “cuento chino” para Alberto Fernández, que se debate entre el vodka, el baijiu y el fernet

OPINIÓN 06/03/2022 Jorge GRISPO
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Un cuento chino, la película protagonizada por Ricardo Darín y dirigida por Sebastián Borensztein (2011), comienza con la historia de Jun y su novia mientras disfrutan de una cita dentro de un bote en un lago de China. Cuando Jun busca los anillos para proponerle matrimonio, desde el cielo cae una vaca que se estrella contra la embarcación, matando a su novia. Roberto (Darín) es un malhumorado ferretero argentino que discurre sus días recopilando noticias insólitas del mundo, contando tornillos y visitando a sus padres en el cementerio. Por el azar del destino Jun y Roberto se encuentran en Buenos Aires. A partir de allí Un cuento chino exhibe magistralmente las relaciones multiculturales, donde entenderse resulta titánico, más allá de que “todos” somos de la misma especie. La comunicación desde la Torre de Babel en adelante siempre fue un desafío para la humanidad. En ese contexto el entendimiento entre los hombres es una tarea compleja. Entre un argentino y un chino, donde cada uno sólo habla su propia lengua materna, es algo casi utópico. Xi Jinping y Fernández no son la excepción.

Al escuchar el discurso presidencial del pasado 1 de marzo pareció que nuestro mandatario le estaba hablando a otro país. Una especie de cuento chino, donde las culpas siempre son ajenas y los méritos propios. El Presidente, cuando aún no han cesado los efectos de la Pandemia y Rusia masacra Ucrania, se empeña en agrandar la grieta que divide a nuestra nación en plena crisis económica y social en una actitud tan inmoral como irresponsable. Usó su alocución como un discurso de barricada para arengar a los propios y atacar a los ajenos. Tuvo incluso la osadía de embestir contra el Poder Judicial. Además de decir medias verdades con la pretensión de ocultar grandes mentiras. Alberto también cumplió con Cristina Kirchner quien se ocupó, desde la gestualidad, que nos quedara bien en claro que sigue siendo la dueña de los votos. Dejaron por un par de horas su enfrentamiento para montar un show mediático al que solo unos pocos negados pueden darle algo de credibilidad, mientras Máximo Kirchner miraba por televisión a su madre arreglarse el pelo sonriente durante el minuto de silencio en homenaje a los muertos ucranianos y los fallecidos por la tragedia del Covid.

 
Quienes tuvieron la oportunidad de escuchar el mismo día el discurso (State of the Unión) del presidente Joe Biden, podrán entender con mayor profundidad por qué EE.UU es una potencia mundial y Argentina un país tan pobre como intrascendente para el mundo. Con un detalle, la Primera Dama americana sentó como invitada especial a su lado a la embajadora de Ucrania. Todo un símbolo en estos días aciagos. Para un futuro mejor la diferencia la hacen los dirigentes. Los buenos construyen mejores sociedades, los malos, solo aspiran a sostenerse en el poder a como dé lugar y sin importarles el porvenir. Gobiernan para ganar la próxima elección. Los buenos dirigentes gobiernan para la próxima generación. La diferencia es lo que nos separa del primer mundo.

El presidente de todos los argentinos, el mismo que dijo que la foto de la fiesta de Olivos no existía y que sólo fue a Corrientes para la “foto”, ni siquiera le dedicó un párrafo a la provincia devastada por las llamas en su discurso. Ínterin el ministro Guzmán ata con alambres un entendimiento con el FMI que deje contentos a Cristina y La Cámpora, y a la vez que sea digerible para la oposición (pero eso es para otra película: Misión Imposible). Recordemos que hace tan solo un mes se paseaba por Beijing, previa escala para ofrecerse como puerta de entrada a Latinoamérica al devaluado Putin. La falta de criterio para elegir el momento y el lugar no es algo que nos sorprenda, ya que a las tres semanas de hacer el ridículo frente al déspota ruso, éste provocó un baño de sangre en Ucrania. Pero veamos que pasó en su visita a Beijing, pues están en juego el futuro de la nación, ya que las inversiones Chinas evidencian su voraz interés por los recursos naturales de nuestro país. Si Pfizer nos pidió los glaciares, resulta impensable lo que Xi Jinping susurró al oído de nuestro mandatario, lo que por cierto podría implicar un mayor endeudamiento, mientras Alberto juega a ser el estadista que nunca será.

Argentina es el vigésimo primer país de América Latina en sumarse a la Ruta de la Seda. Desde la perspectiva China, para la conformación de un nuevo eje económico mundial somos un “país objetivo” que le proporciona acceso a una gran variedad de recursos naturales y alimentos. Lo que cobra áun mayor trascendencia en tiempos de guerra. Es una de las formas en que el gigante asiático busca imponerse a su principal competidor (EE.UU). China adquirió bienes argentinos por 6.300 millones de dólares, el 8 % del total de exportaciones argentinas al mundo comprensivo de unos 500 productos entre los que se destacan la soja, el aceite de soja y la carne. A su vez Argentina importa alrededor de 5.000 bienes de China, por un total de 13.538 millones de dólares en 2021, cerca de un 21% del total de sus compras externas.

En lo que nos hemos convertido como país populista, poco apegado al respeto de la palabra y la ley, nos deja actualmente frente a una triste realidad: no hay empresas de occidente interesadas en invertir, por la sencilla razón de que no cumplimos los requisitos para ser un país receptor de capitales, ya que no brindamos la seguridad jurídica suficiente al inversor extranjero. Es la consecuencia de la mala imagen que tenemos y los vaivenes de nuestra política exterior. Pasamos en menos de un mes, de ofrecernos como puerta de entrada de Rusia, a repudiar la invasión a Ucrania en la ONU. Eso acota nuestro margen de actuación al mercado Chino, y nos coloca en una situación de mayor endeblez ya que Xi Jinping sabe que es actualmente nuestra mejor opción.

En el caso chino, no pagar la deuda que tenemos importaría que el producido de las inversiones podrían quedar en manos de ese país, como ya sucedió en el caso de Sri Lanka que terminó cediendo por 99 años el puerto de Hambantota a una empresa del estado Chino, a consecuencia de la falta de pago de su deuda. Argentina es uno de los principales deudores de China, además de ser la nación más endeudada con el FMI. Un combo muy complejo para desarmar a consecuencia de la mayor dependencia que hoy tenemos con China, ya que Rusia ha quedado fuera del tablero internacional. De allí el peligro de que un incumplimiento, a diferencia del cuento chino que fueron los Glaciares de Pfizer, en este caso cobre una realidad antes impensada. Por caso el parque solar en Jujuy, solventado con un préstamo del Eximbank Chino que se va pagando con la producción de energía. Tomar nuevos préstamos de China importa cargar más balas en el revolver que nos está apuntando a la cabeza.

El interés chino para terminar la central de energética Atucha III, cuando el mundo está caminando en otra dirección, es anacrónico en lo que hace a fuentes de generación energética, además de incrementar tanto el costo de generación como la dependencia tecnológica con el gigante asiático. ¿Y el medio ambiente? Puede seguir esperando, al gobierno de Fernández poco le interesa, por eso el Ministro del área es una persona que no tiene la preparación ni los pergaminos necesarios para ocupar un cargo tan importante y estratégico. Argentina debería ordenar sus prioridades en lo que hace a política exterior, donde también tenemos por segunda vez consecutiva un Canciller (antes el despedido Felipe Sola) que ni siquiera habla el idioma de la política internacional (inglés), sino que además no cuenta con preparación previa que justifique ocupar ese cargo. Negociar con China, con Estados Unidos y con la Unión Europea debe ser una prioridad. En todas las embajadas del mundo debería darse prioridad a fomentar la exportación de productos argentinos al mundo. Concentrarnos, como pareciera encaminado el presidente Fernández, prioritariamente en el comercio con China, nos coloca en una posición de debilidad extrema.

Guitarra en mano, Alberto se debate entre el vodka, un poco de “baijiu” o el fernet, mientras le canta sus canciones a un portarretrato con la foto de un exultante Xi Jinping. Todo un cuento chino, mientras el televisor, sin sonido muestra las imágenes de Ucrania arrasada por el invasor ruso y desde la ventana un niño le grita: “¿Presidente, por qué violó la cuarentena”?, al mismo tiempo que un “nuevo” funcionario público pasea a Dylan.

Fuente: Infobae

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