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FMI: una hoja de ruta gastada que conduce siempre al mismo lugar

OPINIÓN 12/03/2022 Luis Secco*
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La reprogramación de los vencimientos con el FMI tendrá un efecto nulo sobre las expectativas. Lamentablemente, el Gobierno desperdició la que tal vez haya sido la mejor última oportunidad que tenía para producir un cambio de régimen que permitiese esa reversión de las expectativas. No hay nada en todo el memorando de entendimiento que permita volver a creer que la Argentina vale la pena, que el futuro será mejor que el presente. El acuerdo se queda corto, por donde se mire, para crear un clima favorable y generar credibilidad y confianza.

Y esto es así por diversos motivos:

1) No resuelve “el problema de la deuda”. Esto es, el stock de deuda pública, tomando las proyecciones que sirven de base al acuerdo, mantiene una trayectoria creciente en el tiempo, y con vencimientos de capital e intereses que tienden a concentrarse peligrosamente hacia el 2025/2026. Cualquier modelo que utilicemos para calcular si el sendero de deuda pública es sostenible, daría como resultado que no lo es.

Y es esperar que al igual de lo que sucedió durante el gobierno de Mauricio Macri, cuando concluía que la trayectoria de la deuda no era sostenible, el FMI vuelva a usar alguna forma de decirlo que no hiera, pero que no pueda esconder lo que para los que hacemos los números no es ningún secreto. Para hacer sostenible la deuda o hay que crecer más rápido, o hay que generar superávit fiscal o hay que bajar rápidamente las tasas de interés (o una combinación de todo). Y el acuerdo se queda corto en todos esos objetivos. O sea que se trata de un acuerdo cuya razón principal es la de no caer en un default con el FMI…hoy; pero que crea o mantiene las condiciones para que ese default se produzca en el futuro.

2) La estabilización macro que persigue el programa se parece mucho más a una expresión de deseos que a un objetivo alcanzable sustentado en medidas concretas de política económica. En realidad, todo el memorando (y la exposición de motivos que acompañó el proyecto de ley original) está plagada de expresiones de deseos. El Gobierno se comporta como si pudiera decretar algunas cosas como, “decreto que el PBI crezca”, “decreto que caiga la inflación”, “decreto que aumenten las exportaciones”; etc. y, después, a la hora de propiciar las acciones conducentes, hace muy poco o hace exactamente lo contrario.

Hay varios ejemplos en este sentido, en materia fiscal, por ejemplo, la posibilidad de alcanzar un déficit primario de 2,5% del PBI este año descansa, en cuanto a medidas concretas, en la segmentación de los subsidios al consumo de energía que debería aportar un 0,6% del PBI y un incremento de la recaudación de Bienes Personales (para los contribuyentes que poseen propiedades en la Ciudad de Buenos Aires) de 0,1% del PBI. El resto que habría que conseguir sería de un 0,4% del PBI si tomamos como base, como lo hace el Gobierno, el déficit oficial del año pasado (3,1% del PBI) y de más de 2 puntos del PBI si tomamos como base el déficit inercial (el que habría este año si no se hace nada). Y ese resto se alcanzaría gracias a otras iniciativas que reducirían adicionalmente los subsidios, como el crecimiento económico y una mejora de la administración tributaria; todo lo cual luce muy voluntarista, incluso tomando como base los cálculos del Gobierno.

Otro ejemplo bastante elocuente del divorcio entre lo que se declama y la realidad de la política económica es el objetivo de favorecer el crecimiento a partir de un boom exportador. Pero, es imposible alcanzarlo si no se puede importar; las economías que exportan mucho también importan mucho. Acá en la Argentina la mayoría de la clase dirigente se llena la boca con la promoción de exportaciones, pero cuando se le habla de abrir la economía se oponen vehementemente porque apertura es sinónimo de importaciones.

De hecho, la semana pasada el BCRA volvió a imponer nuevos límites a la disponibilidad de dólares para pagar importaciones, revelando nuevamente la escasez de divisas y la necesidad de cuidarlas en un contexto internacional cuya consecuencia más relevante para la Argentina ha sido el salto de los precios de la energía y en particular del gas natural licuado que hay que importar (siendo ésta la razón principal por la cual resulta tan improbable una consolidación fiscal basada en la reducción de los subsidios al consumo de energía). Y esto hay que sumarle la siempre latente posibilidad de que aumenten las retenciones o que, por cuestiones de preservar el consumo doméstico, se prohíban las exportaciones de algún producto. Por cierto, es muy difícil que las exportaciones crezcan como pretende el Gobierno con ese contexto y marco de incentivos.

3) La ausencia total de reformas es sorprendente. La verdad es que se trata de un acuerdo que se parece mucho más a un Stand-By que a un Programa de Facilidades Extendidas. Podría decirse que desde el punto de vista de la negociación se consiguió mucho más de lo que se podía esperar: se refinanció toda la deuda con el organismo, a largo plazo, con dinero fresco up-front (lo que no le viene nada mal al Gobierno), y todo a cambio de nada. Pero esto no es trivial. Muchas veces se habla de que la clave del éxito de un programa descansa en su credibilidad. Pero la credibilidad no es algo que existe por arte de magia. La credibilidad depende de la magnitud del esfuerzo y de la consistencia de los compromisos que se asumen para lograr los objetivos buscados.

El esfuerzo de consolidación fiscal es incierto y pobre (y descansa principalmente sobre los bolsillos de algunos consumidores y pagadores de impuestos) y la política cambiaria, monetaria y de financiamiento continúa siendo la misma, por lo que la necesidad de impulsar alguna reforma concreta debería ser vista como imprescindible. Cuanto menor es la consistencia del esfuerzo de estabilización mayor debería ser la contundencia de la reforma y cambio estructural, de forma tal de propiciar una mejora inequívoca de las expectativas. Pero no hay ni una sola iniciativa concreta que pueda ser juzgada como tal.

Evitar el default

En los últimos días, algunos representantes empresariales expresaron su apoyo a la aprobación legislativa del acuerdo, porque un default con el FMI sería una catástrofe, mientras sostenían que éste puede ser visto como un primer paso y que despejadas las urgencias se puede pensar en un programa más serio, más consistente. Pero me cuesta mucho ser optimista en tal sentido, el Gobierno de Alberto Fernández se pasó dos años diciendo que no hacía falta un programa y ahora, cuando no tiene escapatoria y tiene que armar algo, presenta una hoja de ruta cuando menos desdibujada, y que no conduce a otro lugar que no sea el que se quiere evitar, el de un default (o una nueva refinanciación) a futuro.

Y, por cierto, esto no lo digo solamente yo, sino que muchos legisladores de la oposición, que mostraron su apoyo a la refinanciación de la deuda con el FMI, también sostuvieron lo mismo. Además, si el oficialismo se muestra dividido a la hora de apoyar un programa muy light, que es casi una dádiva, menos va a estar de acuerdo en apoyar un programa más serio y con metas y contenidos más ambiciosos. Lamentablemente, este es el “mejor programa” que el gobierno quiso, supo o pudo armar para intentar que sobreviva un modelo económico que está visiblemente agotado.

* Para www.infobae.com

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