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El simulacro opositor que devora a Cristina Kirchner y a Alberto Fernández

OPINIÓN 25/03/2022 Fernando González*
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No son buenos los antecedentes de la Argentina cuando el peronismo estuvo fracturado en un contexto económico de alta inflación. 

El episodio más recordado fue sin dudas el plan de ajuste que puso en marcha el 4 de junio de 1975 el ministro Celestino Rodrigo. Hacía diez meses que había muerto Juan Domingo Perón, cometiendo la imprudencia de dejar en el poder a su esposa, Isabel Martínez, y al siniestro ministro de Bienestar Social, José López Rega.

El país ya venía complicado por la crisis del petróleo en el mundo y la gestión económica de José Bel Gelbard, un ministro de origen comunista que con Perón había llevado el déficit fiscal al 14% del PBI. Las cuentas no cerraban.

Por eso, Rodrigo intentó aplicar un plan de combate extremo contra la inflación. Aquella guerra para frenar la distorsión de los precios relativos empezó con una devaluación del peso del 160% y una suba de tarifas de los servicios públicos, el transporte y los combustibles del 180%.

El tope del 40% para los salarios disparó una crisis social inmediata y una huelga masiva de la CGT durante 48 horas. No hizo falta más. Rodrigo renunció de inmediato. Su plan pasaría a la historia de las tragedias argentinas como “el rodrigazo” y López Rega, el fundador de la sangrienta Alianza Anticomunista Argentina, se fugaría por un tiempo a España.

La etapa esotérica del peronismo, con “El Brujo” López Rega en lo más alto del poder, también voló por los aires. Lo que siguió fue un sendero de caos político, económico y social, de violencia y de muertes que condujo al abismo de la dictadura militar y arrojó al país en los brazos del terrorismo de Estado. Pronto va a haber transcurrido medio siglo de todo aquello y, curiosamente, son muy pocos los dirigentes peronistas que han hecho alguna aproximación autocrítica sobre esos tres años en el poder.

Quizás el de Cristina Kirchner sea el más extraordinario de los silencios sobre la experiencia fallida del peronismo entre 1973 y 1976. El kirchnerismo lo ha simplificado en su relato reduciéndolo a una batalla entre “buenos” (la izquierda peronista, los Montoneros) y “malos” (la derecha peronista, los sindicatos, López Rega). La prueba es que Máximo Kirchner bautizó a su agrupación política con el nombre de “La Cámpora”, como si el gobierno de cuarenta y nueve días del odontólogo Héctor J. Cámpora hubiera tenido algún beneficio para el país. Hasta allí llega la manipulación de la historia, ideal para subyugar a los distraídos, a los ignorantes y a los oportunistas.

Es conveniente repasar aquellos tropezones de la Argentina ahora que Cristina Kirchner y Alberto Fernández han comenzado a bailar el vals del simulacro opositor que se los está devorando a los dos. Ha quedado lejos aquel video de mayo de 2019, posteado en las redes sociales, en el que ella lo eligió para ungirlo candidato a presidente y derrotar a Mauricio Macri. Desde la debacle oficialista en las legislativas del año pasado, el Presidente se ha convertido en una carga para la Vicepresidenta.

Ahora ni siquiera le responde el teléfono. Cristina lo manda a atacar 24/7 vía sus fanáticos en las redes y a través de sus panelistas y periodistas militantes en los websites, las radios y las señales de TV que transmiten su mensaje sin ningún tipo de intermediación.

Alberto le responde un día desafiándola al hablar de “egoísmo y narcisismo”, pero sin nombrarla. Y al otro pide un aplauso para ella en una tribuna entrerriana de Paraná. Podría ser una novela de gestos tiernos sino estuvieran de por medio la política real, el 60% de inflación anual y los veinte millones de argentinos pobres.

Este 24 de marzo, la danza de Cristina y Alberto los encuentra en escenarios diferentes. El Presidente recuerda a los científicos desaparecidos en el ministerio de Ciencia y Técnica, junto al siempre moderado Daniel Filmus. Y el kirchnerismo, con La Cámpora al frente, marcha desde el museo donde funcionó el centro de detenciones de la ESMA hasta la Plaza de Mayo.

Hebe de Bonafini, quien el martes recibió a la Vicepresidenta en sus oficinas, será una de las protagonistas junto a Máximo Kirchner. La titular de las Madres de Plaza de Mayo suele ejercitar su verba inflamada para maltratar y castigarlo en público a Fernández.

Todo huele a medio siglo de atraso. Como el documento que hizo público un grupo de académicos, escritores, artistas y otros emprendedores del kirchnerismo. El texto, una respuesta a la defensa del Gobierno que había hecho otro grupo satelital del peronismo la semana anterior, es una crítica demoledora a la (falta de) eficacia y al estilo del Presidente. El título, “Moderación o pueblo”, parece suficiente. Pero vale la pena adentrarse y leer reflexiones que consiguen desollar a Alberto. “Pretenden hablar suave, pero se vuelven inaudibles. Todo lo que se presenta moderado termina siendo débil y sin capacidad transformadora”.

Con el fondo cromático del blanco y negro de los setenta, o con el ritmo de los acordes de Sucesos Argentinos, se podría haber insertado la frase “¿Qué pasa General, que está lleno de gorilas el gobierno popular?”. Una de las tantas señales de fractura que anticipaban el desafío a un Perón moribundo y el quiebre del peronismo para dar paso a la decadencia y a la violencia. Hay dirigentes veteranos en el Frente de Todos que conocen el huevo de la serpiente y podrían advertirles sobre la facilidad con la que las desgracias se suceden cuando nadie se atreve a enfrentarlas.

Afortunadamente, en estos tiempos los conflictos del peronismo no se resuelven a balazos. Pero, como ya lo ha dicho Máximo Kirchner en su carta de renuncia a la jefatura del bloque de Diputados oficialista para no votar el acuerdo con el FMI, la derrota del Frente de Todos en las últimas elecciones ha llevado al kirchnerismo a perfeccionar el simulacro opositor para intentar tener mejor suerte en el 2023. ¿Eso significa romper con Alberto?

“Alberto y Cristina quieren romper su alianza, pero no la pueden romper”, asegura en estas horas el politólogo Alejandro Catterberg, director de Poliarquía.

La sombra de Chacho Álvarez y aquella renuncia adolescente que precipitó el estallido del gobierno de la Alianza está presente en la cabeza de la Vicepresidenta. Aferrados al Teorema de Baglini, los kirchneristas que están más cerca del poder apuestan a que el simulacro de oposición se parezca más a un acompañamiento triste de la agonía del albertismo poniendo cara de distraídos. Casi como si a la criatura del Frente de Todos no la hubiera diseñado Cristina.

En ese escenario de equilibrio inestable, el Plan A de Alberto y Cristina es resolver la ecuación de poder a través de elecciones primarias que mejoren la apuesta electoral. El kirchnerista Wado de Pedro y el inoxidable Sergio Massa emergen en principio como posibles candidatos presidenciales. De los gobernadores peronistas, el que más trabaja para tener una oportunidad es el tucumano Juan Manzur, acovachado en la jefatura de Gabinete.

El Plan B de un Alberto con final desmoronado ya ha sido contado en esta columna. Cristina y Máximo apuestan a la provincia de Buenos Aires como refugio político ante una victoria nacional de Juntos por el Cambio. El menú del kirchnerismo incluye el adelantamiento de la elección bonaerense, con Máximo K., Martín Insaurralde o algún otro intendente/a como candidato a gobernador, y tiene a la Vicepresidenta en la boleta como postulante a senadora para intentar la heroica de sumar un voto duro y militante cercano al 40%. Libros de arena, diría Borges.

Lo que si tienen claro Cristina, Máximo y todo el kirchnerismo es que las cajas no se entregan. Las banderas sí, pero Anses, el PAMI, YPF y Aerolíneas Argentinas no se tocan. Ya le han demostrado a Alberto que pueden defender una subsecretaría de Estado como si fuera la capital de Ucrania. El Gobierno sabe que tocarles a los pibes para la liberación el combustible de la actividad política es poner en marcha en serio la Tercera Guerra Mundial.

Mientras juegan a la guerra sobre el país destruido, sería interesante que Alberto y Cristina le echaran una mirada a la encuesta que acaban de publicar trespuntozero y el Grupo de Opinión Pública. El trabajo, diseñado por los consultores Shila Vilker y Raúl Timerman, arroja señales estremecedoras para la clase política, que el extravagante Javier Milei estigmatiza (y con notable éxito, como se vio en noviembre) como la casta política.

Entre otras observaciones movilizadoras, el 58,8% de los ciudadanos de clase media cree que los políticos argentinos se dedican a su profesión para “el enriquecimiento personal”. La mayoría de los encuestados considera que los militantes activos se dedican a la política “por motivos económicos”. También es muy interesante observar lo que opinan quienes participan de esas encuestas cualitativas conocidas como focus groups.

“Todo bien con los que militan por el Che Guevara, por Néstor y Cristina, pero la mayoría pega un laburo y se olvidan de los ideales”, responde un votante del Frente de Todos. “Es cierto que muchos se meten para ayudar y cambiar las cosas, pero la verdad es que la mayoría quiere ser ñoqui”, se ensaña un votante de Juntos por el Cambio. Y el ranking de quienes son más corruptos u honestos, lo encabezan con comodidad los dirigentes políticos.

Son señales, que la dirigencia política puede atender o puede que prefiera ignorar. El país del no me acuerdo, aquel de María Elena Walsh en el que Alberto y Cristina bailan ahora la danza del simulacro opositor, parece haber olvidado otra de sus lecciones. Que el “que se vayan todos”, el desmembramiento trágico del comienzo de este siglo sucedió apenas hace dos décadas.

* Para TN

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