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Mañana es mejor

OPINIÓN 04/04/2022 Osvaldo Bazán*
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Estamos tristes, mirando sin ver, caminando con la cabeza gacha por las calles de todo el país.

Vamos mal vestidos, desarrapados. 

No es casualidad.

No es menor.

Si estamos anímicamente quebrados es porque primero fuimos estéticamente vencidos.

No es un detalle.

Nos vestimos mal, con lo que va quedando, con jogginetas gastadas, con buzos manchados y calzas cansadas de cuarentena.

Se estiraron los elásticos, se agrandaron los agujeros, se apelotonaron las frizas.

Hemos perdido elegancia y con ella, cierta noción básica de civilidad.

No es frívola la enseñanza de Mirtha Legrand: “Como te ven, te tratan”.

¿Ya no nos importa cómo nos ven?

¿Ya no nos importa cómo nos tratan?

Estamos parados en la puerta del shopping, vemos la ropa, vemos el calzado, vemos los precios de la ropa, vemos los precios del calzado, miramos a los vendedores, los vendedores nos miran, nadie compra, nadie vende. Nos vestimos mal, hablamos mal, comemos mal, nos tratamos mal.

Estamos mal.

Estamos tristes, triunfa en el país un arte básico, elemental.

El cancionero popular que alguna vez dijo cosas como “después, qué importa del después/ toda mi vida es el ayer/ que me detiene en el pasado” o “Mama la libertad, siempre la llevarás/ dentro del corazón/ te pueden corromper te puedes olvidar/ pero ella siempre está” hoy se conforma con recitar el abecedario.

Estamos tristes porque el paisaje se llenó de gente tirada en los portales, apenas tapados con una frazada agujereada, un perro amigo, un colchón sucio, la botella de algo que alguien ha dejado.

Estamos tristes porque “Ezeiza” que antes era la puerta que usaba la voluntad para comenzar a vivir aventuras inolvidables hoy es sólo la involuntaria despedida sin boleto de regreso.

Hoy “Ezeiza” es sinónimo de gente empujada que quizás no volveremos a ver.

Eso, si conseguís llegar a Ezeiza. Es probable que un grupo de desamparados colgados de la luz corten la autopista y no puedas ni alcanzar el avión que te iba a sacar de acá para siempre.

Estamos tristes porque se van los amigos, se van los hijos, se van los padres, se están yendo todos.

Muchos se van incluso sin nada.

Se van a probar suerte, porque al menos afuera parece que hay suerte disponible para ser probada.

Acá ya sabemos que lo que hay, es desgracia.

Y la probamos.

Estamos tristes porque otra vez tocan el timbre pidiendo comida o “tiene algo que me dea”.

Es la tercera vez en la mañana.

Estamos paralizados frente a la góndola del supermercado.

No puede valer lo que vale ese queso que hasta hace un tiempo comprábamos sin ver. Todas las conversaciones se restringen a “¿sabés cuánto pagué el kilo de…lo que sea?”.

Nos quedamos sin temas de conversación.

Y sin aceite.

Y sin yogures.

Y descartemos el gustito ese del vino, el chocolate, los fideos importados.

Estamos tristes, ese huevo de pascua quedará en el estante.

Estamos paralizados frente al espacio donde antes había una góndola en el supermercado y ahora no hay nada. Nada.

Desaparecen los productos y desaparecen las góndolas, como si el vacío pudiera disimular el vacío.

Estamos cansados de esperar que nos entreguen el auto que compramos.

Y como no lo entregan, estamos tratando de remendar el auto viejo.

Estamos cansados de recorrer las casas de repuestos de autos sin conseguir la autoparte que precisamos.

Y si llegamos a encontrarla -a riesgo de convertirnos en cómplice de algún robo que vaya uno a saber si no terminó en muerte- habrá que rezar para encontrar también neumáticos. Y si los encontramos, elegir entre pagarlos o comer.

Estamos cansados de tener el auto en el garaje sin poder usarlo pero sin dejar de pagar la patente.

Estamos tristes todavía por nuestros seres queridos muertos sin un abrazo, sin un adiós.

Muchos murieron solos, sin saber por qué los habíamos abandonado. Nadie nos avisó que se podía pagar para no cumplir la orden que el mismo que la dio, no cumplió. Si en lugar de haber ido al geriátrico por el último abrazo hubiéramos ido a Olivos a cantarle feliz cumpleaños a la primera dama, quizás con unos pesos, zafábamos.

Esa tristeza durará mucho, mucho tiempo.

Como las piedras que el Gobierno escondió porque en el fondo, muy, muy en el fondo, algo de vergüenza les da.

Estamos paralizados porque acaban de robarnos el portero eléctrico. Ya se llevaron cables, placas, manijas.

Estamos absortos frente a un presidente que dice que para bajar la inflación hay que hacer terapia de grupo y cantar como Lennon en su etapa más hippie.

Estamos desamparados porque el Ministerio de Salud eliminó de su vademécum drogas fundamentales para tratamientos oncológicos, mintiendo, diciendo que en 18 meses nadie las pidió al banco nacional de drogas.

La Asociación Argentina de Oncología Clínica (AAOC), o sea, los oncólogos argentinos ya dijeron que el vademécum “excluye principios de reconocida eficacia, que impactan en la supervivencia de los pacientes”. La fundación Argentina de Mieloma dijo que el ministerio sacó 14 drogas del vademécum, de las cuales tres son básicas para el mieloma, lo usa el 80 % de los pacientes.

Estamos enojados, esperando que la ministra de Salud explique por qué mintió con lo de los chicos chinos vacunados, por qué no arreglamos con Pfizer cuando se podía y por qué murieron decenas de miles de argentinos que podrían haberse salvado si no hubieran privilegiado los negocios que la vicepresidenta tiene con uno que tira bombas sobre hospitales.

A quienes pegaron carteles diciendo que por responsabilidad de la vicepresidenta murieron decenas de miles de personas lo encontraron en un día. El cartel es delito. La muerte de 35.000 argentinos no se investiga. ¿Cómo no vamos a estar enojados?

Estamos tristes viendo que hay más chicos pobres que chicos no pobres en el país.

Estamos absortos viendo que, en una zona supuestamente rica del país, vuelca un camión con chanchos y se convierte en una orgía de sangre, desesperación y chillidos.

Estamos desgarrados: la foto de esos chanchos muertos en el baúl de un Renault 12 blanco ensangrentado rodando por nuestros teléfonos fue la confirmación de que el infierno está a la vuelta de casa.

Estamos cansados de hablar todos los días de lo mismo.

Estamos tristes, por las calles del país no circulan ambiciones, proyectos, entusiasmo. Por las calles del país no se circula más. Sólo hay iglús caros exigiendo comida.

Estamos indignados: Alexander Rodríguez, un venezolano con todos los números para ser sospechado de ser un servicio secreto de Maduro, filmado tirando piedras al congreso, identificado por la policía, recibe la visita de Juan Grabois, hijo putativo del Papa y Cristina, que califica a Rodríguez como “preso político”. En su voltereta semántica, las piedras fueron tiradas por el Fondo Monetario Internacional.

Estamos enojados con Clotilde Acosta, una peronista que se tuvo que ir de la Argentina en épocas de un gobierno peronista porque una organización peronista la amenazó, y recibe de parte de un gobierno peronista $11.466.268,60 por ese exilio peronista. Entre otras cosas, Clotilde Acosta presentó durante años en Argentina el musical “EVA” auspiciado por diferentes instancias gubernamentales peronistas. Clotilde Acosta, más conocida como Nacha Guevara revienta por una decena de miles de dólares una de las pocas carreras artísticas nacionales con nivel internacional. Así de sensibles son algunos artistas en un país en donde esta noche, miles de chicos no van a cenar. No está de más recordar que Nacha también es responsable de la aventura política que nos trajo hasta acá. Ella sumó a este proyecto, lo apoyó, lo bendijo, lo publicitó.

En los ’80 en “Vuelvo” Nacha cantaba “pero me queda y no siento vergüenza/ nostalgia del exilio”. Once millones y medio de pesos, por la nostalgia. También decía “ustedes estuvieron, yo no estuve/ por eso en este cielo hay una nube/ es todo lo que tengo”. Bueno, ahora, además de la nube, tiene once millones y medio de pesos, resignificando tanto la canción, su carrera como la popular frase “nadie es peronista gratis”.

Estamos agobiados de narcotráfico; de balaceras rosarinas; de búnkeres reabiertos; de los perejiles de la droga adulterada que dejó más claro aún que todos saben todo y si no hacen nada es porque son parte del asunto.

Estamos agotados de tantos “urgentes” de los canales de noticias porque sabemos que después de la música estridente vendrá otro femicidio, otro robo al voleo, otra usurpación apañada por el Estado, dos o tres declaraciones sobre Narnia del presidente, que quiere refundar la relación entre los países y no puede conseguir mantener una conversación con su ministro del interior.

Estamos extenuados de la interna de la interna de la interna. Todos son peronistas y su idea de la política es cobrar del estado, pagar con plata del estado, meter impuestos y decir que la patria es el otro y que un bichito terminó con el capitalismo.

Estamos tristes viendo a los chiquitos obligados al barbijo en las interminables horas de clase.

Estamos tristes porque la ambulancia de PAMI no llega, porque el turno de urgencia es para dentro de dos meses. Y a nadie, a nadie le importa.

Estamos tristes porque no conseguimos nada para alquilar.

Estamos tristes porque conseguimos un departamento para alquilar, pero no lo podemos pagar.

Estamos tristes porque el inquilino se nos quedó en el departamento, no paga más el alquiler y el abogado dice que es muy difícil sacarlo.

Estamos tristes por el bono de $6.000 a los jubilados de la mínima, esa limosna que Raverta concede como si el dinero fuera de ella; como si ella no hubiera sido la responsable de que la vicepresidenta -esa de la que se sospecha es responsable de más de 35.000 muertes evitables- cobre más de 2.500.000 de pesos mensuales.

Estamos enojados porque unos ineptos juegan en la cancillería con la imagen del país, se hacen los rusos, se hacen los chinos, se mojan los pantalones de emoción ante cada dictadorzuelo berreta que les recuerda a Perón.

Estamos hartos de Fabiola y su sueño glamoroso de tapa de Gente. ¡Medio país es pobre, Fabiola, ubicate! Dejá de embromar con tus flores, tus vestidos wannabe, tu evidente incapacidad para cualquier cuestión práctica que ayude en algo a los argentinos a pasar esta tormenta.

Fabiola, entendelo, no le importás a nadie.

Estamos hartos de Feletti y su nonagésima bravuconada, de los turiferarios con libretitas en los supermercados, de las cabecitas de Sarlo repitiendo entre risas que se equivocaron sin hacerse cargo de ninguna consecuencia y equivocándose de nuevo, de Víctor Hugo quejándose del capitalismo mientras transmite en vivo desde Nueva York (sic, juro que sic, se pasó toda la semana hablando de los que “se llevan la plata afuera” desde un loft en Manhattan, escalando un nuevo pico de caradurez).

Estamos hartos de la ministra de la verdad, lanzando jueves a jueves un enjambre de fake news desde el banquito de la superioridad moral que no la aguanta, dando cátedra de una ética que desconoce por completo, retando a los ciudadanos con aires de autoridad, como si trabajar para aquél al que todos sabemos que desprecia no fuera la muestra más clara de su deshonestidad.

Estamos cansados de esos intendentes del conurbano que con pinta de matones discursean eliminando a un tiempo la decencia y la gramática, los Ishis de la vida con sus negociados berretas, sus concejos deliberantes violentos, su desprecio por la democracia, sus relaciones narcos.

Estamos hartos de esos gobernadores feudales, engordados a fuerza de coparticipación, acomodaticios de adiposo presupuesto llegado desde Buenos Aires, exigiendo mordida a la inversión privada.

Estamos tristes, estamos hartos, estamos enojados, estamos extenuados pero…estamos.

Lo importante de todo esto es que estamos.

Lo que más les molesta de todo esto a la murga inútil de Casa Rosada es que estamos.

Por eso sale el inclasificable Béliz a hablar de que las redes contaminan la democracia. No, Béliz, es al revés y usted lo sabe muy bien. No se recuerda ninguna colaboración suya a la patria, Beliz, a la altura de todo lo que los contribuyentes gastamos en usted. Usted, Béliz, ha sido a través de los años, sólo un gasto superfluo que tuvimos que pagar. No se lo mereció nunca. No ganó nunca nada de lo que recibió. Córrase.

Lo importante de todo este menjunje es que estamos.

Y somos el principal obstáculo para que se lleven todo por delante.

Acá estamos

Ahora que es todo paisaje yermo, soledad y desencanto, desolación sobre desilusión, ahora que el Papa mostró que no se correrá un segundo de su sotana para decirle a su amigo Putin que es un asesino; ahora que el presidente no da ya ni pena; ahora que la vice se esconde porque su futuro de cárcel no es tan imposible; ahora que los viejos de La Cámpora quieren hacernos creer que no son responsables de este desastre; ahora que se rompieron los lazos; ahora que el pasado se nos ofrece como futuro; ahora que Massa vuelve a soñar con ser lo que nunca será, presidente de Argentina; ahora que algunos opositores sueñan en una Moncloa de morondanga, y se abrazan en cenas de organizaciones que son el Lollapalooza del círculo rojo, responsables también de haber llegado hasta acá, ahora es la salida.

La tristeza no es motor de la vida.

Para dar vuelta esta realidad rantifusa, lo primero es querer darla vuelta. Lo segundo, saber que se puede. Una de las grandes victorias de los fascistas es hacerte creer que ganaron, que las cosas son así, que ya está, que no vale la pena mover un dedo para que cambie la situación.

Semanalmente, esta columna es contestada por honestos lectores que dicen “sí, pero ya fue”, “sí, pero no se puede hacer nada”, “sí, pero siempre van a ganar porque regalan planes”, “sí, pero la gente es idiota y los va a seguir votando”.

Las batallas se ganan antes de que ocurran.

Ir a pelear pensando que vas a perder es la mejor manera de perder.

La tristeza nos trajo hasta acá.

Como te ven te tratan, dice Mirtha.

Que nos vean decididos, libres y fuertes.

Se terminó el silencio. Es hora de contestar cada agravio, cada mentira.

Es hora de hablar y de gritar, si es preciso.

Basta.

Lo que vendrá será todo nuevo.

Lo que vendrá será lo que hagamos desde hoy.

Es demasiado vértigo imaginarnos el centro y la fuerza de lo que queremos que ocurra.

Es demasiado vértigo, demasiado humano, demasiado excitante.

Ninguno de nosotros podrá por sí sólo.

El trabajo es dificilísimo. No, más difícil todavía de lo que podemos imaginar.

Pero hay que empezar hoy.

Lo primero será arreglarnos un poco, peinarnos, levantar la cabeza, mirarnos de frente.

Córranse, estamos para refundar un país.

No es cierto que no quedó nada en pie.

Estamos.

De pie.

Mañana es mejor.

 

 

* Para www.elsol.com.ar

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