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Momento crítico de un Gobierno que no sabe "que trole hay que tomar"

OPINIÓN 11/04/2022 Hugo E. Grimaldi*
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La discusión pasa por determinar cuántas décadas hace, pero lo que se observa a simple vista es que la Argentina de hoy puede describirse como un lamentable barrilete que remonta un poco y luego se va en picada, maneje la piola quién la maneje. 

El paso de los años, que puede ser medido en paralelo al predominio creciente del Estado sobre el sector privado, ha conseguido dos cosas: a) que después de tantos enredos, el artefacto volador se haya quedado sin cola, por lo que las turbulencias son incesantes y b) que esos vaivenes hayan naturalizado actitudes de la sociedad surgidas del acostumbramiento: viveza del lado de los dirigentes y conveniencia del lado de los dirigidos. 

Lo miserable del caso en este juego a dos puntas es que la clase política ha comprobado que siempre se puede dar una vuelta más de tuerca para disfrazar la realidad a partir de ensalzar y exprimir al Estado, mientras que un gran número de ciudadanos se miran de modo recurrente el ombligo para ver de qué teta se pueden prender. La metáfora del barrilete alude a la falta de gobernabilidad que se observa hoy en la Argentina, sobre todo porque está fallando notoriamente la muñeca de quien fue elegido para conseguir algún respiro en la situación económica y social: Alberto Fernández, presidente de la Nación, delegado por la ciudadanía a instancias de Cristina Kirchner para sostener el hilo y hacer subir la cometa.

Ante tan poca destreza, la desconfianza de consumidores e inversores no sólo es moneda corriente, sino que se arraiga mucho más y profundiza el parate argentino. Son muchas las décadas de copiar y copiar las mismas recetas y cada vez son menos quienes no se dan cuenta de que el resultado de tantos vaivenes nunca resueltos ha sido siempre el mismo: un futuro sin futuro, debido a la permanente degradación de la sociedad. La decadencia del país que no sólo marcan las estadísticas, sino cualquier caminata de observación por la Argentina de hoy es la grave consecuencia de tanta mala praxis. Se ha llegado a un tiempo que podría ser el límite de tan oscura descripción. Lo que se observa por delante es casi como un muro de Berlín a caer, ya que el juguete de papel no da más, se menea alocadamente de izquierda a derecha y por eso, su control se hace imposible. Da la sensación de que algo tiene que pasar.

Mucho peor resulta ser el panorama si quien debe tener la firmeza necesaria para evitar el colapso se distrae de su menester principal y sólo mira hacia los costados, preocupado marketineramente por atender su propio maquillaje (relato) o en ver qué dicen sus socios del palo de la política para salvar el statu quo o en escuchar las voces de los sabios de siempre, expertos en dar recetas desde afuera. Quizás por la fatiga que le produce la impotencia de no poder remontar la crisis, en la Casa Rosada, pero sobre todo en el ministerio de Economía, se respira por estas horas un ambiente de pesadumbre, mezcla de impotencia y preocupación. "Aroma a calas", diría Jorge Asís.

Naturalmente, las ojeras más evidentes las exhibe el Presidente, a quien se lo observa por ahora desorientado como si no supiera "que trole hay que tomar para seguir". Está claro que lo acosa una obvia parálisis de gestión y que sus inseguridades son manifiestas, ya que por estas horas tiene además en claro que el kirchnerismo que lo ungió no sólo le ha quitado la red, sino que lo combate. El cansancio que se le nota a Fernández, el mismo que le trastoca a veces el habla y en otras le nubla el pensamiento y lo hace tropezar en la acción de sostener el artefacto, hace que generalmente fije mal sus prioridades.

Lo más notable que se observa en él y en su gente es justamente fatiga, pero por un combate que nunca han llevado a cabo, salvo sibilinamente puertas para adentro del Frente de Todos, combate que debería haber sido de shock contra los verdaderos males que aquejan a la sociedad, como son, de mínima, la pobreza, el desempleo y la inflación que todo lo corroe, tarea que nadie ejerce plenamente debido a la anarquía ambiente. Y todo esto, sin contar los aplazos que ha sabido cosechar el Gobierno en temas críticos como Seguridad, Educación, Salud, Justicia o en lo que hace a la inserción de la Argentina en el mundo, temas que casi nunca fueron abordados con el rigor y la coherencia que se merecían, quizás porque el Presidente se sintió siempre obligado a pedir permiso.

Es verdad que la actual Administración ha sufrido dos lastres decisivos a nivel global, primero el de la pandemia y este año el de la guerra entre Rusia y Ucrania, pero el centro del problema parece haber sido una vez más el de focalizar incorrectamente la gestión, antes que el de esos imprevisibles factores externos. En este punto de la mala elección de los remedios hay un notable parecido entre Fernández y su antecesor a la hora de elegir el gradualismo para no desagradar a terceros. Cuando pudo y debió hacerlo, Mauricio Macri nunca se animó a tomar el toro por las astas por el miedo a las críticas mediáticas y al ala más progresista de Juntos por el Cambio. Así, se lo comió el "qué dirán".

En tanto y casi por lo mismo, el actual presidente nunca pudo soltar hilo del carretel para que la cometa no le colee, ya que siempre buscó la conformidad del Instituto Patria. Tras posponer y posponer medidas, cuyas demoras más notorias fueron las negociaciones por la deuda, con privados primero y con el FMI después y de usar recetas fracasadas varias veces, se ha llegado a esta instancia crucial de sostener un barrilete que ha perdido la cola después de haberse enredado en la impericia de quien ha mirado más para adentro que para afuera de su espacio político, donde está la gente.

Lo concreto es que Fernández se está adelgazando solito y las encuestas se lo facturan cada vez más. La velocidad con que aumentan los precios es sólo un emergente más de la historia, bien dramático, por cierto, de todo el desmadre. La suba de tarifas (debido a la interna de cristinistas y albertistas ya se verá de cuánto) reducirá subsidios, pero pegará directamente en el bolsillo y hará parar de manos a mucha gente. Ni qué decir si la falta de gasoil o de gas para hogares e industrias se hace realidad en el invierno y se para la producción o el frío se siente en las casas.

"No hay materia gris", opinan algunos. "Sobran internas", les replican. Como siempre ocurre, quizás la verdad anda por el medio o son ambas cosas a la vez las que están maniatando al Presidente y si todo se nota más por estas horas es porque a muchos de los protagonistas, más por instinto de supervivencia que por vocación de servicio, se le han desatado las ataduras de la precaria alianza que los unía,

Así, todo el kirchnerismo, con Cristina a la cabeza, ha decidido no convalidar más el rumbo que Fernández eligió cuando decidió cerrar el paquete con el Fondo Monetario. Si ya no lo pueden torcer, la consigna es no quedar pegados: no votaron el Entendimiento en el Congreso y hacen cola para criticar. En este sentido, están convencidos de que el acuerdo nació muerto, sobre todo porque las circunstancias internacionales han puesto todo entre paréntesis, pero de modo central porque no creen ni una palabra en todo lo que se firmó, ni en los métodos que se convinieron para empezar a equilibrar las cuentas. Es que su religión estado-céntrica les impide aceptar la palabra "ajuste", como si el Estado fuese un botín de guerra que se puede repartir a discreción en nombre de una desigualdad que el propio populismo ha generado. Gran paradoja.

Ante esa realidad, los abanderados de la resistencia kirchnerista buscan retomar el control, sobre todo el de la economía y salen a diario a limar al que era su propio gobierno. Así, tiran a rodar frases que se van alineando como balas de una ametralladora frente a un paredón donde están de pie los ministros que deberían ser echados del gobierno para cumplir con los designios de la vicepresidenta y donde también queda más que expuesto el propio Fernández, sosteniendo cómo puede lo que queda del barrilete. Aprovechan todo lo que tienen a mano para esmerilar y muchos en la Casa Rosada suponen que han tenido que ver en materia logística con la notable manifestación piquetera de la izquierda, la semana anterior frente al ministerio de Desarrollo Social.

Desde el costado de su imagen, Cristina decidió retomar la centralidad legislativa y tejer en silencio. En su feudo del Senado ha conseguido sacar la media sanción de la nueva composición del Consejo de la Magistratura, iniciativa que no contempla la presencia de ningún ministro de la Corte. Lo logró con una estricta mayoría de la mitad más uno de la Cámara y ahora va allí mismo por su proyecto para cobrarle a los "fugadores" de dólares un impuesto en esa moneda que los blanquee y que sirva para pagarle al FMI. El tránsito por Diputados de ambos proyectos será bastante difícil, por cierto, ya que los números no le dan al Frente de Todos debido a que Juntos por el Cambio rechaza ambas iniciativas. En el caso del Consejo ha dicho que quiere que lo integre el titular de la Corte.

En cuanto al tributo, tal como se lo ha presentado, un diputado de la oposición dice que se trata de una "paparruchada" de difícil concreción ya sea porque desde lo técnico "fugar, fugan todos quienes cambian sus pesos en dólares y los sacan del circuito, pero en tiempo de un mercado con libre movilidad de capitales hablar de fuga es un contrasentido" y desde lo constitucional, no se pueden iniciar leyes impositivas en la Cámara Alta. Hay muchos que creen que va a haber una gran presión y que se van a conseguir los votos que hacen falta para volver a mostrar el poder de Cristina frente a la declinación presidencial.

Mientras tanto, en la Casa Rosada, tal como le sucede al Gobierno desde siempre, se conversa más de lo que se hace y se imaginan planes intermedios sin atreverse a correr a La Cámpora de las cajas que tanto apetece (PAMI, ANSeS, Aerolíneas, sobre todo), aunque por acción u omisión algunos soldados empiezan a fallarle al Presidente. Por ejemplo, el jefe de Gabinete, Juan Manzur trata de alinear como puede a los gobernadores, quienes quieren que se apunte con todo a controlar la suba de los precios porque han comenzado a pensar en las elecciones del año próximo en medio de un ajuste y tienen sus grandes reparos, mientas que los sindicalistas más afines al Presidente pelean por las paritarias, pero se han acomodado en la tribuna.

Del otro lado y sin tantos pruritos, Máximo Kirchner, Oscar Parrilli. Roberto Feletti y Axel Kicillof han hecho punta dialéctica en eso de desgastar y desgastar, el gobernador bonaerense en defensa propia para cuidar los recursos extraordinarios que su provincia recibe del gobierno nacional, la llave de una reelección que le disputa desde adentro Martín Insaurralde. Para citar nuevamente a Asís, al día de hoy Martín Guzmán, Matías Kulfas, Claudio Moroni y Juan Zabaleta tienen "el boleto picado".

En tanto, la sociedad padece porque a toda la clase política argentina le gusta más posar para la foto que acometer porque, como se ha visto, sus miras pasan más por el relato marketinero que por el servicio. Los tiempos han cambiado, los barriletes han dejado lugar a los drones y para manejarlos se requieren otras habilidades que no son las vetustas fórmulas que trajeron a la Argentina hasta acá.

* Para El Cronista

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