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El desafío de outsiders como Facundo Manes y Javier Milei, y ¿un final de época?

OPINIÓN 16/05/2022 Walter Schmidt*
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No siempre es necesario acudir a indicadores económicos y sociales, que por reiterativos y cada vez peores se naturalizan, para describir la gravedad de la situación actual y medir la estatura del Gobierno, de varios de sus miembros, de sus políticas y de su no Plan. 

En ámbitos políticos, económicos y empresariales, el termómetro refleja tal nivel de desasosiego que se llega al punto de reivindicar al menemismo, no por su contenido o el rumbo de aquéllos dos mandatos de Carlos Menem, sino por el volumen del gabinete, la audacia y la convicción de las políticas como la Convertibilidad o la estrategia ante el mundo, que siempre eran coronadas por la última palabra en boca del mandatario cuyo liderazgo era indiscutido. A eso se suma la relación con la comunidad internacional, la política de seducción de las inversiones y el manejo de la interna peronista sobre todo con los sindicatos. Hasta el más antimenemista, crítico acérrimo de la corrupción y del modelo privatizador, termina añorando la estabilidad política, institucional y de los precios.

No es casual que la dolarización, que fue el pilar del menemismo de la mano de Domingo Cavallo y se constituyó en una solución temporaria, vuelva a estar en el centro del debate actual tras el fracaso de la lucha contra la inflación de los gobiernos de Néstor y Cristina Kirchner (terminó con 30%); de Mauricio Macri (entregó el poder con el 54%); y ahora de Alberto Fernández y Cristina (con un 60% proyectado como piso para 2022).

“Estamos mucho peor que en el 2001 porque tenemos más pobreza, la inflación que en aquél entonces no existía hoy es dramática, y un fuerte desencanto con el mundo cuando en ese momento había fuertes inversiones acá y hasta exportábamos gas y energía a los países vecinos. Por eso hay más bronca que en el 2001 porque la economía está peor y cuando la economía anda mal es lo más importante, la sociedad sólo quiere que le resuelvan eso”, reflexiona un dirigente peronista, que supo ser un poderoso referente del PJ durante aquella crisis que parecía terminal para la política, pero quedó muy lejos de serlo.

De acuerdo con la consultora Taquion, ni siquiera 1 de cada 10 argentinos confían en los ministros de Economía en general, denotando el nivel de desconfianza que atraviesa a todas las generaciones por igual. ¿Por qué habrían de hacerlo?

Aquél grito de “que se vayan todos” se perdió en la historia contemporánea argentina, pero vuelve a reflotarse en la región. Por ejemplo, en Ecuador, refleja el descontento de la sociedad con la dirigencia política. En Perú, la presidenta del Congreso, María Del Carmen Alva, afirmó que “hay un gran hartazgo en general de los políticos y este hartazgo del Poder Ejecutivo se refleja al final tanto en el Congreso como en el Poder Judicial y el Ministerio Público”.

En los ‘90 también hubo un fuerte proceso de desencanto en la clase política. Aquella vez fue Menem el que recurrió a outsiders, personajes que no venían estrictamente de la política sino de otras profesiones, para ensayar una renovación dirigencial. Así surgieron los nombres de Daniel Scioli, Carlos Reutemann, Palito Ortega y hasta puso en el radar a Mauricio Macri. Ahora, no hay padrinos.

Hoy, los outsiders vuelven a tener un papel central en el futuro inmediato de la política argentina. A los fenómenos con ambición presidencial como Facundo Manes y Javier Milei, se suman los de Carolina Losada, Martín Tetaz, Amalia Granata, Segundo Cernadas, Roberto García Moritán, Victoria Onetto, entre otros tantos. ¿Cambio de época u otra expresión de bronca más?

Un informe de la Universidad Nacional de Villa María plantea cinco factores para que un outsider llegue al poder: 1) crisis de los partidos políticos, 2) desconfianza en el viejo liderazgo 3) necesidad de un mensaje de esperanza, 4) existencia de una persona dispuesta a encarnar un liderazgo a través de medios masivos de comunicación, sean tradicionales o redes sociales y, 5) propuestas pragmáticas que respondan a intereses populares y transgredan el sistema. Se estarían cumpliendo todos.

Sin estructura política ni un equipo que lo acompañe, Milei asegura que la gente está cansada de los privilegios de la casta política, aunque para él, Macri y Cristina Kirchner no formen parte de ese grupo vilipendiado. Dice lo que la gente con bronca quiere escuchar, con propuestas rimbombantes, pero de dudosa ejecución. Manes, en tanto, pretende construir una revolución de abajo hacia arriba, donde la sociedad se lleve puesta a los dirigentes, pero teniendo como base al radicalismo. Y asegura que las pandemias siempre alteraron la mentalidad de la época; por eso exhibe un informe que muestra que el 94% de la sociedad pretende un cambio.

El desafío lo tiene la clase política tradicional más allá de su perfil oficialista u opositor. Si se trata del Frente de Todos, la credibilidad que pueden emanar de las figuras de Alberto Fernández, Cristina Kirchner y Sergio Massa está más que dañada, dicho esto por el propio gurú catalán Antoni Gutiérrez-Rubi. Hasta La Cámpora, devenida en funcionarios con cargos y privilegios, ha perdido influencia y no moviliza más allá de sus fronteras cada vez más acotadas. Entonces, salvo una explosión de crecimiento, empleo y consumo, algo mucho menos probable que un sentido abrazo entre la vicepresidenta y el Presidente, las expectativas de reelegir de los K en el 2023 lindan con lo utópico.

La estrategia de alimentar la figura de Milei porque aumentaría las chances del kirchnerismo de continuar en la Nación al quitarle votos a la oposición, sería un espejismo: el riesgo es que el oficialismo termine tercero y que el candidato de Juntos por el Cambio y el de derecha diriman la presidencia.

La oposición, mientras, lucha por no romperse a sólo seis meses de haber ganado las elecciones legislativas con contundencia. La insistencia de Macri de ser candidato es rechazada por el radicalismo que difícilmente se encolumne detrás de una candidatura del ex presidente, aunque se impusiera eventualmente en las PASO. Sus declaraciones poniendo reparos en la unidad y privilegiando la línea del PRO, alimentan la grieta en JxC.

Lo que el Frente de Todos y Juntos por el Cambio no perciben es el grito silencioso de un sector de la sociedad, cuyo tamaño está en duda y encierra un riesgo, porque podría ser minoritario o bien una amplia mayoría. Tienen a su favor los siete meses que restan para culminar el año e ingresar a un 2023 en el cual habrá elecciones casi todos los meses. El problema es si durante ese lapso se consolidan los outsiders, Manes y Milei.

“La pandemia nos obligó a detenernos y nos permitió hacer un balance de la calidad de vida que llevamos, el costo-beneficio, y darnos cuenta de que en la Argentina el costo es muy alto. Provocó que muchas personas quisieran un cambio y que buscaran otras alternativas”, asegura a Clarín la reconocida psicóloga Celia Antonini, con varios libros en su haber.

Y deja un mensaje claro, casi de alerta, del que deberían tomar nota los dirigentes que viven de la política. “En el consultorio veo que mucha gente se dio cuenta que los mismos modelos llevan a los mismos resultados. Si uno deja pensar a un pueblo, como ocurrió en pandemia, puede pasar dos cosas: que apruebe el rumbo que lleva el país o que mire otros horizontes. Y me parece que eso es lo que está pasando. Las nuevas figuras políticas tienen cierta aprobación, gracias a la pandemia”.

* Para Clarín

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