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El fuego de la guerra entre Alberto y Cristina ya invade el territorio de Sergio Massa

OPINIÓN 22/06/2022 Eduardo van der Kooy*
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Por debajo de las furiosas hostilidades entre Alberto y Cristina Fernández aflora otro problema que ilustra la dimensión de la crisis política que afronta el Gobierno. Cuyo límite resulta imposible de ser visualizado. Aquella guerra y su fuego incesante empieza a corroer también a otra de las vigas del Frente de Todos. La que representa Sergio Massa, líder del Frente Renovador. 

​Cada vez le resulta más difícil, como ensayó hasta ahora, mantener un pie en cada orilla. No sólo porque en ambas geografías recelarían de él. En su módica agrupación, desde hace tiempo, se viene acumulando el disgusto.

Es cierto que la vicepresidenta, en comparación con otros casos, casi le tuvo compasión al ex intendente de Tigre en el mensaje de una hora y 10 minutos que pronunció en Avellaneda. Apenas se quejó que en la Cámara de Diputados se trabarían muchos de los proyectos que le interesan y sanciona el Senado. Fue implacable, en cambio, con el Movimiento Evita y Barrios de Pie. Con la titular de la AFIP, Mercedes Marcó del Pont y el jefe del Banco Central, Miguel Pesce. La cucarda, como siempre, quedó reservada para Martín Guzmán.

La mayor dificultad que ahora enfrenta Massa es el Presidente. Posee con él diferencias puntuales y globales. En el primer caso figura la designación de Daniel Scioli como ministro de Producción en reemplazo de Matías Kulfas. El otro, refiere a la gestión del Gobierno y el rumbo adoptado por el ministro de Economía.

La vicepresidenta también resultó contemplativa con Scioli. Dijo que le genera expectativas. Le marcó, sin embargo, el camino que debería recorrer: terminar, según ella, con el festival de importaciones que evaporan dólares y dañan las reservas del Banco Central. Eso formó parte de la conversación que el nuevo ministro mantuvo con el director del Banco de Inversión y Comercio Exterior (BICE), Ignacio De Mendiguren. Funcionario que, en el loteo frentista de la administración, reporta a Massa.

No pareció un tópico excluyente. Scioli indagó también con el ex diputado las posibles fórmulas para acortar el distanciamiento histórico que tiene con el ex intendente. Esa conversación se agotó en tanteos. De Mendiguren conoce los límites objetivos que existen para una reconciliación.

Tal vez no hay que mirar la Cámara de Diputados. Mejor las oficinas superiores de Aguas y Saneamientos Argentinos (AySA). Cuya conducción ejerce Malena Galmarini. La esposa de Massa. Incapaz todavía de olvidar el asalto que sufrió en su casa del Tigre, en 2013, en plena campaña de las legislativas durante la cual su marido prometía “meter presos” a los “ñoquis de La Cámpora”. Por el episodio fue condenado un prefecto. Además, era topo. El operativo, según la familia Massa, habría sido gestado en La Plata. En esa época Scioli gobernaba Buenos Aires.

La familia Massa, por entonces, presumía también que detrás de la canallada había estado el kirchnerismo. Por convicción o conveniencia, el ex intendente dejó de pensar eso ni bien se integró al Frente de Todos. Malena debió atravesar una terapia que hizo Máximo Kirchner. El diputado juró que nunca avalarían ese tipo de tareas sucias. La mujer, al parecer, le creyó.

La designación de Scioli fue para Massa una decepción. El titular de Diputados aspiraba a una reorganización más grande del área económica donde su figura pudiera ganar incidencia política. No lo logró. Recibió ahora un par de mensajes del nuevo ministro para una reunión. No pudo concretarse. La relación se circunscribe el intercambio de mensajes telefónicos.

Quizás, por ese motivo, Massa disfruta el clásico doble juego que le agrada practicar a la vicepresidenta. Le dio un chequecito a Scioli. Pero alentó otras voces. Cuando fue designado, su hijo Máximo, se encargó de responsabilizarlo por la derrota del 2015 por haber anticipado con imprudencia el que pensaba sería su gabinete. El ministro de Desarrollo Social de Buenos Aires, Andrés Larroque, se ocupó en las últimas horas de engrosar aquellas culpas. Elucubró que otra razón de la derrota habría sido la nominación de Carlos Zannini como compañero de fórmula. El gendarme indicado por Cristina.

Larroque avanzó en la disputa interna mucho más que la vicepresidenta en Avellaneda. No refirió a la “tercerización” de los planes sociales. Ni a la necesidad de cambiarlos por trabajo porque –como dijo ella- “el peronismo es laburo”. Cristina es campeona en la tarea de falsificar la historia. El ministro bonaerense acusó al Movimiento Evita y a Barrios de Pie de ser los socios de Guzmán en el ajuste que derivaría del acuerdo con el Fondo Monetario Internacional (FMI). Ni a la diputada Myriam Bregman, del Partido de los Trabajadores Socialistas, se le hubiera ocurrido esa construcción sofisticada.

La dirección de las palabras parece clara. En el fondo del problema asoma el perfil de Guzmán. Con quien Scioli ha tejido una excelente relación cuando fue embajador y se encarga de respaldar. Un motivo más que lo aleja de Massa.

Preguntas sin respuestas para Massa

Aseguran que, De Mendiguren, en su charla con el flamante ministro, también mechó objeciones contra Guzmán y Pesce. Un argumento que circula con intensidad en el Frente Renovador. El próximo fin de semana habrá un encuentro de la organización en suelo bonaerense. Hay un plenario previsto para julio. Massa busca apaciguar semejante excitación. ¿Intimar a Alberto? ¿Plantear la posibilidad de una ruptura? ¿Seguir del brazo con el kirchnerismo? ¿O imaginar otra alternativa frente al horizonte del 2023?

El titular de Diputados parece no tener respuestas ante semejante interpelación. El massismo teme que frente a la escalada entre el Presidente y su vice cualquier gesto de diferenciación pueda resultar tardío.

Alberto, esta vez, ni se quedó callado ni dijo las cosas que siempre supone que Cristina desea escuchar. Defendió al Movimiento Evita y a Barrios de Pie. “No se llevaron la plata de los pobres”, sostuvo. Le solicitó a la dama “que nuestras diferencias no nos hagan decir cosas injustas”. Avaló incluso que el Evita replicara con una declaración muy severa contra la vicepresidenta. A la que endilgaron desconocimiento de la realidad.

El Presidente se dio un pequeño gusto. Sentó a su lado al ministro de Justicia, Martín Soria, que aplaudió sus dichos. El anfitrión de Cristina había sido su ministro de Vivienda, Jorge Ferraresi, ex alcalde de Avellaneda. Alguna vez pareció oficiar de puente entre los bandos. Está muy claro a cuál pertenece. El marco lo brindó la CTA. Mucho tiempo socia de los movimientos sociales ahora cuestionados.

Lo más extravagante de Alberto y Cristina es que en medio de esta guerra hacen una permanente invocación a la unidad. El dilema que Massa, pese a las presiones, no se anima a desafiar.

* Para Clarín

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