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Petro y el difícil equilibrio de desactivar el antipetrismo sin defraudar a sus bases

INTERNACIONALES 06/07/2022 Juan Diego QUESADA
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Gustavo Petro ha descolocado a sus críticos en sus dos primeras semanas como presidente electo. En un tono conciliador ha llamado a crear un gran acuerdo nacional alrededor de su Gobierno que rebaje la alta tensión que presidió la campaña electoral y se enfoque en implementar el proceso de paz que en los últimos cuatro años ha boicoteado Iván Duque. Los dos nombramientos clave que ha hecho hasta ahora son claros signos de moderación y la cordialidad con la que ha tratado a Álvaro Uribe, su enemigo histórico, y a Rodolfo Hernández, el candidato que estuvo a punto de arrebatarle la victoria, han creado por el momento un clima de entendimiento después de tanta bronca. Sus seguidores, sin embargo, se preguntan si con esa tónica de balneario podrá sacar adelante las reformas que el país necesita.

Petro está convencido de que esos cambios estructurales se tienen que hacer en su primer año o nunca se harán. Para sacar adelante la reforma tributaria que le ayude a cuadrar las maltrechas finanzas del Estado ha confiado en José Antonio Ocampo, profesor de las universidades más prestigiosas del mundo. El nombramiento ha tenido una respuesta favorable de todos los sectores. Ocampo coincide con Petro en que hay que buscar alternativas a la economía extractivista que ha presidido en América Latina en los últimos siglo. El ministro desconfía de la capacidad autorregulatoria del mercado, sin dejar de participar activamente en este. De un plumazo, el presidente ha espantado todos los temores de los que creían que iba a llevar una conducción proteccionista e intervencionista de la economía.

En exteriores, Petro ha elegido a un conservador con quien concuerda en algo fundamental: sentarse a negociar es la vía para acabar con la violencia en Colombia. Álvaro Leyva, de 79 años, ha sido mediador en todos los diálogos de paz que ha habido hasta ahora en el país. Ambos creen también que las élites malinterpretan Colombia al creer que todo gira alrededor de una clase blanca que ha ignorado las regiones y la afrocolombianidad. Aunque maneja ese discurso, Leyva tiene una gran aceptación entre la derecha. Suya será la tarea de negociar con el ELN, la última guerrilla activa del país. Su desarme no tendría ni mucho menos la dimensión que tuvo la negociación con las FARC, pero sería simbólico en el país en el que más incidencia han tenido, junto a Cuba y Nicaragua, los levantamientos de armas marxistas del siglo pasado.

Todas estas señales han sido bien recibidas por los que tenían demonizado al líder de la izquierda. Las dos últimas semanas de su campaña estuvieron enfocadas en reducir los decibelios de la tensión política que le rodeaba y demostrar a muchos colombianos que su elección no era ningún salto al vacío. Se esforzó por mostrar una imagen presidencial, algo que no le cuesta porque tiene una idea grande de sí mismo y quiere mirarse de frente con los presidentes históricos de la nación. Pocos políticos tienen una carrera tan dilatada como la suya en la institucionalidad local, pero a su alrededor, en parte por los mensajes virulentos de sus opositores y en parte por algunos movimientos torpes propios, se había creado un aura de izquierdista peligroso que quería seguir la senda de Venezuela. En realidad, su programa y sus promesas eran los de un progresista bastante convencional, hasta conservador en algunos aspectos.

Su primer nombramiento con un marcado carácter de izquierdas es el de la dramaturga Patricia Ariza, que será la ministra de Cultura. Se trata de una artista feminista que ha hecho un trabajo durante años con comunidades marginadas, cercana a movimientos de artistas independientes, y que fue de las pioneras de lo que en Colombia se llamó el Nuevo Teatro. Ariza tiene 76 años, siete más que Ocampo. Petro, que tiene 62, está confiando su Gobierno a gente mayor que él.

Nada de lo que ha ocurrido hasta hora es producto del azar. Petro y sus asesores, que se encontraron con más dificultades de las que esperaban para ganar las elecciones, habían marcado la hoja de ruta hasta aquí. Llamar a Uribe no fue un impulso. Sabían que arrancando un diálogo con él calmarían muchos miedos, sobre todo entre los militares. Uribe sigue siendo la figura más respetada entre los generales. A su vez, el presidente del Centro Democrático, entrampado en un proceso judicial por compra de testigos que le altera la jubilación, necesita a Petro. La imagen de los dos sentados en la misma mesa, con un crucifijo atrás, después de décadas de desavenencias, fue muy potente para un país necesitado de reconciliación.

Sin embargo, a algunos sectores del petrismo no les encantó la estampa. Para ellos, Uribe representa todos los males del país. Temen que el deseo de agradar a la Colombia que no le ha votado le frene a la hora de poner en marcha las políticas que prometía en campaña, con las que, con cierta grandilocuencia, asegura que quiere transformar el país. “Quien diga eso es que no conoce a Petro”, sostiene uno de sus asesores, que dice que comenzará con esa tarea desde el mismo momento que se enfunde la banda presidencial. Así lo hizo Juan Manuel Santos, que desde el primer minuto anunció un diálogo con las FARC. Y con esa misma energía quiere arrancar Petro, aunque sin estridencias. Se vendió como el cambio tranquilo y espera continuar por esa senda.

Fuente: El País

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