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Crisis por el dólar: por qué la inflación de EE.UU. es una gran noticia para Batakis y el BCRA

ECONOMÍA 18/07/2022 Fernando Gutiérrez*
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Puede sonar paradójico, pero la inflacion de Estados Unidos se ha transformado en uno de los "dadores de oxígeno" para las finanzas argentinas: cuanto más suben los precios en el mundo, medidos en dólares, más se disimula el problema crónico del retraso cambiario que se produce en Argentina por el hecho de que la devaluación corra de atrás a la inflación.

El discurso del Gobierno acusa a la inflación internacional como uno de los causantes de los males del país, porque supone un encarecimiento de productos que Argentina importa, en particular los combustibles, cuya cuenta ya asciende a u$s2.000 millones por mes y ya representa la cuarta parte del total de importaciones. Ese argumento es correcto, y de hecho tiene preocupados a los gobiernos de todos los países, que desde el estallido de la guerra en Ucrania ven el encarecimiento de las materias primas como uno de los temas más preocupantes de la nueva agenda.

Así ayuda la inflación en EE.UU. a bajar la tensión por el dólar

Pero, en el caso argentino, que tiene una inflación crónica causada por problemas domésticos, el hecho de que aumente la inflación internacional implica un consuelo: de alguna forma, es como si la inflación internacional hiciera el "trabajo sucio" de devaluar por Argentina, disimulando sus distorsiones internas.

Esto acaba de verse con claridad con el reciente dato de la inflación de junio difundido por el Indec. Marcó un 5,3%, en un mes en el que el Banco Central dejó deslizar la cotización del dólar un 4,2%. Esto habría implicado un agravamiento del atraso cambiario, porque significa que en el mes se registró una "inflación en dólares" de 1%.

Pero claro, en junio también los precios en Estados Unidos aumentaron un inédito 1,4%, lo que implica que los precios de la economía argentina, medidos en dólares, hasta tuvieron una leve baja en la comparación internacional.

De todas formas, todavía no alcanza como para alejar los temores de quienes ven una vocación de utilizar la clásica herramienta del "ancla cambiaria" como forma de frenar la suba de precios. En el primer semestre del año, la inflación acumulada fue de 36,2%, mientras que el dólar oficial aumentó un 22%. Dicho de otra forma, esto significa que los precios de la economía argentina subieron un 12% en dólares.

Y es una situación que contradice el compromiso asumido con el Fondo Monetario Internacional que, en el acuerdo firmado el verano pasado por Martín Guzmán y Miguel Pesce, establecía que Argentina mantendría el tipo de cambio real existente a diciembre del año pasado.

Nuevamente, lo que atenúa ese incumplimiento es el hecho de que en lo que va del año, la inflación en Estados Unidos fue de 6,3%. Esto hace que, en términos comparativos, el encarecimiento de los costos argentinos haya sido de un 5% hasta junio, y de un 15% en los últimos 12 meses.

Dólar: tensiones que se acumulan

La "inflación en dólares" siempre ha sido relevante para el país, porque es uno de los termómetros sobre qué tan cerca está el riesgo de una devaluación brusca. La historia reciente muestra que cada vez que el país ha caído en la tentación de "planchar" al tipo de cambio como estrategia para frenar la inflación, eso generó distorsiones que llevaron a crisis cambiarias.

Y es una situación que no sabe de ideologías ni colores partidarios. Le pasó en enero de 2014 al entonces ministro Axel Kicillof -como recordó recientemente la ex presidente Cristina Kirchner en uno de sus discursos públicos donde enfocó el problema de la "economía bimonetaria"-. Pero también le ocurrió a la gestión macrista, que sufrió la escapada del dólar en 2018 incluso con los dólares que le prestó el Fondo Monetario para calmar -sin mucho éxito- a un mercado nervioso.

Y el dato inquietante es que cada devaluación ocurrió después de períodos en los que se acumuló una inflación en dólares de más de dos dígitos. Es decir, algo parecido a lo que ha ocurrido en los últimos dos años.

Es cierto que hoy no está presente uno de los componentes clásicos de las devaluaciones, que es la persistencia de un déficit en la cuenta corriente -la que mide la diferencia entre los dólares que entran y los que salen de la economía-. Pero no se trata de una situación que tranquilice a los economistas, dado que la tendencia a la salida de capitales y el achique del saldo comercial está ganando fuerza.

Y, por cierto, la presión sobre las reservas del Banco Central y el ensanchamiento de la brecha cambiaria -que con la última escapada del "blue" ya se ubica en torno de 118%- son interpretados como síntomas de inestabilidad en el plano cambiario.

Los economistas están notando otro efecto clásico del retraso cambiario, que es la distorsión de precios relativos: no todos los bienes y servicios aumentan en la misma medida, y algunos hasta bajaron de precio.

Un informe de la Fundación Mediterránea muestra cómo en los últimos dos años, medidos al tipo de cambio oficial, los automóviles subieron un 99%, la indumentaria un 73%, los televisores un 51%, los pasajes de avión un 45%, mientras que el rubro más sensible a nivel social -los alimentos- subieron en dólares un 37%.

En contraste, los servicios públicos tuvieron una caída: un 36% para el precio del gas, un 39% para la electricidad y un 58% para el agua, medidos en moneda estadounidense.

¿El tipo de cambio seguirá siendo "cómodo"?

No por casualidad, la definición más esperada por el mercado tras la designación de Silvina Batakis en el ministerio de Economía era si se consideraba necesaria una corrección del tipo de cambio oficial, un argumento que venían defendiendo economistas influyentes.

Y el hecho de que la ministra haya declarado que "se siente cómoda" con el actual tipo de cambio fue decodificado por el mercado como que el retraso cambiario que se acumuló en el año no será corregido. Es decir, el dólar con el que la ministra está cómoda es el de hoy y no el de diciembre de 2021, que era el que había pedido el FMI.

Si se quisiera corregir ese retraso, el dólar oficial tendría que dar un salto de seis pesos para ubicarse en $133 al mercado mayorista y $141 en los bancos. Pero Batakis dejó en claro que eso no ocurrirá.

En cambio, lo que no está tan claro es si, mirando hacia adelante, la tasa de devaluación -el "crawling peg", en la jerga de la city- se acelerará, buscando que el dólar y los precios evolucionen a la par. O si, por el contrario, se profundizará el atraso cambiario por la vía usar al dólar como ancla de la inflación.

La vuelta del viejo dilema

El deslizamiento del tipo de cambio que convalidó el Banco Central en junio podría dar la pista de que existe realmente la intención de no agravar la inflación en dólares. Y, de hecho, el mes pasado, con la ayuda de la inflación estadounidense, la economía argentina mantuvo su competitividad.

Es todo un cambio respecto de la línea que se había mantenido a inicio de año, cuando por cada dos puntos de inflación se producía sólo uno de devaluación. Y ni hablar del 2021, cuando la relación había sido de tres a uno.

Pero hay dudas respecto de qué ocurrirá en los meses próximos, sobre todo si, como temen varios economistas, el índice de precios al consumidor pueda marcar un 8% en julio. Aun suponiendo que otra vez haya esté presente la "ayuda" de una alta inflación en Estados Unidos, el Banco Central debería dejar deslizar al dólar un 7% en el mes para no agravar el atraso cambiario.

Es una alternativa que hoy todos descartan, porque existe el convencimiento de que una aceleración brusca en la tasa devaluatoria tendría un efecto de contagio sobre el resto de los precios de la economía.

En sentido inverso a la cautela de los funcionarios, varios sectores vienen reclamando una suba más acelerada del tipo de cambio, como forma de corregir las distorsiones actuales. Con un tipo oficial que corra a mayor velocidad, habría un mayor incentivo para la liquidación de la producción agrícola retenida en las silobolsas -consultores calculan en más de u$s9.000 millones lo que resta por venderse de la cosecha- y además habría un factor que ayudaría a combatir la práctica de las "importaciones preventivas" para acumular stock.

Pero el temor de los funcionarios es que, en un contexto de alta inflación, cualquier aceleración de la tasa devaluatoria pueda agravar la dinámica de los precios. Es la estrategia que está detrás de la fuerte intervención que tuvo el Banco Central en los mercados de futuros, donde estuvo interviniendo fuerte para desarmar las expectativas de una inexorable suba del dólar oficial.

Con las proyecciones de inflación corregidas al alza por todos los economistas -prevén un IPC superior al 7% para julio, y un promedio no menor al 4,5% hasta fin de año, el segundo semestre acumularía un 33%. Para que no haya atraso cambiario, el Banco Central tendría que elevar a un promedio de 5% anual su ritmo de "crawling peg".

Es ahí donde se plantea la clásica disyuntiva: Pesce se verá obligado a elegir si privilegiar la ayuda a la calma de la inflación -para lo cual deberá bajar la velocidad devaluatoria- o si honrará la promesa con el FMI y mantendrá el tipo de cambio real que hace sentir cómoda a la ministra Batakis -para lo cual deberá acelerar la suba del billete verde-.

Los incentivos políticos parecen volcados hoy en favor de la primera alternativa. Es decir, que en el segundo semestre la devaluación vuelva a correr de atrás a los precios y se agrande nuevamente el retraso cambiario. Y, paradójicamente, el factor que puede ayudar será la inflación de Estados Unidos: si vuelve a ubicarse en un nivel superior al 6%, como ocurrió en el primer semestre, entonces a Pesce le alcanzaría con mantener la devaluación a una velocidad crucero de 4%.

Pero, en cambio, si en el país del norte se cumplen las promesas de medidas drásticas con subas inéditas de la tasa de interés, las facilidades para usar el ancla cambiaria serán menores, y una vez más la "inflación en dólares" aparecerá como peligroso síntoma de un ajuste en el horizonte.

* Para www.iprofesional.com

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