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Los mercados esperan una recesión mansa

ECONOMÍA 19/07/2022 José Siaba Serrate*
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La inflación se acelera. Los precios al consumidor (IPC) aumentaron 1,3% en junio. La variación año contra año rompió el récord de mayo (que superó el de marzo, que tras la invasión a Ucrania parecía la cresta de la ola): 9,1%. Lo que más sorprende es la velocidad (anualizada) mes contra mes: 16,7%. La Fed abandonó la zona de las tasas cero en marzo, las tasas largas se duplicaron en el año. El déficit fiscal se recorta a grandes zancadas. Y la Fed no lucha en soledad, 75 bancos centrales izaron sus tasas -en promedio, 3,8 veces- desde julio de 2021. El jueves debutará el BCE con sus primeros 25 puntos base. Y el dólar se aprecia con furia.

No obstante, la inflación se permite otro desplante. Está bien, la energía explica casi la mitad del salto. Como dice el presidente Biden, esa es información vieja. El crudo, y sus derivados, cayeron desde entonces. La nafta en EE.UU., 8%. Lo que preocupa más es la otra media naranja. Una inflación núcleo que corre a una velocidad de crucero de 8,7% anual no es compatible con el mandato de 2% que la Fed promete hacer cumplir. ¿Y dónde está la conmoción? ¿No estalló una burbuja acaso? Conviene tomar nota. La data está en convulsión. Los mercados, no. Esta es la película del aterrizaje suave, aunque no se pueda certificar todavía su desenlace.

La inflación sube, pero las expectativas de inflación bajan. La visibilidad es imperfecta. La inflación no sube en todas las mensuras. Conforme el deflactor del gasto de consumo, la vara específica que la Fed debe satisfacer, la inflación núcleo se mantuvo estable desde febrero hasta mayo, el último dato conocido. Son cuatro meses a un ritmo de 0,3% (3,7% anualizado). Para el IPC, la variación fue el doble en abril y mayo, y saltó a 0,7% en junio. ¿A quién creer? A la lectura más alta, aunque no sea su favorita. La Fed no lo dice, pero así actúa.

A la par, las expectativas de inflación caen, y ahora en todos sus registros. Bajan los “breakevens”, la medición implícita en los precios de los bonos del Tesoro. O sea, las expectativas de los mercados. Y también arrugan las que surgen de sondeos de opinión a los consumidores (que sobreestiman la inflación verdadera). El mes pasado, la encuesta de la Universidad de Michigan encendió una alarma tras el mal dato del IPC de mayo. Ahora la apagó. La expectativa de inflación a un año mermó a 5,8%. La de cinco a diez años, declinó a 2,8%. Se eleve o no la inflación presente, los mercados temen otra cosa: que los esfuerzos por disciplinarla, aunque exitosos, conduzcan a una recesión. Y el consumidor no tardará en arribar a idéntica conclusión.

¿Qué hacer en una coyuntura así? La respuesta automática de los mercados fue descontar una suba de tasas de 100 puntos base para la reunión del 26 y 27. En junio, luego del IPC, sacaron de la manga la novedad de un brinco de 75, y la Fed así lo ejecutó trascartón. El banco central corre de atrás y debió acelerar su tranco. ¿Se repite la maniobra? No. La decisión no está tomada, pero el mensaje es que los mercados sobrerreaccionaron. Lo dijo un halcón, el Gobernador Waller. La Fed no se siente obligada a acelerar. Y sean 75 o 100 puntos base, lo importante es comprobar que los mercados no perdieron la compostura. Y hasta pueden subir con ganas, el viernes, a caballo de un crecimiento nominal de las ventas minoristas más fuerte que lo esperado -signo de que el consumidor no huye despavorido- pero que es una caída real. Las ventas treparon 1%, pero la inflación fue 1,3%. El Dow Jones se disparó 2% en alza. ¿Qué festeja? ¿Una recesión? El mercado bear ya nos avisó con tiempo. La curva de bonos -también esta semana- confirmó por fin su inversión. Las tasas largas no suben, pero sí las cortas. La del Tesoro a 2 años es 20 puntos base más alta que la de 10 años. La de 3 meses es todavía 60 puntos base más baja, pero esa brecha puede revertirse cuando la Fednos vacune a fin de mes.

¿Qué celebró la Bolsa el viernes, entonces? Una recesión mansa. Entiéndase que el frenazo económico es brusco, que la Fed nunca aplicó una gradiente tan agresiva en su política monetaria (desde Paul Volcker en los 80), pero la resiliencia de los mercados permite aterrizar sin dramatismo. Absorbe los shocks adversos y no los amplifica. Sin crisis, no hay dominó. Si la inflación no fuera tan tozuda, y la energía tan escasa, la partida ya estaría en el bolsillo.

* Para www.ambito.com

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