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El pronóstico de Cristina Kirchner sobre la crisis es mucho más pesimista que el de Alberto Fernández

OPINIÓN 18/07/2022 Marcos Novaro*
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El presidente Alberto Fernández sigue actuando como si nada hubiera cambiado a su alrededor, como si siguiera siendo el mismo que cuando asumió, o siquiera el mismo que hace dos semanas atrás. 

Insiste con las mismas declaraciones grandilocuentes, invocaciones épicas a “batallas”, “pruebas” y “desafíos”. Simula desconocer, o peor todavía, realmente desconoce, que para él las batallas, pruebas y desafíos terminaron.

Lo que suceda de aquí en más con su gobierno depende poco de lo que él haga y diga, depende mucho más de Silvina Batakis, si logra o no mover la administración con alguna mínima coherencia y velocidad hacia un ordenamiento de las cuentas; y obvio, aún más depende de lo que Cristina Kirchner decida hacer con él.

Este cambio en la distribución de poder y funciones es evidente para todo el resto del mundo, fuera del despacho presidencial. La pregunta del momento no es ya qué habló Batakis con Alberto Fernández, sino qué habló con Cristina Kirchner; los encuentros entre ella, Massa y el Presidente se repiten, pero pocos creen que de ahí vaya a resultar alguna novedad, lo que se espera es saber qué decide hacer Cristina Kirchner con la economía, qué indicaciones dará a sus funcionarios en el Ejecutivo para que muevan en una dirección u otra el gasto, las tarifas, el cepo a las importaciones, etc.; o a sus legisladores, para empujar un proyecto de ley u otro, ir contra la Corte o contra los empresarios, presionar por este o aquel nuevo impuestazo; o qué presión ejercerá sobre los movimientos sociales, para que activen o desactiven protestas, o sobre los gobernadores, para encarar de una manera u otra el próximo año electoral.

El cambio es también ostensible para la oposición. Tampoco ella habla ya mucho del Presidente, ni siquiera responde sus alegatos. Elisa Carrió llegó a afirmar esta semana que no tenemos Presidente, que Alberto Fernández ha sido destituido en los hechos por su vice, y es ella la que gobierna.

Es una descripción algo extrema de la realidad, pero que reconoce en lo esencial lo que cambió con la salida de Martín Guzmán. No solo por su renuncia en sí, sino por el modo en que ella se produjo y lo que reveló.

Cuando Guzmán decidió salvar su pellejo y saltar del barco sin aviso, a costa de su jefe, tal vez no advirtió lo profundo que iba a hundirle el cuchillo en la espalda. Sabía bien que la crisis se estaba agravando y no le quedaba mucho en el cargo, pero podía darle tiempo al Presidente para encontrar un reemplazo, o al menos para preparar la escena del desenlace de la batalla que había venido librando por mantenerlo en su puesto.

No hizo nada de eso: él, su hasta allí principal apoyo, lo dejó sin aviso en la estacada. Que se cansó de sus dilaciones e indefiniciones no es excusa: había perdido el derecho al portazo mucho tiempo atrás, unas cuantas dilaciones e indefiniciones antes. Que no haya advertido lo destructiva que iba a ser su jugada, por otro lado, lo pinta de cuerpo entero, y revela un dato importante del ahora definitivamente extinto “albertismo”: jamás entendió demasiado bien en qué consistía su trabajo.

Punto para Cristina Kirchner, que hace tiempo ya tenía calado a Guzmán como epítome del “funcionario que no funciona”. Y punto a favor de los K, que desconfiaron desde un principio de ese grupo de “cinco o seis pibes”, “académicos” y encima porteños, del que se rodeó Alberto para gobernar: ni Cafiero, ni Kulfas, ni Guzmán dieron nunca el piné, no supieron encarar ni orientar la gestión, y tampoco están sabiendo abandonarla con decoro. El desenlace no podía ser otro.

Máximo Kirchner, con su habitual brutalidad, lo dijo con todas las letras: “Algunos se abrazaron a Guzmán y los dejó tirados”. Y así fue: Cristina Kirchner empujó a Alberto Fernández hasta el borde, pero quien realmente lo arrojó al precipicio fue su propio colaborador. Para eso sí funcionó, para terminar de liquidar la autoridad presidencial.

¿Se puede quejar Alberto Fernández de este resultado? Él apostó a gobernar solo, cuando las cosas se pusieron realmente mal y Cristina Kirchner se lavó las manos. Apostó a que la inflación bajara, que la deuda se renovara y la economía siguiera su “curso de recuperación”, a pesar de todo el aluvión de señales que indicaban que no iba a pasar nada de eso. La última inflación de Guzmán fue 5,3%, la primera de Batakis va a ser seguro bastante más alta. Las tasas de actividad de mayo y junio venían indicando estancamiento, las próximas probablemente muestren recesión. Lo que suceda con la deuda en las próximas licitaciones es un misterio. Si Cristina Kirchner fuera un actor responsable se haría igual cargo de la situación, claro, pero conociéndola se entiende que no lo haga, que no diga ni mu sobre las medidas anunciadas por la nueva ministra.

Seguramente no ha cambiado su pronóstico, que es mucho más pesimista que el de Alberto Fernández sobre las posibilidades de contener la crisis y terminar medianamente bien el mandato. ¿Cuál es entonces su apuesta? Difícil saberlo, pero pueden imaginarse dos opciones.

Una, que esté esperando el momento adecuado para intervenir personalmente. Que habrá llegado cuando la crisis toque fondo: se esté ya en recesión declarada, por efecto combinado de la aceleración inflacionaria y el aumento de la brecha cambiaria; y eso fuerce al Gobierno a hacer lo que todavía Batakis se niega a encarar, una devaluación correctiva, que reacomode los precios relativos y permita aunque más no sea una breve recuperación posterior. Pero si este es el caso, para poder montar una operación de este tipo todavía falta: conviene estar más cerca de las elecciones, porque se requiere el tiempo justo para que la recuperación sea visible, pero no demasiado como para que se vuelva a acelerar la inflación y los demás desequilibrios escalen.

Si este es el plan, sacar a Alberto Fernández del medio puede ser parte del menú, pero no es una urgencia: una vez que se de ese paso no va a quedarle otra a Cristina Kirchner que hacerse cargo del muerto. Es el último fusible que queda, así que hay que usarlo con cuidado.

La segunda posibilidad es que la vice no tenga plan alguno, esté improvisando, con la única idea de que le conviene mantenerse lo más lejos posible de las decisiones de gobierno, no vaya a ser que la responsabilicen por sus resultados.

Este habría sido el único “plan” que se aplicó a Guzmán: no sacarlo, sino cargarle toda la responsabilidad. Y sería también el que se aplica a Alberto, que debería entonces poder terminar su mandato, aunque sea con la lengua afuera.

La única idea que habría detrás de toda la pirotecnia kirchnerista sería ideológica, intelectual si se quiere: mostrar que el fracaso de Alberto Fernández es el de los moderados, los blandos que acuerdan con el Fondo, los que no son fieles al “proyecto”. Para sostener entonces una candidatura de la más pura ortodoxia kirchnerista el año que viene.

Si es así, lo que enseña la renuncia de Guzmán es que la pirotecnia produce mucho más daño del que en principio pretendía. Cristina Kirchner empuja y como no hay nada sólido que le haga resistencia, termina yendo mucho más lejos de lo que quería. Entonces ojalá se haya dado cuenta del problema, porque de otro modo le va a volver a pasar: va a empujar a Batakis, tal vez hasta ruede la cabeza del propio Alberto Fernández, y se va a quedar con el Gobierno en las manos, sin la más mínima idea de qué hacer a continuación.

* Para TN

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