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"Única salida Ezeiza": ¿Me voy del país?

OPINIÓN 29/07/2022 Isaias Abrutzky / Especial para Tiempo de Santa Fe
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Isaias Abrutzky / Especial para Tiempo de Santa Fe

Ir a ver como son las cosas en otros países es formativo; una experiencia valiosa y recomendable. No estoy hablando del turismo, en el que todo es bonito y apetecible, sino de poner el cuero en territorios extraños. 

Lanzarse a la aventura tiene un aire romántico y épico. Es bueno probar nuestras fuerzas, enfrentar los desafíos. Pero hacerlo porque estamos disgustados con nuestro país no parece ser la mejor receta; diría que es la peor.  

Como en todo, los resultados dependen del punto desde el cual se parte. Jóvenes que dejan atrás una familia en condiciones de rescatarles en caso de catástrofe, cuentan con una buena garantía. Lo mismo se presenta cuando el/la valiente disponen de ahorros suficientes para el intento, y tirarse en paracaídas -con sus miedos y avatares- es apenas una jugada de riesgo. Los aventureros que llevan un título de universidad reconocida, y/o acreditan conocimientos exportables en algún tema, acumulan más chances. También los músicos, que -en el escalón más bajo- pueden intentar poner la gorra en la  calle, aunque a veces desafiando a la policía e inspectores municipales; y contactarse con colegas de otras latitudes, sondeando el proyecto. 

La lista se extiende a quienes dominan el idioma del país en el que deciden radicarse, aquellos que pueden apoyarse en familiares o amigos que los acojan y les sirvan de ayuda para encontrar empleo, o proveérselo en sus empresas. 

Ciertamente, la audacia es una característica ineludible para el migrante. La tienen los oriundos de países de Centroamérica y el Caribe que intentan ingresar a los Estados Unidos, atraídos por las imágenes de las magnificentes tiendas de alimentos, indumentaria y otros rubros, y la posibilidad de insertarse en un sistema de opulencia. Pero para quienes lo logran, no todas son rosas, tampoco. 

Viene a mi memoria el caso de un grupo de cubanos, que se lanzaron al mar en una embarcación muy precaria y fueron a parar a pocos metros de la arena de Mami Beach. Allí los interceptó la patrulla costera, y recibieron todo lo opuesto a una bienvenida cordial. Sufrieron golpes y otros maltratos, y a quienes fueron capturados se los recluyó en un buque, presto a zarpar para devolverlos a su isla. Pero algunos alcanzaron a pisar la arena seca, y automáticamente se beneficiaron con una ley vigente en esos momentos, que garantizaba a los cubanos que pisaran suelo estadounidense ser admitidos en el país, con derecho de residencia y beneficios diversos, como cupones de alimentos y ayuda del 90% en el costo de la renta de una vivienda, entre otros. A los mismos que momentos antes les asestaban palos ahora les regalaban camisetas y les brindaban toda clase de atenciones. 

Los cubanos residentes en Miami se movilizaron para protestar, exigiendo a las autoridades que dejaran ingresar a aquellos que habían sido capturados en el mar, y lo consiguieron. Todos los latinos de la ciudad festejaron el fin de la odisea.

Luego de unos días, la suerte de esos balseros desapareció de los periódicos y la TV, dando lugar a otras noticias. Pero al cabo de un año, un periodista se ocupó de buscar a los migrantes y entrevistarlos. Todos querían volver a Cuba. El entusiasmo que los llevó a lanzarse al peligroso mar en una embarcación precaria, en un viaje que registró una tragedia, se había convertido en desazón y depresión. No aprendieron el idioma ni consiguieron empleo. Y estaban lejos de su tierra y sus familias.  

Viviendo en la Argentina urbana, muchos recursos, que aquí se toman como naturales, son en el exterior desde muy costosos hasta inaccesibles. La atención médica gratuita, por la que tanto protestamos en Argentina, posiblemente ni siquiera exista en el destino elegido. Esta situación, y otras que drenan los bolsillos de quienes aspiran una mejor vida bajo otros soles, hacen todavía más rigurosa la precariedad inicial. El final feliz que narra la película “En busca de la felicidad” protagonizada por Will Smith -que no se refiere a migrantes- aún cuando fue inspirada en hechos reales, está lejos de concretarse para la gran mayoría de quienes dejan su país natal para radicarse fuera de sus fronteras.

En  fin, quien quiera lanzarse, que lo haga, pero no despreciando lo que tiene en su tierra, que siempre es más de lo que piensa, y se da cuenta de esto cuando, como en el tango “vuelve vencido a la casita de los viejos”

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