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Un tarifazo con escrache y un Presidente eventero

POLÍTICA 18/08/2022 Fernando GONZÁLEZ
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En tiempos de crisis todos se la tienen que rebuscar de alguna manera. Eso les sucede, incluso, a los artistas que gozan del dinero y de la popularidad cuando las cosas marchan bien. Pero que deben recurrir al mismo ingenio del resto de los argentinos cuando la economía del país y la personal van barranca abajo.

Por eso, una de las maniobras a las que acuden los artistas en tiempos de vacas flacas es asistir a los eventos. Son pequeñas fiestas e inauguraciones que auspicia alguna marca, en la que convocan a los famosos para lograr algo más de impacto. Allí, mostrándose y apareciendo en las fotografías o ante las cámaras de TV, puede surgir la oportunidad de algún nuevo trabajo.

 
Se los conoce como “eventeros”. Hay artistas a los que les cuesta encontrar ofertas atractivas de trabajo pero que, entre evento y evento, van aprovechando las oportunidades para que los empresarios artísticos y las marcas comerciales se acuerden de sus caras y de sus nombres. No todos tienen en la Argentina el talento de Ricardo Darín, el de Anya Taylor-Joy o el de Oscar Martínez, y muchos deben apelar a los eventos para no pasar desapercibidos. Impiadosa, la crisis congela todas las actividades.

Lo que ha causado impacto en la política argentina es el surgimiento del “Presidente eventero”. Así han catalogado los últimos pasos de Alberto Fernández algunos dirigentes del peronismo, incluso varios funcionarios de su gabinete.

Opacado por el liderazgo negativo de Cristina Kirchner y por la centralidad de la gestión de Sergio Massa como ministro de Economía, Alberto Fernández ha optado por armar una agenda de eventos para no desaparecer de la mirada de los medios de comunicación y de las redes sociales. El Presidente eventero se muestra en diferentes lugares del país, asoma el rostro cansado y ojeroso ante las cámaras y los smartphones, y pronuncia un par de frases que la prensa estatal y voceros oficialistas reproducen para recrear la fantasía del protagonismo presidencial.

Esta semana, por ejemplo, Alberto Fernández decidió alejarse de la primera marcha que la CGT hizo contra su gobierno. Porque fue contra su gestión a pesar de las consignas gremiales que promocionaron el congestionamiento de la zona sur de la Ciudad de Buenos Aires bajo el eslogan “contra la inflación y los formadores de precios”. La paradoja es que la suba de precios, que va camino a los tres dígitos y llevará la pobreza por encima del 50% del país, es responsabilidad absoluta del Gobierno.

Pero Alberto estaba de eventos en La Rioja. Este miércoles, mientras miles de argentinos no podían atravesar la Ciudad bloqueada para ir a trabajar, el Presidente memoraba el 172º aniversario de la muerte del general José de San Martín y participaba de la inauguración de un jardín de infantes junto al gobernador Ricardo Quintela. “Nos estamos recuperando, estamos creciendo y estamos avanzando”, recitaba Fernández, como si fuera tal vez el mandatario de una potencia europea.

No era la misma canción que se escuchaba en Buenos Aires. “Alberto; poné lo que tenés que poner”, apretaba con arenga de tablón el camionero Pablo Moyano, en un palco armado sobre la 9 de Julio y avenida Belgrano, frente a las barrabravas de los de sindicatos. Calles cortadas, negocios y oficinas cerradas, refriegas con la Policía y ambulancias que no pudieron llegar al hospital. Mil ciento setenta kilómetros de distancia. Dos países diferentes.

El de La Rioja no fue el único evento de Alberto. El martes había visitado una fábrica de baterías de litio en Berisso, el viernes anterior había distribuído pensiones no contributivas en Núñez y el jueves había entregado viviendas en Villa Angela, Chaco, junto al gobernador Jorge Milton Capitanich. “Los eventos nos sirven para mostrar que él también está haciendo cosas; sino lo tapa la agenda de gobierno de Sergio”, se sincera uno de sus colaboradores. Del litoral al noroeste entonces, la estrategia en la Casa Rosada es mantenerlo activo al Presidente eventero.

Episodios de regresión institucional

A Massa, en cambio, le toca la tarea más difícil. Tratar de ordenar la economía con las restricciones que le impone Cristina. Es lo que ansiaba desde hacía mucho tiempo, y ahora tiene el camino despejado para hacerse responsable del trabajo que nunca quiso hacer la Vicepresidenta. Como se dijo ya en esta columna, ponerle la cara y el cuerpo a la inflación y al ajuste.

Es curioso que, habiendo nombrado hace apenas una semana a la ingeniera Flavia Royón como secretaria de Energía, haya sido Malena Galmarini quien cargó con la ingrata tarea política de explicar el tarifazo de los servicios públicos. La titular de Aysa titubeó al entrar en los detalles de una de las cuestiones más complejas de la gestión de gobierno como es la segmentación de las tarifas de electricidad, gas y agua. Y corregir a la prensa para llamar a la suba de las boletas con el eufemismo “redistribución de los subsidios” es algo que nunca podría terminar bien.

Claro que esa, la del contrapunto con un periodista, es una pequeña anécdota si se la compara con el ejercicio que acompañó el anuncio de un tarifazo que va en camino de igualar al que puso en marcha Mauricio Macri hace cinco años, y al que todo el peronismo condenó desde su puesta en marcha.

La exhibición de gigantografías con casonas en barrios acomodados, que supuestamente gozan de subsidios tarifarios y que no son muy diferentes de las que poseen el matrimonio Massa y muchos otros funcionarios empezando por la propia Cristina Kirchner, es un ejercicio innecesario de estigmatización al que suelen echar mano otros gobernantes. Los que rechazan las elecciones como mecanismo de recambio en el poder.

Y mucho peor es que los datos de las empresas de servicios públicos, sean privadas como Edenor o Edesur, o estatales como Aysa, con los listados de clientes poderosos o simplemente de famosos lleguen a la prensa oficialista para que puedan publicar los montos que pagan. El escrache jamás será para los amigos. Siempre tronará para los adversarios de los funcionarios de turno.

Esas prácticas hicieron recordar algunos de los peores momentos del final de la gestión de Cristina, entre 2011 y 2015. Aquellos días del “vamos por todo” y los carteles de artistas y periodistas a los que se podía escupir en la Plaza de Tribunales con el auspicio de un programa de la televisión pública. Fue toda una exhibición de despotismo que condujo al kirchnerismo, y a sus muchos aliados con Síndrome de Estocolmo del peronismo, a una derrota electoral que llegó a parecerse a un fin de ciclo.

Massa y Malena Galmarini conocen perfectamente de que se trata todo aquello. El 20 de julio de 2013, un agente de inteligencia de la Prefectura ingresó a su casa de noche, con aparentes intenciones de robo pero también con una pistola automática con silenciador, que utilizó para dispararle a una cámara de seguridad. El incidente se convirtió en un escándalo nacional que terminó en 2015 con el juicio y condena a 18 años de prisión para el espía, integrante de una fuerza de seguridad que reportaba a Cristina y que recibió apoyo legal de abogados pertenecientes a la organización kirchnerista Justicia Legítima. Cada uno sabe cuánto quema el fuego con el que juega.

Por eso, suena extraño que estos episodios recientes de regresión institucional le hayan sucedido a Massa y a su equipo. El ministro de Economía tuvo sus mejores momentos políticos y electorales cuando enfrentó a Cristina y al kirchnerismo, y ahora aparece para mostrarse como el responsable de las políticas de ajuste y del escrache público a los contribuyentes con información sensible. Es difícil advertir donde está la ganancia.

Los dirigentes de la Mesa de Enlace, que se reunieron con Massa en la tarde del último martes, aseguran que el ministro de Economía les juró que no disputará la candidatura presidencial del peronismo en 2023. Ellos, como el resto de las cúpulas del poder en la Argentina, saben que la Casa Rosada siempre ha sido el oscuro objeto del deseo del ex intendente de Tigre. Pero las maniobras desconcertantes de estas horas y la excesiva exposición de sus debilidades hacen dudar a propios y extraños.

Massa es uno de los dirigentes con mayor conocimiento de las estructuras del Estado, y son reconocidas sus buenas relaciones con parte del empresariado argentino así como con inversores financieros en el exterior, y funcionarios y legisladores de los Estados Unidos. ¿Qué lo lleva a poner la cara para cargar con las críticas generalizadas de una sociedad agobiada por la mala praxis y los desaciertos del gobierno del Frente de Todos?

“El video de Malena peléandose con los periodistas por los aumentos de tarifas es el sueño de Cristina hecho realidad”, explica un dirigente kirchnerista que cree que la evolución del mundo ha respondido siempre a una estrategia genial de la Vicepresidenta. Ya se sabe que el objetivo central de Massa y el de Cristina pasa por volver a disputar el poder el año próximo.

Para lograr esa meta, la Vicepresidenta y el ministro que quiere ser súper se necesitan. Quizás esa coincidencia justifique los disparates de estos días. Pero para ambos está claro también que sus movimientos entrarán en colisión muy pronto, cuando la inflación, el tarifazo de los servicios públicos y los compromisos con el Fondo Monetario Internacional empiecen a ser un estorbo para la Vicepresidenta. En primavera se verá hasta donde llega la concordia entre la necesidad de Cristina, la ansiedad de Massa y el presidente tan concentrado en eventos intrascendentes.

Fuente: Infobae

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