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Strassera termina siendo el símbolo de los derechos humanos que no fue Bonafini

OPINIÓN 21/11/2022 Fernando González*
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Las paradojas son así, ingobernables. Si Hebe de Bonafini hubiera muerto hace dos décadas, tal vez su figura habría sido exaltada en todo el planeta. Su valentía en aquella Plaza de Mayo cuando mandaban los dictadores. Su batalla incansable para saber lo que había pasado con sus dos hijos desaparecidos. Su resistencia inquebrantable y su negativa persistente a plegarse a ningún sector político. Esa independencia rebelde, que incomodaba tanto a los dirigentes políticos, también le otorgaba legitimidad.

Quizás hasta pudieron darle un Premio Nobel de la Paz. El mismo para el que, alguna vez, fue propuesta Estela de Carlotto. Pero Hebe de Bonafini terminó aferrada a las sogas resbalosas del kirchnerismo. Defendiendo hasta lo indefendible. Confundida en causas por corrupción, abrazada con militares acusados por represores. Y enemistada hasta con el mayor valor que ha logrado recuperar la Argentina: la democracia. Esa que ella, con su lucha de cada jueves, había ayudado a reconquistar.

Hebe de Bonafini, la dirigente más relevante entre las Madres de Plaza de Mayo, muere en este 2022, el mismo año en el que se estrena la película “Argentina, 1985″. Una coincidencia que es la metáfora del contraste. Porque el filme, notable aún con sus errores históricos, aún con sus olvidos sospechosos y sus presencias inquietantes, registra una reivindicación merecida.

La de la investigación valiente del fiscal Julio César Strassera y de sus colaboradores. La del esfuerzo en la recopilación del horror de las torturas, de las muertes y las desapariciones que hicieron los miembros de la Conadep. La de la decisión del gobierno de Raúl Alfonsín y de los jueces para llevar adelante el Juicio a las Juntas, el que marcó a fuego la transición de la democracia.

Entonces, cuando está a punto de empezar el año en el que vamos a celebrar los cuarenta años de la democracia recuperada, Strassera es reivindicado por las mayorías y se convierte por el peso de la historia en el símbolo casi inesperado de la lucha por los derechos humanos. A veces, los reconocimientos llegan tarde.

En cambio, Hebe de Bonafini dice adiós en medio de la hoguera de la grieta argentina. Cosecha críticas de todo tipo, procedencia y contundencia, sobre todo en el fuego incandescente de las redes sociales. Muchas estallan con el mismo grado de violencia discursiva que ella les dedicada a sus enemigos. Todo vuelve.

Hebe de Bonafini no colaboró con aquella investigación de la Conadep. Vaya a saber uno el porqué de los enojos o rivalidades con algunos de sus miembros. Porque allí estaban el escritor Ernesto Sábato, el cardiólogo René Favoloro y la periodista Magdalena Ruiz Guiñazú. Como si esos 9.000 testimonios del horror no fueran motivo suficiente para unir fuerzas en vez de dispersarlas.

Quedó, eso sí, el testimonio gráfico del fotógrafo Dani Yako, quien la retrató en el Juicio a las Juntas cuando Strassera y el fiscal Luis Moreno Ocampo le pedían que se sacara el pañuelo blanco para que la audiencia pudiera seguir. Y como recuerda Yako en Infobae, “aquel día, raro en ella, Hebe cedió”.

Porque Hebe de Bonafini fue implacable con Raúl Alfonsín. Jamás le perdonó las leyes de Obediencia Debida y de Punto Final, que el primero de los gobiernos de la restauración democrática sancionó en el Congreso luego de un par de intentos de golpes de Estado de los movimientos carapintadas. No tuvo con él la flexibilidad que se le conoció años después, cuando se alineó con los postulados de Néstor y Cristina Kirchner. A ellos les permitió hasta cambiar el prólogo del “Nunca Más”, una corrección vergonzosa para edulcorar el relato histórico del kirchnerismo.

Claro que todas fueron anécdotas menores al compararlas con la caída en el escándalo de los “Sueños Compartidos”. Aquel emprendimiento para construir viviendas, junto al polémico abogado Sergio Schoklender, en el que terminó investigada por corrupción y en el que aún se desconoce el destino de más de mil doscientos millones de pesos. Su imagen se desgastaba.

Y mucho más cuando aceptó que el general César Milani, un militar investigado por episodios de represión ilegal durante la dictadura, asumiera la jefatura del Ejército Argentino en tiempos de Cristina. Esa liviandad le valió hasta una disputa sin retorno con Estela de Carlotto, la titular de las Abuelas de Plaza de Mayo, que también se había desprendido de su prestigio al embarcarse en las aguas del kirchnerismo que nunca admite la autocrítica.

Algunos de los mensajes que la muerte de Hebe de Bonafini generó en el mundo hablan más de estos años recientes de polémica que de aquellos lejanos tiempos de lucha. El del chavista Nicolás Maduro o el del boliviano Evo Morales. El del exiliado ecuatoriano, Rafael Correa, o el del alicaído líder de Podemos, el español Pablo Iglesias. Mucha autocracia, poca tolerancia, parece ser el mensaje.

En los años recientes, no había tragedia que Hebe de Bonafini no reivindicara. Levantaba ya sin pudores las vetustas banderas de la violencia armada en la Argentina, la memoria triste de la ETA en el país vasco y celebraba la caída y la destrucción de las Torres Gemelas en el sur de Nueva York. A veces, exageraba hasta tocar los límites y pedía, como llegó a pedir, que probaran las pistolas Taser en la humanidad de la hija menor de Mauricio Macri.

Fuera de la Argentina, la muerte de Hebe de Bonafini no registró en los websites más importantes del mundo, más que ciertos espacios secundarios y algunas imágenes perdidas en los canales de televisión, entre las postales de la invasión rusa a Ucrania o las celebraciones del arranque del controvertido Mundial en Qatar.

En la noche del domingo, el Gobierno le pidió a la Asociación del Fútbol Argentino que los jugadores de la Selección usaran un brazalete negro en su debut ante Arabia Saudita por la muerte de Hebe de Bonafini. Como si al Mundial de Qatar no le faltaran polémicas propias, hubo quien pensó en el disparate de involucrar a los muchachos de Lionel Messi en un asunto que poco tenía que ver con el fútbol. Ni siquiera con la muerte descansan los espíritus de la tontería.

Alguna vez, ante uno de sus ministros más importantes, Néstor Kirchner se jactó de conocer el método perfecto para seducir a los aliados de la izquierda que militaban en los grupos de los derechos humanos. “Les doy un espejo y una caja del Estado con plata, y los tengo para siempre conmigo”, explicaba sonriendo.

El presidente preferido de Hebe de Bonafini sabía sobre el alma humana. Sabía como convencer incluso a los más tercos y como poner en movimiento los músculos detestables de la vanidad.

* Para www.infobae.com

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