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A la deuda no hay que contarla, hay que “matarla”

ECONOMÍA 12/02/2023 Enrique SZEWACH
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Recuerdo la historia del señor al que le informan que en Buenos Aires habitan cinco millones de ratas y él pregunta, con toda lógica: “¿Y en vez de contarlas por qué no las matan?”

La discusión de la semana, en torno a la deuda pública en pesos, y su insustentabilidad, me recordó ese cuentito.

Empiezo con una obviedad. El Estado se endeuda para financiar el gasto que no puede atender con recursos genuinos o con inflación. Incluyendo entre esos gastos los intereses de la deuda acumulada previamente (bajo el supuesto de que puede, como la mayoría de los países, renovar los vencimientos).

Quiero resaltar la cuestión de “recursos genuinos o inflación”, porque un gobierno que no baja el gasto público, o lo sube, puede hacer crecer menos la deuda, pagando dicho gasto con más inflación, o subiendo más los impuestos. O recurriendo a los “ahorros previos” si los tiene.

Llevado al extremo, un gobierno podría “sacar pecho” argumentando que no incrementó la deuda pública, aunque, por ejemplo, haya duplicado la tasa de inflación, o la alícuota de los impuestos, o se haya gastado las reservas del Banco Central.

También hay que tener en cuenta la evolución del precio del dólar cuando se mide la deuda en su equivalente en dólares.

Le doy un ejemplo tonto. Imagine un país que a diciembre de 2022 posee una deuda denominada en dólares de 1000 y un PBI, medido en dólares, de 10000. Ese país tiene una deuda del 10% del PBI.

Suponga ahora que el primero de enero, mientras todos duermen la resaca del festejo de fin de año, el Banco Central de ese país duplica el precio del dólar. La deuda sigue siendo de 1000 dólares, pero ahora el PBI, calculado al nuevo precio del dólar, es de 5000 dólares. Es decir, la relación deuda PBI pasó de un día para el otro, y encima en feriado, del 10% del PBI al 20% del PBI.

No quiero complicar más el razonamiento, pero también se distorsiona le medición si hay atraso cambiario, el dólar está barato, o “adelanto” y el dólar está caro, etc.

Es por eso que la política de endeudamiento público hay que evaluarla como parte de un todo, el gasto público, el sistema impositivo, la política monetaria y cambiaria y, por supuesto, la situación externa (suba de la tasa de interés internacional o cierre del mercado de capitales).

Revisemos el pasado de este siglo.

El primer ciclo kirchnerista aprovechando la licuación del gasto de la crisis del 2001-2002, la mejora de los ingresos por exportaciones, y el default de la deuda privada, tuvo superávit fiscal e inclusive se dio el lujo de cancelar anticipadamente deuda barata con el FMI.

El segundo ciclo kirchnerista perdió ese superávit fiscal en el marco de un manejo irresponsable del gasto, y recurrió a la expropiación de los fondos de pensión, al creciente impuesto inflacionario, a profundizar un sistema impositivo con predominio de “malos impuestos” y a la pérdida de las reservas del Banco Central para financiarlo.

Esa fue la verdadera “herencia” del ciclo del presidente Macri, un gasto público en un nivel infinanciable, una deuda con acreedores privados en default que había que normalizar (aumentando la deuda que generaron “otros”), un sistema impositivo que había que reformar y sin “ahorros previos” a los cuales recurrir.

Se salió del default, pero no hubo acuerdo, ni hacia adentro de la coalición gobernante, ni con la oposición kirchnerista, para enfrentar el problema de fondo: ese nivel de gasto infinanciable y ese sistema impositivo impagable.

Para no insistir con más impuesto inflacionario, se usó de nuevo el endeudamiento para cerrar el déficit, hasta que la sequía del 2018 y el cierre del mercado voluntario externo de crédito generaron el programa con el FMI, que moderó pero no logró evitar la crisis cambiaria e inflacionaria.

Paradójicamente, esa mayor inflación le permitió al gobierno del presidente Fernández recibir un déficit operativo casi equilibrado -por la licuación- y una buena cantidad de reservas en el Banco Central.

Pero Fernández desaprovechó esa parte de la “herencia”. Repitió el mismo manejo irresponsable del gasto del segundo ciclo kirchnerista, agravado por la mala estrategia de la cuarentena eterna, y dado que no logró reabrir el mercado de deuda externa, terminó financiando ese gasto, otra vez, con más impuesto inflacionario, más distorsiones en el sistema impositivo formal, y con cepos varios, para obligar a gran parte del sector privado a comprar la deuda en pesos con sus intereses.

Cerrado parcialmente el saturado mercado de deuda en pesos, le quedó solo la emisión del Banco Central, para financiar el déficit y la deuda del Tesoro que los privados ya no compraban.

Y para que esa emisión no termine en una “tragedia” inflacionaria mayor, el Banco Central retira pesos del mercado colocando su propia deuda. Por supuesto, y pese al récord de exportaciones del 2022, cuando sobran pesos, se acaban los dólares.

Dicho sea de paso, y para que conste en actas, la crisis de la deuda interna la tuvo este gobierno en junio del 2022, cuando todavía faltaba más de un año para las elecciones y sin ninguna “declaración” de la oposición a quién culpar.

Hoy estamos, entonces, en el peor de los mundos de la macro: alta inflación, con una concentrada deuda en pesos del Tesoro con vencimientos antes de las elecciones de octubre, con emisión “estacionada” en el Banco Central cobrando intereses -que también se pagan con más emisión- y sin reservas.

Con tarifas todavía desajustadas, con tipo de cambio oficial atrasado, y sobre este “no llovido”, el “no mojado” de la sequía que resta dólares a la exportación y pesos a la recaudación fiscal.

Para completar el escenario, este año hay pagos netos al FMI y de deuda en dólares con tenedores privados.

E insisto, con un solo prestamista neto para el Tesoro, el Banco Central.

Cuando se le pone “música” a esta letra, es decir números al escenario (no lo quiero, ni la quiero complicar hablando de billones de pesos) queda claro que, para evitar un deterioro aún mayor de la situación económica, haría falta un acuerdo de transición, en dónde el oficialismo frenara el crecimiento del gasto, dejara de postergar aumentos tarifarios y ajustara el tipo de cambio oficial. Mientras la oposición colaboraría con su compromiso de respetar los contratos para estirar el horizonte de vencimientos de la deuda en pesos, aliviando la de por sí tensionada emisión del Banco Central.

Pero sucede que el oficialismo busca un “conductor designado” en la oposición para poder seguir emborrachándose en el boliche.

No se le puede pedir “responsabilidad” a la oposición, para que el oficialismo siga dando rienda suelta a su “irresponsabilidad”.

En teoría de los juegos, un acuerdo de transición se llamaría “solución cooperativa”.

En el IERAL, como lo mencionara su presidente, Carlos Melconian, lo llamamos “acuerdo patriótico”.

Pero claro, en un año electoral, con el oficialismo atacando las instituciones y sin respetar los fallos de la justicia, y con ambas coaliciones predominantes dirimiendo sus liderazgos, lo más probable es que esta solución cooperativa no esté disponible.

Y si no hay un acuerdo de transición, todo el esquema antes mencionado cierra, con más inflación, no con menos. Con más cepos y menor nivel de actividad. Con más presión sobre los precios de los dólares alternativos y, eventualmente, y dependiendo del resultado de las PASO, el gobierno podría poner en el menú la reprogramación de la deuda en pesos.

La buena noticia es que, con nuevos liderazgos votados en las urnas, un buen diagnóstico, un programa integral potente y un equipo profesional y creíble, será posible encarar tanto la transición postergada como el cambio de régimen de fondo que solucione la verdadera herencia, la estructural.

En ese caso, la Argentina podrá crecer, mejorar la calidad de vida de la gente, y dejar de tener deuda, para transformarla, como en los países que funcionan, en crédito.

Fuente: Infobae

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