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El freno importador revirtió el déficit comercial en diciembre: expertos advierten no caer en exceso de optimismo para 2024

ECONOMÍA 20/01/2024 Fernando Gutiérrez*
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La balanza comercial de diciembre finalizó con superávit, después de un año entero de resultados en rojo. Claro que no hay mucho para festejar, porque el resultado no obedece a un incremento de la exportación sino al desplome importador, en el marco del virtual congelamiento en la entrega de divisas a los importadores industriales y comerciales.

Con el saldo positivo de u$s1.018 en diciembre, el año finalizó con un déficit acumulado de u$s6.926 millones, muy lejos de la previsión original que había hecho el ex ministro Sergio Massa, quien pese a que ya había señales claras de crisis en el campo, se había aferrado a la esperanza de un superávit holgado, en torno de los u$s12.000 millones, una cifra similar a la que se había obtenido en 2021, con precios récord en el mercado agrícola.

Lo cierto es que, en 2023, ni siquiera se logró replicar el modesto superávit de u$s6.923 millones de 2022. En realidad, hubo una parte del cálculo en la que Massa no se había equivocado: supuso que, una vez pasada la crisis de los precios de la energía causada por la invasión rusa a Ucrania, Argentina reduciría drásticamente el déficit en la cuenta de energía.

Y, efectivamente, eso fue lo que ocurrió, aunque en menor medida en la que esperaba el ministro, que se había ilusionado con una finalización más rápida del gasoducto Néstor Kirchner.

Lo cierto es que la compra de gas y otros combustibles fue el año pasado de u$s7.924 millones, lo cual representó un 10,7% del total de importaciones. Todo un contraste con la impactante cifra de u$s12.868 millones gastada en 2022, cuando el rubro de combustibles representó casi un 16% del total de las compras del país.

Importaciones altas, pese a todo

Pero el dato más llamativo de la balanza comercial del 2023 aparece cuando se depura el "efecto combustible" y se consideran solamente el resto de los rubros de importación: la conclusión es que prácticamente no hubo cambios, a pesar del desplome de las exportaciones con las cuales financiar las compras.

Así, en 2022, sin contar combustibles, la importación fue de u$s68.655 millones, mientras que el año que acaba de terminar tuvo compras por u$s65.790 millones. En otras palabras, una reducción de apenas 4%, en un año en el que los ingresos por exportaciones cayeron un espectacular 24%.

Este hecho deja a las claras que hubo una decisión política en el sentido de sostener alto el volumen importador, como forma de atenuar las fuerzas recesivas de la economía en un año electoral. El propio Massa admitió, durante entrevistas al cierre de la campaña, que había preferido pagar el costo de perder reservas del Banco Central y asumir una inflación más alta antes que cortar la compra de insumos industriales, lo cual habría agravado la depresión en la actividad económica.


Como quedó demostrado, fue una decisión con consecuncias no inocuas. Por un lado, es cierto que la recesión fue menor a la esperada -probablemente 2,5% puntos, cuando se había llegado a especular con un 4% del PBI-, pero también están a la vista los costos: una escasez aguda de divisas que obligó a reforzar el cepo, una evaporación de las reservas del BCRA, que entraron en terreno negativo por u$s10.000 millones, y la generación de una deuda comercial de los importadores por más de u$s60.000 millones.

El desplome exportador

Del lado exportador, ocurrió lo que todos suponían. O, mejor dicho, todos menos Massa, quien cuando ya era evidente el estrago de la sequía, seguía calculando la merma de producción en u$s3.000 millones, y se esperanzaba con que una suba de los precios de los commodities pudiera compensar esa caída.

La realidad es que las ventas del país sufrieron una caída pocas veces vista para un solo año: u$s21.658 millones, una cifra coincidente con la que los expertos del campo habían pronosticado.

La categoría de productos primarios se redujo un 39,5% mientras que el ingreso por las manufacturas de origen agropecuario cayó un 13%.

Este pésimo resultado fue producto de una merma de 16,4% en las cantidades exportadas, pero también de una disminución en los precios por un 9,7%.

No resulta extraño, en ese contexto, que China, el segundo mayor destino de las exportaciones argentinas, que principalmente adquiere alimentos, haya disminuido las compras en un 34,2%, mientras que las exportaciones a Brasil -con quien el intercambio comercial está más basado en productos industriales como automóviles- tuvo una caída menor, de sólo 6%.

¿Exceso de optimismo para 2024?

Con los negativos números del 2023 sobre la mesa, ¿qué cabe esperar para el 2024? Desde ya, la recuperación del campo tras la llegada de las lluvias hace pensar en un incremento explosivo de las exportaciones.

Las últimas estimaciones de la Bolsa de Rosario indican que el volumen de la cosecha será de 15,1 millones de toneladas para el trigo, lo que implica una suba de 22% respecto de la crítica campaña del año pasado. Para la soja, la mejora es mucho mayor, con una proyección de 52 millones de toneladas -una suba anual de casi 150%- mientras que el maíz llegará a 59 millones, una mejora del 70%.

Las expectativas, a juzgar por la encuesta REM del Banco Central, apuntan a un superávit de unos u$s14.580 millones. Esto implicaría que el promedio mensual de exportaciones, que en 2023 fue de apenas u$s5.565 millones, tendría que subir hasta un promedio de u$s7.000 millones, mientras que las compras, que en 2023 promediaron u$s6.142 millones, tendrían una disminución, hasta el nivel de u$s5.565 millones.

Y lo cierto es que en estos primeros días del año ya se esbozan las primeras dudas sobre la factibilidad de esos números.

En cuanto a las exportaciones, hay expertos del área agrícola que advierten sobre una tendencia declinante de los precios en el mercado global. Esto implica que, por más que Argentina vuelva a números altos de cosecha, difícilmente pueda repetir los niveles de ingreso que había tenido en 2022, cuando la soja superó los u$s600.

Lo cierto es que en diciembre pasado, en el mercado de Chicago la tonelada de soja llegó a cotizar a u$s494 pero hoy ya está en u$s450, y con tendencia a la baja, según dejan ver los contratos en el mercado de futuros. Esto genera dudas respecto qué tan rápida será la liquidación de exportaciones por parte de los productores y, finalmente, cuál será la cantidad de dólares ingresada por el rubro agroindustrial.

Y en lo que respecta a las importaciones, es cierto que la devaluación -más el incremento del impuesto PAIS- supone un desincentivo natural para las compras, pero también ocurre que la elevada inflación está erosionando rápidamente el tipo de cambio real. En otras palabras, progresivamente está volviendo a tornar atractiva la compra de bienes del exterior.

Además, el propósito de la administración Milei es la desregulación comercial, que abre la posibilidad de compras para rubros de consumo final que estaban virtualmente vedados.

Las dudas de la compra de gas

Pero, sobre todo, las dudas respecto de las importaciones residen en el rubro energético. Las previsiones apuntaban a que, en 2024, la energía ya no costaría dólares al país sino que pasaría a ser una fuente de divisas por hasta u$s2.000 millones.

Se trata de un objetivo ambicioso porque supone que para este año las exportaciones -básicamente, petróleo- suban un 11% mientras que las importaciones de gas se recorten en un 27%.

Esas suposiciones estaban basadas en algunos supuestos técnicos que no se están verificando. Sobre todo, que el nuevo gasoducto pueda incrementar gradualmente su capacidad de entrega de gas, de manera que ahora debería estar en un nivel de 17 millones de metros cúbicos por día, pasar a 21 millones en la segunda etapa en mayo y, eventualmente, llegar a 40 millones de metros cúbicos.

Sin embargo, entre los expertos del sector hay dudas sobre la velocidad de avance de la obra, por lo que consideran que es probable que este año vuelva a ser necesario importar para satisfacer las necesidades del mercado doméstico. Emilio Apud, ex secretario de energía, sostuvo que el gasoducto no supera actualmente los 11 millones de metros cúbicos diarios, y que eso implica que en los meses de invierno habrá que importar para cubrir la necesidad de otros 20 millones de metros cúbicos de gas.

Por otra parte, se está verificando una maduración de los yacimientos bolivianos, que lleva a que se ponga en duda el sostenimiento del flujo de gas que se importa desde el país del norte. La disminución del aporte de Bolivia -que se hace por gasoducto- debería ser sustituida, entonces, por gas licuado que llega por barco y que resulta más caro que el gas natural.

* Para www.iprofesional.com

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