El comunicado del presidente del Consejo Nacional Electoral (CNE) de Venezuela, Elvis Amoroso, cayó como una bomba en ese país, al consagrar el triunfo de Nicolás Maduro y su segunda reelección. El anuncio disparó denuncias opositoras de fraude y al cierre de esta nota se multiplicaban las especulaciones acerca de posibles reacciones populares y eventuales acciones de las fuerzas de seguridad.
"No pudieron con las sanciones, no pudieron con las agresiones. ¡El fascismo no pasará en Venezuela, la tierra de Bolívar y de Chávez!", exclamó, desafiante, el reelecto.
Lluvia de insultos para Javier Milei
"Entre los fascistas está Javier Milei y yo te digo: no me aguantas un round, bicho cobarde, fascista, vendepatria (…), estúpido. Desde Venezuela digo: no al nazi fascista de Milei", le dedicó, seguramente al tanto del posteo en Twitter con el que el argentino había anticipado su rechazo a cualquier fraude, esto es a su eventual victoria.
De acuerdo con el avance del escrutinio al 80%, considerado "irreversible" por el Poder Electoral, Maduro se hizo con 5,15 millones de votos, 51,2%, y el opositor Edmundo González Urrutia con 4,4 millones, 44,2%. Otros ocho postulantes sumaron el resto y la participación quedó apenas por debajo del 60%.
Amoroso denunció, asimismo, un "ataque terrorista", un hackeo contra la transmisión de los datos desde las mesas al CNE, algo destinado a dar una explicación sobre las denuncias opositoras acerca de una retención de los datos por parte del oficialismo.
El funcionario prometió que este lunes estarán disponibles todas las actas para su consulta pública, lo que busca despejar aquellas denuncias, que encontrarán amplio eco en Estados Unidos y otros gobiernos importantes de la comunidad internacional. Deberá esforzarse: María Corina Machado, la mentora de González, dijo que su candidato ganó "con el 70% de los votos" y "en todos los estados", a la vez que apeló una vez más al respaldo de la comunidad internacional.
Asimismo, llamó a la movilización popular y apeló a los militares, quienes "vieron todo lo que pasó" y cuyo deber "es hacer respetar la soberanía popular". Les habló con el corazón, pero desde hace años los cuarteles están purgados de antichavismo.
El drama continúa.
Señales en el camino
El comunicado del CNE, conocido seis horas después del cierre de los comicios, puso fin a una espera que impacientaba. El resultado ratifica la continuidad del proceso revolucionario iniciado en 1999 hasta 2030, plazo durante el cual se reforzará el aislamiento de Venezuela y, cabe esperar, recrudecerán las sanciones estadounidenses contra el sector petrolero, algo que, más que perforar al régimen, dolerá todavía más en un cuerpo social, ya muy golpeado.
El ministro de Defensa, general Vladimir Padrino, había asegurado poco antes que la Fuerza Armada Nacional Bolivariana (FANB) haría respetar el resultado, que anticipó como un voto de la ciudadanía "por la paz".
Asimismo, horas antes de la emisión del resultado, el vicepresidente del Partido Socialista Unido de Venezuela (PSUV), el poderoso Diosdado Cabello, había convocado a la militancia a "copar las calles", lo que derivó en la aparición los "colectivos" de hombres en moto, habitualmente usados con fines intimidatorios.
Indicios del futuro
La votación de la oposición fue importante. Con o sin el fraude que denunció, no resultó suficiente para interrumpir un proceso revolucionario de un cuarto de siglo, pero obliga a Maduro a tomar nota. Por eso, un tramo de su discurso estuvo dedicado a la convocatoria a un proceso de diálogo nacional, recurso usado ya en otros momentos para distender y ganar tiempo, pero que nunca deparó hechos concretos de apertura.
El voto opositor penetró en lugares que han sido chavistas y que, en teoría, deberían seguir siéndolo; eso quedó reflejado en manifestaciones visibles en barriadas muy humildes de Caracas. El autor de esta nota cubrió las elecciones de 2013, las que consagraron por primera vez a Maduro como el heredero de Hugo Chávez, y pudo constatar el inicio de ese fenómeno en lugares como el Petare, un inmenso conjunto de "barrios" –villas– que compite por el rótulo de mayor favela de América Latina.
Quien vive en Argentina puede comprender fácilmente cómo funciona la polarización en Venezuela. Eso es, sobre todo, cosa de dirigencias, nudos consolidados de militantes y núcleos duros electorales, conjuntos que dan cuenta cada vez menos de lo que podría entenderse como "voluntad general". Así como en nuestro país el triunfo de Milei consumó la muerte de la grieta conocida –kirchnerismo-antikirchnerismo– y, en todo caso, inauguró una nueva, en Venezuela pasa algo similar. Si fuera de otro modo y el discurso de sus dirigencias describiera la realidad anímica de la base, el país habría estallado hace rato. Cabe esperar que eso no ocurra en el nuevo escenario porque ello sólo depararía nuevas penurias.
Si Maduro deberá esforzarse para convencer a una comunidad internacional descreída de la legitimidad de su triunfo, el antichavismo deberá buscar modos de no volver a desgarrarse entre moderados –favorables a una salida electoral, otra vez postergada– y ultras, que lo apuestan todo al rigor de las sanciones y el aislamiento del país.
La experiencia de 2017, cuando el antichavismo ganó la mayoría de la Asamblea Nacional, terminó en un by-pass a través de una Asamblea Constituyente plenipotenciaria y en la disolución de aquella. A ese antecedente se suma la nueva frustración; la impotencia es total.
En este sentido, las elecciones de noviembre en Estados Unidos supondrán un mojón relevante en la saga venezolana, dado que un eventual triunfo de Donald Trump reforzaría a los segundos.
Erran quienes comparan el proceso venezolano con otros "progresistas" que ha visto la región en lo que va del siglo. El chavismo es una revolución, algo totalmente diferente a los reformismos que, con diferentes intensidades, se han aplicado en Argentina, Brasil, Bolivia, Ecuador y, ni hablar, Chile y Uruguay.
Una revolución no termina fácilmente y el chavismo está férreamente afincado en el poder militar, policial y en las milicias. Asimismo, ha colonizado el Poder Judicial y la mayor parte de los poderes territoriales del país.
Venezuela y las causas de una persistencia
El proceso chavista en versión madurista se caracterizó por una destrucción de la riqueza nacional del 75%, años de hiperinflación contenidos a partir 2019 gracias a una dolarización silvestre que estabilizó los precios pero aumentó las desigualdades y una decadencia del sector petrolero –fuente de más del 90% de las exportaciones y los ingresos fiscales– que ha sido fruto tanto de la incompetencia administrativa como de los boicots opositores y de las sanciones estadounidenses. ¿Cómo se sostuvo entonces el régimen?
Más allá de la polémica por los votos –más que relevante–, otros factores lo explican.
Por un lado, una tendencia cada vez más represiva, que se hizo verdaderamente dura en el madurismo. Asfixia a la prensa crítica, proscripción de opositores, encarcelamientos políticos, tormentos y hasta muertes de presos bajo custodia han jalonado un proceso denunciado por los más importantes organismos internacionales de defensa de los derechos humanos y hasta por la propia ONU.
Asimismo, hay que consignar años de deriva opositora, que tempranamente se dividió entre partidarios de dar pelea en las urnas y sectores abstencionistas que apostaron sucesivamente al boicot, el golpe, las sanciones estadounidenses y hasta la fantasía de una intervención militar.
El respaldo al embargo petrolero estadounidense –aflojado para allanar el camino hacia estas elecciones– le costó a Machado una proscripción judicial, pero es significativo que esta haya abandonado sus posturas más radicales y se haya convertido en la abanderada del desafío electoral. ¿Qué camino seguirá ahora, cuando su nueva apuesta acaba de fracasar?
Machado, antigua defensora de la abstención y del levantamiento callejero o –en otro tiempo– militar, entendió el fracaso de las soluciones mágicas y leyó la despartidización de parte de la ciudadanía, a la que hay que convencer de que es posible volver a vivir mejor antes que motivarla con consignas revolucionarias o contrarrevolucionarias. Su problema es que ese recurso tampoco le ha funcionado.
Esa población empobrecida y obligada al rebusque –para trabajar, para conseguir mercaderías que faltaban agudamente antes de la dolarización y hasta para sobrevivir– se ha hecho, asimismo, cada vez más dependiente de las ayudas estatales.
Por último, no puede ignorarse el impacto de una emigración masiva, de entre siete y ocho millones de personas sobre una población de 30 millones, una tragedia humanitaria que operó "por abajo" –entre los sectores más postergados, que se trasladaron a países vecinos– y también "por arriba", en muchas personas de clase media y alta que buscaron destinos más prometedores y lejanos –y costosos para llegar e instalarse– como los Estados Unidos, España y Argentina, entre otros.
Esos emigrados son abrumadoramente antichavistas y su éxodo limitó el voto opositor en los comicios más recientes; este domingo, se calcula que esa categoría de electores ausentes llegó a los 3,5 millones. En esta ocasión, el proceso para su empadronamiento en el exterior fue limitado de hecho en las diferentes representaciones diplomáticas de Venezuela en todo el mundo.
Esa ola migratoria impresionante –en el caso de la Argentina, la comunidad venezolana es la de más veloz crecimiento– permitió descomprimir la crisis.
Por un lado, redujo la competencia por el empleo en una economía en permanente proceso de achicamiento, aunque este año se prevé un rebote del 4%, la nada misma en vista de lo ocurrido bajo la gestión de Maduro. Por el otro, limitó la demanda de servicios públicos y ayudas estatales.
Una crisis, con catarsis electoral, acaba de terminar con un resultado que no convence a media Venezuela y, fuera de ella, a casi nadie en el mundo. Ahora comienza otra.
El destino puede ser terrible.
* Para www.letrap.com.ar