Como un maná ofrendado por las “fuerzas del cielo”, la renovada centralidad de Cristina Fernández de Kirchner en el marco del proceso de reorganización de la fragmentada oposición y, a su vez, de reconfiguración de los vínculos entre este heterogéneo espacio “no oficialista” y el Gobierno, aún lábiles y poco definidos, parece insuflarle una bocanada de aire fresco al presidente Milei.
En un contexto donde la recesión parece extenderse más allá de lo que el Gobierno había prometido, y la preocupación exclusiva y obsesiva del presidente por la inflación y la disciplina fiscal parecen haber postergado indefinidamente las posibilidades de avanzar en otras medidas económicas de alto impacto (como la salida del cepo), la oposición ha comenzado -con los lógicos matices y diferentes modulaciones- a endurecer sus posturas.
Ello explica, en gran medida, la decisión de la ex mandataria de adoptar un posicionamiento más proactivo, abandonando no solo el atronador silencio de los primeros meses sino también apelando a una comunicación que trasciende el cómodo estilo epistolar a que nos tenía acostumbrados la máxima referente del kirchnerismo. Una decisión que la ha llevado a levantar el perfil, multiplicar apariciones públicas y polarizar abiertamente con el propio Milei, recreando una dinámica polarizadora que, aunque le devuelve la autopercepción de una centralidad y gravitación que seguramente añoraba, parece -al menos por ahora- beneficiar más a Milei que a la propia Cristina.
El movimiento táctico de la ex presidenta es, a todas luces, altamente funcional para las necesidades de un Milei que no solo necesita ajustar su descuidado perfil político para conducir su espacio ante un escenario adverso en un Congreso que amenaza con convertirse en el epicentro de la dinámica gobierno-oposición, sino también para desplazar la atención desde la economía a la política.
Lo cierto es que, aunque funcional para que el presidente se desplace discursivamente desde una economía que ya no ofrece la posibilidad de “buenas noticias” de impacto hacia una política entendida en clave de “batalla cultural”, la movida de Cristina Kirchner plantea serios desafíos e interrogantes para una oposición que parecía despertar del largo letargo para intentar posicionarse de cara a las elecciones legislativas del año próximo. No solo desafíos para un peronismo que no ha logrado renovar sus liderazgos y que ve con la recuperada centralidad de Cristina obturado cualquier movimiento relevante en ese sentido, sino fundamentalmente para la Unión Cívica Radical, que se enfrenta a una encrucijada estratégica que tendrá seguramente importantes consecuencias en el mediano y largo plazo.
Es que la confluencia entre el endurecimiento de gran parte de la oposición y el alineamiento de prácticamente la totalidad del peronismo -por convicción, conveniencia o falta de alternativa- con la estrategia de oposición cerrada y frontal que propone Cristina, acaba por favorecer una inesperada y para muchos incómoda convergencia entre el kirchnerismo y el centenario partido.
Previsiblemente, la imagen de los radicales acompañando e incluso liderando varias de las iniciativas que acabaron profiriéndole resonantes derrotas al gobierno en el Congreso las últimas semanas, como las del proyecto jubilatorio, el rechazo al DNU de la SIDE o el blindaje para el financiamiento universitario, procuraron ser capitalizadas por un presidente que, apelando a las recurrentes simplificaciones de su narrativa anticasta, los acusa de cómplices y busca exponerlos públicamente para condicionarlos, forzarlos a atemperar sus posiciones o fragmentarlos
El propio Presidente lo explicitó en su exaltado discurso en el foro de ultraderecha celebrado en el ex CCK: “El centrismo bien pensante lo único que logra es que el zurderío nos lleve por delante”, dijo en una clara alusión al posicionamiento del partido de Alem. Y todo ello contrasta, además, con una estrategia del PRO que, aunque con algunas fisuras más expuestas en el Senado, a priori es mucho más colaborativa con el gobierno, aún en el marco de la particular y cambiante relación de “amor y odio” entre Macri y Milei, y de los recurrentes destratos del presidente para con algunos referentes del partido amarillo.
Así las cosas, el radicalismo avanza hacia un escenario en el que deberá intentar hacerse cargo de un dilema que ha venido eludiendo desde hace ya bastante tiempo, y que deriva en gran medida de la no siempre armónica convivencia en el interior de un partido tradicionalmente movimientista y pragmáticamente “atrapa-todo”, de dos “almas” que, más aún en determinadas encrucijadas históricas como la actual, parecieran antagónicas: una tradición más “conservadora” y por ende más afín a ciertas vetas del liberalismo económico y la tradición antiperonista, y otra vertiente más decididamente socialdemócrata que, aunque también comparte con sus correligionarios ciertos reparos respecto al peronismo en nombre de la presunta defensa de los principios republicanos, es más proclive a las políticas redistributivas del Estado de bienestar y el intervencionismo estatal.
Aunque se trata de un dilema que no tendrá ni una resolución inmediata ni un abordaje sencillo, seguramente en los próximos días habrá algunas decisiones -como las de defender en la calle los fondos universitarios- que dejarán en evidencia si finalmente el centenario partido de Alem, Yrigoyen y Alfonsín está dispuesto a enfrentarse a esta encrucijada histórica.
* Para www.infobae.com