

El dólar a $1.000: Javier Milei y Luis Caputo le ponen una nueva frontera a la bicicleta
ECONOMÍA Pablo TIGANI
En este artículo se analiza la actual estrategia cambiaria del equipo económico argentino, que persigue una baja artificial del tipo de cambio oficial a $1.000. Lejos de obedecer a criterios técnicos o de estabilidad macroeconómica, esta política responde a los intereses de una minoría privilegiada que se enriquece con el “carry trade”.
A través de un repaso crítico y sustentado en evidencia empírica y antecedentes históricos, se demuestra cómo esta política reproduce una lógica perversa; el Estado al servicio de la bicicleta financiera, en beneficio exclusivo del capitalismo financiero de amigos.
La coartada técnica
La tradición argentina de los últimos 50 años ofrece una constelación de repeticiones trágicas. La más reciente -y no por ello menos escandalosa- es la obsesión del actual equipo económico por llevar el precio del dólar oficial a la mágica cifra de $1.000. Según la versión oficial, no se trata de una decisión política, sino de una condición técnica impuesta por el nuevo régimen cambiario de “flotación administrada con bandas”. Según sus defensores, el BCRA no intervendrá comprando divisas hasta que el dólar toque el piso de la banda inferior. Pero esta decisión -presentada con pretensiones de ortodoxia monetaria- esconde un negocio colosal; hacerle ganar millones de dólares a los amigos del poder que operan con carry trade. Una maniobra tan vieja como la patria financiera.
El "carry trade" como forma legal de depredación
Tal como se desarrolló en el artículo académico: “El carry trade en argentina: repetición como tragedia”, la bicicleta financiera consiste en ingresar capitales especulativos, pagarles tasas altísimas en pesos, para luego fugar esos capitales y esas ganancias pasando todo a dólares. Esta operatoria solo es viable si el tipo de cambio permanece estable o, mejor aún, si baja. En ese marco, la obsesión por llevar el dólar a $1.000 no es una política macroeconómica; es el umbral ideal para maximizar la rentabilidad de quienes ya ingresaron dólares a $1.200 o $1.300 y ahora esperan salir a $1.000, con una rentabilidad del 30% en moneda dura en pocos meses.
¿Quién en su sano juicio resignaría reservas internacionales en un contexto donde el FMI exige una acumulación de u$s 4.430 millones antes del 13 de junio? Sólo alguien que no está pensando en el país ni en sus compromisos externos, sino en proteger las promesas hechas a sus beneficiarios. El gobierno no actúa como representante de los intereses nacionales, sino como fiduciario de una elite financiera; los verdaderos destinatarios de la política económica.
La negativa a comprar dólares: la excusa perfecta
Desde la instauración del nuevo régimen monetario, el BCRA no interviene en el mercado oficial de cambios. La excusa es sencilla: el tipo de cambio aún no tocó el piso de $1.000. Pero esta abstención deliberada impide cumplir la meta de acumulación de reservas exigida por el FMI, lo que podría estancar el riesgo país y frustrar el eventual regreso de la Argentina a los mercados de deuda en 2026.
Sin embargo, el gobierno parece no preocuparse por las consecuencias de mediano plazo. ¿Por qué? Hay tres hipótesis complementarias:
- Desinterés electoral: Conjeturan que perderán las elecciones de medio término, lo cual podría generar un colapso que podría explicarse, victimización mediante.
- Deserción anticipada: El equipo económico planifica su retirada, luego de haber servido con éxito a quienes debían beneficiar.
- Captura de renta récord: Los amigos del poder ya habrán ganado lo suficiente como para garantizarse diez generaciones de opulencia.
Ironías del pragmatismo: “la banda inferior” como coartada ideológica
La narrativa oficial insiste en que “no se puede intervenir” hasta que el dólar toque los $1.000. Una lógica aséptica, casi robótica. Pero lo que parece una regla técnica es, en realidad, un diseño a medida del negocio. Si el gobierno comprara dólares a precios más altos, aumentaría las reservas y se acercaría a cumplir con el FMI. Pero también haría perder rentabilidades porcentuales de rentabilidad a quienes estan en la bicicleta financiera. Ergo: no se compra. Porque el verdadero mandato del equipo económico no proviene del FMI, ni de la Constitución, ni del ciudadano de a pie, proviene de los fondos especulativos y las mesas de dinero.
El retorno perpetuo retorno de la bicicleta financiera como política de Estado
Tal como he señalado en otros artículos, la “estabilidad” actual no es producto del crecimiento ni de la inversión productiva, sino de un esquema profundamente regresivo, basado en la valorización financiera, el ajuste fiscal y el deterioro del salario real y las jubilaciones. No se trata de una transición hacia el desarrollo, sino de un interludio para que unos pocos se enriquezcan, mientras la economía real sigue en recesión.
La pregunta entonces no es si el dólar bajará a $1.000, sino a qué costo y para beneficio de quién. Y la respuesta no requiere grandes modelos econométricos; basta con seguir el flujo de capitales, observar el comportamiento de las reservas y rastrear las fortunas que se están consolidando bajo el amparo de esta política.
El Estado capturado por las finanzas corporativas
Estamos ante un modelo de captura del Estado por intereses financieros. La prioridad del equipo económico no es estabilizar la macroeconomía ni cumplir con los compromisos internacionales, sino garantizar que sus aliados privados maximicen las ganancias del carry trade. Esta lógica interesada convierte al BCRA en una oficina de clearing para amigos, y al Tesoro en un garante de tasas en dólares imposibles, pagadas con el ajuste sobre jubilados, trabajadores y pymes.
El resultado es una Argentina que se desangra por abajo para que unos pocos puedan volar en primera. El dólar a $1.000 no es una política, es una coartada. Y como toda coartada, busca ocultar una injusticia. En este caso, de lesa economía.
Director de Fundación Esperanza. Profesor de Posgrado en UBA y universidades privadas. Máster en Política Económica Internacional, Doctor en Ciencia Política, autor de seis libros.
Fuente: Ámbito



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