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Una capital faraónica para el Egipto de Al Sisi

Una nueva sede de la Administración emerge en el desierto entre el Nilo y el mar Rojo mientras el país supera los 100 millones de habitantes

INTERNACIONALES 18/02/2020 Juan Carlos SANZ
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“Será una plaza más grande que Tiananmen”, se ufana Ahmed (nombre figurado) entre la asfixiante polvareda levantada por decenas de camiones que deambulan en un lugar del desierto sembrado de grúas entre el Nilo y el mar Rojo. El empleado de la empresa pública que construye la Nueva Capital Administrativa de Egipto, 40 kilómetros al este de El Cairo, señala las flamantes fachadas de los ministerios, alineados como los milenarios palacios de Luxor, que delimitan el ágora gubernamental ante la imponente mole del Parlamento. En el lejano horizonte —“es por razones de seguridad”, musita— se atisba la futura residencia del presidente Abdelfatá al Sisi, padre del faraónico proyecto. Hasta donde alcanza la mirada se alzan bloques de viviendas, con evocadores nombres en castellano como El Patio o La Vista, donde pronto vivirán dos millones de personas.


Egipto acaba de superar el umbral de los 100 millones de habitantes en medio del silencio oficial. Hacinados en el valle y el delta del Nilo, que apenas representan un 8% del territorio nacional, la bomba de relojería demográfica —dos de cada tres egipcios son menores de 30 años— ya se ha activado. Si no se remedia, el censo del país árabe romperá en 2050 la barrera de los 150 millones. El propio Al Sisi ha señalado la explosión demográfica —cada año hay 2,5 millones de habitantes más y tres cuartos de millón de jóvenes se incorporan al mercado laboral— como el mayor reto que afronta Egipto junto con el terrorismo.


Tras cuatro años de trabajos de 150.000 operarios en los que se prevé invertir 23.000 millones de euros, 54.000 funcionarios van a ser trasladados en los próximos meses al nuevo distrito administrativo, rodeado de zonas residenciales de lujo y un centro de negocios con 21 torres de oficinas. La megalomanía del proyecto contrasta con la miseria de más de una tercera parte de la población, que sobrevive con dos dólares diarios según el Banco Mundial.

“No se va a gastar ni una libra del presupuesto público”, asegura el coronel Jaled el Huseini, portavoz del organismo de Desarrollo Urbanístico de la Capital Administrativa (ACUD, por sus siglas en inglés). “Todo el proyecto se va a autofinanciar mediante la venta de suelo público a promotores privados”, puntualiza este oficial en su oficina, situada en un recinto militar que incluye un hotel de lujo y zonas de ocio en Nuevo El Cairo, uno de los distritos periféricos construidos en las últimas décadas para aliviar la congestión demográfica de la capital histórica de Egipto, que supera los 20 millones de habitantes junto con su zona metropolitana. Las Fuerzas Armadas controlan una parte importante de la actividad económica del país: hasta el 3% del PIB, según algunos analistas.

El nuevo centro administrativo soñado por el exmariscal El Sisi se extenderá sobre 730 kilómetros cuadrados, algo más que la isla de Menorca, y albergará a seis millones de habitantes. La primera fase que ahora se ultima comprenderá solo un tercio del perímetro y de la población. “El traslado masivo de funcionarios está previsto entre julio y agosto de este año”, adelanta el coronel El Huseini, “pero la decisión final será política”. Mientras los ministerios parecen estar muy avanzados, el Parlamento se ha construido al 60% y el palacio presidencial al 50%. La mudanza de Al Sisi a la capital del desierto oficializará el año que viene el nacimiento de la capital administrativa. El paisaje de palmeras y edificios empieza a asemejarse ya a un suburbio residencial estadounidense. La mayor parte de los terrenos de la operación pertenecen al ejército.

“Es cierto que el modelo de financiación de la nueva capital no depende en sí del presupuesto estatal, pero no se sabe mucho sobre las cuentas de la empresa que lo gestiona, propiedad del Ministerio de Defensa (51%) y del Ministerio de Vivienda”, argumenta Amro Adly, profesor de Ciencia Política en la Universidad Americana de El Cairo.


Muchos egipcios se plantean la duda de si los grandes proyectos de Al Sisi —obras faraónicas como la ampliación del canal de Suez (3.000 millones de euros)— acaparan fondos necesarios para el desarrollo del país y el bienestar social. “La fuerte inversión en suelo y construcción solo es beneficiosa a muy corto plazo. El sector inmobiliario ha sido la principal fuente de crecimiento de la economía desde la década de 1980”, matiza Adly como analista económico en Oriente Próximo.

La empresa constructora china CSCEC se ocupa de la ejecución del distrito financiero de la nueva capital egipcia, que estará coronado por un rascacielos de 390 metros de altura. Centenares de técnicos y especialistas chinos viven a pie de obra en una colmena de módulos prefabricados. “Solo se interviene en el mercado doméstico y no se mitigan los problemas crónicos de balanza de pagos de Egipto. El ahorro privado se consume así en activos muertos en ciudades del desierto que no ayudan a resolver las carencias de vivienda para la población”, puntualiza el profesor Adly.

Desde la dirección del proyecto, el coronel Al Huseini destaca que los terrenos liberados en el centro de El Cairo por el traslado de los ministerios también contribuirán a financiar la nueva capital, donde se ha previsto un barrio diplomático para las legaciones extranjeras. En los planos de la empresa pública ACUD figuran parcelas reservadas para Estados Unidos, China o Brasil. Los elevados precios exigidos por los terrenos y el alto valor inmobiliario de las actuales sedes han llevado a muchos países de la UE a no pronunciarse aún sobre su traslado a la nueva capital, según revela un funcionario diplomático europeo.

La utopía anunciada por Al Sisi hace cerca de cuatro años está a punto de hacerse realidad en un árido paisaje que evoca las urbanizaciones residenciales fantasmas de Seseña (Toledo), hace una década en plena crisis inmobiliaria española. El perfil de torres de oficinas de Dubái todavía no ha emergido en el desierto egipcio, aunque la mitad de los terrenos de la primera fase ya han sido adquiridos por promotores, según ha informado Reuters.

Ahmed, empleado en la empresa que construye la nueva capital, no se atreve a soñar con vivir algún día en los pisos que promociona. El precio de los apartamentos rondará entre los 50.000 y los 100.000 euros, inalcanzables para el sueldo de 200 a 300 euros mensuales del egipcio medio. Los 54.000 funcionarios que se desplazan desde el Cairo tampoco podrán residir cerca de sus nuevas oficinas. Tendrán que viajar más de una hora en autobús, mientras se construye un monorraíl regional, o realojarse en la cercana barriada satélite de Ciudad Bader.


En un Egipto agobiado por la superpoblación, la tasa de pobreza ha crecido un 4,7% entre 2015 y 2018, según el Banco Mundial, hasta situarse en el 32,5% de la población. Un sector de empleo intensivo, como el turismo, —que ofrece ocupación al 14% de la población— está empezando a superar el colapso de 2015, tras el atentado en el que murieron los 224 ocupantes de un avión ruso. El profesor Adly destaca que es gracias a la estabilización de la seguridad y la depreciación de la libra egipcia, "pero no está generando las divisas necesarias para mejorar la posición de la balanza de pagos”, señala.

La gigantesca mezquita de Al Fatah al Alí, con capacidad para 12.000 fieles, o la catedral de la Natividad, el mayor templo cristiano de Oriente Próximo, fueron los primeros edificios en ser erigidos en la nueva capital. La huida a Egipto de la Sagrada Familia con el telón de fondo de las pirámides, no podría ser de otro modo, es el motivo del fresco de la bóveda principal del templo copto.


Lo inauguró el año pasado el presidente al Sisi junto con el papa Teodoro II en la festividad de la Epifanía, en plena celebración de la Navidad ortodoxa por el 10% de la población egipcia. “Desde entonces no ha vuelto casi nadie”, admite el oficial de policía al mando del destacamento que monta guardia fuertemente armado con un blindado entre el polvo de los camiones de cemento, ante un paisaje inacabable de grúas que brotan en el desierto egipcio.

Fuente: El País

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