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Cristina, Macri y ahora Milei: la argentinidad de los personalismos

OPINIÓN 18/05/2023 Fernando González*
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Si se hiciera una encuesta preguntando quien ha sido la figura democrática más importante de las últimas décadas, no habría dudas de que la elegida sería Angela Dorothea Merkel. Fue la canciller de Alemania durante dieciseis años y, bajo su liderazgo político y económico, Europa aguantó la crisis financiera de 2008 y la salida traumática de la comunidad continental del Reino Unido. En noviembre de 2021, cuando le dejó su cargo al socialdemócrata Olaf Scholz, la revista Forbes la había nombrado la mujer más poderosa del planeta en catorce oportunidades.

El siguiente triunfo de Merkel ha sido su transición del poder hacia el llano sin comprometer a sus herederos políticos. Angela suele ser vista en en el supermercado o en el teatro, uno de sus pasatiempos favoritos.

El 13 de febrero pasado, asistió a la asunción del segundo mandato de Frank Walter Steinmeier como presidente de Alemania. Fue en su carácter de de delegada de su partido (la Unión Cristiana Democrática) por el distrito de Mecklenburgo-Pomerania Occidental. Muchos de los invitados se sacaron selfies con Merkel, pero ella siempre se ocupó de no eclipsar a los nuevos referentes del gobierno o de la oposición.

Le ofrecieron trabajo en las Naciones Unidas, y le pidieron que encabezara una gestión para mediar en la invasión de Rusia a Ucrania. Pero lo rechazó todo siempre con el mismo argumento: quiere descansar y pasar más tiempo con su esposo, Joachim Sauer, quien da clases de química en la Universidad de Berlín.

Más allá de su actitud ante la vida, Merkel tiene buenas razones para eludir el virus del personalismo en un país que cayó al subsuelo de su historia hace noventa años años cuando se derrumbó en la pesadilla de Adolf Hitler y del nazismo.

El ejemplo de Merkel, y su postura mesurada en el ejercicio del poder, podrían ser un espejo docente para la política argentina. De Yrigoyen a Perón, y de Alfonsín a Menem, los liderazgos han sido extremadamente personalistas en la Argentina.

La enorme crisis económica y social con la que el país atraviesa sus cuarenta años de democracia no parecen haber cambiado las cosas. Para ejemplo, basta con detenerse en algunos conceptos de la entrevista que el ministro kirchnerista, Andrés Larroque, le dio el miércoles a la radio Futurock para justificar la necesidad de que Cristina Kirchner mantenga su protagonismo en estos tiempos.

Caminando muy cómodo por la vereda del asombro, Larroque asegura que Cristina viene preparando un programa de gobierno desde 2020, como si este gobierno (en el que eligió a Alberto Fernández como candidato a presidente y ella misma es la vicepresidenta), no tuviera obligación de contar todavía con algún programa para evitar el desastre al que nos condujo.

“Si seguimos sus intervenciones, hay siempre una intencionalidad muy dirigida a la cuestión programática. (Cristina) tiene ese don de anticiparse y el resto de los mortales vamos comprendiendo y asumiendo todas esas cuestiones que ella casi proféticamente va advirtiendo y hoy ya para todos es natural tener en claro un programa”. Extraordinario. Para Larroque, Cristina ya no es una líder política sino una profeta, diferente al resto de los mortales. El tono religioso de Larroque es replicado por otros dirigentes menores, aunque ninguno lleva el planteo del personalismo político a niveles tan patéticos.

A pesar de sus intentos de victimización, Cristina Kirchner se resiste a intentar otra candidatura presidencial porque no tiene ninguna chance de victoria en un balotaje. Su situación empieza a parecerse a la de Carlos Menem en 2003. Salió primero en la elección presidencial pero, ya en la pendiente de su ocaso, no pudo presentarse a la segunda vuelta. De esa decadencia se aprovechó Néstor Kirchner.

Cristina acertó hace cuatro años con la candidatura exitosa de Alberto Fernández, pero se equivocó con lo que fue su pésima gestión presidencial. Y, en medio de la super inflación de tres dígitos anuales y el dólar que no encuentra freno ni techo, empieza a temer que la elección de Sergio Massa como candidato único del peronismo pueda convertirse en otro error.

Estará el 25 de mayo en la Plaza de Mayo para que el kirchnerismo renueve el culto al personalismo, pero insiste en que no será la candidata del operativo clamor que solo claman sus activistas. No quiere repetir aquel final sin gloria de Menem.

El refugio político de Cristina sigue siendo la provincia de Buenos Aires. Por eso, insiste con la candidatura a la reelección como gobernador de Axel Kicillof y amenaza con el desdoblamiento de la elección nacional. Ni siquiera hay que descartar todavía que termine aceptando ser candidata a senadora para fortalecer la boleta bonaerense. El Senado es su espacio preferido de poder y, además, están los fueros parlamentarios. Una fruta deliciosa para alguien condenado a seis años de prisión por fraude al Estado.

El politólogo Andrés Fidanza traza un paralelismo interesante entre los caminos que Cristina Kirchner y Mauricio Macri han elegido para demorar todo lo que sea posible su transición hacia las últimas fronteras del poder. El territorio como refugio final. “Estos líderes en el ocaso se vuelven conservadores, y en primer lugar son conservadores de territorio”, explicó Fidanza en el programa de Jorge Lanata en radio Mitre. “Cristina se está replegando junto con los suyos a la provincia de Buenos Aires, como Macri está diciendo `la Capital me pertenece’”, agregó.

Fidanza se refiere así a la presión que Macri ejerce sobre Horacio Rodríguez Larreta para que el candidato sea su primo, Jorge Macri. El argumento preferido del macrismo ha sido instalar la idea de que el jefe de gobierno porteño intenta ofrendarle la Ciudad a Martín Lousteau para que la UCR lo respalde en su intento presidencial.

La realidad es que, luego de la reunión de esta semana en la que definieron las reglas para las PASO, el PRO llevará en Capital a un solo candidato (y Jorge Macri corre con ventaja sobre Fernán Quirós) para que vaya fortalecido a la pelea con Lousteau con el apoyo de Macri, Larreta y Patricia Bullrich.

Es cierto que Rodríguez Larreta avizora la posibilidad de una victoria de Juntos por el Cambio en la elección nacional, apoyado en el refuerzo de la coalición con la UCR, la Coalición Cívica de Elisa Carrió, los peronistas republicanos de Miguel Ángel Pichetto y Ramón Puerta, y hasta los liberales de José Luis Espert. Tan cierto como que Bullrich cultiva la relación con Javier Milei porque no descarta algún tipo confluencia en el Congreso si el libertario termina haciendo la elección que le auguran las encuestas.

Pero entre los dos presidenciables que se disputan el futuro de la coalición opositora, Macri intenta mantener su cuota de protagonismo con dos maniobras. Reflotar la bandera del “PRO puro y fundacional” en la Ciudad (para confrontar a Rodríguez Larreta) y deslizar en los círculos empresarios que el equipo de Bullrich está formado por mayoría de dirigentes de su confianza.

Es cierto que, a excepción del ex ministro de Cultura, Pablo Avelluto, la mayoría de los dirigentes macristas están alineados con Patricia (Hernán Lombardi, Laura Alonso, Paula Bertol, el banquero Enrique Cristofani), pero la versión de un Macri muy influyente en un eventual gobierno de Bullrich le causa disgusto a la candidata que trabaja mucho para consolidar su sello personal.

Ese disgusto es también una de las razones por la que el intendente (de licencia) en Lanús y presidente interino de Independiente, Néstor Grindetti, empieza a sacarles ventaja a Javier Iguacel, a Joaquín De la Torre y a la posibilidad de Cristián Ritondo como candidato a gobernador en la boleta de Bullrich. El peso territorial de Grindetti y su buena relación con sus colegas del conurbano bonaerense le darían una ventaja concluyente.

Macri, mientras tanto, matiza su afán personalista en la política nacional con otros gustos que se puede dar por su condición de presidente de la Fundación FIFA. El miércoles por la tarde, las redes sociales lo mostraban sonriente y con una bufanda del Manchester City celebrando junto a directivos del club y al director técnico Pep Guardiola el pase a la final de la Champions League del conjunto inglés. “Mauricio puede pasarse el resto de su vida mirando partidos de fútbol en Europa, pero prefiere hacerse mala sangre con la interna del PRO”, se resigna uno de los dirigentes que siempre lo acompañó en todas sus apuestas.

Pero el virus del personalismo es así. Ataca a los dirigentes argentinos y a muchos no los abandona hasta el final de sus vidas. Agarrar un carrito y elegir las mejores verduras en el supermercado es un ejercicio difícil de asumir para quien ha conocido la droga del poder. No es fácil ser Angela Merkel.

La nueva estrella de las redes sociales y el prime time del cable, Javier Milei, también tendrá que pasar por esa prueba del personalismo. El candidato libertario concentra el poder de su espacio político en su hermana Karina y en su estratega de campaña, el consultor Carlos Kikuchi. Y quienes se animaron a desafiarlo, como el economista José Luis Espert, terminaron fuera del equipo. Ni siquiera la buena elección que hizo en 2021 en la Provincia (7,5% de votos y tres diputados) fue suficiente para que hubiera alguna posibilidad de reconciliación.

La Libertad Avanza, el exitoso emprendimiento populista que Milei puso en marcha hace tres años, no se permite el exceso de la discusión interna. Se hace lo que dice el líder y todos aquellos que han expresado alguna disidencia han terminado a la intemperie del proyecto. Lo mismo pasa con sus activistas y sus fanáticos en las redes. Desatan el infierno sobre cualquiera que ensaye una mínima crítica sobre el dogma de los libertarios.

Desde el surgimiento y éxtasis del primer Perón, la Argentina ha pasado de personalismo en personalismo con los resultados tristes que están a la vista. Por cada uno de los nuestros, caerán cinco de los de ellos. A vos no te va tan mal gordito. Estos son los piquetes de la abundancia. Los años pasan pero la epidemia del ego no cede. Allí están las calles, los hospitales y las plazas, tantas bautizadas con los nombres de la fiebre personalista antes de que el paso de la historia aplaque un poco la pasión de la batalla política.

El personalismo es una enfermedad que ha atacado en muchos lugares del mundo. Pero la argentinidad le ha sumado ese perfume tan nuestro que lo asocia para siempre con el fracaso.

* Para www.infobae.com

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