A veces, se parece al dueño de una quermés rifando artículos del hogar a precios módicos; otras veces, simula ser un filántropo dispuesto a donar su fortuna personal, aunque él es generoso solo con el dinero del Estado. Sergio Massa está preparando su futuro, haya ganado o perdido en las próximas elecciones presidenciales, e imagina ese destino de la mano de Javier Milei. El peronismo, en rigor, está entornando al líder libertario. “¿Saben cuál es la diferencia entre Massa y Milei? Ninguna”, pregunta y se responde un importante funcionario del gobierno de Alberto Fernández.
El compromiso de ambos con la verdad es casi inexistente; la indiferencia frente al rigor los hermana, argumenta ese peronista. Ya habían surgido sospechas de un acercamiento del massismo a los libertarios cuando se supo que varios candidatos de Milei en Tigre, Escobar, Avellaneda y San Isidro, entre otros municipios del conurbano, habían militado hasta el día anterior en las filas del ministro de Economía. Pero la mancha del recelo se amplió hacia todo el peronismo cuando aparecieron los infaltables dirigentes gremiales Luis Barrionuevo, gastronómico, y Gerardo Martínez, de la construcción, en cordiales conversaciones con Milei. El candidato libertario tropezará con un problema: no hay nada más parecido a una casta privilegiada, millonaria e impopular que la dirigencia sindical.
Es el único sector de la dirigencia política o social argentina que tiene algunos líderes que comenzaron sus carreras antes del último régimen militar, como son los casos de Hugo Moyano, entre los camioneros; de Armando Cavalieri, entre los empleados de comercio, y de los propios Barrionuevo y Martínez. Como es su costumbre, fue Barrionuevo el menos prudente en la exhibición verbal de su acrobacia política. “Y… nos tenemos que adaptar a los nuevos tiempos”, se resignó ante los micrófonos el líder gastronómico. Habrá que tener fe y confiar en que no le enseñe a Milei a quemar urnas, que es lo que Barrionuevo hizo cuando fue un candidato perdidoso en Catamarca.
El peronismo sabe que su porvenir más probable es la derrota; también constató que Milei es un hombre solo, que carece de estructura y hasta de eventuales candidatos para ocupar cargos públicos. ¿Por qué no rodearlo desde ahora? ¿Por qué no soñar con una presidencia breve de Milei, si fuera presidente, y con el regreso rápido del peronismo al poder? Massa es la expresión política de una alianza implícita del peronismo con Milei; Barrionuevo y Martínez, ambos con tanto olfato político como insensibilidad moral, son las referencias sindicales del peronismo en ese consorcio inesperado. Massa muestra sin querer su simpatía por Milei hasta cuando lo enfrenta; así, está sacando del combate electoral a Patricia Bullrich, a quien el ministro prefiere en su casa porque ella representa a una coalición con más consistencia para conservar el poder. Massa exhibió también sin rubor tales simpatías cuando aceptó la invitación pública de Milei para tratar el presupuesto del año próximo solo cuando haya asumido un nuevo gobierno.
Hay argumentos más profundos que la mera rapiña política. En la grieta real entre republicanismo y antirrepublicanismo, entre el supuesto pueblo y el también supuesto antipueblo, Milei y el peronismo están más cerca de lo que se supone. ¿Acaso la “casta” de Milei no es un enemigo muy parecido a los “poderes hegemónicos” que denuncia el peronismo kirchnerista? ¿La “casta” no es el “antipueblo” que agrede al “pueblo”, según la verborragia libertaria sustraída en parte del peronismo? ¿El escaso respeto de Milei (casi una repulsión genética) hacia el periodismo independiente no es una tara compartida históricamente con el peronismo? El peronismo fantasea con una segunda vuelta en noviembre entre Milei y Massa. El ministro-candidato supone, además, que los ballottages se pierden o se ganan por entre uno y cuatro puntos. Si le tocara perder, se iría a su casa con el 45 o el 46 por ciento de los votos nacionales. “Entonces empezará el tiempo de la renovación peronista. Cristina Kirchner estará poco después cumpliendo prisión domiciliaria”, dicen interlocutores habituales del ministro de Economía, sin escandalizarse.
El obstáculo de Massa se oculta en su propia desfachatez como candidato y ministro. Según quienes han sido espectadores de focus groups, la sociedad está convencida de que Massa intenta sobornarla con sucesivos “planes platita”. “No me comprará”, es, de acuerdo con tales testimonios, la frase más repetida en esos focus. Varios encuestadores sostienen que, de todos modos, Massa podrá sumar solo uno o dos puntos hasta llegar al piso electoral más básico del peronismo, que ronda entre el 29 y el 30 por ciento del electorado. Pero aun con esos porcentajes podría entrar en la segunda vuelta. El crecimiento de Milei se detuvo tras el primer envión luego de las elecciones primarias, cuando parecía que se encaminaba seguro a un triunfo en primera vuelta. Milei es, con todo, el único protagonista seguro de un eventual ballottage. Massa podría ser el otro actor de la segunda vuelta, si Patricia Bullrich no lograra encontrar un nuevo eje para su campaña electoral.
Bullrich está haciendo una campaña según los manuales clásicos de la encuestología y las ciencias políticas: no se debe atacar, dicen esos libros, a los líderes antisistema porque tales embates terminan por fortalecerlos. Pasó con Donald Trump; sucedió con Jair Bolsonaro. Sin embargo, hay otra conclusión que contradice esa hipótesis: señala que la profunda crisis que vive la sociedad argentina quemó los libros y la teoría. ¿O, acaso, Rodríguez Larreta no hizo una campaña también guiado por los manuales clásicos, que indican que la gente común se inclina por cambios serenos y previsibles? Sin embargo, la sociedad lo abandonó y se fue con líderes más radicales en sus propuestas de cambio, como Bullrich y el propio Milei.
Veamos las dificultades probables de Bullrich. Una consiste en que una parte importante de la sociedad (integrada por quienes tienen 37 años o menos) solo ha conocido la crisis actual. Lo que sucede es lo más grave que esos argentinos atravesaron en sus vidas. No tienen memoria vivencial del gran colapso de 2001/2002. No vivieron los tiempos de los grupos armados insurgentes ni los de la dictadura militar ni los de las hiperinflaciones de Raúl Alfonsín y de Carlos Menem. No saben, en síntesis, que se puede estar mucho peor. El otro problema se cifra en que una parte importante de la sociedad, harta del cuarto gobierno kirchnerista, votó en las elecciones legislativas de 2021 por Juntos por el Cambio; le permitió un triunfo a la coalición opositora por más de 8 puntos porcentuales. Pero luego no sucedió ningún cambio y, por el contrario, los principales referentes de la coalición se trenzaron en una interminable guerra civil por la candidatura presidencial. No podía haber ningún cambio porque aquella fue una elección de legisladores, no de funcionarios ejecutivos. Pero los dirigentes de Juntos por el Cambio podrían haber evitado el espectáculo de una desgastante lucha por el poder.
Patricia Bullrich dirige sus diatribas al kirchnerismo y promete que terminará para siempre con esa corriente que lideró el peronismo durante los últimos 20 años. El kirchnerismo se está yendo sin que nadie lo empuje o, más bien, empujado por sus propios errores. Para peor, lo aguardan desagradables resoluciones de la Justicia en tiempos muy inminentes. Tarde o temprano, Bullrich deberá reconocer que su verdadero enemigo es Milei. La unanimidad de los consultores políticos (no importa la generación a la que pertenecen ni las ideas que profesan) sostiene que Bullrich deberá enfrentar decididamente al candidato libertario si quiere competir con él en una eventual segunda vuelta presidencial. “Le tiene que pegar ahora en la frente a Milei, sin importarle si Macri está de acuerdo o no. Lo que está en juego es su destino político”, aconseja uno de ellos.
El actual desafío de Bullrich es, en efecto, elegir correctamente a su enemigo, que no es solo Massa. El ministro ya no es su problema; él se parece a un vendedor ambulante consumando el más descarado intento de soborno a la sociedad argentina que recuerde la democracia argentina. Hace cosas que eran propias de los pequeños feudos peronistas del norte argentino. De paso, está quemando los pocos retazos que quedaban de confianza en la moneda nacional. Parafraseando a Churchill, aunque en el sentido inverso, nunca tan pocos hicieron tantos papelones en tan poco tiempo.
* Para La Nación