Javier Milei sufrió una derrota estratégica: la Cámara de Diputados rechazó el decreto de necesidad y urgencia (DNU) que dispuso un incremento de $100.000 millones en el presupuesto de la SIDE. Es un doble fracaso. Su dimensión principal es procesal.
Se volvió a demostrar que el Gobierno está expuesto a la composición de mayorías circunstanciales que pueden alterar, en un sentido u otro, la administración de las cuentas públicas. El otro aspecto importante del revés es que impacta sobre el corazón de la política oficial.
La mayor parte de aquellos fondos iba a destinarse a la constitución de la Agencia Federal de Ciberseguridad, que es la única innovación verdadera de la reforma del espionaje que llegó con la nueva SIDE. La justificación de esa dependencia es razonable: hay que defender los grandes archivos del Estado de eventuales ataques virtuales. Sin embargo, su encanto operativo es más ofensivo: montar un dispositivo de intervención en el campo digital para influir sobre la opinión pública y manipular la conducta del electorado.
Una Cambridge Analytica criolla. Y, si cabe el oxímoron, libertaria. Son las dos caras de la misma capacidad. Del otro lado de todo vigilante cibernético hay un hacker. La víctima principal de la frustración de ayer es Santiago Caputo, responsable último del control del espionaje en el oficialismo. Es también en parte, y por muchas razones, el responsable de lo que sucedió.
La política suele presentar oscuras armonías. Mientras en Diputados se discutía el financiamiento al espionaje, en el Senado Ariel Lijo contestaba preguntas para ganarse el acuerdo de esa Cámara que lo convierta en juez de la Corte. Espionaje y Poder Judicial sigue juntos, también en el ritual institucional.
Hubo legisladores, como Carolina Losada o Francisco Paoltroni, que se expresaron con severidad ante un candidato tan impugnado como Lijo. Aun así, como era de esperar, no apareció en el intercambio con los miembros de la Comisión de Acuerdos ninguna información decisiva para el voto. Sobre todo, para el voto negativo.
Esto se debe a que, entre otros motivos, el candidato a juez de la Corte les mintió ante los senadores sin que estos pudieran advertirlo. Y lo hizo en cuestiones delicadas. Por ejemplo, al decir que, cuando el Consejo de la Magistratura lo investigó por los indicios escandalosos de su presunto enriquecimiento ilícito, el consejero Pablo Tonelli aconsejó desestimar “todas las investigaciones patrimoniales” en su contra. Es falso. El dictamen de Tonelli sólo dijo que no se puedo probar que el haras “La Generación” estuviera incluido en la declaración jurada del magistrado, porque no estaba a su nombre. El pronunciamiento del Consejo fue clarísimo: dejó abierta la posibilidad de indagar a Lijo por su llamativo tren de vida. Es evidente que ningún senador había estudiado estos antecedentes. O que, si lo habían hecho, le dejó pasar el embuste. Lo más probable es lo primero. Por supuesto, a ningún integrante de la comisión se le pasó por la cabeza recordar al juez que su excuñada, Carla Lago, había declarado ante el Consejo que él era copropietario de ese haras opulento; y que él la desmintió. ¿Por qué no la demandó por difamación o falso testimonio? Una curiosidad que quedará en un limbo.
El rechazo del DNU de financiamiento de los servicios de Inteligencia fue una decisión inédita. Nunca antes la Cámara de Diputados le había dado de baja a un Presidente un decreto de ese tipo. En este caso, una medida decisiva por su importancia política. Los 100.000 millones de pesos asignados a ese organismo tendrían distintos destinos. Solventarían actividades de la SIDE pero también a las oficinas de Inteligencia del Ministerio de Seguridad, que conduce Patricia Bullrich, y del Ministerio de Defensa, a cargo de Luis Petri.
Sin embargo, la parte más caudalosa de esa partida iría para la creación de la agencia de ciberespionaje. La asignación se justifica por completo. La Argentina está desguarnecida en ese campo. Y los servicios son costosos: para calibrarlo alcanza con saber que un banco internacional destina a su operación comercial en la Argentina un monto de 70 millones de dólares por año para protegerse de la piratería informática.
Pero el proyecto de la SIDE en esa materia es, aunque no se lo confiese, defensivo y ofensivo. De la agencia de ciberespionaje, a cargo de Ariel Waissbein, se espera que constituya un dispositivo eficaz para intervenir en el debate público a través de las redes. Ese objetivo requiere de información de los usuarios. Y esa información está disponible en el Data Center de Arsat.
Ambas dependencias están bajo el mando de Santiago Caputo. El principal delegado político del Presidente interviene en la SIDE a través de su jefe, Sergio Neiffert, y supervisa Arsat, entre otros colaboradores, a través de la inquieta Noelia Ruiz, una exmacrista ligada a Diego Santilli y Federico Salvai, que se presenta ahora como “la killer de Santi”.
En el organigrama administrativo, Arsat reporta a Darío Genua, el secretario de Innovación, Ciencia y Tecnología, que antes fue secretario de Hacienda de Federico Achával, el intendente kirchnerista de Pilar. Bajo su dirección se mueve Mariano Greco, el presidente de Arsat, que dirigió su Data Center durante la gestión de Alberto Fernández. No es el único caso de continuidad en el área de tecnología y telecomunicaciones.
Allí Milei, a través de Caputo, incorporó al equipo completo de Fernández, que regenteaba Micaela Sánchez Malcolm. Una continuidad que encarnan la hípermassista Agustina Grabsa, colaboradora preferida de Genua; los amigables consultores Edmundo Poggio y Guillermo Schor-Landman; y la última ratificación, César Gazzo, designado subsecretario según publicó ayer el Boletín Oficial. Estrellas que se reciclan bajo la modalidad del massismo austríaco.
Esa base de datos es una joya para quienes, como el joven Caputo, colocan al marketing en el corazón de la política. Allí se acumulan datos procedentes de la AFIP, de la Anses, la Aduana. Una cantera invalorable para intervenir en la esfera digital, que es donde La Libertad Avanza libra su principal batalla por el poder.
El propósito de poner esa masa informativa al servicio de esa campaña electoral permanente que lleva adelante la Casa Rosada requiere de un aparato tecnológico que es el que la SIDE espera adquirir con los fondos que le provee el DNU rechazado por los diputados.
Santiago Caputo hizo mucho para lograr que repudien el DNU que él mismo había promovido. Desde cuentas de X cuya titularidad no asume pero tampoco desmiente, alardeó con la incorporación a su esquema de poder de “los malos”. Referencia al tenebroso Antonio Stiuso y a su secretario privado Lucas Nejamkis.
El regreso de esos personajes, real o alardeado, puso en estado de alerta a casi toda la clase política. Mucho más después de que se conocieran operaciones bastante agresivas de espionaje, como la intrusión al domicilio particular de un caracterizado diputado nacional de la oposición.
El argumento de los rivales del oficialismo fue muy obvio: no vamos a contribuir al financiamiento de las hostilidades que nos están anticipando. A partir de esa premisa, arrebataron de las manos de Caputo, al menos por un rato, un instrumental valiosísimo para sus tácticas de estabilización del oficialismo.
Los resquemores que siembra el Mago del Kremlin inquietan a adversarios nítidos de La Libertad Avanza, como los kirchneristas, pero también a socios bastante leales, como Mauricio Macri. Se atribuye al expresidente haber encabezado un zoom ayer por la mañana para dejar a los suyos en libertad de acción. Es decir, en libertad de votar en contra.
La anulación del DNU en la Cámara baja expuso una innovación muy significativa del mapa político. Una vez más se demostró que la oposición kirchnerismo-antikirchnerismo, que organizó la vida pública en las últimas dos décadas, está siendo relativizada.
Este miércoles votaron juntos diputados que se subordinan a Cristina Kirchner con diputados que lo hacen con Mauricio Macri. Radicales y federales de Miguel Pichetto. Ya había sucedido con la votación de la fórmula para actualizar las jubilaciones y con la ley de financiamiento para las universidades.
El Congreso se ha convertido en una institución de geometría variable, donde la mayoría debe ser conquistada en cada batalla. Macri intentó explicar este problema a Milei cuando, el jueves pasado, le aconsejó sistematizar sus alianzas. Ayer volvió a demostrarse el alto costo de esa carencia: impera una incertidumbre muy elevada acerca de quien está en condiciones de imprimir una orientación al país.
El resultado de la sesión de Diputados estuvo prefigurado en una decisión que se adoptó en el Senado el día anterior: la elección de autoridades de la Comisión Bicameral de Seguimiento de los Organismos de Inteligencia. Allí se selló una alianza entre un sector del radicalismo, encabezado por Martín Lousteau, y el kirchnerismo que representa Leopoldo Moreau.
Esa combinación colocó a Lousteau en la presidencia del equipo, a Moreau en la vicepresidencia y al también kirchnerista Oscar Parrilli como secretario. Por si esos centuriones no fueran del todo confiables, Máximo Kirchner se garantizó el monitoreo de la comisión a través de Eduardo “Wado” De Pedro y Paula Penacca. Espionaje y paranoia caminan siempre de la mano.
La disputa por controlar esa comisión revela con mucha claridad la creciente contaminación que se ha verificado en los últimos años entre política y servicios de inteligencia. A tal punto que figuras destacadas como el presidente de la UCR, Lousteau, o el exministro del Interior De Pedro, o el presidente de la bancada de Unión por la Patria, Germán Martínez, se desviven por ocupar una silla en ese gabinete. En el caso de Lousteau, libró una disputa despiadada hasta conseguir el desplazamiento de su correligionaria mendocina Mariana Juri.
También Macri observa con mucho interés esa palanca de poder, como quedó demostrado en un detalle: el siempre transigente Cristian “Pucho” Ritondo cedió su butaca a la inflexible Silvia Lospennato. El expresidente apunta a más de un blanco desde esa plataforma de control. Uno es Santiago Caputo, a quien señaló como un elemento tóxico del entorno de Milei.
El otro, Patricia Bullrich, su rival en la interna del Pro. Porque no hay que olvidar que la Bicameral vigila a todos los organismos de Inteligencia: también a los de Seguridad y Defensa. Bullrich no lo olvida. Por eso entre los miembros de la comisión está su amigo el misionero Enrique Goerling. Otro detalle que no hay que dejar pasar. La comisión tendrá un director operativo. Es el abogado Osvaldo Miranda, un colaborador de Victoria Villarruel. En síntesis: el equipo de seguimiento del espionaje funcionará como un paralelogramo en el que se equilibrarán con dificultad extorsiones y pases de facturas.
La presencia de Lousteau al frente de ese grupo exhibe un significado ambivalente. Ayer, dialogando con Marcelo Longobardi, el senador prometió que aspira a ejercer un control democrático sobre el espionaje estatal. Como presidente de la UCR se ufanó de que ese partido ha sido una mosca blanca, porque siempre se negó a utilizar a los servicios de Inteligencia como un arma de facción. Lousteau olvidó algunos antecedentes.
Por ejemplo, el poder creciente que fueron adquiriendo Stiuso y sus métodos durante la gestión de Fernando de la Rúa, cuando en la Secretaría de Inteligencia reinaba Darío Richarte. Es decir, reinaba el abogado que, años después, renunció a mantener la defensa de numerosos funcionarios kirchneristas, acusados en causas de corrupción, el día en que Cristina Kirchner expulsó a “Jaime”.
Es curioso que Lousteau haya perdido la memoria en ese punto. Porque Richarte fue, en el control del espionaje, un socio histórico de Daniel Angelici. Y Angelici, que tuvo una influencia destacada en la AFI de Gustavo Arribas y Silvia Majdalani, a través Sebastián De Stéfano, es un aliado estrechísimo del propio Lousteau en el radicalismo porteño.
Para entender del todo este mapa hay que sumar a otro dirigente gravitante: Emiliano Yacobitti, fraternal amigo del dúo Stiuso-Nejamkis, que se hace presente en la Bicameral a través de Lousteau, pero también de la diputada Mariela Coletta. Estos detalles plantean una incógnita: el enfrentamiento de Lousteau y Yacobitti con el Gobierno en el campo del espionaje podría estar revelando que la alianza del joven Caputo con “los malos” no terminó de consolidarse. O, es otra posibilidad, alguien se está burlando de Caputo: le vampiriza algunas gotas de poder en el Ejecutivo y lo hostiga desde el Congreso. “Los malos” suelen ser también malos con el que los convoca.
En la charla con Longobardi fue llamativo el cambio de tono de Lousteau cuando dejó de hablar del control del espionaje oficial para referirse a la candidatura de Lijo para la Corte. Una vez más el presidente de la UCR se mostró vacilante, incómodo, frente al tema. Se escudó en la formalidad que adoptan los que todavía no se animan a decir que votarán a Lijo. O los que esperan que un accidente tuerza el destino de la historia y les evite pasar por ese mal momento.
Es decir, dijo que primero quería escuchar al juez, para después hacerse de un criterio para votar. Es extraño que Lousteau necesite escuchar a Lijo para conocerlo, teniendo tan cerca a Angelici. Porque fue Angelici, y también Ricardo Lorenzetti, quienes hicieron gestiones delante del Consejo de la Magistratura para que se cerrara cuanto antes la investigación a la que el juez estaba siendo sometido.
Angelici tiene un motivo personal: en el juzgado de Lijo trabaja su sobrino, Fernando Rey. Pero es evidente que Angelici no quiso ilustrar a Lousteau sobre las virtudes de su amigo magistrado. Tampoco Nejamkis, uno de los lobistas que busca votos para el juez. No son los únicos puentes del juez Lijo con el espionaje: en su juzgado trabajan familiares de colaboradores muy cercanos de Stiuso. Un hijo del pusilánime Alberto Mazzino, exdirector de Análisis de la SIDE, y la hija de Guillermo Coppola, alegrante de “Jaime”. Habrá que aplaudir de pie a Lousteau si, en un gesto de autonomía frente a este ambiente que le es tan familiar, vota en contra del candidato de Milei.
El papel de la UCR en el escandaloso trance de la promoción de Lijo hacia la Corte se está volviendo bochornoso. El martes por la noche, en la víspera de la reunión dedicada a examinar al juez, el presidente provisional del Senado comunicó de urgencia que reemplazaba al fueguino Pablo Blanco por el correntino Eduardo Vischi en la Comisión de Acuerdos. Consignó que lo hacía a pedido de la presidencia del bloque radical, es decir, de Vischi.
El motivo es conocido. Blanco votaría en contra de Lijo. Y Vischi diría que quiere escucharlo en la audiencia. Es decir, votaría a favor. Numerosos legisladores relacionan este reemplazo con las visitas que Vischi viene realizando en las últimas semanas a la Casa Rosada. El senador por Corrientes responde, como es obvio, a Gustavo Valdés, gobernador de la provincia acosado por el oficialismo nacional a raíz de la desaparición del pequeño Loan Peña.
La defensa de la institucionalidad era, acaso, la única razón que le quedaba a la UCR para reclamar el voto. La posición que adopte ante la llegada de un juez cargado de cuestionamientos morales a la Corte determinará si los radicales también arriarán esa bandera. Es posible que no alcance la definición nítida en contra que han adoptado legisladoras como Carolina Losada, o dirigentes históricos, como Juan Manuel Casella, para evitar que el partido ingrese en el tramo final de su decadencia.
Menos sibilino que Lousteau, o que Vischi, el senador kirchnerista Mariano Recalde admitió ayer, en declaraciones al periodista Ari Lijalad, de El Destape, que el kirchnerismo negocia con La Libertad Avanza la aprobación del pliego de Lijo para la Corte. El propio candidato realizó una sugerencia física destinada a persuadir a quienes deben votarlo. Ayer en la Comisión se hizo escoltar por dos colaboradores. Uno era Diego Arce, que concursa para ocupar un juzgado en Comodoro Py. El otro, un hijo de Fernando Canero, que trabaja en su juzgado. Canero es uno de los jueces del Tribunal Oral 7, que tiene a juicio el caso de los Cuadernos de las Coimas. Lijo mostró su alma: juzgar es insinuar.
Las fisuras éticas de Lijo son tan llamativas que las lagunas que presenta su formación, y que ayer quedaron demostradas otra vez, parecen tangenciales. Por ejemplo, vaticinó que sería un delegado de la Justicia en la Corte, como si fuera un organismo representativo, una especie de Consejo de la Magistratura. Se comprometió a que en ese tribunal haya una mujer, reemplazando con su imaginación al Poder Ejecutivo y a los propios senadores que lo estaban escuchando, que son los encargados de cubrir las vacantes de la Corte.
No sólo mintió sobre la investigación que le siguió Tonelli en el Consejo. También lo hizo negando que Mariano Cúneo Libarona haya sido su abogado en la causa por asociación ilícita que le inició, junto a su hermano Alfredo, Elisa Carrió.
Javier Milei intentó varias veces justificar la postulación de Lijo en la necesidad de contar con un ministro de la Corte que defienda su modelo. Tendrá que pensar en otro. Porque el ahijado de Lorenzetti ha negociado numerosos votos de senadores a cambio de fallar como magistrado a favor de los reclamos fiscales de las provincias contra la Nación. Es decir, en perjuicio del equilibrio del Tesoro.
La candidatura de Lijo ha cumplido hasta ahora una misión muy poco conveniente para el oficialismo. Corroe un mensaje principal de su campaña: la pretensión de emancipar a la esfera pública del avasallamiento de una casta corrupta. No hay casta corrupta sin una Justicia que le suministre impunidad.
En el centro de este problema está, como en el manejo de los servicios de Inteligencia, Santiago Caputo. No lo denunció la oposición. Lo denunció Francisco Paoltroni, un senador de La Libertad Avanza. El control del espionaje y la promoción para la Corte de un funcionario que encarna los peores vicios de los tribunales federales prestan un servicio catastrófico a Milei. Porque derrumban el mito de la restauración institucional que él había prometido liderar.
* Para La Nación