Está a menos de dos horas de Zaragoza, en pleno corazón de la España Vacía, y es uno de los rincones más encantadores de la ya de por sí cautivadora comarca del Matarraña, en el este de la provincia de Teruel. Su silueta se perfila como un caserío acurrucado al abrigo de dos cerros pintados de cipreses y olivos: uno de ellos lo coronan las ruinas de un castillo centenario y sobre el otro destacan la silueta de una vieja ermita y los vestigios de un pasado que se remonta a miles de años.
La Fresneda –así se llama esta pintoresca villa aragonesa– suma poco más de 400 habitantes, pero sus orígenes, que hunden sus raíces en la prehistoria, han dejado una huella indeleble en su casco antiguo, cuyo patrimonio es tan valioso que, desde 1983, goza de la consideración de Conjunto Histórico Artístico. El enclave estuvo habitado ya en la Edad de Bronce, como atestiguan los restos que se conservan en el cerro de Santa Bárbara. Allí los visitantes pueden contemplar el antiquísimo grabado de una figura humana, conocido como 'el primer fresnedino', y que hoy sirve de símbolo de la localidad.
UN PATRIMONIO SORPRENDENTE
Siglos más tarde, los íberos levantaron una fortaleza en la colina opuesta, que más tarde fue aprovechada por los habitantes de la Frexuela musulmana, y finalmente por los cristianos que, a finales del siglo XII, conquistaron la villa. De aquel último castillo cristiano, custodiado durante siglos por los monjes soldados de la Orden de Calatrava, apenas quedan algunos muros, pero el resto de la población conserva todavía un legado impresionante. Este, junto con sus calles estrechas y sus casas solariegas, conforma uno de los mayores atractivos de la antigua villa turolense.
El primer rincón que hay que visitar en La Fresneda es su Plaza Mayor, considerada uno de los conjuntos arquitectónicos más armoniosos de todo Aragón. De planta triangular, en uno de sus vértices se alza el portal Arc de Xifré, la única puerta que sobrevive de la antigua muralla. En el otro extremo, rodeada de casas solariegas de sillares ocre y típicos aleros aragoneses, se encuentra el Ayuntamiento, una joya renacentista del siglo XVI. Esta casa consistorial, con su imponente fachada, fue durante siglos el corazón mercantil de la villa, albergando en su planta baja la lonja, donde se realizaban transacciones comerciales. Además, su interior conserva vestigios de una antigua cárcel, una curiosidad que comparte con otras localidades de la comarca.
Desde la plaza, surge la calle Mayor, la arteria principal de la villa, con su pintoresco porticado y sus pasajes perpendiculares, que se abren entre casas de piedra adornadas con vistosas plantas. Algunas de estas calles estrechas pertenecieron a la antigua judería de la localidad, hoy testimonio silencioso de la comunidad sefardí que habitó la zona.
LA HUELLA DE LOS MONJES GUERREROS
Al final de la calle Mayor, un giro a la izquierda nos lleva a la calle del Pilar, donde se encuentran otros tesoros del patrimonio fresnedino. La primera de estas joyas es la Casa de la Encomienda, un majestuoso edificio renacentista que en su origen fue la residencia del comendador de la Orden de Calatrava. En un principio, el mandatario de esta orden de monjes guerreros residía en el castillo, pero con el tiempo se trasladó a este edificio ubicado en la parte llana del pueblo. Hoy es propiedad particular, su imponente fachada renacentista, con sus tres grandes arcos de medio punto y un blasón policromado, sigue siendo un deleite para los ojos.
Un poco más abajo encontramos la capilla del Pilar, un pequeño templo barroco erigido para facilitar el culto a los vecinos, que antes debían subir a la iglesia parroquial de Santa María la Mayor, situada en lo alto del pueblo y que todavía se conserva. A solo unos pasos del pequeño templo, al final de un estrecho callejón, se encuentra el antiguo convento de Mínimos, construido a comienzos del siglo XVII. Hoy alberga el exclusivo Hotel El Convent 1613, pero aún conserva elementos originales del recinto religioso, como parte de la iglesia, el aljibe del claustro y varias capillas restauradas, que se han incorporado al establecimiento, uno de los más distinguidos de la comarca.
Pero es otro recinto religioso, también vinculado a la Orden de los Mínimos (fundada por San Francisco de Paula), el que ha captado la atención de numerosos visitantes en los últimos tiempos, gracias a su peculiar aspecto y su ubicación en un entorno de gran belleza y atmósfera romántica.
LA PETRA TUROLENSE
Cuenta la tradición que hace siglos, una pastorcilla de la cercana Valjunquera cuidaba su rebaño en un paraje cercano a La Fresneda cuando, en el interior de una cueva natural, descubrió una bella imagen de la Virgen de Gracia. Al dar noticia de su hallazgo, los vecinos intentaron trasladar la figura a su pueblo, pero, milagrosamente, la Virgen regresaba una y otra vez al lugar donde había sido encontrada. Así, los lugareños decidieron construir allí una ermita, dando origen al santuario de Nuestra Señora de la Virgen de Gracia.
Santuario de la Virgen de Gracia
Para llegar hasta este recóndito recinto sagrado, al que los fresnedinos siguen acudiendo cada mes de mayo en romería, hay que recorrer desde la localidad unos seis kilómetros de pista forestal que discurre entre campos de olivos, en un paraje no exento de misterio, conocido como Valle del Silencio. Allí, en ese rincón apartado, se erigió el santuario, que originalmente estuvo custodiado por los padres trinitarios. Sin embargo, las duras condiciones del lugar llevaron a los frailes de la orden de los Mínimos a tomar el relevo a finales del siglo XVI, y más tarde, a establecerse también en La Fresneda, donde levantaron el convento que hoy alberga el Hotel El Convent.
La fachada del Santuario de la Virgen de Gracia es de dimensiones imponentes.
Quienes se aventuran hoy en día a descubrir el santuario, se encuentran con los restos de la hospedería y los muros perimetrales de la iglesia. Es precisamente la fachada de esta última, de dimensiones tan imponentes que podrían pertenecer a una catedral, la que ha dado lugar a la comparación con las construcciones de la antigua ciudad nabatea de Petra, en Jordania. La iglesia, construida en sillares de piedra caliza de tonos ocres y rojizos, se asemeja al célebre Tesoro de Petra. Su estilo barroco con aires clásicos, su monumentalidad, su división en dos alturas y la presencia de columnas en ambas, han sido razones más que suficientes para trazar este paralelismo.
Cueva natural en la que la pastorcilla encontró la imagen milagrosa de la Virgen de Gracia.
Más allá de estas coincidencias estilísticas, el santuario –cuyo interior, semiderruido y en parte invadido por la vegetación, se puede recorrer– posee méritos propios para merecer una visita, pues, además de su espectacular fachada, uno puede adentrarse en las entrañas del misterioso recinto, donde se encuentra la cueva natural en la que, según la leyenda, la pastorcilla encontró la imagen milagrosa de la Virgen de Gracia.
GUÍA PRÁCTICA: Dónde dormir y comer
El Hotel El Convent 1613 no sólo conserva uno de los restos monumentales más destacados de la localidad, sino que además cuenta con unas instalaciones perfectas para descansar después de recorrer la localidad y el resto de poblaciones de la comarca. Dispone de diez habitaciones ubicadas en los antiguos aposentos de la iglesia y otras diez que rodean un hermoso jardín, antaño el claustro del convento de Mínimos. Además, el establecimiento tiene un restaurante especializado en platos regionales elaborados con productos de proximidad, exclusivo para los huéspedes del hotel.
Otro establecimiento de visita imprescindible, ya en la localidad cercana de Beceite, es el Restaurante La Fábrica de Solfa –galardonado con un Sol Repsol–, en cuya carta destacan platos modernos inspirados en la tradición, con productos típicos como los fesols (una alubia cultivada en la zona).
Fuente: Hola