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Inflación e inseguridad: el suelo de la patria sublevado

ECONOMÍA 10/04/2023 Agencia de Noticias del Interior Agencia de Noticias del Interior

El asesinato del colectivero Daniel Barrientos, la golpiza a Sergio Berni, la politización de ambos hechos que hizo Axel Kicillof y el aprovechamiento que montaron Patricia Bullrich y otras referencias de la oposición han crispado todavía más los nervios del país.

Este estado de cosas en el inicio de abril –continuidad de las tensiones que dejó marzo con el nuevo brote de inseguridad en Rosario y una plaga de hartantes cortes de luz en el AMBA– es un nuevo géiser de ira que se suma a una economía exasperantemente disfuncional, a una política siempre incandescente y a piquetes que, a fuerza de repetirse, lamentablemente terminan por resultar invisibles y resaltar cada vez más como meros embotellamientos de tránsito. Argentina vive una era de microestallidos.

Que esos estallidos se den, justamente, a nivel micro, y que eclosionen hoy por un motivo y mañana por otro bien diferente, podría llevar a pensar, incluso con legitimidad, que no se trata de tal cosa, sino sencillamente de las tensiones naturales de una sociedad con conflictos.

Sin embargo, ¿desde hace cuánto tiempo voces del propio oficialismo advierten que el conurbano bonaerense es un polvorín? Más, ¿por qué la Iglesia matancera habló del peligro de diseminación del recurso a la justicia por mano propia? ¿Y por qué Alberto Fernández acudió a Joe Biden en busca de reaseguros financieros para la estabilidad política y social?

El argumento que llevó el Presidente a Washington diferenció los microestallidos de la Argentina –un país importante en la región, a pesar del empecinamiento de su dirigencia por destruirlo– de los macro que se han registrado en los últimos años en Brasil, Chile, Perú, Bolivia, Ecuador, Colombia y otros países de América del Sur. La luz de alerta está encendida.

Todas esas crisis, que se han mixturado con contextos políticos locales, tienen un mismo sustrato y una misma característica. La base es una extendida insatisfacción con condiciones de vida demasiado duras, desde ingresos magros hasta servicios insuficientes en salud, educación, transporte y vivienda. El rasgo común es su inorganicidad, su falta de cauce político, algo que es hijo natural del descrédito de las respectivas dirigencias.

También en la Argentina el suelo de la patria se ha sublevado, por utilizar la feliz expresión que Raúl Scalabrini Ortiz aplicó al 17 de octubre de 1945. Solo que aquella era una sociedad muy diferente, con enormes carencias, pero con recursos y condiciones para generar cohesión y que encontró un vehículo para ello en Juan Perón. Hoy, muchos conceptos tradicionales de ese movimiento les dicen poca cosa a quienes este pretende representar.

Con una inflación de más del 100% y una pobreza ya superior al 40%; una actividad que crece un año y cae al siguiente; salarios que siguen 20% por debajo de los de 2017 a pesar de haber transcurrido medio mandato de quienes traían un "cambio" virtuoso y casi uno completo del peronismo; una devaluación que por ahora llega en cuotas; con cortes de luz y tarifas en alza; con una inseguridad en municipios muy populosos que no es captada por la cifra de "homicidios cada 100 mil habitantes", y sobre todo con una historia de frustración demasiado larga, es esperable que la rabia se manifieste. Y todo indica que en las próximas elecciones esta tendrá un nombre: Javier Milei.

Las encuestas indican que el economista minarquista ha logrado trasladar el 20% que obtuvo en las legislativas porteñas de 2021 al promedio nacional.

Aunque falte todavía para asegurar que podrá mantener ese apoyo y no sucumbir, como tantos antes, en el altar de la polarización, su mera irrupción como tercer actor marca un cambio fuerte en el sistema político. Aun si el "fenómeno Milei" se diluyera a lo largo de la campaña, eso ocurriría si otro sector visto como potencialmente más competitivo lograra contener ese voto bronca.

Más allá de lo anterior, hay indicios de que el establishment político va modificando su percepción sobre ese recién llegado.

La preocupación en las principales precandidaturas de Juntos por el Cambio es creciente, dada la idea de que, en efecto, La Libertad Avanza tiene condiciones de contener su intención de voto actual, con efectos devastadores en la provincia de Buenos Aires y otros distritos, donde se ha dado estructuras de las que carecía totalmente hasta hace muy poco. En ese sentido, los pasos de Bullrich parecen erráticos, toda vez que competir en las PASO con Horacio Rodríguez Larreta es para ella una marcha cuesta arriba debido a esa fuga de voluntades por derecha.

En tanto, en el Frente de Todos se ha pasado de jugar con las apariciones de Milei como un factor de erosión de la principal oposición a un estado de alarma. Por un lado, porque este también erosiona, aunque sea en menor medida, el voto panperonista de 2019, desencantado con el desempeño del caótico gobierno de Fernández. Por el otro, porque ya percibe el impacto que podría tener la noticia de que el ultraderechista fuera el candidato individual más votado en las PASO. ¿También, acaso, por la posibilidad de que, si la economía se complicara de un modo que no se puede descartar, incluso el ingreso al ballotage podría quedar en entredicho?

Más allá de lo dicho, hay un cierto descalce entre la información disponible –la encuestas, el mencionado 20%– y un análisis de tipo social. El mencionado enojo, los microestallidos, las condiciones de vida en franco deterioro, la aventura de tomarse un colectivo en cualquier barrio popular a las 6 de la mañana o de regresar de noche y, especialmente, el persistente, prolongado empobrecimiento de sectores que no dejan de percibirse como de clase media son llamadores históricamente probados para salidas de derecha ultra.

¿Quiénes dicen que van a votar a Milei? Es imposible juntar un 20% de la Argentina solo en base al sector más rico e integrado a la economía global, tanto porque este constituye una minoría de ese universo como porque su voluntad se divide entre La Libertad Avanza y Juntos. Hay también allí, y eso se comprobará en las PASO de agosto, un voto furioso, al que le interesa un bledo la Escuela Austríaca y que no repara en que el economista propone un modelo totalmente lesivo para su interés.

¿Hay un 20% de la Argentina que se beneficiaría de un esquema que implique una dolarización a una paridad de 2.000 pesos, que salga indemne del estallido inicial –acaso hiperinflacionario– que eso ocasionaría, que encuentre en ese contexto una mejora de sus ingresos, que halle oportunidades de trabajo en medio de una apertura comercial absoluta, que dé con mejores condiciones de vida en la virtual desaparición de la industria nacional y pyme, y que gane con la eliminación de la vasta mayoría de los subsidios existentes?

El voto, se sabe, es en abrumadora medida emotivo, no racional, aunque nos guste suponer lo contrario. Y hoy, parece, la rabia manda.

Si se mira el entorno, e incluso más allá, la era de la rabia rige cada vez más claramente. La ultraderecha crece en Finlandia y Suecia; amenaza de nuevo con un Donald Trump que renace políticamente ante cada estocada judicial; se retrae en Brasil, pero sin que eso impida que un 22% de la población se reconozca abiertamente bolsonarista; amaga en Ecuador con una normativa de armas para todos y todas, y hasta aparece en el Chile del progresista Gabriel Boric con una ley a punto de ser aprobada que ha sido atinadamente bautizada como de "gatillo fácil".

El tezón siempre es loable, pero puede ser estéril si el viento sopla tan fuerte. ¿Qué será de la Argentina tras su año electoral? Por ahora es imposible saberlo, pero, por las dudas, es mejor cruzar los dedos y esperar que la economía no se salga definitivamente de sus oxidados rieles.

FUENTE: LETRAP.COM

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