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Mauricio Macri oficializó este viernes la ruptura de Juntos por el Cambio. Fue también para el ex presidente la consagración de un sueño. El líder del PRO asumió a su modo la conducción de la campaña de Javier Milei. Tomó frente a sus seguidores un compromiso no exento de riesgos.
La fascinación de Macri con Javier Milei no es nueva. El pasado 13 de agosto, en el escenario de las PASO, celebró el triunfo de Patricia Bullrich en la interna computando como propios un 48% de los votos. La suma de los que son, para él, los votos por el cambio. El año pasado el debate en torno a la incorporación o no del libertario a la coalición había generado no poco ruido. Una trifulca que quedó saldada cuando el mismísimo Milei se manifestó absolutamente desinteresado en integrarse.
El ingeniero fue absolutamente explícito. “Hoy el que lidera la propuesta de cambio es Javier Milei…somos el cambio o no somos nada”. En una extensa nota con Eduardo Feinmann, Macri desnudó sin piedad las irreconciliables diferencias con un sector del radicalismo, al que acusó de jugar para Sergio Massa. Fue especialmente duro con Martín Lousteau, Gerardo Morales y Emiliano Yacobitti. Los acusó de “transar” con Massa.
En tono casi monacal Macri, no obstante, llamó a la sanación de las familias. Dijo que es tiempo de reconciliarse con humildad. Habló de las discusiones intrafamiliares que generó la irrupción del libertario. También exhortó a una suerte de perdón de los pecados mileístas que repartió insultos y humillaciones “urbi et orbi” ensañándose muy especialmente con los que ahora van a salir a militarle el voto.
La audaz movida que impulsó Mauricio Macri dejó a la principal fuerza de la oposición en carne viva. Fue tan precipitada, unilateral e intempestiva la jugada que impulsó el creador del PRO que hirió de muerte a Juntos por el Cambio. Una fractura expuesta que desnudó hasta el hueso los irremontables enconos que se venían macerando y que llevaron a la descomposición final tras los penosos resultados electorales.
Lejos de acercar argumentos que faciliten una toma de decisión acerca del voto de noviembre, la feroz disputa a cielo abierto que fatiga a los referentes cambiemitas suma zozobra, enojo y confusión.
Espantados por la temeraria postura bullrichista de cortarse sola, buena parte de la dirigencia de Juntos pasó a refugiarse en la neutralidad. En un esfuerzo desesperado por retener algún grado de cohesión la fuerza opositora fijó posición extremando sus razones y argumentos.
Ernesto Sanz, uno de los fundadores de la coalición en crisis, fue de los primeros en encender la luz de alarma. “Las coaliciones viven el tiempo que sus miembros quieren, no viven eternamente…”, dijo en la primera hora de este miércoles, apenas antes de que Patricia Bullrich arrojara la bomba de fragmentación que pulverizó a la hasta ahora coalición opositora.
Sanz que sostiene que como radical dispone de tantos argumentos para no estar con Massa como para no estar con Milei, establece que la prioridad es preservar la identidad opositora sin enredarse activamente con el mileísmo. Fundó su reclamo en la performance territorial de Juntos que se apoya en 10 gobernadores, 500 intendentes, 69 diputados y 24 senadores. Una densidad de responsabilidades que obliga a mantenerse unidos para poner un freno a los excesos del futuro gobierno, sea de Massa como de Milei.
Para Sanz el refugio de la neutralidad es una garantía de identidad hacia el futuro. Un ejercicio de autopreservación para ubicarse dentro del nuevo sistema político que inexorablemente se conformará tras la definición electoral.
Los radicales hicieron una clara opción por la neutralidad. Martín Lousteau no esperó las acusaciones de Macri para salirle al cruce. “Macri es el gran responsable del fracaso de Juntos por el Cambio…por su capricho personal destruyó la candidatura de Larreta y finalmente la de Bullrich…trajo de vuelta a Cristina y al kirchnerismo en 2019 y ahora nos trae a Milei, o de nuevo a Massa con el kirchnerismo”.
Los realineamientos tras la implosión reconocen matices. Vale aclarar que la neutralidad no supone necesariamente votar en blanco. Una cosa es la posición de los partidos, espacios o sectores y otra es la decisión personal del voto.
Nada dijo tampoco Macri del desmembramiento que se produjo el PRO tras conocerse la decisión de Patricia Bullrich de acompañar la candidatura de Javier Milei.
Horacio Rodríguez Larreta fue uno de los más duros y contundentes. El jefe de Gobierno del Ciudad salió a cortar de cuajo los rumores que lo ubicaban cerca de Massa aceptando integrar el “gobierno de unidad” con el que el ministro candidato pretende engolosinar a los quedaron afuera.
“Las dos opciones que tenemos para el balotaje son catastróficas… no hay ninguna posibilidad que yo integre el gobierno kirchnerista. Ninguna posibilidad. Para el jefe de gobierno de la Ciudad, Milei “está en los bordes de la democracia…las dos opciones son muy malas para los argentinos”.
“Yo les gané a todos”, agregó Patricia. En orden a reivindicar su derecho a redireccionar el voto. Fue una respuesta para los que salieron a decir que ella decidió influenciada por su mentor Mauricio Macri.
¿Qué queda en pie de Juntos por el Cambio? ¿Qué o quiénes sostienen la existencia del PRO de aquí en más con la presidenta del espacio comprometiendo su apoyo al libertario cuando referentes muy importantes de su partido ya tomaron distancia alineándose tras Rodríguez Larreta y reproduciendo las fidelidades de la interna?
Mucho más allá que los elogios de Macri a Milei, a quien ungió con los santos óleos del cambio, el verdadero y más urgente objetivo de macrimileísmo es cortarle el paso a Sergio Massa, evitar que el ministro-candidato llegue a la Presidencia.
Los que conocen a Massa saben que de imponerse el ministro-candidato en noviembre, el tigrense se convertirá en el líder del peronismo en una etapa superior del kirchnerismo tal cual lo conocimos hasta aquí.
No se trataría en ningún caso de un “nuevo Alberto”. Más bien ven venir a una segunda versión superadora y recargada de Néstor Kirchner con suficiente expertise y poder de fuego como para instalar una nueva hegemonía populista para los próximos 20 años. De eso se trata.
Los que acompañan la decisión de Macri y Patricia Bullrich creen poder sumar entre 12 y 18 puntos a la cuenta de Milei. Se tienen fe. Aseguran que no hay acuerdos para ocupar espacios o cargos pero que está implícito que lograrán integrarse si Milei llega a ser el nuevo presidente. Descartan que el libertario los va a necesitar. Lo único que los moviliza en lo inmediato es evitar que Massa llegue al poder.
No van a ser campaña con el león y la motosierra, pero pondrán todo su empeño en la fiscalización del voto. Dicen tener pruebas contundentes de que en las generales a Milei le fueron robados entre 4 y 5 puntos.
Hay quienes han empezado a remover los restos humeantes de Juntos por el Cambio en orden a rescatar una fuerza con capacidad de encarnar una oposición para enfrentar los abusos y dislates del futuro gobierno. Antes tendrán que redefinir una razón que los mantenga unidos, un propósito.
El libertario no se lleva de arriba el apoyo macrista. Aún antes de que Mauricio Macri le copara la campaña empezó a sentir el estruendoso ruido de los portazos.
Luis Barrionuevo lo abandonó con un comunicado inspirado en el despecho, la indignación y el desencanto. Terminó corriendo al libertario por la izquierda. ¿Quién resultó la verdadera casta?, se preguntó el gastronómico. “Es evidente que la ilusión de nuestra juventud sedienta de autenticidad y cambio ha sido traicionada al observar que se pacta con personajes que encarnan lo que se prometió combatir…no voy a ir a votar, no hablé con él”.
Algunos de los muy suyos ya empiezan a preguntarse qué hacen cerca de Milei.
Massa celebra el desaguisado en las filas opositoras. Piensa que se están equivocando feo y no está dispuesto a interrumpir. Flota en una nube de pochoclo.
Si Massa será la continuidad del Kirchnerismo o si terminará consumando la vieja proclama de “barrer a los ñoquis de La Cámpora” ya no es para muchos la cuestión central.
Están los que piensan que terminará con las huestes cristinistas para fundar un nuevo liderazgo: el massismo, una nueva versión del populismo kirchnerista destinada a imponer una hegemonía peronista. Son los que llaman a votar a Milei, al que consideran el mal menor, para cerrarle el paso al tigrense hacia el poder que intuyen ejercerá con los peores métodos recargados de la década K.
Un argumento que es el reverso del que sostenía que los cristinistas preferían a Milei en el poder convencido de que en pocos meses todo volará por los aires y será el tiempo de barajar y dar de nuevo. Estos son los debates y dicotomías de la hora.
En algo más de tres semanas decidiremos quién presidirá el país por los próximos cuatro años. Es una vigilia intensa, para muchos insoportable. Una campaña, larga, confusa y amañada nos trajo hasta aquí, hasta este punto que a muchos tiene sumergidos en el desconcierto.
Como en una final por penales deberemos elegir entre dos hombres cuyas personalidades cuentan por sobre cualquier otra cosa. El nuestro es un sistema en extremo presidencialista. Y eso pesa mucho en un momento de partidos políticos debilitados y con las dos coaliciones en estado de descomposición.
El resultado de las elecciones generales dejó al sesenta por ciento del electorado sumergido en un estado de desasosiego y perplejidad. La opción que supone el balotaje del 19 de noviembre es para la inmensa mayoría de los que votaron a otras fuerzas indigerible.
Entre los que quieren y esperan un cambio no se habla de otra cosa. Hay mucho debate en curso. La decisión de voto enfrenta a disyuntivas. Entre el voto testimonial y el voto útil. Entre respetar los valores que nos trascienden y el pragmatismo que cierre el paso al que no se quiere.
Los dilemas se superponen. Nacen nuevas grietas. Se puede votar en blanco o impugnar el voto o no ir a votar. En cualquier caso, el domingo 19 salimos con un nuevo Presidente. Será Massa o Milei. No le des más vueltas.
Están los que piensan votar en blanco o impugnar el voto. Es también una manera de expresarse. Supone una insatisfacción o rechazo de la oferta electoral. Pone en acto un malestar. El que vota en blanco se manifiesta desde adentro, acepta las reglas del juego.
Los votos blancos o impugnados no son considerados para fijar los porcentajes. En la tercera vuelta solo cuentan los votos válidos emitidos. La torta a repartir puede ser más pequeña pero los porcentajes determinarán quién será el ganador. Por un solo voto se define el próximo presidente. Ni 45, ni 50, ni nada. Un voto más o un voto menos.
No presentarse a votar es otra cosa. Quedarse al margen es pura indiferencia, desinterés. El que pudiendo ir a votar no lo hace pierde todo derecho al pataleo.
Hay tres semanas por delante para pensar, para decidir, para ser parte. La neutralidad es una posibilidad. Pero la opción por la neutralidad no impedirá que Massa o Milei sean presidentes.
La opción es entre lo malo conocido o lo bueno por conocer quita a muchos el sueño. Traicionar las convicciones más profundas votando “al menos malo” también.
El testimonio de la defensa de los valores frente a los propios hijos pesa una enormidad pero entregarle el futuro a un dirigente del que se desconfía profundamente también. Así estamos.
Van a ser días muy movidos los que vienen. Nos vamos a sentir interpelados. Apremiados por asumir decisiones. Las discusiones en familia, los encuentros entre amigos, las conversaciones mano a mano con los hijos. Todo nos pondrá a prueba. Nos serán exigidas definiciones.
Vale recordar que hay un derecho sacrosanto a mantener el voto en secreto, algo tan respetable como la posibilidad de militar. Está bueno recordarlo y saberse libre de ejercer ambas posibilidades. El voto, como el tiempo, es tuyo. Solo tuyo.
* Para www.infobae.com









Habemus papam: Robert Prevost. Leon XIV, cardenal de Estados Unidos y de ascendencia española


