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Claudio Álvarez, el violador y asesino que salió de prisión con un renovado frenesí criminal

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El 3 de diciembre de 2005, entre las 03.30 y las 07.00, Claudio Adrián Álvarez, del departamento 2 del edificio de la calle 11 de setiembre al 3500 de CABA, se subió a los techos y entró al departamento 1, donde vivían Elsa Escobar, de 56 años, y su hija Berenice, de 13. Alvarez tenía la cara tapada hasta la nariz. Se metió en el dormitorio de la nena; antes rompió el mosquitero de la ventana. La chica no estaba allí sino que dormía con la mamá en la habitación matrimonial. Hacia allí se dirigió el bastardo.

 Algo más que un asaltante en el dormitorio
De golpe, las mujeres se vieron con un asaltante dentro del dormitorio. Alvarez amenazó a Elsa con un cuchillo. Le exigió 200 pesos pero la mujer le dio 40 que era todo lo que tenía. Entonces, practicó este salvajismo: metía a una dentro del placard y violaba a la otra; cambiaba y encerraba en el placard a la que había violado y sacaba a la otra para violarla.

A la nena, la mantenía atada con una soga al cuello, como un perro, y así la arrastró por toda la casa. Las mujeres lo rasguñaron en el antebrazo derecho entre tantos movimientos de defensa que, muy lastimadas, intentaron hasta el límite de sus fuerzas. En un momento, llevó a Berenice hasta la planta baja porque tenía sed y tomó una gaseosa en la cocina. Volvieron al piso superior.


A Elsa, la mató entonces a cuchilladas en el cuello y en el pecho. La dejó desnuda, atada de pies y manos y cubierta con frazadas. También le dio varios puntazos a la nena, en el costado. A las 07.00, Alvarez se fue. La última agresión la reservó para la chica, que cayó desvanecida.

El hallazgo macabro
Elsa era la encargada de una peluquería que quedaba a seis cuadras de su casa. Ahí también trabajaba otra de sus hijas, Sandra. Aquel 3 de diciembre, Sandra se preocupó porque su mamá no llegaba al local y decidió ir a buscarla. Cuando llegó al departamento de edificio de 11 de setiembre, no pudo abrir la puerta porque la llave estaba puesta de adentro e inclinada.

En ese instante, Alvarez salía de su casa. Sandra aprovechó su presencia y le preguntó: “Disculpame… ¿no escuchaste ningún ruido raro?” El infame le respondió: “No, yo recién llego. ¿Por qué, pasó algo?” En lugar de escabullirse y salir de la escena, Alvarez hizo todo lo contrario. Le ofreció a Sandra llamar a la Policía desde su propio departamento. Sandra aceptó la gentil invitación y llamó desde el teléfono de Alvarez.

Ella creía que su madre y hermana estaban secuestradas o algo así. Era imperioso entrar a su departamento. Parada ahí delante de la puerta, estaba desesperada. En un momento, escuchó una voz muy débil que venía de dentro de la casa, pidiendo auxilio. ¡Reconoció la voz de su hermana! Pero… de dónde viene, de dentro de la casa o, no, no… viene de arriba.

Un vecino fue hasta la terraza y la vio. Le dijo a Sandra que su hermana estaba desnuda. La nena balbuceaba. Finalmente entraron al departamento. Berenice estaba cubierta por un toallón ensangrentado. Dijo: “Nos asaltaron y nos violaron”. No le supo qué contestar cuando Sandra le preguntó por Elsa, su mamá. “Estoy feliz de estar viva... Yo en un momento pensé que iba a morir desangrada”, le dijo a su hermana. Sandra notó que había sangre en la entrada de la habitación de su hermana, en el baño, al lado de la cama matrimonial… ahí, debajo de las mantas estaba el cadáver de su mamá.

El mismísimo Satanás
La nena pidió algo de tomar. Fue un pedido hecho al aire, a cualquiera. Desde afuera, Alvarez la escuchó y se ofreció a traerle una bebida. La nena se retrajo como si hubiera visto al mismísimo Satanás. Bueno, en verdad para ella lo era. “!No, no, él no, no…!” Sandra, sorprendida, le preguntó qué le pasaba, por qué “él no”. Berenice pronunció entonces tres palabras: “!Porque fue él!”. Siguió: “Lo sé, lo sé porque le vi la cara”. Ya no podía dejar de decir: “Tenía una bermuda, calzoncillo bordó y zapatillas Topper blancas”. Ya había policías de la comisaría 35ª en el lugar. “Eh, ¿qué pasa? ¿Yo presto el teléfono y ahora me detienen a mí?”, dijo el miserable, que fue detenido inmediatamente. Eran las 13.30.

Berenice reiteró en el expediente judicial la misma acusación y la misma descripción del atacante. Huellas dactilares del acusado fueron halladas en el departamento de Elsa y Berenice. Al revisar la casa de Alvarez, encontraron las Topper manchadas con sangre.

La chica hizo un relato de las agresiones que coincidió perfectamente con las lesiones encontradas en su cuerpo y en el de su mamá. La sangre de la nena, según un estudio comparativo de ADN, fue hallada en las ropas del vecino. Alvarez quiso matar a las dos. A Berenice, con incontables lesiones y cuchilladas en sus costados, la había dado por muerta.

El rastro de las llamadas telefónicas que hizo Álvarez del viernes 2 a la noche hasta la madrugada del sábado 3 de diciembre pintó un cuadro de situación muy claro. Llamó a prostitutas, pero no quería pagar lo que le pedían. La última llamada fue a las 03.25 y la siguiente fue a las 07.37 del sábado. Los horarios coincidían con el lapso que estuvo en el departamento de Elsa y su hija.

Los antecedentes de Álvarez y su renovado frenesí criminal
En el barrio, conocían que Álvarez tenía antecedentes por violación. De hecho, el mismo 2 de diciembre a la mañana, Elsa Escobar le había comentado a la vecina Liliana Haydeé Ameijenda: “Antes de que me toque a la nena me va a tener que matar a mí”. Sabían que tenía una condena a 16 años por robos y violaciones. Había cumplido 10 en prisión y salió en libertad condicional.

2005 sería para él un año de un renovado frenesí criminal. Antes de los acontecimientos que tuvieron a Elsa y su hija como víctimas, el 21 de abril de 2005, atacó a dos chicas. Cinthya, de 26 años, venía de festejar su cumpleaños. Estaba con su amiga Lorena. Alvarez las atacó, las golpeó y abusó de ellas en un zaguán. El 31 de julio de el mismo año, a la medianoche, Carolina, de 17 años, y Aylin, de 15, habían ido a comprar cigarrillos a la esquina de Tres de Febrero y Crisólogo Larralde. En plena calle, Alvarez las asaltó. Las violó. “Por lo menos, no tengo SIDA”, les dijo antes de irse.

Para esa época, Alvarez estaba en pareja con María Celeste Hazán. El mismo día en que ocurrieron los hechos contra Elsa y su hija, María Celeste volvía de un viaje y se enteró en la calle lo que había ocurrido. Estalló en una crisis de nervios y gritó: “¡Mátenlo, mátenlo!”.

Por todos los delitos cometidos en 2005 el tribunal oral 13 de la Capital condenó a Alvarez el 3 de noviembre de 2006 a reclusión perpetua sin posibilidad de libertad condicional por tratarse de un reincidente, es decir un hombre con una condena previa.

Con todo, este “inconveniente” de la reclusión perpetua no fue obstáculo para conseguir novia. Ya en prisión, comenzó una relación con Natalia, de 23 años. Dijo ella de él: “Es muy tierno y dulce. Con él me siento muy protegida”.

Con informacion de Todo Noticias.

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