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La desdicha de Javier Milei

OPINIÓN Joaquín Morales Solá*
06-JM

Con algunas excepciones, el Senado demostró que forma parte de la decadencia política argentina. No por lo que decidió, que es su derecho, sino por los disparates que se escucharon de boca de algunos senadores. Ese tiempo crepuscular en el Congreso no pudo evitar, con todo, que el gobierno de Javier Milei recibiera la más importante derrota política desde que accedió al poder. La desventura siempre tiene compañía: las políticas de Donald Trump enloquecieron la economía y las finanzas internacionales. Las malas consecuencias para el país son predecibles.

Veamos primero el infortunio vernáculo. Un momento anterior y perdidoso fue el rechazo parlamentario del decreto de necesidad que les destinaba, arbitrariamente, 100.000 millones de pesos reservados a los servicios de inteligencia del Gobierno. Fue la primera vez que el Congreso le rechazó un DNU a un presidente, pero su importancia fue infinitamente menor que la decisión del Senado, el jueves último, de denegarle el acuerdo a los dos candidatos a jueces de la Corte Suprema propuestos por Milei: el actual juez federal Ariel Lijo, cuestionadísimo desde el día cero, y el académico Manuel García-Mansilla. 

La primera conclusión que debería sacar Milei consiste en que las dos veces que el Congreso le asestó sendas derrotas perdió primero la adhesión de Mauricio Macri. El expresidente fue su aliado en la segunda vuelta de 2023, pero ahora es su competidor en las inminentes elecciones de la Capital. El Gobierno eligió un camino injusto cuando analizó la derrota del jueves en el Senado: dijo que Macri se había opuesto a los candidatos a jueces supremos porque se prepara para competir de las elecciones de la Capital. En cualquier hemeroteca hay constancia de que Macri se opuso a Lijo desde el momento inaugural de su candidatura a juez de la Corte. Debe consignarse, eso sí, que el fundador de Pro no tuvo una posición exclusiva en contra de Lijo: abogados; asociaciones de juristas, como el Colegio de Abogados de la Ciudad de Buenos Aires; personas destacadas (María Eugenia Talerico o Guillermo Lipera, por ejemplo); políticos –como los senadores Carolina Losada o Francisco Paoltroni, entre otros–, y entidades empresarias como IDEA o AmCham, la Cámara de Comercio de Estados Unidos en la Argentina, se pronunciaron con mayor o menor énfasis contra esa candidatura.

Lijo se convirtió en el candidato a juez supremo más objetado en la historia y por eso, también, integró con García-Mansilla la dupla de los primeros candidatos a jueces de la Corte rechazados explícitamente por el Senado en la historia del país. Error del Gobierno. Hubo momentos en que al Senado no le gustaron candidatos a jueces, procuradores generales de la Nación, ascensos de militares o de diplomáticos (todos deben recibir el acuerdo senatorial) y se lo hizo saber al Gobierno. Las administraciones de esos momentos retiraron cautelosamente los pliegos de los candidatos propuestos y los reemplazaron por otros. A veces se lo hizo saber al Gobierno con un mensaje claro y reservado; otras veces, el rechazo senatorial fue implícito por la demora en tratar esos acuerdos, como sucedió con Lijo y García-Mansilla.

El gobierno de Milei decidió no darse por enterado e insistió con que se trataran esos pliegos de los candidatos a integrar la Corte: terminó chocando con lo probable. De conseguir el acuerdo, según toda la información disponible, se había encargado el super asesor Santiago Caputo. El triángulo de hierro se está oxidando. Karina Milei fue cuestionada por primera vez porque autorizó el ingreso a la Casa de Gobierno de los autores de la criptomoneda $LIBRA, y ahora Santiago Caputo deberá hacerse cargo del peor fracaso político que le tocó al Presidente. De hecho, el poderoso dependiente de la Presidencia se había reunido hasta el día anterior con el titular del bloque del radicalismo, Eduardo Vischi. Su participación en el desastre legislativo, así las cosas, está fuera de discusión. El propio Vischi le advirtió, según trascendió, que debían retirar los pliegos de los candidatos o enfrentarían una dura derrota.

En el momento agónico, cuando ya había fracasado la estrategia de quitarle quorum a la sesión, el Caputo asesor presionó sobre el presidente provisional del Senado, Bartolomé Abdala, para que postergara hasta mayo la reunión prevista para el jueves último. ¿Con qué argumento? No había argumento. Caputo llegó a amenazar con denunciar a la vicepresidenta, Victoria Villarruel, por haberse reunido con Abdala mientras estaba a cargo del Poder Ejecutivo (Milei había viajado a Estados Unidos). El problema no era la reunión de Villarruel con Abdala, sino la presión de un empleado contratado por el Ejecutivo sobre un poder independiente de la Constitución, como lo es el Legislativo. La reunión había sido pedida por la oposición correctamente; la vicepresidenta la concedió con dos semanas de anticipación, y los senadores estaban buscando el quorum necesario. ¿Qué razón podía haber, que no produjera un escándalo mayor, para postergar la reunión? No había razón. Una porción abundante de incultura política y de ignorancia histórica es advertible entre los que mandan en la cumbre.

Seguramente a García-Mansilla le hubiera ido mucho mejor con otro compañero de aventura. Fue decano de la Facultad de Derecho de la Universidad Austral hasta hace poco, su trayectoria como constitucionalista no fue objetada y los únicos cuestionamientos que recibió fueron ideológicos (demasiado conservador, dijeron algunos senadores). Sin embargo, el cuestionamiento más insistente que le hicieron fue el de haber aceptado ser nombrado por decreto del Presidente en comisión en la Corte Suprema.

Es también una cuestión de poder: el Senado jamás aceptará semejante cesión de sus facultades al Poder Ejecutivo. Es cierto que ese decreto fue el pretexto que muchos usaron para evitar hablar de Lijo. Martín Lousteau casi no se refirió a los pliegos de los candidatos (que era el motivo de la reunión) y merodeó solo por la cuestión del decreto. Lousteau hizo irónicas referencias a Cristina Kirchner y a Mauricio Macri. ¿Se habrá olvidado de que fue un importante funcionario de los dos? Parte de la política está hecha con la argamasa de la amnesia.

El hipercristinista Martín Doñate anunció, con un ejemplar de la Constitución en la mano, que el kirchnerismo se pasó al republicanismo, que tanto detestó cuando estuvo en el poder. Doñate no se privó de nada: denunció un “golpe institucional” de parte de Milei y calificó de “cómplice” a la Corte Suprema. Cuando fueron gobierno, los cristinistas como él aborrecían a los que defendían la Constitución y las instituciones con la misma intensidad que ahora lo hacen los influencers del mileismo. La senadora tucumana Beatriz Ávila es un caso caricaturesco de travestismo político; es esposa del intendente de la capital de Tucumán, Germán Alfaro, quien se acercó al entonces Juntos por el Cambio cuando se peleó con el peronismo gobernante en esa provincia. El candidato a senador nacional fue Alfaro, pero renunció a la senaduría no bien ganó y su esposa (nepotismo puro y duro) ocupó su lugar. Los dos se fueron luego de Juntos por el Cambio. Ávila votó a favor de Lijo y en contra de García-Mansilla porque ella no podía aceptar, dijo, que este haya aceptado ser designado por decreto en la Corte Suprema. Esa senadora ignora más de lo que sabe. Lijo también aceptó ser nombrado por decreto y llegó a pedir licencia como juez federal para asumir en la Corte, pero esta lo frenó: no le aceptó la licencia y le exigió que renunciara como juez federal para asumir como juez de la Corte. Lijo no está sentado en la Corte porque no lo dejaron, no porque no quiso.

El presidente del bloque peronista, José Mayans, se embrolló en un discurso enrevesado y arabesco, pero concluyó con la mayor contradicción que se haya urdido ese jueves devastador. Dijo que había escuchado a los dos candidatos y que Lijo le pareció bien, pero inmediatamente denunció que había recibido amenazas de que sufriría la represalia de “la mafia de Comodoro Py”. Lijo es un juez influyente en Comodoro Py y, corporación mediante, fue apoyado por casi todos los jueces federales de Comodoro Py; estos también fueron derrotados en la votación del Senado. ¿Quién, entonces, lo amenazó a Mayans? ¿Alguien o nadie? Mayans tampoco se privó de nada: insistió con la cacofonía de que Cristina Kirchner es una perseguida a la que quieren proscribir (fue investigada y juzgada por todas las instancias de la Justicia) mientras afirmaba, seguro y categórico, que “Milei tiene que estar preso” por la denuncia del criptogate, una investigación que está dando sus primeros pasos en la Justicia de la Argentina, de Estados Unidos y de España. Ni siquiera está imputado.

Más allá de la contradictoria denuncia de Mayans sobre supuestas amenazas, es cierto que un clima de temor era perceptible en esa reunión del Senado. Casi todos los senadores hablaron (mal) de García-Mansilla, que no es juez ni funcionario judicial, pero muy pocos senadores nombraron a Lijo. Solo mencionaron al poderoso juez federal, con nombre y apellido, los senadores Carolina Losada, Luis Juez, Francisco Paoltroni, Pablo Blanco, Alfredo de Ángeli y algún otro. Demasiado poco, demasiado evidente. Lijo no será miembro de la Corte, y García-Mansilla renunciará seguramente, tratándose de un hombre honorable como lo es, en días inminentes como juez provisional de la Corte. Su prioridad ahora es cuidar el prestigio de excelente constitucionalista con el que llegó al más elevado tribunal de justicia del país. Si se quedara, simplemente no sería García-Mansilla.

Digan lo que digan, Milei hizo un viaje de unas pocas horas a la amplia residencia privada de Trump en Estados Unidos para reunirse con él y volver con otra foto en la mano. No hubo ni reunión ni foto. No obstante, Trump hizo cosas peores. Su política arancelaria canceló la política histórica de los Estados Unidos a favor del libre comercio. Las consecuencias se sentirán primero, y sobre todo, en el país de Trump porque no existe ninguna nación en el mundo, salvo quizás Corea del Norte, que produzca bienes industriales y agropecuarios sin la importación de insumos del exterior. La dura competencia con China es una política de Estado en Washington (también la aplicó Joe Biden), pero nadie la llevó tan lejos ni tan agresivamente como Trump.

China es el segundo socio comercial de la Argentina, después de Brasil, y Estados Unidos le está pidiendo a Milei que se aleje de Pekín, mientras aumenta los aranceles de los productos argentinos que importa la potencia del norte. Lo peor para Milei, de todos modos, es la brutal desestabilización de los mercados internacionales que provocaron las decisiones de Trump y que tendrán consecuencias aquí. ¿Ejemplo? El salto del riesgo país es la peor noticia posible para un país que necesita acceder de nuevo a los mercados financieros internacionales. La indispensable salida del cepo, para citar otro ejemplo, sería imposible en las condiciones actuales. A Milei, amigo político del presidente norteamericano, le está pasando lo mismo que a Macri, amigo personal de Trump. Lo ayudó a este en sus necesidades políticas puntuales (el acuerdo con el Fondo Monetario), pero las políticas económicas internacionales de Trump desquiciaron rápidamente la economía de Macri, y lo condenaron a este a la derrota electoral. Milei ve en Trump solo al político antisistema, disruptivo, excesivamente audaz y dispuesto a perder la capacidad de gobernar la todavía principal potencia del mundo. Milei cree que él se le parece. Pero algo le cierra los ojos y le impide darse cuenta de que Trump es también un político proteccionista y aislacionista. Tan distinto de Milei, tan indiferente frente a un mundo que se asoma dramáticamente al abismo.

* Para La Nación

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