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Sexo, mentiras y videos, mientras se anticipa una Argentina sin grandes cambios

POLÍTICA 05/09/2021 Enrique SZEWACH
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Sexo, mentiras y video, es una película del cine independiente estadounidense, estrenada a principios de 1989, casi coincidentemente con el fin de la década de alta inflación y estancamiento de la Argentina, cuyo momento culminante fueron los episodios de hiperinflación de 1989-1990 que sirvieron como preludio al potente cambio de régimen que caracterizó la década del 90 del siglo pasado.

Quizás sea otra coincidencia inexplicable, pero lo cierto es que, en medio de esta nueva etapa argentina de estancamiento y alta inflación, que ya se prolonga, con fluctuaciones, desde hace una década, la campaña electoral hacia las elecciones de medio término se desarrolla en medio de menciones al sexo, esté plagada de mentiras, y todo se refleja con la estética de las redes sociales, y los videos caseros que hace rato reemplazaron a los VHS a los que hace referencia el título de la película en cuestión.
Lo que está en juego en estas elecciones, al menos en materia de calidad institucional, hubiera merecido, sin dudas, un debate menos mediocre y más profundo, que el que predominó, salvo honrosas excepciones, en las últimas semanas.

Mirando el día después, ya estoy en condiciones de anticiparle que la Argentina post electoral, no será, desde el punto de vista económico, muy diferente a la Argentina de estos años, salvo un cataclismo inesperado, o un milagro inmerecido (como diría Borges).

Los ciclos de estancamiento con alta inflación se superan sólo con potentes cambios de régimen. Programas con liderazgo político, convencimiento de la sociedad, coherencia y solidez técnica, y capacidad de ejecución.

Aún finalmente inmunizados contra el coronavirus, cualquiera sea el resultado electoral, ninguna de las condiciones arriba enunciadas que permitirían un cambio de régimen estarán presentes en el 2022.

Por lo tanto, insisto, lo mejor que se puede esperar en el 2022, es algo menos de inflación y un modesto crecimiento y lo peor, es un mayor descontrol nominal y más estancamiento.

Paso a los detalles.

El Estado argentino se ha quedado con un stock de muy pocos dólares en el Banco Central, y el flujo de dólares nuevos, en las actuales condiciones de aislamiento financiero, cepos y restricciones sólo se genera con el superávit comercial. Pero tener superávit comercial, sin un cambio de régimen que permita una explosión de productividad e inversiones, para hacer crecer las exportaciones, obliga a acomodar las importaciones por debajo del monto de las exportaciones. De manera que, salvo otro boom de los precios de los commodities, poco probable, habrá que limitar las importaciones y limitar importaciones es limitar el crecimiento económico. Y en la receta macro de esa limitación, aparece el abandono de la política de usar el tipo de cambio como ancla, devaluando el peso más en línea con la tasa de inflación y/o produciendo un salto en la cotización del dólar oficial.


Desde el punto de vista fiscal, un ministro que ha hecho un ajuste de casi 3% del PBI en los primeros 7 meses del año, acaba de declarar, mintiendo, que no hay, ni habrá ajuste y que tampoco cabe esperar una baja del gasto. Pero ajuste va a haber, del malo, pero va a haber. Algo más de presión impositiva y algo menos de subsidios a la energía, y un alto impuesto inflacionario, para cerrar las cuentas. Impuesto inflacionario que podrá ser algo menor que el de este año, pero no mucho menor.

Es decir, limitaciones al crecimiento, por la autoinfligida “restricción externa”, y por la mayor presión tributaria y con alta inflación, para licuar el gasto público que, sin reforma, no puede reducirse de otra manera. Nada distinto a lo vivido en el primer semestre de este año.

Lo anterior supone un acuerdo con el Fondo que le ponga un marco al programa fiscal y ordene, al menos parcialmente, la política cambiaria y monetaria.

Respecto de la política cambiaria, es probable que el acuerdo con el Fondo le otorgue al mercado o los mercados, más allá del “precio”, algo más de transparencia, y menos discrecionalidad.

Sin embargo, es la política monetaria, la que ofrece, a mi modesto juicio, las mayores dificultades para un ordenamiento gradual y no traumático.

En efecto, con alta inflación, la demanda real de pesos no crece.

Si hay que seguir financiando el déficit fiscal con emisión, y emitir, además, para pagar los intereses de las leliqs (¡pagos que se iban a “ahorrar” para financiar un aumento a los jubilados!), habrá que seguir reduciendo la oferta bruta de pesos, colocando más deuda remunerada del Banco Central, para que la inflación sea alta pero no hiper alta.

En este contexto, la bola de Leliqs seguirá creciendo, generando una dinámica “disruptiva”, como dijo el ministro Guzmán, en su papel de comentarista.

Amplío la explicación. El Banco Central emite pesos para financiar el gasto público que no se financia con impuestos genuinos. Emite pesos para comprar dólares y emite pesos para pagar los intereses de la deuda que coloca en el sistema financiero. Como todo ese aumento de los pesos circulando, no tiene correlato en la demanda de los argentinos que tratan de eludir el impuesto inflacionario que destruye el poder de compra de su tenencia de moneda local, el Banco Central retira parte de esos pesos, colocando más deuda a intereses en el sistema financiero. Más deuda, más intereses a pagar, más emisión, más deuda, más intereses a pagar. Es cierto que, por ahora, el Banco Central paga una tasa negativa, respecto de la inflación, pero cuidado, que, en el Activo del Banco Central, hay un stock de dólares propios, y que viene cayendo, en torno a los 7000 millones de dólares. Mientras que, en el pasivo, entre la Base Monetaria y las Leliqs, ya hay más de 7 billones de pesos. Es decir, activos por el equivalente de 7000 millones de dólares y pasivos por el equivalente de 7 billones de pesos. Le ruego que no haga la cuenta sobre cuánto tendría que ser el precio en pesos de esos 7000 millones de dólares para compensar los 7 billones de pesos del pasivo, no hace falta semejante ejercicio de masoquismo.

Y el verdadero problema es que las Leliqs se fondean con depósitos del público en el sistema financiero. Dicho de otra manera, las entidades financieras reciben depósitos y, por falta de demanda de crédito privado, colocan esos fondos a interés en el Banco Central. Hoy ya el stock de Leliqs equivale al 90% de los depósitos a plazo en el sistema financiero.

Ahora bien, frenar la bola de las Leliqs implica o bien emitir esa masa de pesos “estacionados” y generar un fenomenal descontrol nominal. O bien compensar esa masa de pesos con superávit fiscal que “retire” pesos del sistema. O bien que la demanda de pesos crezca fuertemente y compense esa emisión. O bien… prefiero no escribirlo por ahora.

Como puede apreciarse, construir un programa monetario compatible con un escenario de una inflación algo más baja que la de este año, mientras se acelera la devaluación y se aumentan los precios de los servicios públicos, no parece sencillo.

En síntesis, sin cambios profundos, sin fuertes ingreso de capitales y “lluvia de inversiones”, la aspiración de máxima es que no haya descontrol nominal y dejemos de caer.

Misión modesta, pero aun así bien complicada.

La macro argentina ha estado acumulando tantas distorsiones en estos años que ni en el Excel se arregla fácil. Y fuera de la economía, en educación, justicia, política social y seguridad, las cosas no están mejores.

Quizás ahora se entienda, aunque no se justifique, por qué la mayoría de los candidatos y las candidatas prefieren hablar de sexo, contar mentiras y actuar en videos grabados con celulares.

Fuente: Infobae

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