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Breaking Bad en la vida real: el traductor que se convirtió en “cocinero” de drogas y el rey del narco en la dark web

JUDICIALES 04/04/2023 Daniel CECCHINI
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Si un guionista presentara a alguna plataforma el proyecto de una serie protagonizada por un cocinero de drogas iraquí trasplantado a los Estados Unidos que, una vez allí, radicado en el conservador estado de Texas, se convirtió en el primer distribuidor de drogas sintéticas con una línea de ventas en la red oscura, seguramente la propuesta despertaría interés.

Si, en la historia, el iraquí tiene menos de treinta años y ha sido traductor del ejército durante la invasión estadounidense a Irak, donde fue repudiado por colaborar con el enemigo, el atractivo posiblemente sería mayor.

 
Si, además, el joven emprendedor hace todo eso para ayudar a su empobrecida familia, que quedó en una Bagdad devastada por la guerra, el elemento emocional le daría un plus al relato.

Con semejante historia y un buen actor protagónico, más de un productor cinematográfico se restregaría las manos ante la posibilidad alcanzar un éxito a la altura de Breaking Bad.

Pero sí, no contento con todo eso, el guionista agregara a la trama que en realidad las drogas producidas por el joven iraquí son más falsas que un billete de tres dólares, mucho más letales que las verdaderas y que las fabricaba en parte con ingredientes comprados por eBay, seguramente para el productor la historia parecería aun más increíble.

Diría que es demasiado fantasiosa, exagerada. Y entonces, solo entonces, el guionista le contestaría que no se trata de una historia de ficción, sino de una bien real.

Porque la verdadera historia de Alaa Allawi es totalmente cierta, tan cierta que a consecuencia de ella está cumpliendo una condena de 30 años de cárcel en los Estados Unidos.

Y le haría leer al productor las palabras del fiscal después de darse a conocer la condena: “Este caso ilustra muchas de las amenazas emergentes que enfrentan las fuerzas del orden. Allawi y sus co-conspiradores fabricaron y distribuyeron oxicodona mezclada con fentanilo mortal, más de 350.000 píldoras de este tipo, a personas que sufren de adicción a los opioides”.

Y también le diría que en el proceso judicial se comprobó que Alaa Allawi había ganado de esa manera más de 15 millones de dólares.

La condena fue dictada en octubre de 2017 y no tuvo gran repercusión porque se ocultó la mayor parte de la trama del caso. Si se conocen los detalles es gracias a la perseverancia del periodista de Houston Benoit Morenne, que durante más de dos años intercambió correos electrónicos con Allawi para que le contara la historia.

El joven traductor

Allawi acababa de cumplir 13 años y hablaba bastante bien el inglés cuando las tropas estadounidenses entraron en Irak. Vivía con su familia en un barrio casi suburbano de Bagdad y tenía un tío médico que comenzó a colaborar con los invasores. Ese tío fue quien lo presentó a un oficial para que lo tomara como traductor para los operativos que los norteamericanos realizaban en la ciudad. El salario era alucinante no solo para un chico de 13 años sino también para la mayoría de los iraquíes: 1.350 dólares por mes.

Tenía que cuidarse para que los resistentes no lo ajusticiaran por colaboracionista y cuando salía en los operativos usaba una máscara para no ser reconocido.

Tal vez por eso, terminó socializando más con los soldados norteamericanos que con sus compatriotas. Incluso llegó a hacerse amigo de algunos de ellos, como Daniel Robinson, con quien fumó por primera vez marihuana y tuvo su debut opiáceo con un narguile en la base aérea de Rasheed.

Como una cosa lleva a la otra, Allawi empezó a proveer esteroides a los soldados. Con dólares en los bolsillos, los conseguía muy fácil cada vez que salía de la base para visitar a su familia. Lo descubrieron y lo echaron.

Trabajó entonces para un contratista privado, AGS-AECOM, donde además de traducir conversaciones y textos – además de proveer drogas – aprendió a manejar internet, y también una de las especialidades de algunos contratistas, el hackeo, en el que se volvió muy hábil.

Aprendió rápido y bien, al punto que llegó a hackear las contraseñas de los más altos jerarcas de la compañía en Bagdad. También lo descubrieron y lo echaron.

Las dos habilidades aprendidas durante su trabajo como traductor –el narcotráfico y el hackeo, incluido el manejo de la red oscura– serían determinantes para su futuro, que ya avizoraba en los Estados Unidos.

Viajó en 2012 y se radicó en Texas, lo que años después pondría en evidencia las fallas de la inteligencia norteamericana.

Con los antecedentes que tenía no deberían haberlo dejado entrar al país y mucho menos quedarse. En cambio, le otorgaron una visa SQ1 en función de su “servicio como intérprete para el Departamento de Defensa” mientras estaba en Irak.

Las buenas y fallidas intenciones

Se radicó en San Antonio e intentó integrarse al estilo de vida norteamericano que tanto admiraba. Gracias a Catholic Charities, una organización de ayuda social, tuvo vales de comida, alojamiento gratis, un aporte mensual de 200 dólares y la posibilidad de terminar su bachillerato on line e inscribirse en una escuela de enfermería.

Pudo estudiar durante dos años, pero después la ayuda se terminó. Consiguió trabajo como operario en una fábrica de aberturas y pretendió seguir cursando, pero el alojamiento –que ahora debía pagar- y los gastos universitarios se convirtieron en un obstáculo insalvable.

Terminó viviendo en un auto viejo que pudo comprar y no encontró mejor forma para mantenerse que empezar a vender cocaína y marihuana al menudeo en el campus de la Universidad de San Antonio. También en una discoteca donde un amigo trabajaba de patovica y con el que finalmente se fue a vivir en un departamento compartido.

Ahí Awalli vio la veta del negocio. “Hay un dicho americano. Si pasás mucho tiempo en una peluquería seguramente terminarás con un corte de pelo”, le escribió al periodista Benoit Morenne en uno de sus correos.

Lo detuvieron por primera vez en enero de 2015, cuando iba en auto con otro traficante al menudeo. Le encontraron un gramo de cocaína, diez pastillas de Adderall y un centenar de comprimidos de Xanax. Como no tenía antecedentes, lo condenaron a realizar trabajos comunitarios.

Ese episodio pudo haberlo frenado, pero ocurrió todo lo contrario: Awalli quiso ir por más.

Drogas y red oscura

Tenía una idea que le rondaba la cabeza y para ponerla en práctica se puso en contacto con Eric Goss, un texano con quien había trabajado en la empresa contratista donde había aprendido a hackear.

Tenían como trabajo oficial el diseño de páginas web, pero en realidad estaban explorando las posibilidades “comerciales” que podía brindar la red oscura de internet para el tráfico de drogas.

“Descubrimos que era como un Amazon para las drogas”, le escribiría desde la cárcel Allawi al periodista Benoit cuando ya todo había terminado.

Entre las ventajas que les daba la red oscura estaba la de no tener que poner el cuerpo llevando y trayendo la mercancía para distribuirla. Podían mandarla por correo. El problema radicaba en que la cocaína y la marihuana eran fácilmente detectables, de modo que decidieron vender drogas sintéticas fabricadas por ellos mismos.

El antiguo traductor iraquí compró una prensa manual de píldoras en eBay por 600 dólares y, después, una máquina eléctrica de cinco mil dólares y con la que podía producir más de 20 mil píldoras por hora.

“También utilizó la plataforma de compras online para adquirir los ingredientes inactivos que se encuentran en la mayoría de los medicamentos orales, como los colorantes. El 23 de mayo de 2015, Allawi creó una cuenta en AlphaBay”, cuenta Benoit en el extenso artículo que dedicó a las andanzas de Allawi, basado en sus propias confesiones.

Si el negocio era ilegal, lo que vendían era mucho peor: las drogas eran falsas.

“Al principio, Allawi mezclaba productos químicos con metanfetamina y utilizaba su prensa para producir comprimidos con el nombre de Adderall y Xanax. Los estudiantes que querían pasar la noche en vela o que sufrían de ansiedad añoraban este material; la universidad era una fuente de ingresos lucrativa. Allawi pasó entonces a las píldoras falsas de OxyContin con fentanilo, que pedía a China en la dark web. Aunque Allawi no quiso decir por qué comenzó a recurrir al fentanilo –un opiáceo 50 veces más potente que la heroína-, los investigadores me explicaron que a los narcotraficantes les gusta porque pueden fabricar miles de pastillas con cantidades mínimas”, relata también Benoit.

Por entonces, Estados Unidos sufría una verdadera epidemia de muertes por el uso de opioides. El número de fallecimientos por sobredosis se había disparado de 1.633 en 2011 a 18.335 en 2016. Y las cifras de Texas, más precisamente de San Antonio, eran las más alarmantes.

La DEA puso la mira ahí.

Explorando la red

La investigación distaba de ser fácil, porque los agentes de la oficina de la DEA de San Antonio sabían perseguir a los traficantes callejeros, pero no tenían idea de cómo funcionaba la red oscura. Después de meses de intentos infructuosos, recurrieron a un policía local llamado Hunter Westbrook, que sí sabía.

Fue toda una conmoción en la oficina, porque los experimentados y prestigiosos agentes de la Agencia debieron someterse, en la práctica, al comando de un simple polizonte. Pero Westbrook no demoró en obtener resultados.

Para fines de 2016 habían detectado la cuenta secreta de Allawi. Teniendo eso, no tenían más que hacer un pedido para, por un lado, tener un indicio físico de los traficantes y, por el otro, concretar una venta que permitiera acusarlos.

Entonces surgió otro problema: en la red oscura solo se podía pagar con bitcoins y la DEA, que no tenía problema en contar con dólares para ese tipo de operativos, no había trabajado con monedas virtuales y ni siquiera había nada escrito que autorizara a hacerlo.

La oficina texana debió esperar meses hasta obtener el permiso y los recursos.

La compra y el final

El 17 de marzo de 2017 de 2017 llegó finalmente la autorización de la oficina central de la DEA: podían comprar bitcoins para encargarle drogas a Allawi. El pedido fue de 500 pastillas de Adderall por 1.400 dólares en bitcoins y Westbrook indicó una dirección dentro del campus de la Universidad de San Antonio para la entrega.

Llegó una semana más tarde, por correo. La compra necesaria para la acusación de narcotráfico estaba hecha.

Por otro lado, habían detectado que un antiguo traductor iraquí radicado en San Antonio estaba gastando dinero a lo pavo: había comprado una casa de dos plantas con parque y pileta en las afueras de San Antonio, otra en Houston, tenía tres autos importados, viajaba frecuentemente a Las Vegas con amigos y allí se daba la gran vida.

Conectar un hecho con otro era una apuesta, pero decidieron hacerla. No estaban seguros de que Allawi fuera el hombre, pero valía la pena intentarlo.

El 17 de mayo, un trabajador municipal con un chaleco amarillo neón y casco, subió a la entrada de la casa de Allawi en Houston y llamó a la puerta. Informó que iban a cortarle la luz por horas a toda la manzana para hacer una reparación. El termómetro marcaba cerca de 40 grados y los ocupantes de la casa se fueron en busca de un lugar con aire acondicionado.

Era exactamente lo que los agentes de la DEA buscaban. Quería allanar el lugar –para lo cual tenían una orden judicial– sin arriesgar ninguna vida.

Encontraron más que lo que esperaban: una gran cantidad de drogas, dos prensas para hacer pastillas, cajas de cartón procedentes de China con ingredientes químicos, 500 gramos de fentanilo en polvo, medio kilo de metanfetamita, otro tanto de cocaína, 10 kilos de pastillas falsas de oxicodina mezcladas con fentanilo, cuatro kilos de Adderall falso mezclado con metanfetamina y 5 kilos de pastillas falsas de Xanax.

Los agentes también encontraron un revólver Ruger y una pistola Sig Sauer, un fusil de asalto AR-15 y una pistola Glock cargada.

Sobraba para meter presos a Alaa Allawi y sus cómplices, pero no resultó tan fácil. El iraquí detectó el operativo al volver a la casa y escapó a Las Vegas. Allí lo detuvieron una semana después.

“Me siento como un mártir, no importa lo que me pase. Toda mi familia está a salvo en mi país y asegurada. Si muero mañana, no habrá sido en vano”, les dijo a los agentes que lo esposaban.

En junio de 2017, un gran jurado acusó a Allawi de conspiración para distribuir fentanilo, metanfetamina y cocaína; posesión de un arma de fuego durante un delito de tráfico de drogas y confabulación para lavar instrumentos monetarios, entre otros cargos.

El juicio y la condena

Los investigadores calcularon que Allawi había ganado como mínimo 15 millones de dólares con sus actividades delictivas y había vendido al menos 850 mil pastillas falsificadas en 38 estados. En cambio, no pudieron calcular las muertes que causó con sus productos.

Allawi se declaró culpable de un cargo de conspiración para poseer con la intención de distribuir fentanilo que resultó en la muerte y lesiones corporales graves, un cargo de posesión de un arma de fuego para promover un delito de tráfico de drogas y un cargo de conspiración para cometer lavado de dinero.

En el juicio, el antiguo y humilde traductor iraquí se mostró arrepentido y pidió clemencia: “Me equivoqué, fue un gran error. Espero que me den una nueva oportunidad”, dijo antes de escuchar la sentencia.

La respuesta fue una pena de 30 años de cárcel, que está cumpliendo en un centro de seguridad intermedia de Nueva York. No se lo considera un individuo peligroso.

“Estoy orgulloso de nuestra oficina y de los socios encargados de hacer cumplir la ley que descubrieron y destruyeron esta conspiración. Treinta años en una prisión federal es una sentencia justa por esta conducta despreciable”, dijo el fiscal Bach al conocer la sentencia.

Todavía resonaban las últimas palabras de Alaa Alawi, el pionero de la venta de drogas en los Estados Unidos a través de la red oscura de Internet, en la sala del juicio.

“Nunca había oído hablar de las sobredosis ni del daño que pueden causar”.

Fuente: Infobae

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