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Las huellas del joven Bergoglio en Santa Fe, contadas por un exalumno de Inmaculada

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Mucho antes de convertirse en papa Francisco, Jorge Mario Bergoglio vivió en Santa Fe durante un año clave de su formación como jesuita. Corría 1964 y se alojaba en el Colegio de la Inmaculada Concepción, donde ejercía como maestrillo, una función que lo vinculaba con la enseñanza y el acompañamiento de los alumnos.
Julio Gómez tenía entonces 16 años y cursaba el cuarto año del bachillerato en ese colegio. No tuvo a Bergoglio como profesor directo, pero sí como un joven jesuita que se interesaba por los estudiantes y sus inquietudes. En su caso, la escritura.

Aquel adolescente, que más tarde sería juez y publicaría libros de poesía, recuerda que fue a través de la Academia Literaria Santa Teresa de Jesús donde el vínculo con Bergoglio empezó a tomar forma. “Yo había empezado a escribir y él, que participaba en la academia, se interesó por lo que hacíamos. Me alentó a seguir y me dejó un escrito que todavía conservo.”
Ese escrito es una hoja mecanografiada, fechada el 23 de enero de 1965, con un poema titulado Distensión y una reflexión final. Años después, Gómez entendió que ese gesto tenía un valor inmenso: no solo por la cercanía de quien lo escribió, sino porque ese joven jesuita ya dejaba entrever su mirada profunda sobre la vocación, la búsqueda interior y la sensibilidad hacia los demás.

El tiempo pasó y, en 1997, Julio Gómez decidió enviarle un ejemplar de su libro Poemas del otro tiempo. Lo hizo llegar a Buenos Aires, donde Bergoglio ya era obispo auxiliar. La respuesta fue inmediata: una estampita de la Virgen Desatanudos, una oración a San José y un mensaje personal donde, entre otras cosas, decía recordar con afecto sus días en el colegio.

Hubo también encuentros fugaces. Uno, especialmente emotivo, fue en la Basílica María Auxiliadora de Buenos Aires. “Al terminar la misa, me acerqué. No solo me reconoció, sino que me llamó por mi nombre. No necesitó que yo me presentara.”
Para Gómez, esos gestos sintetizan una de las cualidades más notorias de papa Francisco: su memoria afectiva, su cercanía, su forma de estar presente incluso en los detalles. “No es que me haya pasado a mí solamente. Es su manera de relacionarse. Pero haberlo vivido en primera persona hace que lo valore aún más.”

CON INFORMACION DE ELLITORAL.

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